Cuando niños mis hermanos y primos
jugábamos
a este juego: si alguien
era hallado enseñando el trasero
o en una
posición demasiado obvia
(recogiendo algo del suelo, por ejemplo)
se
lo pateaba en el culo bien fuerte,
o no tanto también, como mostrando
clemencia, y acto seguido se decía:
“patada no vale hasta
el año dos mil”,
endosando la venganza a un futuro
lejano, eximiéndose,
así, de alguna
represalia. En esos veranos todos
nos pegábamos
bastante. Por esa época
además, me acuerdo haber pensado:
“la
cantidad de golpes que nos vamos
a dar el año nuevo del 2000”.
Pero después fuimos perdiendo esta
costumbre salvaje y mientras
crecíamos
y la fecha fatídica se acercaba
supe que nadie
se iba a acordar.
Tampoco yo me atreví a mencionarlo.
Villa
Sapito
De 14 años fue asesinado ayer Matías Ayala
en
medio del fuego cruzado de dos bandas,
de un balazo en el pecho, en la villa
Sapito, Lanús Este.
“Murió sin saber por qué lo mataron”,
Dijeron que sólo pasaba por el lugar,
nada tenía que ver
con armas ni vendettas,
sin embargo, una vez removido
el cadáver
del adolescente no hubo testigos
ni fuentes, nadie dijo nada.
En
la perpetua noche eléctrica de la Red
supe de la muerte de mi homónimo,
de mi azaroso
doble en la periferia de Buenos Aires.
Banalmente intentando
cerciorar mi realidad
supe de mi irrealidad con un torcido gozo
y fue similar,
eso sí, a la sensación
que tuve esa misma tarde en que distinguí
a un conocido en el pasillo de una librería
y, en una pirueta impropia,
me escabullí
para ahorrarme una conversación banal,
aunque
lo paradójico sucedió en la vereda
cuando divisé a un
ex-compañero de curso
y creí percatarme cómo me
reconoció
pero sus gestos –más rápidos que los míos–
dieron
a entender justo lo contrario.
Vida
retirada
No Sir, when a man is tired of London,
he is tired of life
S. J.
Te salvaste del juicio, Augusto, es
cierto,
pero has saboreado la amargura
sin fondo de la palabra “impotencia”,
y
al parecer, tampoco te ha gustado.
Has barajado futuros inciertos
mientras
todo seguía funcionando.
En las palabras “derrota” y “dolor”,
en
sus orillas, has dormido sin calma,
sopesando mentiras y números,
traficando
compasión e investidura.
Que la historia no se vaya a escribir
completamente
según tus designios,
esta evidencia tal vez inservible,
nos alborota
las tripas de júbilo.
Y esperamos el día de tu muerte
como
niños aún, la Navidad.
Asunto
de fechas
Para mí, el año ’73 se encuentra
escindido
entre la historia y mi cédula de identidad,
entre un martes
once de septiembre
y el diez de octubre, fecha de mi nacimiento.
La
llegada de la primavera nos separa.
Imagino, a veces, árboles con hojas
nuevas
y flores en una ciudad detenida; veo camiones
abriendo aún
más los hoyos del cemento
y ondas radiales con bandos y discursos
últimos.
Mi madre dice que pataleaba en su vientre
con los balazos
de los cowboys en el cine.
Y así de ridícula fue mi aparición:
dos
kilos novecientos de color violeta
(“inmadurez pulmonar” dijo el doctor)
arrugado
como un viejo/enano,
sobreviviendo en la incubadora.
Expuesto en
una vitrina, a media luz,
como un vestigio de la vanguardia, o esas momias,
que en el museo precolombino,
con interés advierten los turistas.
“Habitación
para turistas”
Como en un cuadro de Edward Hopper
a
través de la ventana se divisa una pieza
y en esa pieza, apenas decorada,
se
ve al autor pensando en los muertos.
Sentado frente a un escritorio,
sostiene
su cabeza en su mano izquierda
y las imágenes del televisor recién
apagado
aún vibran en su mente.
Y escucha los golpes del segundero
a las 2 AM.
En un mundo de cosas frías — por unos instantes—
cree
ser un óleo sobre tela en un país extranjero.
Entonces, escribe
un texto demasiado pequeño
para ser leído desde acá.
Se olvida más tarde, tarde se duerme
cuando nosotros nos encontramos
ya en otra sala.