De niño me parecía muy enigmático el dicho según el cual "juegos de manos son de villanos". Los viejos lo decían como verdad revelada, con el mismo sonsonete con que proclamaban que "secretos de dos no son de Dios". Con el tiempo uno aprende que los secretos que se comparten dos personas no sólo no son censurables en sí mismos, sino que a veces son convenientes, porque en ellos se cifra un valor humano superior, como es el de la lealtad. Por supuesto, el dicho no habla de eso, sino que pertenece al ámbito de los buenos modales, pues pretende enseñar la inconveniencia social de los cuchicheos: secretearse delante de otras personas es una forma de incomodar a los demás.
El caso de los juegos de manos era mucho más enredoso. Se aplicaba por cierto a los juegos que eventualmente podían terminar a los manotazos, como el pipirigallo, el gallito inglés o el cachipún con chirlitos, y entonces uno entendía que el dicho iba por el lado preventivo: eran juegos que facilitaban una escalada de violencia. El problema era que también se aplicaba a los naipes, al
dominó, a los dados, que no podían ser más pacíficos y tranquilizadores, salvo, desde luego, por la posibilidad de picarse. En buenas cuentas, el dicho proponía que no había un solo juego ejecutado con las manos que fuera bueno a los ojos de Dios, lo que era extremadamente confuso. ¿Eran malas las sombras chinas, el azúcar candi, el hachita y cuarta? Supongo que apunta a los garitos, apuestas y tahúres, pero a ese mundillo uno llega, si es que llega, cuando ya está bien crecidito y, por lo tanto, ya es poco lo que puede aprender mediante refranes.
Tengo la impresión de que las manos, al menos en la literatura y en el cine, son la parte del cuerpo menos valorada en relación con su capacidad de expresión, tanto así que los contraejemplos se han vuelto memorables. Tim Burton, por ejemplo, en su película Ed Wood, reparó obsesivamente en la importancia que tuvo un pequeño gesto manual, un delicado y sensual movimiento de los dedos, inventado por Bela Lugosi en su inmortal representación de Drácula. Esa mano derecha adelantada y envolvente, como si tomara un fruto fragilísimo en el
aire, hizo del hechizo maligno un acto estético en que el erotismo se materializaba de una forma inesperada, feminizando los movimientos de la bestia masculina. Era un gesto elegante de alta seducción, que le daba al vampiro un aire de galán irresistible y, a la vez, un poder sobrenatural sobre sus víctimas que excedía su monstruosidad o la acrecentaba en el plano romántico en que la belleza oscura de los ángeles del mal se revela de modo fulminante.
No por nada el gesto de Bela Lugosi se parece mucho al que se hace para expresar la idea de robo. El vampiro, con sus dedos, se apropiaba del alma de su víctima. El ladrón hace lo mismo con los bienes hurtados: se los guachipea con un rápido movimiento de dedos. La película Pickpocket, de Bresson, es un relato de un carterista solitario que encuentra su lugar en una pandilla de colegas "dedos de seda", pero más que eso es una provocación acerca del trabajo bien hecho, de la belleza de los gestos humanos y de los insólitos lugares en que a veces van a dar los mejores y más admirables talentos.
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Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 10 de octubre 2023