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La epifanía de Pedro Prado

Por Luis Vargas Saavedra
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 25 de Julio de 2010



Aunque Alone lo consideró uno de Los cuatro grandes de la literatura chilena -junto a D'Halmar, Mistral y Neruda- y en 1949 recibió el Premio Nacional de Literatura, hoy no es fácil encontrar sus libros. El autor de Flores de cardo, Alsino y Un juez rural merece reediciones.

Tal como su gran amigo Manuel Magallanes Moure, Pedro Prado (1886-1952) fue escritor y pintor, e igualmente su sensibilidad poética -sutil y metafísica- se inspiraba en lo real. Cuando pintaban ante el paisaje lo conjuraban con un realismo pictórico rociado de romanticismo, de imaginación, pues no acogían la supuesta objetividad de la "pupila inocente" del impresionismo francés. Para ambos, la pintura seguía siendo una interpretación cromática y no una foto hecha a mano. Pincelaban cuadros pequeños y livianos, a veces ejecutados sobre tablillas, para favorecer el acarreo, y hacían rápidos apuntes o "manchas" de colores, que en lo pictórico equivalen al poema en prosa, y que si fueran obras japonesas equivaldrían al haiku .

Fantasía y verosimilitud, Pedro Prado las aliaba en su poesía, en su pintura e igualmente en su prosa, que va del realismo de Un juez rural (1924) a la imaginería de Alsino, nuestro Ícaro. Acaso esa estética atornasolada de realidad e irrealidad era aún prematura en el Chile de entonces, pragmático y prudente, reacio y suspicaz ante las infracciones a su código de normalidades aburguesadas.

Se adelantó en el uso del verso libre

Aunque hoy Pedro Prado no nos parezca un vanguardista encarnizado, hay que enmarcarlo en esa época comme il faut para poder tasarle los atrevimientos con que buscaba expresar su inquietud existencial. En 1908 en Flores de cardo probó el verso libre antes que nadie acá. En 1920 en Alsino injertó quijotescamente lo poético en lo burdo, produciendo un cortocircuito que también acabará derrotando al raro, al desubicado, al utópico protagonista, que en vez de ser un caballero con armadura es un muchacho con alas.

En otras obras la audacia está en las ideas, en las dudas y hallazgos de una crisis religiosa que le trabajara por dentro varios años, hasta serenarse en una conversión confesada en sonetos. Allí la estructura férrea y exigente de los cuartetos y tercetos, con su protocolo de rimas, puede enfriar las emociones del poeta al tener que embutirlas en esa apretazón de pequeño zapato chino. Quizás Pedro Prado, veraz pero púdico, prefirió darlas así: con discreción y mesura, evitando el exhibicionismo de algo tan íntimo.

En sus sonetos se escucha una sensibilidad insatisfecha con la mera fe y asimismo insegura con la sola razón. Ha sido incapaz de concertarlas para enfrentar sin terror la muerte.

Y otra vez cotejándolo con Magallanes Moure, ocurre que ambos han sido eclipsados por las intensidades, las tremebundeces, las terribilidades de Gabriela Mistral y de Pablo Neruda. Pues comparados con ese par de barrocos incendiados, de huracanes síquicos, estos otros dos se parecen a sus delicadas acuarelas: no enardecen los cromos, no perpetran vehemencias ni de sentimiento ni de léxico: se murmullan en melopea de sí mismos, finos y elegantes.

Cuando el megatonaje nerudiano o mistralino se vuelve abrumador, es tónico bajar a leer esos versos de vertiente clara y sencilla que por ser breves y contenidos realzan los opuestos. Ésa es su función: contrastar con mesuras la tromba ajena, para demostrarnos que la diversidad de temperamentos permite apreciar tanto la poesía grandiosa como la humilde.

Pedro Prado con su delicadeza de temple y su elegancia de vocabulario puede atraer a futuros jóvenes lectores ya hastiados de pobreza y rudeza lexical. En tanto que a los viejos ya no les deleita como antes solía, el sentimentalismo ni la retórica: los "¡Oh!", ni los proyectos irrealizados del tipo: "Cantemos ¡Oh! voces el deseo primero: el deseo de cantar" -y no lo canta- o las invitaciones sin fiesta, como por ejemplo cuando insta: "Alzad los ojos y ved", pero no comparte lo que haya visto. Así da la sensación de alguien que no ha vivido ni gozado lo que nos pide. Alguien que se ha quedado al umbral de sus anhelos, sin trasponerlo, sin adentrarse en la mansión del misterio.

Todo eso es parafernalia vintage que ya recobrará atractivo porque los gustos giran tal como la Rueda de la Fortuna, y lo que ahora está en el nadir, mañana estará en el cenit.

Lo estético fluye en él de un oficio a otro

Fuera de la pintura, que es una aliada de su poesía, Pedro Prado estudió arquitectura, que también es una aliada cuando imparte sensibilidad para proporciones y estructuras. Talvez sea demasiado quimérico pensar que un poeta arquitecto cuenta con un refuerzo para armar la organización de su poema o prosa. Pero por algo este poeta ha escogido ser arquitecto, así como ha acogido el ser pintor. Lo estético en Pedro Prado fluye de un oficio a otro, se comunica y los comunica porque le ceden matices de lo mismo. Y "lo mismo" es su personalidad caleidoscópica, que gira surtida de atributos.

El mote de "renacentista" que se le ha aplicado por ese haz de oficios, es una alabanza cruel porque nadie puede ser renacentista después del siglo diecinueve. Y por eso tal elogio mata como la camisa envenenada con sangre de centauro que le pusieron a Hércules.

Pero a Pedro Prado no lo mata del todo... Más bien reconoce la variedad de sus talentos y permite que sea apreciado según tal entretejido de capacidades. En su literatura, lo lírico anexa lo pictórico y lo arquitectónico, y por eso la descripción del mar, más bien, las asiduas descripciones del mar, y las recurrentes descripciones del vuelo de las aves, colorean cuadros, ensamblan estructuras e insinúan símbolos.

Volviendo a los sonetos, su efecto es el de un clasicismo otoñal, que Pedro Prado se ha puesto como unos guantes que le quedan sueltos y que se le pueden caer si gesticula. No convence, no emociona con esos sonetos bien tallados pero aun así hoscos. Es raro esto, porque la forma está trabajada (si no, no serían sonetos) pero la sintaxis lírica es forzada y pierde soltura. Parecen traducidos de otro idioma. En cambio qué fluidos, qué vitales y hasta qué silvestres le salieron los poemas "afganos" de un inventado Karez-Y-Roshan:

Mi amor era tan puro y diáfano
que tú no lo veías.
¿Qué hacer?, me dije
y lo enturbié.

Quiso reírse del esnobismo de lo exótico, y de la cándida ignorancia de su gremio en 1923, y de los lectores chilenos que se tragaron la invención de ese poeta falso, con traductora falsa y biografía falsa y hasta con una falsa fotografía del hermoso Salomón de barba blanca y sedosa, pero que en realidad era la de un vendedor de pollos en La Vega de Santiago... Todo era falso menos la calidad de los poemas.

Colaboró en esa broma el diplomático Antonio Castro Leal, uno de "los siete sabios de México" y futuro rector universitario. No hay en sus 27 libros ninguno de poesía, de manera que su aporte debe haber sido de estímulo crítico. Pedro Prado asumió la responsabilidad del fraude, y a él se le adjudican los poemas, muchos de ellos salvados de sus propios archivos. Bastó orientalizarlos a lo Omar Kayam y el resultado fue magnífico.

Alone "pisó el palito", y alabó desde la foto a los poemas. Sólo Pablo de Rokha detectó las consabidas inquietudes y búsquedas de Pedro Prado, sospechosamente gemelas a las de un desconocido y maravilloso poeta del Oriente.

La realidad detrás de una broma

Ser, vía otro ser, por sí mismo inventado: paradoja de haber logrado en Karez-Y-Roshan su mejor poesía, enmascarándose, y luego jugando a una libertad de carnaval. Acaso un alter ego subconsciente se apersonó verso a verso, revelándole un modo poético más genuino, como si se hubiera hipnotizado ante el espejo para darse la orden de escribir poesía. Y la obedeció hacia un inesperado triunfo verbal.

Lo raro es que no captase la calidad de lo surgido y que no haya continuado con ese estilo y con tales temas, que en el fondo eran los de siempre pero transfigurados.

Después de agotarse la edición, Pedro Prado reveló la tomadura de pelo. Y la tan elogiada maravilla crió telarañas. Hoy no está en librerías. Adolece falta de reedición. Ha quedado como un hoax que revela el good humour de la sangre irlandesa de su madre, Laura Calvo McKenna, bisnieta del general y héroe de la independencia de Chile, don Juan McKenna O'Reilly.

Ninguno entendió entonces que en ese libro la Musa había obrado en serio detrás de la broma, y los poemas, en vez de ser celebrados según su excelencia intrínseca, fueron desdeñados al revelarse la superchería. Torpe época, criterio obtuso, ambiente hostil, lastres y más lastres al poeta.

Pero Karez-Y-Roshan, al acoger las esencias de su poesía anterior y augurar las ulteriores, es la epifanía de Pedro Prado.


 

 

 

 

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