Sé que los nervios no están para grandes despliegues, peor aún con toda la indulgencia del mundo no logro entender el grado de descalabro en que se han desempeñado los medios durante estas semanas post apocalípticas. En realidad el descalabro ha sido general: falla la infraestructura, un gobierno saliente funciona a medio morir saltando, el relevo se muestra irresoluto y confuso en su terremoteada marcha blanca, etcétera. Pero los medios se han llevado el premio gordo al desatino.
Digo lo anterior después de haber seguido capítulo a capítulo, la teleserie protagonizada por el niño Víctor Díaz, más conocido como el Zafrada. Al igual que a mucha gente, el vídeo publicado por La Tercera me produjo un efecto emocional de cierta relevancia. En unos pocos minutos, el Zafrada condensó con humor, inocencia y belleza muchas cosas terribles que yo tenía atragantadas, todas relativas a la chilenidad o al menos al trance presente en que esta se ha quedado en la intemperie moral. El Zafrada, con toda su fortaleza de niño extremadamente despierto, mostraba la parte más frágil de Chile, la última hilacha de la que cuelga el sentido de un pueblo: aquello que Bolaño llamó 'la tercera pata' de la mesa humana, que no puede equilibrarse solo entre la oferta y la demanda, sino que además necesita 'magia', es decir, amistad, rabia, fervor dionisíaco, fiesta, ocio, amor, odio, pasión, ebriedad, risa, hermosura y todas las demás puntadas sin hilo que le dan brillo a la existencia.
Todo eso estaba perfecto y el periodista de La Tercera podía anotarse un merecido poroto en su bitácora. Lo indeseable, aunque completamente previsible, ocurrió después, cuando el oleaje de rumores la fama que adquirió el Zafrada en Facebook azuzaron a los mastines televisivos a zamparse sin asco a ese niño envuelto. Le han dado como caja: desde Jordi Castell a Francisca García-Huidobro, hasta
José Miguel Viñuela y Felipe Camiroaga y Lucho Jara y que sé yo qué otros pejesapos, nadie se ha abstenido de pegarle unos mordiscos al niño de Iloca. Unos quieren que diga algo chispeante, otros que se muestre emotivo y llore, la mayoría que les permita participar en el campeonato de caras penosas. Cómo será este festival encarnizado, que hasta el Presidente lo escogió como emblema de la reconstrucción. Y, para colmo, ahora no hay un solo gallipavo solidario que pase por Iloca sin ir a ver al san Zafrada y fotografiarse con él.
¿Acaso no pueden tolerar que un niño, uno solo, aún conserve algo de inocencia? Lo quieren hacer pebre, y lo van a conseguir, pronto tendremos al Zafrada cumpliendo 'su sueño por un día', respondiendo preguntas 'humanas' de Don Francisco o sonriendo en las gigantografías de la próxima campaña publicitaria de algún fabricante de frazadas. Déjenlo en paz, no lo destruyan.
