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Vuelve a las pistas el delincuente más célebre de la literatura chilena
Tajamar Editores reedita "El río", de Alfredo Gómez Morel
Por Leonardo Sanhueza
Las Últimas Noticias, 28 de julio de 2014
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No son pocos los escritores chilenos que han trabajado con historias situadas en los cruces de bajos fondos, hampa y miseria, muchas de las cuales provienen directamente de la autobiografía, pero el caso ya legendario de Alfredo Gómez Morel se yergue como el ejemplo insuperable de lo que pueda imaginarse al respecto. Su vida fue la de un delincuente irredimible, cuyo rango fue desde pequeño ladronzuelo hasta lanza internacional, con un récord de casi trescientas estadías en la cárcel. No fue, pues, una vida extraordinaria, sino muy común en su ámbito, como el propio Gómez Morel lo admitía. Lo extraordinario, lo singular de esa vida, decía él, era “haber tenido valor para contarla”.
De ese valor surgió la novela El río, la primera y a la larga más importante parte de la trilogía biográfica Mundo adentro montado en un palo de escoba, que más tarde completarían La ciudad y El mundo. Este clásico de la literatura social chilena ahora ha sido reeditado por Tajamar Editores y llegará próximamente a las librerías.
El río fue escrita en la cárcel de Valparaíso, donde Gómez Morel cumplía una condena de cinco años y un día (rebajada luego a tres años y un día). Un médico lo incentivó a escribir su vida. Con su lógica de choro graduado con honores en el hampa, el futuro escritor vio ahí una “oportunidad de llegar a la cumbre, a una vida de satisfacciones: dinero, mujeres, comodidad, notoriedad, todas aquellas cosas, en fin, que acarrea la gloria literaria”. Lo que no sabía era que, escribiendo, iba a encontrarse consigo mismo y con sus heridas más profundas.
Con la ayuda de otro médico, el doctor Claudio Naranjo, quien puso “la ternura elegante, limpiando de malezas sentimentaloides aquellos pasajes en los que yo caí en el folletín grotesco”, Gómez Morel se remontó así a sus primeros días de niño abandonado, recuperado y luego apaleado por su madre; una infancia cargada de precariedad y violencia, con curas pedófilos y abusos de todo tipo, hasta el día en que ese niño –“montado en un palo de escoba”– decide emanciparse definitivamente e irse a vivir con sus semejantes al río Mapocho, debajo de los puentes, iniciando así su carrera delictual.
El Mapocho resulta ser una escuela de ladrones de poca monta, que sin embargo son más queribles que cualquier pariente y ostentan inflexibles códigos de honor: nunca traicionar, nunca delatar, nunca ser cafiche o cogotero, etcétera. Con un dramatismo siempre equilibrado por el humor, y sobre todo sin la menor autocompasión, Gómez Morel va mostrando cómo su búsqueda de libertad y afecto lo condujo inesperadamente a una sociedad que, totalmente fuera de la ley, tenía una consistencia moral admirable, mucho más que el hipócrita país legal.
Perfumando la cloaca
Junto a todas las pellejerías y peligros, Gómez Morel no pierde ocasión de mostrar en su novela también los momentos brillantes que iluminaban la miseria. Memorable es la aparición de un extravagante aristócrata venido a menos, que llegó al río a pasar la noche y terminó quedándose tres años, en los que pasó a cumplir una función de artista que pronto se hizo indispensable: les contaba mil historias a los niños y con ello "perfumaba la cloaca".