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Fantasías apocalípticas

Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 10 de marzo de 2020



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Cuando llegué a Santiago, en 1991, había una epidemia de cólera que tenía a medio mundo tomado de los nervios. En comparación con otros países, la peste en Chile estaba más o menos controlada, muy lejos de ser una calamidad bíblica, pero su presencia se avisaba en todas partes. En el casino de la universidad, servían las lechugas sancochadas. Había gente que le tenía miedo al papel confort hecho por reciclaje, como si los bichos malignos pudieran sobrevivir incluso a los procesos químicos de las papeleras. Se sentía olor a cloro hasta en las alcantarillas. En la feria unas hortaliceras de Limache o Quillota ofrecían verduras "sin cólera", regadas supuestamente con agua bendita.

Quizás esa misma paranoia sirvió para que la peste no se saliera de control, porque promovía una higiene medio demencial. En la pensión donde yo vivía, la señora que hacía el aseo trapeaba con cloro hasta las sillas, de modo que ese año terminé con mis escasos pantalones desteñidos en el trasero, con manchitas blancas que recordaban el estilo de los "jeans nevados", pero a lo bestia, tal vez un poco punkies. En esa misma pensión, había un acuario donde vivían alegremente unos pececitos de colores, hasta que un día amanecieron flotando. La muerte de los pececitos desató toda una intriga policial entre los sesenta pensionistas que habitábamos aquella vieja casona del barrio Yungay, hasta que alguien notó que el acuario estaba extremadamente limpio y poco después apareció la señora del aseo acarreando de un lado al otro su arsenal de botellas de Clorinda. Misterio resuelto.

En todas partes cunden las fantasías apocalípticas por las pestes. Ahora, con el coronavirus, en Italia ha habido motines en las cárceles y hasta fugas de prisioneros. Al parecer, en Chile estamos medio vacunados contra esos pánicos colectivos y las fantasías se resuelven en baja frecuencia, por ejemplo agotando el stock de botellitas de alcohol gel, como el de cloro en tiempos del cólera. Nos sentimos seguros si tenemos una botellita a mano, aunque no sepamos bien de qué peligro estamos protegiéndonos. Todos los años la gente se resfría, anda moquillenta, estornuda a más no poder, pero basta con que aparezca un bicho con nombre de general en la Guerra de las Galias para que nos pongamos en guardia contra un desconocido paisaje de tierra arrasada por bolas de fuego y jinetes del acabo de mundo, así que compramos botellitas de alcohol gel para combatir la inminente invasión de Satanás y sus legiones.

Todo el mundo sabe que el pánico es de mentiritas, pero hay una extraña pulsión colectiva que nos lleva a representar ese drama con pasión, de comienzo a final. Hay un famoso soneto de Óscar Hahn que podría servir para leer por anticipado la temporada de coronavirus que viene. Comienza así: "Pasarán estos días como pasan / todos los días malos de la vida / Amainarán los vientos que te arrasan / Se estancará la sangre de tu herida". Y termina asá: "Y dirás frente al mar: ¿Cómo he podido / anegado sin brújula y perdido / llegar a puerto con las velas rotas? // Y una voz te dirá: ¿Que no lo sabes? / El mismo viento que rompió tus naves / es el que hace volar a las gaviotas".



 

 

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Fantasías apocalípticas
Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 10 de marzo de 2020