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La muerte del poeta inmortal

Por Leonardo Sanhueza
Las Últimas Noticias, 3 de febrero de 2003



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Cuando un escritor recibe el Premio Nacional de Literatura, se suele decir que adquiere con ello la calidad de "inmortal". Este extraño título honorífico que se reserva a los escritores es una herencia -supongo- de la poesía latina y, en particular, de Horacio, quien asentó la creencia de que los hombres trascienden gracias a sus obras: "No moriré del todo, y buena parte de mí se librará de mi funeral". Claro, Horacio estaba más o menos convencido de haber escrito "un monumento más perenne que el bronce", por lo que no necesitó más decreto que la confianza en "el elogio del porvenir" para hacerle una finta a la muerte.

En Chile hay inmortales de toda especie: designados, meritorios, casuales e, incluso, doblemente inmortales, como Daniel de la Vega y Joaquín Edwards Bello, quienes recibieron el Premio Nacional de Literatura y el de Periodismo. Pero el más extraño caso de inmortalidad es el de Eduardo Anguita: habiendo recibido el premio literario en 1988, las trágicas circunstancias que acabaron con su vida hicieron que un burlesco matutino titulara en su portada: "Poeta inmortal murió de quemaduras".

El autor de "Venus en el pudridero", contra lo que pudiera pensarse, me parece que en el fondo tenía muy buen humor, por lo que este titular hasta le hubiera arrancado una sonrisa. El tema de la eternidad le preocupaba seriamente, al punto de escribir: "Eternidad, tiempo, eternidad, tiempo. Rayado por estos dos túneles alternos, una hermosa zebra es el hombre". Sin embargo, fue capaz asimismo de facilitar un verso suyo, también relativo al tiempo, para la campaña electoral de Eduardo Frei Montalva. Todos quedaron felices en la DC con el anuncio, pero sólo hasta que Anguita les reveló su creación: "La nariz es el futuro". (Más suere tuvo con su eslogan para la revolucionaria lapicera Parker: "Se llena sola, como la luna").

Anguita, como todo buen poeta de vanguardia, creía que las palabras podían convertirse en actos, idea de Dostoievski que bien sirve para caracterizar a prácticamente todos los poetas chilenos de la primera mitad del siglo veinte. La inmortalidad es así no sólo posible, sino deseable como una demostración de la poesía, concepción mucho más ligera y bella que la pesada noción religiosa, cuya única función parece ser la de aturdir niños en los colegios.

Al respecto, un amigo me contó un curiosos episodio que transcurre en Moscú y que ahora transcribo como lo recuerdo: un ocioso gato que pasa por fuera de la Sociedad de Escritores decide entrar, pero una hosca recepcionista se lo impide solicitándole su carné de escritor. "No tengo carné, pero he escrito muchas novelas", le dice el gato, a lo que replica la recepcionista: "Lo siento, sin carné no puedo admitirlo". Y el gato: "Pero Dostoievski, que no tenía carné, es un gran escritor, y sus novelas están ahí para demostrarlo". Y la recepcionista: "Salvo que Dostoievski está muerto hace tiempo". Y grita el gato: "¡Protesto! ¡Dostoievski es inmortal!".



 



 

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