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Reflexiones en torno a la reedición del libro Filiaciones de
la poeta Eugenia Brito Astrosa. (1)

Por Marina Arrate

 

Variados alcances y sugerencias suscita esta obra, de los cuales no voy a dar cuenta enteramente en esta presentación. Sin embargo, quisiera  detenerme con precisión, entre otras cosas, en la construcción tanto de la sujeto femenina de los poemas como en aquello  que deja ver acerca de la sujeto de la enunciación, que demás está decir, no corresponde con la autora Eugenia Brito, como ya sabemos.

La dialéctica amo – esclavo resuena en estos versos de manera constante. Representada en las diferentes y diversas aseveraciones  del texto se desarrolla y desplaza en un vaivén que va desde la doliente voz que estetiza la fragilidad de una figura femenina avasallada hasta el tono épico que adopta la segunda voz. La voz asume tanto la posición del  esclavo como la del amo, dentro de si misma. Ambas voces se mezclan en los versos, enfatizando ya sea el polo del esclavo ya sea el polo del Amo. Cito:

         “me ordenaron profana”(p.15)
         “no me torturen con el crucificado”(p.16)
         “me sacaron el alma con un cántico”.(p.17)

Esta cita, un poco más extensa, muestra el vaivén del que antes hablaba:

         ¡aún asoma entre mis labios la voz que me ha vencido
         y acecha entre mis dedos su temblor esta tierra!

         No me rebajen
         las marcas
         mis filiaciones últimas.   

         No me filtren las memoriosas capas
         que ya mucho antes de abrirme el nacimiento
         desterré la cruz de espinas de mi boca.

         Mi luz fue populosa. (p. 18 - 19)

Rescato este aspecto de la escritura de Eugenia Brito, por cuanto me parece que ella instala en la escena de la escritura de poesía de mujeres – no solo de los 80  sino en todo el abanico de escrituras de poesía de mujeres en Chile – la fuerza de una pugna trágica, que no recordamos sino desde Mistral, alcanzando en la belleza de sus imágenes y en el rico léxico que despliega las altas cotas de un lirismo que saludamos como ejemplo y paradigma de la altura que una mujer que escribe puede alcanzar.

Suelo meditar en las características de la escritura de mujeres. Y en este caso, no puedo dejar de meditar en la conmovedora voz trágica de la poesía de Eugenia Brito. Nuestra especial capacidad para adoptar los tonos dolorosos del registro del arte en Eugenia Brito se vuelve paradigmática. Aquello que los compositores de opera encargaron a la majestuosa voz de las sopranos se escucha en los textos de Eugenia Brito. Es cierto que recordamos a San Juan de la Cruz, cuyos versos se citan en dos ocasiones al interior del texto, pero no es la suavidad de las estepas castellanas la que se escucha en estos versos, sino la tragedia y la devastación del amor traicionado de la Butterfly de Puccini.

Quisiera citar  nuevamente:

         “Blanca vaga la voz de este gemido
         Sentada en la orilla en que me dejas
         Excavada de ti por tu repliego.

         No te nombró mi cuerpo
         Ni tampoco mi casa fue tu alero”. (p. 29)

Quisiera efectuar otra distinción en relación a los textos místicos de San Juan. No hay aquí ese cierto sosiego de los textos del fraile descalzo, como ya decía previamente, ni menos ese paisaje bucólico, ni menos la certeza que hay en él de un amor correspondido. Muy por el contrario, la hablante se halla inmersa en situaciones torturantes, el paisaje es citadino – más adelante, encontraremos los paisajes del Metro de Santiago, los graffitis, las calles, y en términos históricos, la Dictadura, que es el referente inequívoco de las dolorosa imágenes.  Pero hay más:

Veamos esta cita:

         “Extenuadas las líneas de mi cuerpo
         sordo mi oído al látigo vibración su sonido

         frente al muro me escribe la recta que esta voz me despega
         su cavidad consumida en los repliegos

         este amor que me estalla vasallo y sin fronteras

         Y fui la despedida de los umbrales
         froté mi carne al duro hueso de esta tierra
         me estreché en sus residuos
         humedecieron mi piel los rieles aceitados
         arada por su amor ya no oí otro gemido

                                               De divina fue mi deseo

         oscura mancha protegida  por el sol que la ciega
         llena de alambres de la cabeza a los pies. (p. 45)

Este bello e intenso texto perteneciente al fragmento llamado El amor de la Alambrada nos remite a la alegría del doloroso deseo triunfante. La voz victoriosa proclama: “este amor que me estalla vasallo y sin fronteras” y el otro verso: “De divina fue mi deseo”, después de las imágenes torturantes: “humedecieron mi piel los rieles aceitados/ arada por su amor ya no oí otro gemido”. Raquel Olea escribió, en su libro Lengua Víbora (2) del año 1998, de este libro como el esfuerzo virtualmente inhumano de la hablante por encontrar su habla: “hablo como carente, pero hablo”. Agregaría yo además, por encontrar su propio deseo. Es decir, para configurarse como sujeto de deseo. Y no como objeto del deseo, que es el imperativo del mandato de género femenino.

Quizás lo más enigmático de este texto es la continua elipsis en la configuración del objeto – ¿masculino, femenino, narcisístico? - del deseo. El texto otorga indicios en los tres sentidos.

Yo me atrevería a sostener que lo propiamente místico de este texto de Eugenia Brito Astrosa es el lenguaje amoroso que lo cruza enteramente. Por tal causa, yo sostendría que el libro Filiaciones de Eugenia Brito es enteramente una historia de amor, o una cita de amor con la literatura, y que su goce es el goce de la letra. Cito nuevamente:

         “Con qué escribir esta saliva demacrada
         Qué mano asirá el gemido que susurra
         En lo intacto del soplo

         Cómo irán los dedos de veloces
         Hasta llenar el borde de este mapa

         Como reunir las sílabas una a una
         Llenarlas

         Proyectarlas al tiempo que las mancha en lo informe
         Del rasgado

         No con las manos no
         Rozarán las grávidas esa curva aterrada

         Su fatigado peso no extenuarán mis pies
         Los descalzos serían
         Otro pliegue enjugado

         Ni tampoco el sudor ni menos aún las lágrimas
         Nómades son esas gotas viajeras

         Será con los labios pues
         Con los labios humedecidos
         Besar la pus del labio supurado:
         Lamer la piel corroída por el vicio

         Por dios qué gozo (p. 27)

La dedicatoria al comienzo del texto da indicios sin embargo de otro propósito, dice “a los vencidos de Chile dono el final del texto”. El ultimo fragmento llamado El Cántico y que vuelve a remitirnos a San Juan de la Cruz, dice: “la cristalina fuente no dibujó el rostro del amado”. Este verso que despeja en parte el enigma de este libro, allí cuando comenzamos a pensar que el libro ha estado trabajando, entre otras cosas, en el esfuerzo de configurar el rostro del amado. Sin embargo, al final del libro hay un encuentro fortuito con una virgen,  que  otorga todo el sentido de la escritura.  Este encuentro en un baño en que la halla “con los pelos abiertos e inundada de signos” marca el final del libro, define la palabra de la hablante como “transeúnte travesti marginal” y la posición de la hablante en relación a este hallazgo o esta abdicación, según como lo veamos. Cito:

         “Y te vi erradicada de tu propio deseo
         Nada más que residuo de emanada leyenda

         Pero te vi huésped de mí y te vi también cautiva
         Para verte mejor te di mis pechos

         Te entregué mis labios para que supieras
         Cuan ardiente es el beso

         Te cedí mi encallada de barro para que supieras

         Pero te separaste

         Y yo hice mi propiedad de lo cautivo (p. 120)

Es cierto que la palabra mística recurre a la riqueza de la palabra sensual para hablar de un encuentro o una cita del alma con su objeto de amor. Quizás aquí Agamben (3) podría auxiliarnos para comprender la naturaleza del amor, tal como se construyó en la poesía del s. XIII , con todos los complejos vericuetos por los que hubo de andar para salir del espejo narcisístico y encontrar finalmente al otro. Kristeva en Historias de Amor realiza un esfuerzo semejante.

Dice Agambem: “La reevaluación del amor por obra de los poetas a partir del siglo XIII no tiene lugar a través de un redescubrimiento de la concepción “alta” del Eros que el Fedro y el Banquete habían consignado a la tradición filosófica occidental, sino a través una polarización del mortal morbo “heroico” de la tradición médica que…. sufre una radical inversión semántica. Así como, dos siglos mas tarde, los humanistas, según una intención cuyo emblema se ha fijado para siempre en el genio alado de la melancolía de Durero, modelaron la fisonomía de su más alto ideal humano, el hombre contemplativo, sobre las torvas facciones saturnianas de lo que una antigua tradición médica consideraba el más desventurado de los temperamentos, así también es bajo el sello de una enfermedad mortal de la imaginación como los poetas acuñaron la que habría de convertirse en la más noble experiencia intelectual del hombre europeo moderno”.(Agambem, p.199)

Se pregunta Agambem, un poco más adelante: “¿cómo apropiarse del inapropiable objeto de amor (es decir, del fantasma) sin incurrir en la suerte de Narciso (que sucumbió a su propio amor por una imagen) ni en la de Pigmalion (que amó a una mujer sin vida? O sea, ¿cómo puede Eros encontrar su propio espacio entre Narciso y Pigmalion? (p.211)

Y así me debatía yo con el libro Filiaciones de Eugenia Brito cuando ella me relata cuan impresionada se hallaba en ese momento, y cuan importante fue para la construcción de este libro el estudio de la obra de Duchamp. Y en especial la obra más importante  y enigmática de Duchamp llamada “El Gran Vidrio o La novia desnudada por sus solteros, incluso”.

Esta obra ha sido descrita del siguiente modo: “consta de dos grandes paneles de vidrio superpuestos, sobre los cuales “pintó” Duchamp diversos elementos de apariencia biomórfica y mecánica. El panel inferior está dedicado a los solteros con dos mecanismos de funcionamiento independiente, a los cuales se les ha denominado “máquina solipsista” y “aparato conjuntivo”. Los principales elementos del primero de ellos son el trineo, la rueda de molino, las aspas y el molino de chocolate; el segundo consta de los moldes málicos, los filamentos, las cribas, la espiral (no representada) y los testigos oculistas. En el cristal superior, la novia está compuesta por la Vía Láctea (con tres grandes agujeros rectangulares) y el aparato del deseo (a la izquierda).

Comenta este autor que la temática amorosa es obvia. Duchamp, imbuido del espíritu antiromántico del futurismo, la ejecutó impregnado del sarcástico humorismo del dadaísmo. Allí estaban los solteros de la máquina solipsista, atrapados por una circularidad mecánica, que parece una metáfora masturbatoria (“el soltero se muele su propio chocolate”, escribió Duchamp); pero también pugnaban mediante el aparato conjuntivo por hacer llegar a la novia, colgada en la parte alta una especie de gas amoroso llamado deseo. La figura femenina estimulaba las demandas de los solteros mediante movimientos y mensajes. Se  trataría, según este autor – Juan Antonio Ramírez – de una parodia del amor mecánico del mundo moderno, así como de una representación de las dificultades del encuentro entre la esfera masculina y la remota elevación femenina. Su fría poesía, distanciada y hermética, hace de este trabajo uno de los más hermosos del arte contemporáneo, escribe este mismo autor.

Se produjo una rotura accidental cuando se desmontó la obra, con los dos vidrios superpuestos, uno encima del otro, lo cual resolvió el problema del encuentro entre el panel de los solteros y el femenino. Las grietas simétricas entre ambas mitades crearon una conexión permanente entre la novia y los solteros” (4). Yo agregaría que como metáfora, la unión se produce a través de roturas y grietas, de ambas partes.
                                                              .
Se trataría en este texto entonces de la maquinaria  montada del deseo, pero ahora instalada en la letra – al modo de un tratado estético, un estudio del amor y una suerte de filosofía del objeto de la letra y del gozo -.

Vuelvo inevitablemente a Agambem: esa experiencia, “la más noble experiencia intelectual del hombre europeo moderno” – dice Agambem – es la que se expresa en este libro titulado Filiaciones.

Imposible no mencionar los contextos históricos de ambas ediciones. La primera edición es de 1986, a dos años del NO, y de la salida lenta  de la Dictadura Militar de Augusto Pinochet. En este sentido, la figura femenina como mártir, mujer/signo, fue empleada como un recurso dramático para simbolizar la patria vejada por Diamela Eltit y Raúl Zurita, También la encontramos en La Bandera de Chile de Elvira Hernández. Este sentido fuertemente ligado al momento histórico, hoy aparece como el escenario de fondo de un drama amoroso que hoy podemos apreciar aún con mayor nitidez. Es la figura femenina que se yergue como sujeto deseante, y que lucha durante todo el texto con su objeto de amor: lo define, lo cubre, lo inventa, lo rodea, lo soporta, lo engrandece.

Gran texto de Eugenia Brito.   

 

* * *

Bibliografía:

1.- Eugenia Brito: Filiaciones, Ed. Cuarto Propio, Santiago, Chile,  segunda edición, noviembre, 2010.

2.- Raquel Olea: Lengua Víbora. Producciones de lo femenino en la escritura de mujeres chilenas. Edición conjunta Ed. Cuarto Propio y Corporación de Desarrollo de la Mujer La Morada, 1ª edición, Mayo, 1998, Santiago, Chile.

3.- Giorgio Agamben: Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental. Ed. Pre – Textos 2006, Valencia, España.

4.- Juan Antonio Ramírez: Marcel Duchamp, El Gran Vidrio de 1923. En:
www.elcultural.es/version_papel/ARTE/3388/Marcel_Duchamp
        




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