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“Operación Betulio”
Luis Valenzuela Prado. La Calabaza del Diablo, 2013, 120 páginas

Por José Bodhi-Shavuot

Publicado en The Clinic. 28 Agosto de 2014

 

 


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Hay libros que se publican en editoriales independientes pero son tributarios de la lengua oficial. Incluso, algunos, presentan una indudable y equívoca vocación de best seller, paradoja mayúscula al interior del campo literario chileno. No es el caso de “Operación Betulio” (2013), tercera novela de Luis Valenzuela Prado, una obra breve que recuerda esas películas adolescentes gringas de bajo presupuesto que a veces uno pilla en el cable y lo mantienen despierto hasta horas imprudentes. Con este tipo de publicaciones el gastado mote de “editoriales independientes” cobra un sentido más amplio e interesante.

La novela es la segunda parte de una tetralogía denominada “La celebración”, y como en la primera entrega (“Jueves”, 2008), el volumen tiene como eje el humor, esta vez dado especialmente por comentarios de personajes secundarios (¿Betulio, Valenzuela, Julia?) que matizan la narración en primera persona del protagonista, Fresno.

La historia es simple: uno de los tres integrantes del grupo de amigos que articula la novela anterior, el boliviano Betulio Cristaldo, vuelve a su país de origen, y ante el temor de que no regrese a Chile, un segundo personaje, Fresno, parte en su búsqueda. Se le une Julia, una antropóloga que se reserva para sí misma los motivos para efectuar esta disparatada travesía. El autor, en las primeras páginas, renuncia a la tensión sexual entre ambos personajes, lo que le hace un gran favor a la novela. Ambos emprenden su recorrido en el camión de Maturana, experimentado chofer que los llevará hasta Antofagasta, desde donde pretenden seguir su camino por tierra hasta encontrar a la oveja perdida.

La novela es lineal y se estructura por las horas de viaje. Los capítulos alternan la descripción del viaje por la Panamericana Norte –sin entrar en mayores detalles ni descripciones– con fragmentos sobre Maturana, denominados “M”, los que pese a ostentar ciertos visos oníricos, no se desvían de las temáticas principales de la novela, más bien las abordan desde una prosa con tintes líricos.

La definición de esa especie de tono menor que mencionamos al inicio, es explícita. El protagonista/narrador señala: “Alguna vez, digo, hace años atrás, quise narrar un viaje épico y de formación, exacerbado con aventuras regadas de alcohol. Ya no, solo me alcanza para esto: aquí voy yo, a mi izquierda Matu y atrás, en la litera, Julia. ¿Algo más?”.

Como en “Jueves”, el personaje se sitúa voluntariosamente en el ya clásico lugar del perdedor, del looser, tan abordado por las letras nacionales. Ambas novelas son himnos a una derrota a priori y escasamente dramática. Sin embargo, este discurso que unifica las dos obras es solo una justificación para hablar del fracaso y el margen y, por ello, legitimar una historia tan nimia como la que se refiere en sus páginas. Fresno, y antes Valenzuela, no defienden una posible ética o estética perdedoras, de vidas carentes de intensidad, valentía, riesgo, solo las asumen como único derrotero posible.

El libro es, ante todo, una larga reflexión sobre el viaje. Esto se ve problematizado porque a Fresno no le gustan los cambios, y ya sabemos que todo viaje trae aparejado algunos. Pero no, este viaje no comporta transformaciones de ningún tipo (aunque el narrador un par de veces asegure que sí). Quizás podría pensarse que es también una indagación en la psicología del camionero, que a veces parece ser el verdadero protagonista del relato; empero, Maturana funciona más bien como una acertada alegoría del tipo de trashumancia que intenta defender la novela; esto es, un viaje inocuo, sin consecuencias, constituido apenas por la sumatoria de desplazamientos de un sitio a otro. Por cierto, Maturana es el cliché del camionero, algo conveniente si se piensa en los rendimientos que se obtienen de su personalidad frente al volante. Fresno explica: “Observo a un concentrado, silente, serio y huraño Maturana, atento al camino, al de siempre… es un tipo perfecto para la carretera. La disfruta. La vive. La viaja. La gasta”.

Pero, ¿son productivas todas estas divagaciones sobre una vida en tránsito? Solo en ocasiones. No se dice nada nuevo ni revelador sobre el viaje; lo que si se consigue en algunos pasajes, y mediante la iteración, es la modulación de un tono del viajante que no compromete peligros ni épicas con su marcha.

Tal vez lo único que estorba en una narración que a propósito se mantiene monocorde y plana, es la inclusión de algunos dibujos en sus páginas, como la pantalla de un celular o la señalética de la carretera. El intertexto con Los detectives salvajes de Bolaño y la huida en el Camaro por los desiertos de Sonora, es evidente. La pregunta es, no obstante: ¿por qué la novela se vuelve de un minuto a otro autorreferencial y, por ende, suspende el verosímil? No parece haber respuesta para esta duda pertinente, salvo el diálogo con un autor que tanto sabe de viajes iniciáticos, motivo que no alcanzaría a explicar que el lector sea sacado de la anécdota y, mediante dichos dibujos, se haga consciente la materialidad del libro y la ficcionalidad de lo narrado.

De todos modos, “Operación Betulio” logra lo que se propone. Es un proyecto mínimo que se desarrolla sin estridencias y con las modulaciones e inflexiones del lenguaje apropiadas. Habrá que esperar las dos partes siguientes para ver si “La celebración” consigue instalarse como un referente de las poéticas de lo simple, del rescate del mundo cotidiano como buen dispensador de sentido para el arte.


 

 

 

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“Operación Betulio”
Luis Valenzuela Prado. La Calabaza del Diablo, 2013, 120 páginas
Por José Bodhi-Shavuot
Publicado en The Clinic. 28 Agosto de 2014