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Reporteros del crimen

Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias. 5 de julio de 2022



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Cuando empecé a escribir en este diario, hace ya veinte años, la crónica roja estaba muerta. La había desplazado la naciente farándula. Pese a su mala fama, me parece que las páginas policiales tenían una función mítica en la vocación periodística, pero en esos días ya casi no quedaban reporteros policiales de la antigua escuela. Recuerdo que había un reportero gráfico, sobreviviente de aquellos tiempos, que mientras miraba a lontananza la hora de su jubilación aceptaba con una sonrisa socarrona que lo mandaran a fotografiar a famosillos a la salida de los canales de televisión.

La crónica roja ha sobrevivido en el periodismo de investigación, en reportajes de largo aliento, pero sus posibilidades y ambiciones están muy lejos del quehacer cotidiano del reportero que antaño debía narrar un crimen con el cadáver todavía caliente a sus pies. El reportero policial casi nunca asumía un lugar protagónico o tomaba ínfulas de "autor". Ejercía su oficio con la conciencia de que su labor era efímera, aunque en ocasiones pudiera ser trascendente. No por nada el reportero suele ser buena comparsa del héroe o detective en las novelas policiales En el cómic, llega a ser incluso el anverso cómico, torpe y desgarbado del superhéroe, como ocurre en los casos de Peter Parker y Clark Kent, caricaturas de funcionarios de tercera línea, a menudo humillados tanto por sus superiores como por su propia inoperancia, pero siempre dispuestos a continuar la farsa para solventar a su alter ego superpoderoso y redentor.

Salvo por casos de periodistas soñadores, superhéroes de la información, o de reporteros intachables que les siguieron la pista política a ciertos crímenes hasta revelar horrores en los años setenta y ochenta, la crónica roja fue siempre un caldo de cultivo para el sensacionalismo sin miramientos. Me refiero al grueso del género, que atendía homicidios callejeros, crímenes extraños o de poca monta, sicópatas, peleas a cuchillo en una cantina. A veces había casos terribles, de connotación pública, pero las redacciones de los diarios tenían que sacar adelante sus páginas todos los días y no siempre había un crimen sonoro a la vista. Eso daba lugar a todo tipo de malabares. Creo que fue Augusto D'Halmar el que contaba la siguiente anécdota de la hora de cierre en una redacción: faltaban veinte minutos y la sección policial del diario aún no tenía ningún muerto. Cero problema: un reportero se acuesta en la calle, lo tapan con diarios, le sacan una foto. Titular: "Misterioso hallazgo de cadáver en plena vía pública". El cronista, en veinte minutos, tenía que ponerle cuerpo narrativo a ese titular, con el suficiente talento para que los lectores quedaran satisfechos y la policía no llegara al otro día a reclamar por un crimen inexistente.

Es paradójico el derrotero que les deparó el tiempo a las páginas policiales. La crónica roja era grito y plata en tiempos en que la delincuencia no era un tema apremiante, prioritario, de interés público, o al menos no más que la pobreza, la política o el deporte. Ahora que el crimen, incluso en su temida variante organizada, está en el podio de las preocupaciones de la población, la crónica roja es un fantasma y sus funciones han sido suplidas por animadores de matinales, por cifras, por puntos de prensa de tal o cual subsecretario. Datos sin carne, a fin de cuentas. No muertes, no historias, no tramas. Sólo números: sangre sin sentido.

 



 



 

 

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Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias. 5 de julio de 2022