La normalidad de una familia
Milagros Abalo. Las Cortaderas Libros, 2012, 77 páginas.
Por Leonardo Sanhueza
Las Ultimas Noticias, Domingo 1 de Julio de 2012
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Este libro de poemas es el primero que publica Milagros Abalo. Son una treintena de textos relativamente breves, que giran en torno al motivo de la familia y ciertos tipos humanos del presente: la clase media, la hipocresía familiar de las clases privilegiadas, los proyectos de vida frustrados por la sociedad de consumo. Ese posible eje del libro está disperso y fragmentado, es como una cadena rota que, aunque deja la impresión de excesiva incompletitud y falta de unidad, por otro lado se aviene con sus sujetos despedazados, cuya “normalidad” muestra su lado espantoso, sus derrotas o sus sinsentidos.
Evitando el juicio moral evidente o la compasión, los poemas se internan en el vacío familiar de los domingos: ese momento en que la televisión, las noticias, las deudas, la voz de Alipio Vera o las opiniones fatuas parecen hacer cortocircuito con los afectos hogareños. Todos quedan expuestos, nadie se salva: “y con qué facilidad hablan de la inmensa / mayoría y con qué facilidad sobándose / las manos hablan”. La casa está cargada con fuerzas que parecen hablar sobre la precariedad del hogar: “Ninguna gracia me hace estar despierta / cuando los ratones se comen el veneno / dejado en el entretecho / que a estas alturas los hace engordar más que morir”.
Los secretos familiares quedan confrontados a una fuerza superior, a la sociedad o simplemente al destino, el mismo que aplasta también a las familias sin secretos, donde el yo desaparece o apenas quiere asomarse a esa realidad opresiva (“Una corriente de aire me pisotea el cuello / como el tap de un viejo desvergonzado”) o salir a ver la derrota de una vida: “El pobre infeliz se ha encogido con los años / tuvo la ilusión de poeta / sólo buenas intenciones luego envenenadas / por el tiempo caníbal del anonimato / y en un local de calle Irarrázaval / sus palabras entonan un mugriento fracaso”. —
Quedarnos así
Pienso en los restos de una fiesta familiar
en invitados que prometieron volver
después del verano, la manguera dejada
en el pasto, el cielo antes de la lluvia.
Tráiganme un pedazo de vida.
Veo entrar el año y mi desgracia con pasos
de perros que llevan el nombre de mis hermanos.
Soy una cara que ya no concuerda
una muchedumbre en mi cabeza
una televisión por siempre mirada.
Tráiganme un pedazo de vida y no veré
en mi jardín bandadas de pájaros muertos.
En la quietud de agosto el pronóstico del tiempo
anticipa inundaciones que ya han venido para mí.
Y se queman las hojas del naranjo
que mi padre plantó en una esquina
se queman y caen como aliviadas de caer.
Ojalá tenga que irme de este campo solitario
la mañana exactamente igual que la tarde, la noche
a pocos meses estaré paralizada.
Tráiganme un pedazo de vida y no me haré daño
.. .. .. .. . .... .. recordando.
Muchas cosas lindas pasaron en esta casa
ahora llevo la mirada hacia dentro y para
.. .. .. .. . .... .. fin de año
la enfermera habrá quemado mis ropas
cubierto los muebles.
Al otro lado de la puerta alguien viene
a secar este frío sudor, y por un momento
–ojalá quedarnos así para siempre–
dejo de estar obligada a mirarme los pies.