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Marina Arrate (1957)

Por Fernando Alegría
En Poesía Chilena en el Siglo XX, Ediciones Lar, 2007, pp. 400 - 401

Un ojo es el mundo, dos ojos son las esferas donde se concreta el acto poético, como quien dice, la vertiente y el mar que dan vida a un lápiz y a la vía láctea, a una flecha y a una fascinante luz; al asalto que, dibujadas ya las líneas, establecido el arco, crea la condición del amor en el vórtice del abrazo. Un rayo fulminante.

Lo que sucede es que una mujer está con un lápiz de ojos en la mano, dispuesta a cambiar la faz del mundo.

El arte poética de Marina Arrate es como el recorrido de una flecha: directo al blanco, ninguna demora ni desviación. ¿Los elementos? Dos puntas: las más voraces y veloces que, al acercarse, se consumen en el diseño de la súbita creación. Observe el lector:

         “Toma el pincel entre el índice y el pulgar de su mano derecha. En el espejo la mujer estira su ojo izquierdo con la misma mano izquierda.
         Ladeado el rostro hacia el oriente, ojo con ojo se miran con profundidad.
         Se desliza el pincel preciso sobre las pestañas del párpado superior. Desde el lagrimal gentil hasta el vértice una línea oscura se extiende aún más allá.
         Bien.
         Se desprenden las manos del rostro, los ojos parpadean, se evalúa con milimétrica precisión el desliz. El primer efecto se deja sentir, un manto se esparce inquieto de sombra…
         …La mano entinta el pincel. La mano izquierda cruza el rostro, estira el párpado derecho. Con su pincel impregnado la pintora audaz y más confiada tiñe ahora horizontal progresiva apegada a la piel una línea perfilada…”

Bien. Después de crear un ojo ¿qué hizo Dios para establecer la línea áurea? Comprobar si lo creado funciona, es decir, si las esferas se regodean. Establecido el milagro y a la espera de la consumación, Dios debe mover sus líneas hasta llegar al borde de una pareja que se toca: última parte.

La mano pintora vuelve a entintar el pincel.

En jardín del edén en dos curvas que llegarán a ser una y, por fin, tiéndese a esperar. El milagro acaba, se reinicia.

¡Acción!

Se observan, por fin, las dos líneas, compenétranse. Felices, aunque apresuradas, se amarran, descubren el mundo y comienzan a moverse. Es - ¿qué duda cabe? – el milagro de la creación:

         “Procesiones en la desembocadura a los pies del mar se mecían sus ojos todos en el vaivén con lentitud de pájaros lánguidos o flechas inmóviles y absortos observándola a ella la piedad que abría sus fauces infinitas a los ojos de aquellos que se mecían al borde del mar: el mar de mis ojos (1).

         “La mano izquierda aún retiene el ojo estirando el párpado inferior izquierdo. Se alza el rostro. La mano derecha triunfante emprende el postrer deslizamiento. Bajo las pestañas, restalla alegre la negra tinta rematando al fin el borde elíptico del ojo. Ahora, en la comisura, sólo un ligero alargamiento de la línea en el enlace y ya está.

         Se despeja el rostro de las manos. Dos ojos en el espejo hechizados se contemplan. Detrás de ese antifaz de serpiente empalizada dos ojos embebidos de asombro palidecen…”

Marina Arrate aclara el valle de la creación con su pincel. Los vecinos proceden a desarmarla. Marina conduce la corriente de luz y sombra por la huella redescubierta y, entonces, la limita sin cercarla, dispone pájaros, nubes, ángeles, convierte el paisaje, la creación, el universo.

 

* * *

(1) Marina Arrate: Este Lujo de Ser, Concepción, Ediciones Lar, 1986


 

 

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Marina Arrate (1957).
Por Fernando Alegría.
En Poesía Chilena en el Siglo XX, Ediciones Lar, 2007, pp. 400 - 401