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Sobre “Terral”, de Heddy Navarro


Por Leonardo Videla


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Cuando un libro se abre con una cita a la producción de la misma autora, es difícil no considerar el gesto como un llamado de atención al lector desprevenido o, quizás, como un modo de reclutar a un lector más avizor para la tarea de ensamblar conceptualmente, con la menor cantidad de crisis posibles, la nueva pieza que llegó a sus manos en la continuidad ya digerida de la obra anterior. Sin ir más lejos, en la nota de contratapa del libro, Raúl Zurita habla de “fidelidad” para referirse a la voz que nos habla en Terral, en el entendido de que hay algo, la raíz o el origen de la voz, digamos, ante la cual hay que rendir cuentas tras cada verso que se escribe. A mi parecer, sin embargo, este libro de Heddy sólo en superficie consiente esta aleación con su poética anterior, y creo que, muy por el contrario, en Terral hay aspectos constructivos y estilísticos que anuncian un divorcio, ciertamente dificil, con los trabajos reunidos hace algunos años en Palabra de Mujer.

En cuanto concierne al montaje general del libro, Terral se nos presenta estructurado en tres unidades que corresponden, bastante aritméticamente, a las tres etapas de un proceso de instalación mental. 1) un peregrinaje paisajístico de norte a sur, que parte en el desierto y termina en los canales australes; 2) una instalación en un sur mental; y 3) el consecuente proceso de descomposición, de CISMA, una vez que se ha alcanzado ese destino sureño.

Atacama, Elqui, la quinta región, la zona de volcanes de la Araucanía, san José a la costa, Curiñanco y un lugar cuyo nombre me resulta impronunciable: estos son los hitos que marcan el recorrido de la primera sección, un recorrido que inicia en un estado de muerte fósil, asociada a la aridez del Norte Grande, y que debiera terminar en algo asi como la vida, seguramente asociada a la humedad y la vegetación, pero que —ya se verá— no termina así. Como sea, este tránsito de la voz, este vagabundeo por los paisajes señeros del Chile poetizado, se deja leer como la búsqueda de un renacimiento. Así, desde que la poeta dice:

Y este
mi mar muerto

hasta cuando declara

marcho siempre al sur
no estoy preparada 
para sufrir menos lluvias 

la pulsión de búsqueda defrauda cualquier instinto de permanencia en otro lugar que no sea aquel considerado el “propio”. O sea: la búsqueda sólo se detendrá cuando, en la segunda sección de Terral, ese lugar desde donde hablar ya haya sido inventado por el tránsito mismo.

Ahora bien, la programación de este recorrido norte-sur, lleva señales de ruta fácilmente identificables en los epígrafes que abren cada parte, provenientes de autores chilenos que se adscriben simbólicamente a cada uno de esos espacios: Zurita, Mistral, Neruda, Teillier, Lienlaf,, Rosamel del Valle. Es como si la voz que canta en Terral tuviera que pagar tributos a algunos númenes tutelares de esos paisaje de la poesía chilena, y en consecuencia la búsqueda de la voz indefectiblemente se delata como una ansiedad por encontrar un rincón en ese cánon que no haya sido invadido todavía, un espacio que, ojalá, hasta ahora no haya sido anexado al mapa de la poesía chilena. En tal sentido, es elocuente el hecho que la última parte de esta primera sección, aquella del nombre impronunciable, no lleve epígrafe de ningún vate y, en cambio, rinde homenaje a dos mujeres de una etnia de la que, según entiendo, no quedan muchos hablantes.

La segunda sección del libro se instala, entonces, en un espacio inventado del sur. Un sur que es uno entre muchos posibles. Gonzalo Rojas, en una entrevista que le realizara Edgar O´Hara en 1981, aludía a la existencia de muchos sures en la poesía chilena, y pareciera ser que en Terral, Heddy se inventa un sur que tiene similitudes con la costa de esta región donde ahora estamos. Un sur que, a diferencia del Valle del Elqui, no ha tenido a su Mistral y que, a diferencia de Atacama, no ha tenido a su Zurita. Un sur todavía no patrimonializado por la tradición poética, y donde la única voz instalada con seguridad es la de los pájaros.

Los treiles han iniciado
previsiones
y aún señorean en la pradera
aledaña a la escritura

y un poco más adelante constata que “Todo está hecho de pájaros”. Y tal vez es sólo recién aquí donde Heddy puede darse a la ambición de sacar la voz y cantar como ella, en otras oportunidades, ya lo ha hecho. A mi parecer, es en esta sección del libro donde se encuentran los pasajes de más alto vuelo lírico. Un ejemplo:

Toca mi rodiilla y dime
si no es el corazón de un
forastero
agazapado gimiendo
que salió a ver
el sol de la noche?

O este otro:

Era la más opaca hora
del frío y del mundo
detenido
en la uña de mi pie

Y sin embargo, este espacio sin dueño, este jardín no hollado, es la antesala para el CISMA de la tercera sección. Cabe hacer notar, aquí, que a lo largo del libro, y también en gran parte de su producción anterior, Heddy ha buscado, y finalmente, encontrado un espacio para el canto,  pero siempre a despecho de dos signos que, en su poética, tienen algo de ominoso. Dos ideas que, sólo para simplifcar, podrían llamarse  “ciudad” y “razón”. Por ejemplo:

la ciudad desfallece
excrementos de almas
sus ruinas
entre fangos de toxinas

O bien:

Prevenido de voces
un planeta corrige su órbita
antes que avizore
en lontananza
la pálida inteligencia
humana

Contra ellos, Terral, y me atrevería a decir que toda la obra de Heddy, postula una forma de resistencia mediante una relación simbiótica con elementos preculturales: la tierra, el agua, los pájaros. De manera consistente con esta alianza, la voz de Terral utiliza, al menos, dos estrategias estilísticas bien marcadas. Primero: la voz:  muchas veces la voz de la hablante se traslada a los objetos, volviéndolos sujetos de un actuar que pone a la poeta en una difícil vinculación dialógica con ellos. Segundo, la insinuación de un centro privilegiado en el “yo”, denotado mediante el uso frecuente de la primera persona singular en función nominativa: “Yo sirena eterna”, “Yo /  sombra inmensa”, “Yo gaviota”. Finalmente: “yo esqueleto de trapo”. En cualquier caso, si bien estas dos estrategias son productivas a las hora de establecer un diálogo con el paisaje, rara vez tienen rendimientos, si no nunca, cuando se intenta lo mismo con otra voz humana. Y así es como en Terral se va viendo que el ir a contrapelo de la urbanidad y la razón, y buscar un blindaje en la ecología de plantas y mares, tiene como consecuencia una forma de soledad, pardójicamente, muy mental , muy urbana.

“En cambio aquí”, dice la poeta en la tercera sección del libro titulada Fin del Tiempo, “un cerebro que hilvana / prodigioso / el vacío inútil”.   La muerte, y sobre todo la meditación sobre la muerte y la descomposición, irrumpe CISMATICA en medio del canto que se quería ya fijado y establecido en su propio paisaje sureño, desestabilizando cualquier pretensión de duración. Desestabilizando —permítaseme la extrapolación— cualquier posible asalto al cánon y cualquier ensanchamiento de él.

Sin duda, es mucho más lo que puede decirse sobre este libro. Referirse a él, como yo lo he hecho, en términos estructurales y, en menor medida, estilísticos, es sólo un modo de aproximación posible. Un modo que a mi parecer, demuestra que la estrategia de Heddy —un amplio y ambicioso gesto de apropiación simbólica—, resulta novedoso en el contexto de su obra y, por qué no decirlo, también en la obra de quienes escriben desde parajes mentales cercanos al de Heddy. Un modo, por último, que intenta inventar un interlocutor, con la esperanza de que el monólogo sombrío y angustioso con que cierra el libro se abra, también, a más lectores. 


 

 



 

 

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