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Apuntes sobre la poesía en Chile

Por Ludwig Zeller
Publicado en Sexto Continente, Bs. Aires, N°7-8, nov.- dic. de 1950



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1. Geografía y destino

Semejante a un reptil de 4.000 kilómetros cuya cabeza se quema al sol del trópico mientras su cola se hunde en las heladas aguas del Antártico, Chile se aferra a la pétrea cordillera de Los Andes, y sus desiertos y sinuosos litorales miran con indiferencia hacia el mar y sus furias saladas. Tierra de paradojas, sus extremos se tocan, y el choque fragua el equilibrio que los sostiene.

Casi diríase que este inmenso cetáceo duerme cuando los blancos copos de nieve caen interminablemente sobre sus montañas como un sueño eterno. Pero los acantilados del sur se desmigajan y quiebran con resistencia, se dispersan en islas numerosas como el firmamento y sus rocas afiladas se alzan como dientes de acero que mordieran el mar. Tan sólo 4.000 kilómetros más al norte nos es dado contemplar de nuevo el espectáculo y los cambios de aquel otro extremo creado por la Naturaleza. Allí el astro de fuego calcina los desiertos que casi diríanse de paisajes lunares, y hay tanta majestad solitaria como en el sur; tan sólo la rosa verde-amarilla del azufre, el salitre y los metales sórdidos denuncian la subterránea vida del planeta. Pero este inmenso navío no conoce el descanso. Aquella agresividad de la tierra que surge y se adivina a cada instante ruge en el subsuelo de Chile: los volcanes encienden su antorcha y levantan sus espirales de humo sobre la noche del tiempo, pretendiendo acallar con sus bramidos al mar que los acosa incesante.

Esta disparidad de los elementos, esta eterna lucha de la Naturaleza que es el destino de Chile, se marca como un sello indeleble en el espíritu de sus habitantes. Ellos llevan en sí, como las formas primarias que sustentan la vida, ese descontento, esa inquietud permanente del espíritu. ¿No es esa llama de resistencia la que mantuvo y guió durante 300 años a los araucanos? ¿No floreció espléndida en el recio carácter de los tercios españoles, en su afán de aventuras y de quimeras irrealizables? ¿No encendió el entusiasmo de los criollos marineros, que en miserables lanchones se lanzaron al océano cruzando el Pacífico hasta llegar a esa Costa de Oro de la California? ¿Y la conquista del salitre? ¿Y las luchas sociales?

De esto tampoco se halla exenta la literatura chilena y sobre todo la poesía. Los poetas son fiel reflejo del suelo que los sustenta. ¿No cogió admirado el paisaje y el valor de sus aborígenes el europeo Ercilla? Neruda alza su clima poético vegetal desde las tierras llovidas y húmedas del sur, la Mistral clama en voz desértica y en todos enciéndese la volcánica amapola de fuego, de la poesía que extiende sus antenas hacia el helado y brumoso Mar de la Razón.


2. — Presencia del pasado

Los pueblos de América, sumergidos aún en el caos de su formación racial, presentan para el observador atento una serie de problemas cuya adecuada solución podría díctaminar el futuro. En el terreno cultural acaso sea la falta absoluta de tradición —como anotara el destacado ensayista uruguayo Zum Felde— lo que más nos dificulta la comprensión y valoración de los problemas artísticos. ¿Podemos considerar como nuestra una cultura que como la de América precolombina nos es en su casi totalidad extraña y desconocida? ¿Lo es acaso la cultura europea, resultado y síntesis de problemas y situaciones que no son las nuestras y que ha sido forjada en el transcurso de los siglos? En el caso concreto de la poesía en Chile es preciso hacerse esta pregunta, al aceptar como presencia tradicionalmente nuestra del pasado el caso de Alonso de Ercilla (1533-1594) y de Pedro de Oña (1570-1643 ?).

"La Araucana", elegida y alabada elocuentemente por Cervantes cuando en forma inquisitorial para con sus contemporáneos revisaba la biblioteca de Don Quijote, reclama por su contenido e intención un lugar especial en la literatura chilena, ya que si bien es un invasor el que escribe sus conocidos cantos, alienta en ellos tal entusiasmo y admiración hacia la valentía del indio y el paisaje que le rodea que justifica el culto que se le profesa entre nosotros como poeta de significación nacional. Caso semejante es el de Pedro de Oña, descendiente de los conquistadores, nacido en Chile, que en su obra "Arauco Domado" sigue las líneas trazadas por Ercilla, exaltando el valor y resistencia de los aborígenes del suelo en que naciera; la mayor parte de su obra, empero, que abarca poemas como "El Vasauro", "El Temblor de Lima" y otros, se resiente un tanto del artificio característico de la época, no alcanzando la reciedumbre ni la densidad poética de su predecesor. Sin embargo, marcan ambos una huella en el futuro poético de Chile con tal trascendencia que, como veremos luego, tiene la fuerza y el valor de aquello que permanece eternamente actual.


3. —La República; el siglo XIX

Díez siglos tuvo la vieja Europa de Edad Media; oscuros, faltos de todas las libertades del espíritu, supersticiosos, fanáticos y largos siglos, hasta que aflorara por fin la concepción admirablemente humana del Renacimiento. Sin embargo, aquellos mismos que habían desatado su yugo hacía años nos lo impusieron todavía a nosotros durante tres siglos: eso fue la Colonia. En este clima mentalmente enrarecido, sólo uno que otro religioso de excepción marca la huella que podríamos llamar más tarde literatura colonial. En ella la poesía propiamente tal es flor extraña que no absorbe aún las savias de esta tierra; y será necesario esperar el advenimiento de la República para que podamos señalar el comienzo de nuestra historia lírica.

Salvador Sanfuentes (1817-1860), Guillermo Matta (1829 - 1899 ) , Guillermo Blest Gana (1829-1905), Eduardo de la Barra (1839-1900), José Antonio Soffia (1843-1886), Narciso Tondreau (nació en 1861), Gustavo Valledro Sánchez (1870-1930), si bien escriben obras que no alcanzan carácter y calidad universal, tienen la enorme importancia para nosotros de ser ellos precisamente los iniciadores y propulsores de nuestra poesía. Cronológicamente debemos agregar el nombre de Samuel Lillo, nacido en 1870, a quien en reconocimiento de su labor se le concedió hace pocos años el Premio Nacional de Literatura, en su carácter de patriarca de nuestras letras.

La obra de estos iniciadores, vista a la luz de un nuevo criterio de valoración, poco da al presente; compuesta principalmente de narraciones y leyendas rimadas, si no es el infaltable efecto declamatorio del romanticismo, acusan sólo el preludio de su posterior transformación; para aquello ya es necesario que volvamos la vista hacia los entonces llamados modernistas.


4. Los modernistas y el grupo de los diez

Cuando faltando pocos años para que finalizara el pasado siglo vino Darío a Chile, no había aun desarrollado su obra que lo situó más tarde como propulsor del modernismo. Mucho le debe él al ambiente que aquí le acogiera —no hay que olvidar que Eduardo de la Barra le ayudó y prologó el primer libro de consideración que compuso Darío, los afrancesados cuentos que componen "Azul"—, pero sin embargo pagó con creces su deuda con nosotros: una peste sonora, afelpada de jardines, cisnes y duquesas, invadió nuestra poesía. A pesar de esto, una línea segura y en constante ascenso distingue a nuestros poetas de entonces; entre ellos, el popular Pedro Antonio González (1863-1903), de sonoro verbalismo, que fue grandemente admirado por la juventud; su obra menos conocida y grandilocuente es la más digna de consideración. Julio Vicuña Cifuentes (1865-1936), Antonio Bórquez Solar (1874-1931), Diego Dublé Urrutia, Zoilo Escobar llenan diversas facetas de nuestra idiosincrasia. Francisco Contreras (1877-1932), que vive gran parte de su vida en París., es un excelente divulgador de nuestra poesía; su obra, sin embargo, es en extremo preciosista. Ernesto Guzmán, Manuel Magallanes, Jorge González Bastías, Luis Felipe Contardo nos ofrecen una poesía ora finamente panteísta ora religiosa. Conmovidas y tristes son las Elegías de Carlos R. Mondaca; en el mismo tono síguele Jerónimo Lagos Lisboa, que contrasta con el vocinglero y discursivo temperamento de Víctor Domingo Silva. Sobre ellos, a mayor altura, se destaca el desdichado Carlos Pezoa Véliz, de raigambre vernácula profunda, que supo como ninguno captar el espíritu del pueblo.

Cronológicamente junto a estos poetas, y en consonancia con el espíritu de la mayor parte de ellos, surge el grupo tolstoiano de Los Diez, cuyo organizador es Pedro Prado, que edita la revista de aquél nombre. Colaboran junto a él Augusto D'Halmar, Santiván, Ortíz de Zárate y algunos otros. Este grupo tiene mayor importancia para nuestro ambiente por su posición esencialmente esteticista que por la labor desarrollada por sus componentes. Ellos llegaron a la evolución total de aquellos cánones que postularon los modernistas, y al persistir en sus mismas ideas durante más de treinta años han tomado un marcado tinte retardatario. Será preciso incluir también entre los propugnadores de esta tendencia a Max Jara, Carlos Acuña, Daniel de la Vega, Carlos Prendez y Hübner Bezanilla. Con ellos se cierra un ciclo de nuestra poesía, que sólo en su próxima fase logra su realización plena.


5. —Nuevas tendencias; nombres señeros

Coincidiendo y paralelamente con el desarrollo económico y las convulsiones políticas que nos legara la primera de las guerras mundiales surge a la vida intelectual de Chile la generación llamada del año 20. Una promoción poética como nunca antes había existido, vehemente y con plena conciencia de su cometido, se abre paso ante los ojos un tanto asustados del público, que, de sorpresa en sorpresa, nunca ha comprendido y apoyado en su total significación la más alta y lograda de las realizaciones del arte nacional, la única que, junto con el movimiento muralista, desarrollado en México, tiene un ámbito de resonancia universal.

Gabriela Mistral, nacida en 1889, surge a nuestra poesía con voz tremante y desgarrada, expresando las pasiones y el dolor profundo que la conmueve. Su primer libro, "Desolación", publicado en 1922 por el Instituto de las Españas, de Estados Unidos, aporta un tono bíblico y una consistencia casi de lava, con materiales fundidos al fuego blanco, que nos recordarán siempre aquella temperatura solar de los desiertos norteños. En el volumen que compone "Tala", así como en los poemas seleccionados bajo el rubro de "Ternura", su obra adquiere una luminosidad y pureza que transparentan su madurez. Su influencia, que ha sido grande sobre todo en el resto de América Latina— no se advierte en nuestro medio con la fuerza que podríamos suponer, ya que la forma y espíritu de su obra, teñida en su primer tramo de esencias novecentistas, señala en cuanto a evolución un punto muerto. Es importante también su labor desarrollada en el aspecto educacional. En 1945 se le concedió el Premio Nóbel de Literatura, siendo el primer escritor sudamericano que recibe este galardón.

Es Vicente Huidobro, el que quizás más ha contribuido a la revolución lírica de los últimos tiempos. Sí bien su estética del Creacionismo ha tenido una mayor repercusión en Francia, en cuya lengua están algunos de sus mejores poemas, su influencia es notoría en la generación española de Gerardo Diego, Lorca y Alberti. Es junto con Pablo de Rokha y Ángel Cruchaga Santa María de los primeros en romper con la poética tradicional, cuyo más ardiente defensor es el grupo de Los Diez. Su obra, que se extiende a lo largo de más de veinte volúmenes, tanto de poesía como de estética y novela, señala hitos muy claros en aquella inquietud de las nuevas tendencias. En los últimos años se ha podido comprobar su ascendiente sobre los jóvenes por el reconocimiento que le han tributado grupos tan iconoclastas como "La Mandrágora". Si en algunos aspectos ligeros se resiente su obra, es en conjunto el primero que en Chile trata de substituir los añejos cánones de los poetas del 900.

La tendencia mística está representada entre nosotros por Ángel Cruchaga Santa María, que desde la aparición de su primer libro, "Las manos juntas", publicado en 1915, viene creando un universo luminoso y musical de la palabra.

Síguele en orden cronológico Pablo de Rokha, quien desde la publicación de "Los Gemidos", en 1922, hasta "Arenga sobre el Arte", su última producción, viene forjando una poética de caracteres violentos y, en algunos casos, de mal gusto; sus mejores páginas se encuentran en "Escritura de Raimundo Contreras"; "Jesucristo" y "Morfología del Espanto". De ascendiente auténticamente popular, su obra, expurgada del frondoso verbalismo que tan sólo la daña, así como ya superada la actitud romántica del autor, que sólo gira en torno de sí mismo, será uno de los documentos curiosos de nuestra época.

Sin embargo, está reservado a Pablo Neruda el sitial máximo en nuestra literatura. Nacido en 1904, su trayectoria poética, jalonada por libros que llegan a formar escuelas, con un acento personal desde sus primeras obras, nos ofrece una labor que constituye, como ha dicho un antologador, "el hecho poético de más vasta significación en el idioma castellano no sólo por el aliento creador que lo informa sino por la innovación que promueve y la influencia avasallante que alcanza". Si en sus primeros volúmenes no llega su espíritu a cristalizar por completo, en "Residencia en la tierra", buceando en la materia misma de las cosas que rodean al YO, nos muestra con dramáticas pinceladas lo que podría llamarse el infierno moderno Ha viajado por el Oriente y Europa. Cuando en 1936 lo sorprende la revolución española, el poeta a quien rindieron homenaje de maestro los escritores ibéricos sale de su ensimismamiento para cantar sus convicciones sociales. Trabajando durante más de diez años en su "Canto General", promete darnos la mayor obra en epopeyas de tal envergadura, lo que no se había intentado desde Pedro de Oña. Sin quererlo ha movido en torno de sí, en el firmamento poético americano, un verdadero enjambre de satélites, sin que ninguno de ellos pueda distinguirse en forma especial. Ha sido senador de la Republica y hace dos años se le concedió el premio Puschkin, otorgado por Rusia Soviética.

Dos poetas afines, aunque con personalidades totalmente propias, completan el círculo máximo de nuestra poesía; ellos son Rosamel del Valle y Humberto Díaz Casanueva. Trabajando ambos en una sería labor exenta de bullas y agasajos nos han ido entregando libros que constituirán el porvenir de la poesía en América. El primero de ellos, en sus tomos de "Poesías", "Orfeo" y "El Joven Olvido", nos ha mostrado sus esfuerzos más logrados, en un clima subterráneo y mentalmente torturado que es el reflejo de nuestro mundo insomne. Díaz Casanueva, con raigambres bíblicas y armado de un atento espíritu de observación disciplinado en las aulas filosóficas, fuera de su "Blasfemo Coronado" y de los Cuatro Cantos de su "Estatua de Sal", tiene poemas inéditos y algunos otros en plena gestación que le aseguran un lugar destacado en el sentir de las generaciones de los próximos años.

Alrededor de los poetas ya mencionados gira una serie de líricos menores, cuya labor no es por eso menos apreciable. Domingo Gómez Rojas, Juan Guzmán Cruchaga, Salvador Reyes, Winet de Rokha, Alberto Rojas Jiménez, Juvencio Valle y Jacobo Danke laboran seriamente buscando su ubicación en nuestras letras.


6. —El presente

Sí bien es cierto que el grupo de escritores que formaron la generación llamada del 20 le dieron un impulso extraordinario y han realizado una labor que nos distingue en los estudios actuales del idioma castellano, ¿podrá en el presente la generación que hoy tiene 30 años cumplir su cometido con igual éxito? Consideremos ante todo que para un conocimiento de la juventud actual desfavorece la comparación con los escritores anteriores que ya tienen su labor casi totalmente realizada.

Cuando con motivo del fusilamiento de García Lorca se desencadenó una verdadera plaga de imitadores del falso gitano se acalló por ignorancia a las mejores voces de nuestros jóvenes, puesto que seguían su tendencia personal. Aun cuando está disuelto el grupo surrealista "Mandrágora" y puede no estarse de acuerdo con sus postulados, justo es reconocer que por su mismo afán de selección de los valores han dado siempre un punto de vista interesante para el estudio de la literatura actual; aquellos que formaron este grupo son Braulio Arenas, que también ha efectuado labor de divulgación en el arte nuevo; Enrique Gómez, poeta y ensayista; Teófilo Cid y el malogrado Jorge Cáceres. Quizá lograrían más su cometido si prestaran una mayor atención a nuestro ambiente, ya que su ubicación y enraizamiento están en la literatura castellana.

La muerte ha segado las más promisorias figuras de nuestra poesía joven. Gustavo Osorio, cuya sensibilidad tornábase hacia acentos de gran místico, y Oscar Castro, con una poesía de índole totalmente opuesta, pero liviana y prístina, nos dejaron sólo el preludio de lo que en una posterior obra habrían realizado.

Aldo Torres, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas tienen aun material por realizar, así como Mahfud Massis y Antonio de Undurraga, de verso quebradizo y poco inspirado.

Muy jóvenes, pero con seguro perfil, se destacan en la masa de la mayoría Stella Díaz y David Rosenmann, pero tendremos que dejar al tiempo que decida sobre su verdadero valor.

Uno entre todos se destaca en esta generación que sigue a los poetas ya consagrados: es Eduardo Anguita, que, con una copiosa obra inédita, se revela como el poseedor de la más sólida labor que se está gestando: de él esperamos que pueda mantener el alto lugar que ha conquistado Chile en la poesía española.

 


 



 

 

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Apuntes sobre la poesía en Chile
Por Ludwig Zeller
Publicado en Sexto Continente, Bs. Aires, N°7-8, nov.- dic. de 1950