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El mejor enemigo

Por Leonardo Sanhueza

Publicado en Las Últimas Noticias. 11 de mayo de 2021



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En el último tiempo he escuchado varias veces la propuesta de darle una mayor importancia a la salud mental en las políticas públicas, sobre todo a la vista de la tendalada que la pandemia y la crisis social han ido dejando al respecto. Los caldos de cabeza están a la orden del día y fermentan muy rápido en toda clase de trastornos, desde un simple desánimo hasta el colapso síquico total. La gente anda saltona, cabizbaja, irritable, eufórica, insomne, paranoica, meditabunda, cada quien con sus propios síntomas leves o graves que lo hacen sentirse más o menos como la mona.

Es de suponer que los niños de hoy —no todos, pero si muchos— tendrán bastante material para pensar sobre este asunto cuando sean adultos y se les empiece a revenir la memoria. Algunos, desde luego, habrán pasado por estos días casi patinando, encapsulados en realidades exentas de anomalías dignas de notar, como no sean las clases telemáticas y otras latas que apenas perturbarán sus recuerdos futuros. Para otros, en cambio, recordar será un exorcismo de mil demonios: un tiempo lleno de amenazas externas y turbulencias domésticas, afectos familiares puestos contra las cuerdas, noticiarios onmipresentes, estruendo de quebrazones.

Los mecanismos con que se fijan los recuerdos son bien veleidosos, en todo caso. Por alguna razón que no logro ver con claridad, cuando chico me impresionó mucho la inminencia de la guerra contra Argentina, tanto que a los cuarenta años se me empezó a presentar como un hecho clave de mi memoria. No era algo de lo que se hablara con frecuencia en mi casa; es más, tengo la impresión de que a mis parientes les importaba un cuesco o al menos no los perturbaba más que el precio de la leña o las vicisitudes conyugales de mis abuelos. En contraste, a mí la guerra con Argentina al parecer me tenía tomado de los nervios, quizás sólo superada en intensidad por mi primer amor infantil (que por cierto fue del tipo no correspondido) y por una plaga de pulgas que ese año se había tomado mi escuela.

A propósito de la guerra con Argentina, el otro día vi la película Mi mejor enemigo, una comedia ligera que se basa en la situación dramática absurda de la espera de la batalla que nunca se realiza. Algo tiene del tono de la novela Los pichiciegos, de Fogwill, por lo menos si se deja a un lado el hecho de que los protagonistas de ésta son desertores de las Malvinas, es decir, desempeñan sus roles durante una guerra que efectivamente ocurre. Se trata de relatos acerca de la estupidez de la guerra, con protagonistas jóvenes e inexpertos —casi niños— que deben oponer sus virtudes y esperanzas contra un escenario que los humilla y los ofrece como carne de cañón o corderos sacrificiales a un monstruo desconocido, sin más razones que alguna verdad revelada en relación a la idea de patria. El resultado de esa operación es una tragedia hecha de comedias concatenadas.

Ese humor trágico no es un puro invento literario o cinematográfico, por supuesto, sino que viene directamente de la realidad. De hecho, en un reportaje televisivo de hace unos años, un veterano de aquellas escaramuzas australes contaba que, mientras esperaban la orden de abrir fuego y comenzar al fin la masacre, los combatientes de ambos bandos se echaban la choreada de un buque de guerra a otro, a sólo unos metros de distancia, bombardeando a los enemigos con ráfagas de papas o bajándose los pantalones para hacerles un masivo carapálida desde la borda.


 



 

 

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El mejor enemigo
Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias. 11 de mayo de 2021