Acerca de “LA RISA DEL PAYASO”, de Luis Valenzuela Prado
Por Rodrigo Hidalgo M.
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Luis Valenzuela Prado publicó el 2008 su primera novela, “Jueves” (Editorial La Calabaza del Diablo), y el año pasado 2011, lanzó su segundo libro, la novela “La risa del payaso”, con la reputada Editorial Sangría.
Lo primero que tengo que decir es que me llamó enormemente la atención el evidente descuido con que dieron por finalizado su trabajo los editores. Me pareció extraño que el sello editorial levantado por Carlos Labbé y cía., gente de reconocido oficio en estos asuntos, pasara por alto o dejara pasar esos detalles pequeños que el ojo de un lector mínimamente agudo detecta. Y es que incluso en algunos momentos esos ripios llegan a ser atentatorios contra el propio material que hace a la novela. Me refiero a ripios como por ejemplo cuando en un párrafo se introduce a un personaje llamado Pablo Volpato, que es descrito de modo que identificamos al conspicuo periodista Pablo Honorato, y que en pocas líneas es mencionado 3 o 4 veces, siempre como Pablo Volpato, pero que de pronto aparece como Pablo Honorato. ¿Es eso accidental o intencional? Tiendo a pensar que es un error del editor. Que al autor se le pasó, no lo vio. Pero para eso está el editor. Y si es intencionado, entonces debe notarse que es intencionado, no parecer un error. Un lector poco pillo queda sencillamente turulato: ¿Honorato o Volpato? ¿Cómo es la custión? A ese tipo de cosas me refiero. Cacofonías, reiteraciones, puntos seguidos que son claramente puntos aparte, lo que se llama sencillamente ripio.
Recuerdo haber sostenido una discusión con un par de amigos editores sobre este tipo de asuntos. A Roberto Arlt se le censuraba porque “no sabía escribir” y caía frecuentemente en este tipo de problemas. Cambios de tiempos verbales que confunden y desorientan, por ejemplo. Pero claro, pasa que ese tipo de cosas son algo que finalmente el lector pasa por alto, porque la fuerza del relato lo vuelve condescendiente. No es sustancial a fin de cuentas. E incluso llega a constituir un “estilo sucio” de escritura. Ese vitalismo radical. Sí. Ahora que lo pienso, algo de eso puede haber en este libro de Valenzuela Prado, en esta risa del payaso, que desde el título mismo anuncia cierto humor de doble sentido, “cochinón”, medio cerdo.
Mejor voy a ello entonces y me dejo de fomedades y pesadeces.
Esta novela tiene elementos comunes a otras escrituras que en este espacio recientemente hemos comentado. Pienso en “Soldados perdidos” de Alejandro Cabrera, y en “Ciudad Sur” de Luis Antonio Marín. En todos estos casos tenemos personajes que conforman grupos de perdedores, sujetos más o menos al borde del abismo, con una cruel combinación de escaso talento y excesivo deseo de desestabilizar el sistema; y en todos los casos más o menos se ven enfrentados a circuitos de los más depravados poderosos. Y estos elementos, acá también, son lo que define el telón de fondo: los 90s chilenos.
Pero si en Cabrera el tema de la estructura de matrioska del libro es fundamental, y en Marín lo es el trazo grotesco de su hilarante pluma; en Valenzuela nos enfrentamos a algo más bien parecido a un absurdo macedoniano. El libro comienza con un payaso muerto en un motel, una escena que nos invita al error pues pareciera que va a desplegarse un policial negro, pero al dar vuelta la página entramos en las cavilaciones anodinas de un joven diletante, con pies de página en que el autor dice que no va a decir nada, reflexiones sin destino que reivindican su no-destino como destino.
Dije que hay algo como de absurdo macedoniano, y creo que con otros referentes (Monty Phyton), Simón Soto –entre otros críticos o comentaristas- ya había apuntado al mismo blanco.[1] Un peculiar sentido del humor que es para gente fina digamos, no para el lego de chascarro fácil. Aunque en algunos momentos la comicidad pase por escenas más grotescas o vulgares, siempre hay una mirada socarrona que está diciendo algo más, que está recalcando le necesaria doble lectura. Con una sutileza a la vez elegante y descuidada, nos va recordando que la risa del payaso es pintura roja y blanca, que debajo de la carcajada puede haber otra mueca.
Así, finalmente lo que Valenzuela Prado construye en términos de atmósfera sicológica, es un abotagamiento, una pesadez como de caña post-dieciochera, una sensación que hemos descrito ya otras veces, muy propia de los años 90, de desencanto, de resignación, de abulia, de somnolencia, de fracaso. La risa del payaso, siguiendo esa línea, es la risa del sueño muerto. Y el sueño de Batla, el protagonista de Valenzuela Prado, es el hecho o acto de desaparecer. El sueño de los jóvenes que sin capacidad de luchar, se declaran fuera del juego: outsiders. Desaparecer como un abandono de la cancha, sin expulsión mediante. Una juventud que desaparece: la caricatura del “no estoy ni ahí” y el voto nulo. Desaparecer: no figurar en el yermo páramo del Shile jaguar y sus fatamorganas. Proponer la desaparición como acto de rebeldía, en un país con tantos detenidos desaparecidos aún sin aparecer, es un acto de una valentía enorme. Que hace del humor un arma. Bravo por ese filo.
Lo demás es ya contar el final del chiste, y para eso mejor vaya usted mismo lector/auditor, acuda a su segura librería de barrio, y exija este libro. Pídalo. Que no se lo nieguen. No le va a pesar en la bolsa junto al zapallo. O al menos, no más que los años que llevamos aguantando Sábados Gigantes, por ejemplo. Aunque bueno, esto, es ya harina de otro costal… ¿o no?
Una versión de este texto se emitirá en el programa
“Acceso Liberado”, que se transmite los sábados desde las 14 hrs.
por Radio USCAH, 104.5 FM
[1] - Patricia Espinosa: http://www.lun.com/lunmobile/
- Lorena Amaro: http://www.revistaintemperie.cl/
- Presentación de Ramón Díaz Eterovic: http://www.sangriaeditora.com/archives/1202/
- Comentario de Simón Soto: http://www.letras.mysite.com/lvp090112.html