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Campo de tiro (Alquimia Ediciones, 2011)

LA PRIMERA NOVELA DE LEONARDO VIDELA

Por Oscar Barrientos

 

 

 

 

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Desde que Vicente Pérez Rosales irrumpiera con sus Recuerdos del pasado legó al género de la autobiografía un paradigma de textualidad muy difícil de fragmentar. Leer las continuidades es tarea de una crítica rigurosa, de una revisión acuciosa a los mapas de lo pretérito. Desde entonces ha pasado mucha agua bajo los puentes como el del río Valdivia o el Calle- calle, por donde han asomado nuevos formatos de escritura.

Algo de esta reflexión me invade tras leer Campo de tiro (Alquimia Ediciones, 2011) de Leonardo Videla. En este caso, el registro de la colonización es leído bajo la lupa de algunos espejos degradantes, por momentos sórdidos, pero nunca ingenuos. La historia de Roberto Hitschmann, un adiposo estudiante de Matemáticas, tan ocupado en tentar las leyes de la física como en escribir una novela es una genuina revisión del hito fundador. Nuestras ciudades, como nuestras familias están escritas sobre genealogías sospechosas que necesitamos descubrir, arrebatando el enmascaramiento de las operetas regionales que han tratado el proceso colonizador como zarzuelas o como maquetas de museo.

Videla apuesta por el entramado textual, por el encuentro entre formas genéricas y modalidades de escritura. Su narrativa puede apelar tanto al bildungsroman, como al paper científico o a la lectura alegórica. Todas esas formas de escritura parecen convivir en un diálogo armónico, ya que el autor nos plantea que en alguna medida la historia del individuo es también la historia de toda su progenie, con sus barbaries incluidas. Este autor logra congeniar con los rebeldes espíritus que conviven a veces tumultuosamente en los relatos. Digo esto último porque el narrador no tienen tonos didácticos ni sentenciosos, sino muy por el contrario, vacila en la búsqueda de su rostro identitario, y refrenda los motivos de ese viaje.

Cuando Roberto Hitschmann dispara a los guarenes para disipar su aburrimiento se da cuenta que asiste a un acto despreocupado y cruel, pero siempre atávico. Las pruebas del héroe (por llamarlo de algún modo) tienen bastante que ver con la inminencia de una realidad abismante, una vida que busca motivaciones reales en un Congreso de Física o en la revisión de sus antepasados como el tatarabuelo Karl. En este caso, los fantasmas que asoman desde las fotografías viejas asaltan el presente desvaído de este narrador que hilvana su existencia desde la mansedumbre de un proyecto derrotado de antemano.

Cobra enorme vigor la descripción de la vieja política chilena, apatronada y sembrada de “emprendedores” que surcan el vicioso juego de la ocupación. La bala que silba en el aire a través de toda la novela siempre será el trofeo de la redención, el monumento a la violencia simbólica.

Leonardo Videla nos muestra una primera novela muy lograda, logrando convertir la gran epopeya de los fundadores en la trashumancia de la sangre, la etnia que radica más bien en los territorios del recuerdo. Escribe con las vísceras y alimenta sus fantasmas con su propia sangre, derrama sobre sus lectores el paisaje infinito de la aurora.



 

 

 

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La primera novela de Leonardo Videla.
Campo de tiro (Alquimia Ediciones, 2011).
Por Oscar Barrientos