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        El Libro del  Componedor
            Marina Arrate. 
              Editorial: Libros de  la Elipse
        
          Por Isabel Gómez
Primavera 2009
        
         
        “No hay nadie en nuestra casa- ésta  es la hora de la magia, la hora del fuego que de los dedos se desprende, con  nardos, con vino, y el pleno atardecer”, escribe la poeta Arrate. Sí es la hora  de la magia porque desde una hermosa ilustración en la portada del libro, nos adentramos  en la lectura de estos poemas del Componedor con el propósito 
de recorrer cada  eco de esta voz poética que se mueve entre el conciente y el inconsciente, sus páginas  se estructuran a través de una prosa poética que indaga no solamente el  presente de las cosas, sino también rememora aquello vivido, la autora nos  dice: “yo te vigilaba. Con mi ojo espeso y avizor. Con mi ojo obsesivo, con mi  ojo demente. Con el ojo de los asesinos, el ojo estúpido, el ojo poético…”.A  través del lenguaje poético indagamos en el otro, navegamos por las  subjetividades del ser, es así como la sujeto poeta observa con su ojo agudo,  inquietante, audaz, pero también calmo para mostrarnos la quietud, la zozobra,  la nostalgia que envuelve los instante de aquel que se busca a partir de la interioridad  de los elementos, porque. “El agua comenzó a correr bajo los puentes, yo lo vi  con mi ojo loco. Era un arroyito musical, y tú fuiste hermoso nuevamente un  instante”. En estas  páginas su ser íntimo transita por los misteriosos paisajes de la poesía y  desde allí se reencuentra con sus Yoes, con esa figura que vuelve a instalarse  en las zonas más intrínsecas de su ser, su ser nostálgico, melancólico, que  navega entre discursos donde el ser fragmentado lucha por modificar su mundo  empírico, sus sentimientos que fluctúan entre un sujeto poético que se muestra  y se oculta en su propio discurso. 
          
          Julia  Kristeva nos dice que: “la melancolía es el mal del siglo porque estamos dentro  de un contexto social donde los lazos simbólicos están cortados. Vivimos una  fragmentación del tejido social”. La autora agrega que: “a partir de ser el  sujeto de un discurso amoroso durante los años del análisis, toma contacto con  sus potencialidades de transformación psíquica de innovación intelectual e  incluso de modificación física, El espacio analítico es el único lugar  explícitamente designado por el contrato social en donde, hay derecho de hablar  de las heridas, y de buscar nuevas posibilidades de recibir nuevas personas,  nuevos discursos”. 
          
          La poeta nos dice: “Arrastré la  túnica implacable de mis pensamientos por la tierra mojada y me increpé  duramente: Si las más bellas flores del jardín semejan la más penetrante de mi  amado, ¿qué hago detrás de este fantasma?. 
          
          Las flores representan el discurso a  través del cual las palabras se expresan, son el símbolo que nos dibujan las  emociones, las flores son el poema que habla, el lenguaje que retorna a nosotras  y se adhiere a la piel como una nueva historia.
          
          A través de estas páginas las flores  construyen un cuerpo poético configurando una realidad que muestra nuestra  esencia, así percibimos el secreto de los hechos y las cosas que nos rodean,  mediante ellas respiramos lo recóndito, aquello que guardamos sigilosas por  temor a ser contaminado en este entorno que tratamos de proteger, ”Tengo una  cita con el componedor de formas. Voy dispuesta a arrancarle su secreto. Me  dice: el enigma de las flores huye y sin prisa me ha dejado en el desierto  florido”.
        Vygotsky  plantea la imposibilidad  de sostener una  reflexión sobre el arte sin concebir la necesidad de un conocimiento más  profundo acerca de la naturaleza del lenguaje, lo que lo lleva a escribir uno  de sus libros más conocidos: “Pensamiento y Lenguaje”. Su concepción del  lenguaje como herramienta material que influye en la transformación del cerebro  humano permite la unión de tres esferas: el arte, la psiconeurología y la  psicología. Esta trilogía lo lleva a situar al lenguaje y la conducta social  como el origen del pensamiento y de la conciencia. El interés de Vigotsky por  esta "Psicología del Arte" se centra principalmente porque: “en  primer lugar se refiere a un capítulo abandonado por la psicología posterior,  abandono que supone la renuncia a la comprensión psicológica de la actividad  artística, en modo alguno marginal dentro del conjunto de los procesos que  conforman la actividad superior humana, es decir, la actividad mediada por  signos. Pero además porque a través del análisis de lo que llama la  "reacción artística" Vygotsky delimita y transpone los límites de lo  que constituirá  el paradigma cognitivo, señalando con acierto que el arte  nunca podrá ser entendido como producto de un procesamiento puramente  cognitivo, racional, objetivo”. 
        Si nos enfocamos en “El libro del  Componedor”, observaremos que esta trilogía se da en la pluma de la poeta  Marina Arrate, ya que hay un cruce de emociones en donde se mueve la magia de  la palabra a través a un discurso poético que instala en nuestra memoria la  semiología como un elemento de búsqueda permanente. La poeta nos dice: “Ten  cuidado. Allí, en ese níveo escondrijo, se encuentra el componedor de formas.  El permite que encontremos la clave perfecta, él nos deja caer como al  desgaire, en medio de la mesa, la llave del paraíso. Debemos conocer a ese  oculto sujeto”. Y es ese oculto sujeto quien nos mueve para mantener vigente  nuestra memoria, para trascender más allá de las palabras, sin cercos que  impidan ver porque, la “mente se hunde en el recuerdo. Mi mente extasiada”.
          
          La  invitación es a que “Recuerda, cuerpo, recuerda”. 
        Godman  plantea la discusión en torno a explicarnos las oposiciones entre: “los  sentimientos y los hechos, la intuición y la inferencia, el goce y lo  deliberado, la síntesis y el análisis, las sensaciones y el cerebro, lo  concreto y lo abstracto, la pasión y la acción, lo mediato y lo inmediato, o la  verdad y la belleza”. Mundos de oposiciones que observamos en estas páginas, que  se instalan en nuestras emociones y confluyen en las voces poéticas de nuestros  propios lugares de habla.
        La figura fantasmagórica se nos  insinúa constantemente como un ser que existe en las reminiscencias de aquello  que no logramos sostener en el tiempo, el ser que se mueve bajo ideales de vida  que este presente no logra aprehender. El ser de la luz, pero también el de la  oscuridad.
        Freud sostiene que la vida psíquica  está dominada por el principio de placer, apareciendo la tendencia portadora de  la pulsión que es la pulsión de la muerte. Muchos analistas rechazan estas  apreciaciones, sin embargo para otros es aceptable considerar estos  planteamientos, especialmente para entender la melancolía. “En tanto Eros  significa creación de lazos, thanatos o pulsión de muerte, quiere decir  desintegración de lazos, ruptura de los circuitos, comunicaciones, relaciones  con el otro”. La vida se mueve entre fuerzas que se corresponden entre sí: integración  y desintegración, principio y fin, amor y desamor, el tiempo y la sutil espera,  entre otros. A través de estos tópicos la construcción de un discurso se  instala mediante  la percepción estética  que subyace en la corporeidad y la abstracción de los hechos vividos. La poeta  nos dice: “El componedor borda sobre una tela las azules ondas de un río  mientras una roja hoja infantil va cayendo sobre las aguas. / Ahora soy yo  quien interrogo al componedor y él, en silencio, me muestra su bordado”. Aquí  todas las emociones se entrelazan, se comunican, se dialogan. Cito: “Emanan  achiras del cuerpo de la amada. Sobrenaturales, macizas, translúcidas. Un  estremecimiento me recorre. Un lírico instante mortal adorna el cuerpo desnudo  y leve de la amada. El ala amenazante de los pensamientos se desplaza hasta mi  espalda. Hay aguas cerca de esta escena”. 
        Leer “El libro del componedor”,  trasciende situaciones de vida que nos invita a la reflexión, oxigenando  nuestras emociones más profundas. Su discurso poético nos adentra en las zonas  más intrínsecas de nuestra subjetividad lectora, es como transitar por aquello  que existe pero que a veces pareciera que no existe, esos mundos simbólicos que  se muestran y se ocultan, como testigos silenciosos del tiempo, porque: “Creo  que está viva, aunque parece una muerta.”