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La risa de Guido
Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 11 de Diciembre de 2018
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Conocí al escritor Guido Eytel hace veinticuatro años, en la premiación de un concurso literario en El Bosque, y nos hicimos amigos de inmediato. No conozco otra persona que tenga tan desarrollado ese talento, el de hacerse querer así, de manera instantánea, con sólo saludar. En ese tiempo yo me asomaba a los veinte años y él ya iba por los cincuenta, pero me daba la sensación de estar con un compañero de ruta. Nos reímos de todo lo que teníamos alrededor, la concurrencia, las autoridades municipales, el jurado, el cóctel, y por supuesto nos reímos también de los premiados, que éramos nosotros mismos.
Escribo esto aún medio aturdido por la noticia de su muerte, aunque siento que la tristeza no es más grande que la felicidad de haberlo conocido.
Lo vi por última vez hace un par de años, en Temuco, cuando ya le habían diagnosticado cáncer pulmonar -no le daban ni meses de vida- y estaba comenzando un tratamiento experimental, para el que se había ofrecido como conejillo de indias. Era divertido y entrañable hasta para verle las canillas a la muerte. Me contó que el médico, antes de someterlo al nuevo tratamiento, lo mandó a hacerse una pila de exámenes, porque debía asegurarse de que no tuviera alguna otra enfermedad que interfiriera en los efectos del medicamento. "¿Y sabes lo que me dijo cuando tuvo los resultados?", me preguntó. "¡Que me tenía excelentes noticias! ¡Que aparte de estar con un pie en el cajón estoy completamente sano!". Meses más tarde, me escribió: "Hola, Leo: El último escáner mostró que el tumor comienza a disminuir. ¡Aleluya! Esto de ser un paladín de la medicina tiene sus beneficios. Además, por lo bueno pal hueveo, las muchachas de oncología me nombraron su niño símbolo".
En esos días Guido estaba alojado donde una de sus hijas, pero su casa de siempre estaba en la avenida Pablo Neruda, que antes se llamaba Avenida Estadio. En gran parte fue gracias a él que la calle cambió de nombre. De hecho, él se lo cambió sin pedirle permiso a nadie, en plena dictadura, clavando en su casa un letrero que certificaba el nuevo nombre. Que los demás vivan en Avenida Estadio, parecía decir, pero yo vivo en Avenida Pablo Neruda. Al fin el letrero tuvo un efecto dominó y al cabo de unas décadas la municipalidad de Temuco oficializó el cambio. A fines de los noventa, me dijo que iba a cambiarle el nombre a la calle de la esquina, para vivir en Pablo Neruda con Jorge Teillier. Entiendo que no prosperó esa ocurrencia, pero después hicieron la nueva costanera a un lado del río Cautín y, seguramente a causa de Guido, le pusieron Avenida de los Poetas.
Hay que leer sus libros. Su novela Casas en el agua revienta de risa el gris paisaje de la historia. Sus poemas para niños hablan de chucaos y árboles en flor. Su cuento "El otro round de Dinamita Araya" -que además inspiró la película El otro round de Cristián Sánchez, que está disponible en internet- debería ponerse en un marco y colgarse en todas las casas. Es un cuento que habla de la derrota, pero también de la redención, de la dignidad, del desquite. Guido Eytel ahora respira para siempre en los cerezos.
Fotografía de C. Valverde