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El tenis llega a la literatura chilena gracias a terrible choque de trenes
Andrés Urzúa de la Sotta publica su libro "Polvo de ladrillo"
Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 1 de Julio de 2019
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En la literatura chilena puede encontrarse algo de boxeo, un poco menos de fútbol, algunos chispazos de básquetbol y ajedrez, pero en general puede decirse que nuestros escritores han sido más bien reacios al mundo de los deportes. En el caso del tenis, todo indica que el desprecio ha sido total: la omisión ha sido tan olímpica que parece deliberada, por lo menos si se considera que ese antiguo juego de paletas ha sido capaz de convocar multitudes y más de una vez ha logrado captar la atención de todo el país.
El poeta Andrés Urzúa de la Sotta, como diría un comentarista deportivo, ha venido a quebrarle el servicio a esa inercia publicando su libro Polvo de ladrillo, que justamente está centrado en el tenis y su realidad inexplorada. Aparecido bajo el sello de Pez Espiral, el breve volumen de poemas, textos en prosa e imágenes documentales está estructurado a raquetazos en cinco sets, en los que la memoria individual de un sujeto natural de Limache y una serie de registros de hitos deportivos e históricos chilenos se van trenzando con el anecdotario marginal del tenis y sus personajes secundarios.
El libro se interna en el tenis a partir de un hecho que, en apariencia, poco tiene de tenístico: la llamada tragedia de Queronte, que es el peor accidente ferroviario ocurrido en el país. Verano de 1986, Limache: dos trenes que
llevan cerca de mil pasajeros chocan de frente a toda velocidad, producto de lo cual queda un saldo de más de 50 muertos y 500 heridos. Ahí, después, entre los fierros retorcidos, alguien encuentra una pelota de tenis y se pregunta de dónde pudo haber salido: "Algunas noches —antes de dormir— / imagino el movimiento de la pelota / en el vagón, su fulgor amarillo / segundos antes de la tragedia / el rostro de un niño con la pelota / entre las manos / encandilado por la inminencia / de la muerte".
Urzúa dedica el libro "a la memoria del Club de Tenis de Limache", escenario en que ese lustroso deporte se entrevera con la realidad pueblerina, con la pobreza, con sus derrotas y miserias: una cancha cuyas luminarias están quemadas desde hace décadas. Sus textos están protagonizados por diversos personajes casi desconocidos, todos ligados al tenis de alguna forma, y también por algunos otros de mayor notoriedad pública. Como telón de fondo, están algunas amenazas relativas al poder, como los intereses municipales que acechan al club y pretenden destruirlo para construir ahí un bulevar. En sus páginas, junto a las pequeñas instantáneas de esos personajes y sus historias, aparecen recuerdos de infancia, anécdotas del tenis y hasta indicaciones acerca de la manera correcta de hacer y mantener una cancha de arcilla con polvo de ladrillos, proceso que sugiere una metáfora de la memoria del pueblo y sus vicisitudes.
Con la derrota como eje del libro, incluso la historia de la célebre Anita
Lizana, llamada la Ratita, es observada por el revés de su fama y sus triunfos. Recibida en La Moneda como número 1 del mundo, la campeona se dispone a salir al balcón para saludar a la multitud. Siente que puede desmayarse, como en la premiación de Forest Hills. Tiembla y no sabe por qué. No puede imaginar que muy pronto, dice Urzúa, "estallará la Segunda Guerra Mundial y con eso se suspenderán indefinidamente los torneos, entre ellos su ansiado Wimbledon". Tampoco puede imaginar que su futuro marido "le prohibirá dedicarse al tenis de manera profesional". Está de pie, en el balcón, temblando frente al porvenir.
El novio imperfecto
En el libro de Urzúa aparece uno de los hitos más chisporroteantes del anecdotario del tenis chileno: el casamiento del tenista Andrés Hammersley. Es mediodía y en la iglesia está todo listo para la ceremonia, pero la novia está llorando, sola en el altar. El novio está jugando tenis. Lo van a buscar de urgencia. El novio llega vestido de blanco, con las calcetas manchadas de arcilla. El cura los declara marido y mujer, los recién casados salen bajo una lluvia de arroz y se suben al auto nupcial. El novio le dice al chofer: "Directo al Club Santiago. Tengo que ir a cerrar un partido".
