En una entrevista reciente, la escritora mexicana Margo Glantz hablaba de la "falta de jerarquización mental" que imponen las redes sociales a sus usuarios y que convierte las ventajas que supone el libre acceso a la información en una trampa de alcances políticos potencialmente muy graves. Ese caos informativo propicia fenómenos que en otro contexto serían inexplicables, como las elecciones de Trump y Bolsonaro, y hace que el hallazgo de una fosa común en México o un torso humano en unos roqueríos termine siendo otra noticia banal que sepultar con el tiempo.
Es cierto que en los medios de antes la realidad también se mostraba muy abigarrada y confusa, con titulares que combinaban sin problemas —y en ocasiones con la intervención directa del Estado o de otros poderes— el comienzo de una invasión militar y el caso de un perro que hablaba, pero las redes sociales han agregado a esa ensalada el elemento inesperado de la intimidad, de lo familiar, del exabrupto. Ya no se trata sólo de la sobreinformación disponible, que pone en un mismo nivel las noticias más relevantes y las menudencias informativas, sino que además ese flujo noticioso corre por los mismos cauces que las tonterías que cada quien arroja al ciberespacio. Las invitaciones de Facebook y Twitter son muy expresas —"¿Qué estás pensando?" y "¿Qué está pasando?", respectivamente—, de modo que los hilos de comunicación alternan en un mismo plano espantosos bombardeos y asesinatos con platos de tallarines, opiniones sobre el clima y videos de gatitos simpáticos.
Como en la montaña rusa o las sillas voladoras, no hay tiempo para distinguir entre la adrenalina, el vértigo y la náusea. La familiaridad ha borrado la frontera entre la risa y el llanto, entre la indignación y el exhibicionismo moral, entre la crítica y el pelambre. A raíz del asesinato del joven mapuche Camilo Catrillanca, por ejemplo, y de la serie de inauditas explicaciones que van y vienen entre La Moneda y Carabineros, es posible ver al mismo tiempo olas de repugnancia y meros actos de autovalidación. El hecho de que las noticias circulen como parte de la imagen pública de los individuos, con la
posibilidad cierta de que cada quien se sienta noticioso en sí mismo sólo porque puede vocear la noticia, determina que la información terrible se mezcle con la protesta y la frustración, pero también con el autobombo o la selfie discursiva. Así, poco a poco, hasta los crímenes más impactantes luego se van mimetizando en el vocinglerío como una postal de referencia entre memes y fotos posadas con boca de pato.
Quizás por eso ya hay totalitarismos de toda clase —desde el neofascismo desembozado hasta el puritanismo de izquierdas— que parapetados a la vuelta de la esquina esperan su turno para entrar en acción. Es el modelo mítico bíblico del caos que se resuelve de un paraguazo feroz: la Torre de Babel, Sodoma y Gomorra, las plagas de Egipto. Mientras más ruidosa la bolsa de gatos, más propicio el escenario para golpear la mesa con alguna oferte de restaurar el orden, la claridad e incluso la grandeza, mientras las preguntas iniciales "¿Qué estás pensando?" y "¿Qué está pasando?" se devuelven a la cara y cambian radicalmente su sentido.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Vértigo y náuseas
Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 20 de noviembre 2018