SAFARI
Verónica Zondek
—texto leído por Verónica Zondek en la presentación del libro Safari, de Leonardo Videla (Alquimia Ediciones 2011, 152 páginas). Café-té-libros Donceles, Valdivia, 10 de Octubre de 2011—
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Apropiarme de la búsqueda identitaria de Safari, donde creo que viven los pasos de este libro, no fue tarea fácil. He leído en forma lineal y deletreado el hilo de sus capítulos numerados y repartidos a lo largo de las páginas. Incurrí en la lectura del intertexto en cursivas que, si bien se escribe intercalado entre los capítulos, constituye un escrito único que recala una y otra vez en su punto de origen. Haber hecho estas distintas lecturas del poemario enriquece, amplía y da cuenta de sus reverberaciones significativas tanto imaginarias como rítmicas y visuales.
Safari, viaje o aventura escritural, es primero un sueño entre quilas valdivianas y luego un viaje en avión que se materializa atravesando los cielos y aterrizando en Italia donde explora lo desconocido para luego y tras muchos periplos, devolvernos al punto de origen. Esta aventura se forja por intermedio de palabras que van construyendo y deconstruyendo las distintas identidades a la cual se enfrenta la voz poética. Al iniciarse en lo extraño o lo afuerino, el poeta asume también e inevitablemente el viaje o Safari interior. Es entonces ahí, en el reino de la extrañeza, donde se zambulle el viajero y, la distancia que esta extrañeza le otorga, es lo que le permite percibir y entender. El viaje descrito y poetizado, es lo que da al narrador la oportunidad de mirar y decir, de poner sobre el tapete lo políticamente incorrecto, de abrazar lo real y diametralmente distinto de la postal mistificadora con la que se suele mostrar a nuestra ciudad; y es también lo que hace que nombre y sufra el horror; que en definitiva, opine y se apropie de un ojo crítico que es la esencia del mirar poético. Así, el poeta-hablante nombra y describe los bosques mutilados, la república bananera en que pululamos, las lluvias y los ríos, la ciudad de aquí y las de allá, las pretensiones con las que nos enfrentamos los unos a los otros, la política y la destrucción del medio ambiente, y todo con el sólo afán de construir un espacio de resistencia y esperanza donde habitar y construir lo posible. Esto a su vez, queda signado simbólicamente a través de una semilla que deviene en rama y luego en árbol y que de una aparente nada o una pura casualidad, desemboca con el tiempo y el viaje que sitúa al poeta-narrador en Italia, en una vida intensa a pesar de todo y todos y contra toda lógica. Es justamente esa semilla tenaz, la que finalmente dobla la mano del viajero y lo hace asumir su estar aquí, en el espacio que lo formó. Entonces, es este mismo Safari que, habiéndolo llevado a un afuera, ahora lo devuelve a un aquí y lo hace mirar y mirarse; Safari, es en este caso y este libro, un símbolo de lo iniciático. Por un lado, el poeta narrador reconoce lo propio y por otro, construye una unidad de tres (madre, padre e hija), que no son sino el reflejo interno de ese otro Safari externo que lo lleva a Italia, entre comillas tierra civilizada y también, origen oscuro de un pasado. El término Safari hace referencia a un viaje por tierras de animales extraños y por lo tanto es posible entender que lo que el poeta-narrador observa es la animalada exótica de su propio habitat con el fin de exponerla, entenderla y trascenderla en un esfuerzo por comprenderse a sí mismo. El viaje, que comienza como una vacación en Italia, se extiende un poco en el tiempo del mismo modo que luego el retorno a Valdivia, también y desde allá, una ciudad para la vacación, se convierte en una aldea en constante destrucción pero reacia a desaparecer gracias a su fortaleza regenerativa. En suma, este viaje se transforma gracias a su dinámica, en un quedarse y recuperar lo propio. Es más, este Safari renovador para el hablante, comienza de a dos y termina de a tres. Este es un viaje-iniciación que se va dibujando en el borramiento de los lugares comunes y en el aprendizaje para ser familia, padre, escritor, etc. Estos procesos desembocan en la figura de un narrador que pierde su inocencia y es capaz de proyectarse en un(a) otro(a), por el sólo hecho de ir develándole el mundo que lo rodea.
Volvamos a la estructura del poemario: El texto poético, que es un solo y largo poema, se divide en 4 partes: Invitación al viaje I, II y III, La Economía de los muertos que se divide, como todos los otros capítulos, en muchos sub capítulos que luego veremos reaparecer con otra numeración en los capítulos subsiguientes o en el mismo, El nuevo pasajero y Vuelta. Los sub-capítulos que se repiten en cada una de las 4 partes nombradas son: Ejercicios de estilo (1,2, 3 y 4), La economía de los muertos (1, 2 y 3), Mensajes de la ciudad natal (1,2,3,4,5 y 6) y por último Mapa mudo (1 y 2). Entre todos estos poemas se va escribiendo otro texto-poema en una lengua prosaica que resulta ser la espina dorsal del poemario. Son los versos que van narrando la transformación del narrador único en un dos y luego en un tres. Es decir en familia. Esta familia, esta trinidad, este piso, recorre todo el poemario. Opina, da forma al mundo, se arma y desarma al modo de un espejo que refleja y nos refleja. En este texto hilo, se proyecta o desmadeja todo lo que las otras secciones van dibujando de modo más acotado. Casi narrativo en su forma y lleno de alusiones literarias, geográficas, metafóricas, mundanas, matemáticas y filosóficas, este texto intercalado termina siendo fundacional. Ladrillo basal del mundo propio. Un espacio outsider donde el poeta se ubica y logra resistir. Se habla de los 30 años del personaje que más que atrincherarse en su mundo propio, busca el mundo para comprender lo otro que lo sofoca en su espacio natal. Y por ende, expulsado hacia el viaje, a ser extranjero donde corresponde, allá, intenta dominar la lengua del ajeno con el fin de poder retornar, de leer lo propio y tomar posesión de las herramientas que necesita para ser el yo-otro aquí, en la ciudad origen. El poeta, ya atrincherado en su mundo suyo y en la familia que construye y que eventualmente le da acceso al conocimiento necesario para leer su espacio original, logra sobrevivir y decir diciéndose. Suena complicado, pero ese es el recorrido que el poeta emprende de la mano, no de Ariadna sino que de Eleonora para reconocer su hogar e instalarse en la ciudad-escritura, no sin antes matar a las animaladas extrañas y amenazantes que lo acechan por doquier. Hay una lectura de lo dado que se repite a lo largo de todo este poemario y que nos dice que no es posible ser algo o alguien, si no reconocemos a nuestros antecesores. En otras palabras se es nadie sin referentes anteriores. Pero a la vez y también, se es para entregar a aquellos que vienen el palo de la posta. Y aquí nuevamente, Eleonora, la hija en esta trinidad-familia, funciona como espejo-metáfora del oficio poético y de la construcción de un mundo reconocible y propio. Y todo esto conforma la gran metáfora del libro. La referencia ineludible a la poesía, a la escritura como espacio de conocimiento, búsqueda y pertenencia. Mundo que, a juicio del poeta-narrador, es también y quizás fundamentalmente, un mundo de postas, de reflejos, de contenidos que hablan y se desarrollan gracias a los que nos antecedieron y a aquellos que vendrán. Es así como esta voz poética entra y recorre el mundo premunido de su escopeta que lo protege.
Safari es entonces un poemario urdido no sólo gracias a su estructura, sino también gracias al tejido con que aprende y aprehende el mundo construido a partir de un cotidiano muy cotidiano (como son los pañales, las cremas para el poto cocido y el trasero de las ninfas tostándose al sol; los paseos mundanos y citadinos, los conflictos étnicos, la sobre-explotación del habitat y las referencias a lugares, libros y autores; los asuntos de pareja, los problemas monetarios, etc…); tejido con el cual también da cuenta de detalles y acontecimientos históricos y personales, que actúan como espejo de un viaje que construye al hablante como poeta situado en un lugar de pertenencia en el cual se instala para mirar desde un afuera con el fin de narrar, opinar y construir su ser aquí y ahora. Y, aunque el presente no es el pasado, en este último, si se abren bien los sentidos, se encuentran todos aquellos detalles que hacen de la vida algo que el poeta ve como real.
Como no pretendo sino invitarlos a leer el libro, no quiero abrumar. Lo que sí me gustaría dejar flotando entre Uds. es la diversidad de entradas posibles que entregan las distintas lecturas de Safari, para que así las busquen y lo lean atentamente. No entraré en detalles pero mencionaré algunos de los tópicos que de alguna forma logran vivir en extraña concomitancia: la ciudad, la historia, los conceptos de lo femenino y lo masculino, el medio ambiente, la pareja, la familia, reflexiones sobre la escritura y la literatura, los acontecimientos políticos, el tiempo y sus vericuetos, la extranjería, el espacio real de los pueblos originarios, la problemática de la traducción, el rol que juegan las distintas lenguas, etc… Poemario urbano, metafísico, histórico, mítico y también ecológico. La forma en que se plasma la escritura sobre la página es también plástica y dibuja con su letra el ritmo, a la vez que nos señala las posibles lecturas. En “casi” definitiva, este poemario intenta hacer uso e investiga gran parte de las puertas que nos abre el lenguaje haciendo uso del habla cotidiana, el lenguaje docto, el poético, la prosa y el conversacional, a la vez que introduce con soltura giros de otras lenguas, vivas y muertas. Y, en definitiva “final”, debo también decir, que este es un escrito sin-vergüenza, envalentonado. No duda en mostrar sus hilachas, sus costuras, sus fracasos. Nos convierte en partícipes y activos mirones de sus luchas por encontrar el vientre del monstruo.
Para concluir, quiero decir que Safari funda su propio mito e intenta también y a la vez, refundar la ciudad madre. Un otro, quizás más puro en ese lejano paraíso perdido, pone las primeras piedras y propone junto a su trinidad, que todo es posible de ser recomenzado. Así nos presenta a un viajero narrador que retorna con su extranjería a cuestas y mira la ciudad: en este punto inicia su periplo como si ella fuese otra. Entonces ve y por eso pide, desea, ser nombrado Huilliche Honoris Causa para reconocer su imagen en un tiempo distinto, antiguo, fundacional y así hacerse parte de la ciudad. Con ello, construye un espacio a partir del cual se erige una voz poética que hace uso del castellano pero también del italiano, el mapudungun, el inglés, el nahuatl, etc… en un mismo nivel discursivo y en ese espacio imaginario, encuentra su raigambre y habla. Para un lector como Uds. o como yo, la lectura de este poemario redunda en un viaje de recorrido detallado por aquellos signos que nos hacen reconocernos como individuos parte de un todo. Los invito a recorrer el camino de la lectura y les deseo un buen y maravilloso Safari a pesar de que sus vericuetos sean a veces difíciles de sortear y los peligros de caer en lo oscuro, se encuentren a la vuelta de cada esquina. Pero así son los viajes aventureros y así también la vida, cuando se la vive paso a paso y sin calculadora.
Puedo decir entonces que después de tanta vuelta, Leonardo Videla concluye al igual que Tolstoy, que habitar, conocer y escribir la aldea propia, equivale a habitar, conocer y escribir el mundo entero.
Verónica Zondek, agosto-septiembre 2011, Valdivia