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Poemario "Preguntas a la médium"
Ludwig Zeller
Cuarto Propio, Santiago, 2009, 227 páginas.
Ludwig Zeller vuelve a publicar en Chile
Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 11 de Enero de 2009
Después de 40 años, se edita nuevamente en nuestro país un libro del surrealista chileno radicado en México.
Algo de búho tiene su rostro: cejas hirsutas y una voz cálida y profunda, habituada a contar sueños y vidas que casi lo parecen. Como la suya, sin ir más lejos. Habla con cariño de su infancia en Río Loa, Calama. La figura del padre, el ingeniero alemán a cargo de la fábrica de explosivos con los que se abrió el tajo de Chuquicamata. Las veladas familiares en las que se escuchaban discos de Schumann y se cantaban lieder de Schubert, mientras afuera caía un crepúsculo marciano sobre el desierto de Atacama. La mesa familiar, de tres metros de largo, que servía para amasar el pan, hacer las tareas de la escuela y que los lugareños del pueblo, casi todos bolivianos, pedían prestada cada vez que había que velar a un finado, como evoca Zeller en el libro Los condenados a la mesa que arde.
No le vengan con el cuento de que el surrealismo es un cadáver exquisito. "Cualquiera que pase un mes en mi casa terminaría siendo surrealista", bromea Zeller. Actualmente vive junto a su esposa, la artista Susana Wald, en San Andrés Huayapam, a ocho kilómetros de Oaxaca. "Desde la ventana, a lo lejos, veo las ruinas de Monte Albán, un lugar maravilloso, de más de tres mil años", cuenta entusiasmado. La casa de los Zeller se ha convertido en un pequeño sitio de peregrinación para aprendices de artistas y poetas, quienes le hicieron un homenaje en la última Feria del Libro de Oaxaca.
Hoy, como hace cuarenta años, cuando fundaron la Casa de la Luna en calle Villavicencio, Ludwig y Susana se mantienen en contacto con las nuevas generaciones que buscan sus poemas y collages, los suben a internet ( www.ludwigzeller.com) y los editan en libros de preciosa factura, como los que ellos mismos hicieron en Oasis Publications, fundado en Toronto. Entre 1974 y 1992, el sello publicó 45 títulos, en tres idiomas. Libros de los que solamente se tenían noticias en Chile por coleccionistas y autores afines a la poesía visual, como Gonzalo Millán.
De la maestría para unir la letra con la imagen da cuenta el volumen Alphacollage (1979), alfabeto en collage premiado en Nueva York y elegido "Uno de los diez libros más bellos de la década" en la Feria de Leipzig. Las imágenes de esta obra, impresas en postales, acompañan en una caja el libro que acaba de publicar Cuarto Propio: Preguntas a la médium y otros poemas, una amplia selección retrospectiva de la obra de Ludwig Zeller, en la que no faltan poemas inéditos y saludos a sus grandes amigos. Álvaro Mutis entre los mayores, que ha prologado tres de sus obras.
El volumen marca el regreso de Zeller. Los últimos libros que publicó en Chile fueron Los placeres de Edipo (Editorial Universitaria) y Las reglas del juego (Ediciones Casa de la Luna), ambos de 1968.
-¿Qué siente al publicar en Chile después de tanto tiempo?
-Una sensación bastante curiosa. Susana es más terminante, dice que es una vergüenza, pero la verdad es que estoy muy contento. He hecho una antología para dar una visión global de mi trabajo. Lo importante es que ya se irán publicando otros libros.
Material no le falta. Zeller siempre está haciendo algo. Trabaja de manera "febril", al decir de su esposa, y él mismo reconoce, como quien confiesa una travesura, que se dañó el tendón de una mano después de hacer cien collages en los últimos tres meses.
La poesía de Zeller fluye de una fuente inagotable: los sueños. Materia leve con la que el autor se familiarizó por medio de sus tempranas lecturas de los románticos alemanes (Novalis, Hölderlin), a los que tradujo junto a su primera esposa, Vera. Luego vinieron, por derivación natural, los surrealistas. Se carteó con Breton, conoció al portugués Artur Cruzeiro Seixas, fue amigo de Rosamel del Valle, Humberto Díaz-Casanueva y Enrique Gómez-Correa.
En forma paralela, a comienzos de los años 60, el autor se acercó al Centro de Estudios de Antropología Médica, que fundaron en la Universidad de Chile el doctor Franz Hoffmann y su esposa Lola, de formación jungiana. Con la ayuda de ella, Zeller aprendió a explorar su vida onírica. "Contar un sueño es como mostrar la camisa por el otro lado -afirma el poeta-. Durante tres años estuve no sólo sometiendo mis sueños a examen para ver qué cosa representaban, sino explorando una serie de mitos y viendo los arquetipos que se dan en los seres humanos. Eso naturalmente influye, a la larga, en todo lo poético".
De este trabajo surgió una fuerte amistad con Lola Hoffmann. Y una inesperada confianza: ella le pidió que le ayudara con algunos pacientes, sobre todo hombres, a quienes les resultaba difícil confesar experiencias íntimas a una señora de edad.
"Así conocí a José María Arguedas, que era paciente suyo -recuerda-. Nos paseábamos por ese parque inmenso que los Hoffmann tenían junto a su casa de Pedro de Valdivia. Arguedas cantaba maravillosamente en quechua. Nos hicimos muy amigos. Me dio cosas que a la postre salen en algunos de mis poemas, en esos recuerdos que tengo de la pampa, del Norte. Aprendí también a enfrentar esa cosa tan transitoria de los días que pasan. Rescatar el sueño y ver la manera de fijar algo".
-En su poesía, como buen surrealista, la mujer juega un papel fundamental: la amada termina siendo una médium, incluso una diosa.
-Antes de Abraham, al principio de la historia del pueblo de Israel, una mujer llamada Enheduanna, hija del rey Sargón, llegó a ser una poetisa extraordinaria. Ella escribió para todos los adoratorios de la Luna, la gran madre. Yo me siento muy cerca de todo eso. Cuando uno ama a una mujer, ella se convierte en el vehículo para traer a lo visible lo invisible. Dentro de la mujer se gesta la vida. Eso me parece maravilloso y es evidente en mi poesía. El mayor bien que nos puede dar el mundo es una mujer.
A fines de los 60, la libertad, la poesía, el amor y el goce que habían pedido los surrealistas encajaron a la perfección en el clima de época propiciado por los jóvenes, en especial los hippies. La exposición "Surrealismo en Chile", que Zeller organizó en la Universidad Católica, el año 1970, reunió sus obras junto a las de Roberto Matta, Nemesio Antúnez, Enrique Zañartu y Rodolfo Opazo, entre otros. Una muestra teñida por la irreverencia y la polémica.
Por esos años, Zeller hizo un viaje al Perú. Desde allá se trajo un mascarón de proa perteneciente a un barco alemán que había naufragado en la costa. Experiencia premonitoria, tal vez, de su consigna personal: "Salvar la poesía, quemar las naves", como tituló un libro de 1988. En Arica, el autor convenció a un camionero que transportaba verduras para traerla a Santiago sobre la cabina: pesaba 500 kilos. "Le dije que se trataba de una virgen milagrosa", recuerda Zeller.
Instalado en la Casa de la Luna, el mascarón se convirtió en la envidia de Pablo Neruda, quien, dateado por la mujer de Carlos Altamirano, se lo compró a Zeller cuando éste emigró de Chile en 1971, rumbo a Canadá, junto a Susana y tres de sus cuatro hijos.
-¿Por qué se fueron?
-Nos tornamos sospechosos para diferentes bandos: nosotros no pertenecíamos a ningún partido, a nada. A cierta gente no le pareció bien ver esa cantidad de jóvenes en torno nuestro, haciendo las cosas que hacíamos. Una vez realizamos una exposición de arte hecho bajo el efecto del ácido lisérgico, incluso la llevamos a Buenos Aires. Algunos de mis propios collages no eran para que me tuvieran especial confianza: los encontraban disolventes. Susana perdió su trabajo, luego yo. Quedamos en el aire y la situación se tornó difícil. Finalmente decidimos irnos.
-¿Se va a quedar en México?
-Tengo allá una casa muy bonita y un buen grupo de apoyo. Vivo en un pueblo de costumbres indígenas, donde se pueden hacer tantas cosas: rápidamente están pintando, escribiendo. Nos reímos con mi mujer, porque ella dice que ya parece una oficina de visitas. Viene mucha gente a verme, se toman una foto conmigo, yo les regalo un libro, un collage, alguna cosa y les ayudo para que ellos hagan otras.
-Y ahora que volvió a publicar en su país, ¿qué proyecto le gustaría hacer?
-Hace unos años me propusieron hacer un libro de poemas sobre México. Me dieron una beca de un año. Fue una recolección de monumentos históricos, hechos, gentes. La visión que uno tiene del país. Resultó tan vibrante que me gustaría hacer lo mismo en Chile.