En tiempos utilitaristas donde el interés está depositado en el producto, Milagros Abalo construye una obra diversa en la que prima la relevancia del proceso. Una obra cuya esencia es el transcurso y el movimiento. Una vertiente a la que acudir entre tanta piscina.
Escena 1: Alguien toca música electrónica en un subterráneo en Valparaíso, Milagros Abalo lee unos poemas largos y dibuja círculos con sus hombros, se tambalea como quien produce ondas para dibujar en el agua, su manera de acompañar la escritura. Los asistentes cierran los ojos, sonríen, otros miran la nada que se abre en el suelo. En el aire la sensación de que algo esta pasando.
Escena 2: En un galpón del instituto de arte de la PUCV, esta vez sin música, lee otros poemas. La falta de ruido alrededor los mejora, la música salía de ella, no la rodeaba. Es la única poeta de la jornada ante la que mi hija guarda un respetuoso silencio mientras recoge piedritas del suelo. Me queda grabado que «La memoria traiciona mirando a los ojos». Esa noche pactamos el día de la entrevista, la prefiere en persona, no confía en las cámaras y le gusta mirar a los ojos.
Si hay poetas que definen su estilo por temas, escuelas o por ser descendientes de poetas más viejos, el estilo de Milagros Abalo se define en ese florecimiento de la respiración que es la voz. Cualquiera que la haya escuchado leer, como yo en esas escenas, notará que su escritura se enriquece por el color que le otorga su tempo a esos secos y resbalosos signos dispuestos en el plano. Sin embargo, con lenguaje no solo hablamos (o recitamos) sino que también pensamos y ese doble es el que termina plasmándose en la hoja. Milagros lo hace de manera curva. Durante el poema gira al rededor de un término, lo alimenta de matices, les da profundidad, los extraña, los repite hasta que den lo que tienen para dar. En la conversación hace lo mismo; abraza, acompaña cada juicio con «en mi caso», con «para mí es así» y con esa manera de despersonalizar el juicio y hacerlo más amable que es reemplazar el estruendoso «yo» por el oblicuo «uno». Y no porque no sea dueña del universo sólido y homogéneo que de hecho le pertenece y que construyó en tres libros, La normalidad de una familia (La cortadera, 2012), Esto es (Hueders, 2016) y Hábitat (Hueders, 2018), tampoco porque no se juegue, en cada respuesta y en cada texto, su concepción de mundo, sino porque esos libros, aunque sea ella quien los firme, no los escribió sino que se escribieron, como considera al estado ideal de la producción del poema. Milagros Abalo se concentra en el mundo y la grafía de su violencia, en su opacidad, en esos mensajes intraducibles. En su escritura conviven voces de realidades diversas, de especies diversas, de tiempos diversos que, cuando y para que el poema suceda, confluyen de manera orgánica. Alrededor de esta noción de la escritura como estado, como fenómeno, giró la charla que tuve con la autora.
Bienvenidos a la escena 3:
—En la biografía de tus libros dice que sos editora. Quería preguntarte por tus trabajos que no son escribir. —Bueno yo hago un curso sobre escritoras norteamericanas en la universidad, principalmente de poetas, pero también incorporo ensayistas, narradoras… son esos cursos para distintas carreras, algo generales, orientadores. Además soy editora de manera independiente, presto ese servicio para distintas editoriales. A veces de corrección de estilo y otras en el armado de un libro, entrar en dialogo con los autores, etc. Hago talleres también, aunque eso ya depende de los tiempos, de los ánimos, de todo (se ríe).
—¿Te gusta dar talleres? ¿Son de lecturas o de escritura?
He dado de ambos, lo que pasa es que a veces hago individuales y otras veces grupales, y son distintas instancias. Las individuales son más intensas, concentradas, mientras que las colectivas se comparten lecturas, son más entretenidas…
—Tu primer libro sale por La cortadera, una editorial algo ficticia. Y noté diferencias formales entre ese libro y los siguientes que salen por Hueders, y como sos editora quería preguntarte si hay diferencias entre la edición con alguien cercano (quien firma como editor es Vicente Undurraga, su pareja) y otras personas. En La normalidad de una familia, la escritura es bien corta, concreta, y en los siguientes hay otras extensiones, formas de versos, etc. —Sí, son ciertas esas diferencias pero no creo que tenga que ver con la edición, porque finalmente en ningún caso la edición en los poemas fue mucha con respecto a la edición que uno elabora, sino más bien tiene que ver con los momentos de escritura.
—¿O sea que no te editan tanto? —Por supuesto que hay comentarios y sugerencias, pero no hay así como una sobre edición, eso como de estar encima de los poemas, uno lo hace en el momento de la escritura misma ese trabajo y después, claro, un lector puede advertir un ruido, algo que no calce. Pero tiene más que ver con distintos momentos de escritura. El primer libro es un tono seco, luego Esto es tiene un tono mucho más desbordado, quizás en Hábitat empieza a replegarse en alguna medida. Es que, al menos para mí, los procesos de escritura son muy distintos y se van ajustando a lo que uno esté pensando, escribiendo, a cómo se sienta.
—Leía en una entrevista anterior, que los poemas de La normalidad de una familia no son una confesión familiar, aunque la atmosfera rodee ese tema, por llamarlo de alguna forma. Yo tampoco creo que sea confesional tu poesía sino que se desprende un tipo de especulación. ¿Pero de dónde sale ese imaginario familiar? —Bueno, yo creo que hay relaciones familiares que uno advierte y que le interesan, pero no solamente de la propia, eh, uno puede, o yo por lo menos estoy atenta observar otras dinámicas y a partir de eso echar a correr la escritura.
—¿Como novelista? —Puede ser, por eso también hay poemas que aluden a familias en una clase social determinada y otros a otra distinta, algo de ir pasando por registros diferentes.
—Claro, de pronto uno tiende a darle una connotación de atmosfera a partir de elegir una de las tantas pistas que otorgan los poemas. —Sí, porque uno tiene esa especie de obsesión en la lectura de tratar de situarlo en algo determinado para, en el fondo, tratar de entenderlo pero hay cosas, especialmente en el caso de la poesía, que uno sencillamente tiene que renunciar a entender.
—Hay algo como de lo que no se ve pero existe, algo fantasmal en ese primer libro. —¿Eso como que tú lo adviertes? Puede ser, tal vez en el primer libro tenga que ver con que yo viví en una casa vieja, donde se supone que penaban muertos. Entonces ese imaginario medio fantasmal es parte de una experiencia de la niñez, siempre estuvieron rondando los muertos. Eso se traspasa, ese color. Como una especie de atmósfera que rodea algunos textos.
—Bueno, con respecto a eso de escuchar, recuerdo un poema que tiene como personaje a Nicanor Parra, pero también hay una dedicatoria a Elvira Hernández, poeta con la que, sobre todo a partir de Esto es, noto una relación incluso formal, esto de jugar con el sonido de las palabras para avanzar, extrañar palabras cercanas. ¿Cuál es tu relación con el medio? —Mi relación con el medio es como lectora, me gusta estar leyendo lo que se está haciendo, cómo, qué, desde los que son más grandes hasta los que son más chicos que yo. Me parece que es bueno estar entrando y saliendo de todas esas escrituras, no porque uno pretenda encontrar ahí una cercanía, sino como un gesto de salud. La lectura al final, tanto cuando uno está escribiendo y como cuando no, es un goce.
—Literal, porque un goce es una dirección que no se satisface nunca. —Claro, por eso uno va hacia atrás o adelante en eso.
—Esa relación con la contingencia, ese estar atenta a lo que pasa, me hizo pensar en la parentalidad. Uno no tiene tiempo entonces empieza a ver poemas en todas partes. Y esto en el mejor de los sentidos, el de desfetichizar los temas. —Claro, todo es posible de ser escrito, no hay temas menores ni mayores. En ese libro (Esto es) sí hubo una necesidad de dar cuenta del lugar en el que uno está, en la realidad en la que uno se inscribe también. Quizás en Hábitat va difuminándose con algunos elementos, va siendo menos directo.
—Habría una necesidad cumplida, luego de Esto es. —Si, había una necesidad de hacer referencia a ciertas cosas que pasaban.
—Sigo con la contingencia y le robo una pregunta a una revista argentina, que le pregunta a Carmen Berenger cómo le habría puesto al aeropuerto de Santiago. Si te llaman a vos, ¿cómo le ponés?. —Gabriela Mistral.
—Otra diferencia con respecto al tono más medido del primer libro, es que en los siguientes hay un desarrollo más extenso, son poemas cuyo final es importante pero no son precisamente remates, como que, luego de agotar posibilidades, el poema llega dónde tiene que llegar. ¿Cómo trabajás esas extensiones en la que además confluyen varias voces? —Es particular en cada caso, hay algunos que uno va caminando y escucha una frase, que te detona algunas imágenes que entran en relación y se va construyendo el poema. Y hay otros que aparecen gratis, como yo le llamo, que llegan y uno pareciera ser el envase de aquello que llega. Y uno va transitando en esos registros, yo particularmente sin quedarme en uno u otro, sino permitiéndome la libertad de poder andar donde sea.
—Claro, es cierto que, sin perder homogeneidad, sobre todo en el segundo y tercer libro, hay una diversidad de registros notable, no solo por haber prosas o versos, sino porque incluso hay diferentes sintaxis. —Por eso para Hábitat elijo un epígrafe de Rafael Cadenas que dice «Los poemas son momentos. Anotaciones» y en el fondo la escritura también responde a ese momento, a esa experiencia, a ese pensamiento, a ese estado de conciencia o inconciencia, son muchos los elementos que van interviniendo en la escritura.
—Qué interesante lo que decís, sobre todo porque hay una oferta cada vez mayor de diplomados de escritura creativa, de magísteres, una tendencia a la profesionalización. —Claro, como una cosa medio maquinal, como si hubiera etapas que uno va cumpliendo.
—Sí, y vos me hablás de fenómeno, de algo complejo y profundamente subjetivo. —De todas maneras, cuando uno habla del momento en que escribió determinada cosa, por supuesto que ese momento también va a ser alimentado por cosas que sigan sucediendo adelante o que hayan sucedido atrás. La escritura es una especie de lugar donde confluyen todos los tiempos. Por eso es que cambian. Por eso un poema y su forma y lo que se supone que esté diciendo van variando, incluso dentro del mismo libro. Además yo encuentro un placer en ir cambiando, en ir saltando orillas, me mantiene viva la escritura.
—Entonces estos lugares de formación requieren de alumnos no-literalistas. —Es que hay algo orgánico en la escritura que no puede perderse de vista, si no se empieza a rigidizar lo que va a suceder, en la medida en que yo tengo todo clarísimo, y uno no puede tener clarísimo lo que va a escribir. Hay un estado en el que uno muchas veces se pierde, escribe sin saber dónde va a llegar y eso tendría que mantenerse. Porque ya en el momento que tenemos claro qué es lo que vamos a decir y cómo vamos a decirlo y por qué lo vamos a decir yo creo que ahí pierde sentido. Empieza a ser algo funcional y el poema no puede ser algo funcional. Yo no estoy transmitiendo un mensaje o un informe, transita por otro lugar, por otros estados.
—Qué bueno, eso explica de alguna forma lo que yo mismo sentí al leerlos, me hacía como lector retrasar mi juicio, tener paciencia. —En el fondo, la que impone su manera de ser escrita y de ser leída es la escritura, uno no puede escribir pensando en el lector, porque si uno lo hace lo está haciendo según ciertas expectativas, según ciertas formas de ser. Precisamente tiene que estar levantando ese terreno permanentemente. Haciéndole zancadillas, no vengo a ofrecerle algo que espera que ofrezca.
—Eso sería determinar, que el público sea acotado. —Y escribir sin riesgo, sin cierto novedad, porque al final es seguir repitiendo sistemas de escrituras.
—Bueno, en Esto es hay mucha recursividad, repetición de palabras, de ideas, de sonidos. Entonces y tal vez ya me lo respondiste. Quería preguntarte si hay montajes o salen de un tirón. —Yo escribo así porque pienso así, repitiéndome los pensamientos para que avancen, como una especie de mantra sobre ciertos movimientos que son iguales pero que en cada uno se va ofreciendo una nueva versión.
—Y que el lector llegue a donde tiene que llegar. —Si es que tiene que llegar a algún lado. (Nos reímos). Hay muchos que son por el movimiento mismo.
—En Hábitat hay esta relación con la naturaleza. ¿Cómo es esto viviendo en Santiago? —Es que también nosotros (su familia) vamos mucho al campo. Y en esos viajes fui escribiendo, mucho, y cuando uno los ve en perspectiva… bueno, vi que era la naturaleza lo que estaba presente y decidí agruparlo. Pero tiene que ver con estas idas al campo, y estas nueva mirada que te ofrece la naturaleza… como un nuevo modo de hablar. Por eso es que es distinto al anterior.
—Tontamente pensaría algo de una síntesis, porque tiene algo de lo medido del primer libro, pero no es transparente tampoco. —Claro, es que la naturaleza tampoco ofrece claridad. Uno hay zonas que ignoramos completamente.
—Sería un hábitat compuesto por más de un lugar. —En general mi escritura está compuesta por varios lugares, no solo físicos, sino mentales, emocionales. Hay cosas tan simples como el ánimo que influyen en los poemas… en ese sentido creo que hay una hora, un día, un momento determinado en que uno escribe y eso va a determinarlo. Uno no escribe en abstracto, porque tampoco vivo así. Yo no vivo en una cueva en la montaña desconectada.
—¿Qué leías mientras escribías Hábitat? —De todo, yo soy muy desordenada para leer. Sobre todo leo poesía y ensayo. Y dentro de eso de todo. Pero pudo haber influido desde la lectura del diario hasta un ensayo de la Natalia Ginzburg.
—¿Dirías que es ella la que mas leías? —Puede ser, pero es que me pasa que, más que leer cosas nuevas estoy releyendo. Digo, leo, estoy al tanto de la escritura que se está haciendo, pero releo mucho, ensayos o poetas a los que vuelvo.
—¿Y cuáles son a los que volvés? —Vuelvo a muchos. A Montale, a Pasolini, a la Marosa di Giorgio, la Anajmátova, la Mistral. Las relecturas son muy variadas. En poesía sobre todo hay mucha relectura. Es que la poesía es una lectura que se va revelando por capas, no aparece inmediatamente, por eso es que quizás cuesta más que la gente lea poesía, porque uno tiene que volver. Y a medida que uno vuelve se van activando nuevos sentidos, nuevas direcciones, lo que te gatilló una dimensión luego se densifica con otra cosa…
—¿Para cerrar: el poema tuyo que mas te guste? —Un poema como Espino* me gusta, sobre todo por eso del momento particular, algo de lo que pasó ahí.
Espino (Hábitat, pág. 13)
Habla de nosotros espino
de nuestra madeja en delirio de cuerpos
de nuestro grito antes de nacer
habla de ese grito
y del miedo a la noche.
Esqueleto en riguroso silencio
de mujer, de hombre o de niño.
Habla con nosotros
de los amores que se enredan
trajinándose en sus espinas blancas
o de los amores que brotan
cuando creemos que están secos
pequeñas granadas verdes
en un octubre de estambres amarillos.
Habla de nosotros espino
di
cuántos latidos escuchas
en el corazón de un hombre
oscuro y transparente
como tus ramas de nidos sin pájaros.
No olvides decir
que la baya es una cania a río abierta
una casa
donde duermen en su funda de blanco terciopelo
semillas como fetos.
Una vez, usé la imagen de un monje subiendo las escaleras de un mall sin adelantarse. Vuelvo a él. Esta vez mira un río en algún lugar del oriente antiguo, en eso radica su actividad, su contemplación empieza y termina en sí misma. Si a lo que llamamos arte es un excedente inaprensible adherido a las cosas que construimos porque sí, en la contemplación no lo hay. Ahora vuelvo a occidente, acá. Alguien mira las venas de sus brazos entre el ruido irrenunciable de una civilización adolescente. Como el cauce del río que le corresponde a esta persona está dividido por el Costanera Center, como hay demasiado de qué preocuparse, esta persona se refugia en el poema. Lo mismo que el río, no es un lugar seguro, sin embargo es de los únicos en el que se está a salvo de la banalidad de una dimensión del lenguaje en la que no se dice nada, o peor, una dimensión que cree que el valor levita en la relación entre oferta y demanda. En el sistema del poema el valor es más complejo: llega un piedrazo entre los ojos en la infancia, más tarde, en la adultez, esa persona construye un poema donde ese piedrazo es la voz de la naturaleza (Esto es, Hueders, 2016) donde los palazos vallejianos lo obligan a persignarse (La normalidad de una familia, La cortadera, 2012) donde lo que queda, es lo que vuelve a nacer (Hábitat, Hueders, 2018).
Al ruido, a la falta de subordinadas en las conversaciones, a la renuncia de un pensamiento que exija algo más que un rebote de espejo al interlocutor, a ese estúpido y generalista «bien, po» ante el indiferente «cómo estai», Milagros Abalo (Santiago, 1982) le opone un recorrido de voces múltiples cuyo final nunca es un cierre, un remate, sino un lugar al que llegar: la recompensa del poema. A eso se y nos expone en su obra.
Si La normalidad de una familia fuese un cuadro, sería uno de Arturo Gordon, una escena costumbrista donde uno intuye una tramoya oscura. De ser una película, sin lugar a dudas sería una de Lucrecia Martel, hay algo de familia tradicional, aristocrática, un tipo de orden que daría paso a otro tipo de oligarquía más citadina, Abalo nos muestra ese mundo pereciendo, nos lo muestra obedecer el segundo principio de la termodinámica, la entropía, y lo hace no como poeta confesional sino con un tipo de especulación situada que, a riesgo de quedar como un ridículo anticuado, propongo como propia de escritura de algunas mujeres, y que le da vuelo al fondo de los poemas:
«En el futuro serán los protagonistas de la historia / de la debilidad o la idéntica copia de ellos / Los Privilegiados / que abren el diario oficial de Santiago de Chile / y de las páginas sociales dicen no conocer / a nadie, se ríen de los apellidos impronunciables / que se meten en sus colegios católicos / y llevándose las manos a los ojos con agitación / sueltan la perorata que silenciosamente / debemos tolerar […] se consuela con mensajes bíblicos / cuando en casa de puta la Negra Pati / inicia a los niños y en menos de una hora / les calcina la idea que tenían del amor».
Poemas cortos, en tercera persona, aunque cada tanto aparece una primera a decir cosas como «Tráiganme un pedazo de vida». Esa mezcla, que culmina en la exigencia de sentir algo que haga valer la pena eso a lo que llamamos Vida, esa constelación de voces y pensamientos, es un gesto que se radicalizará en Esto es, su segundo libro.
Definitivamente más extenso que su opera prima, tanto en cantidad de poemas como de versos, el libro, alejado de la atmósfera de casa de campo, es un autentico síntoma de la ciudad. El/los hablante/s de estos poemas hacen explícito su cambio y el desgaste que este implica y «Solo horizontalmente puede estar / en un mundo que parado allá / sigue sin peros su curso natural / como una paciente que espera / con su falta de voluntad / con su puro estado físico de arrastrar / piernas como piedras al despertar». Además del fondo, la sintaxis de este libro/síntoma es recursiva. Como el pensamiento de las personas en el clímax de una vida multitasking, va y vuelve apoyada en repeticiones, trepando hacia abajo por los sonidos de las palabras, que se presentan todo lo materiales que pueden ser. Una muestra que podría titularse Arte poética, pero se titula Escribir (¿acaso no es lo mismo?): «[…] de mis hijos, de sus ojitos llenos de lágrimas escribir / o del mosquito que vuela sobre la fruta / como el mosquito que vuela sobre la muerte / escribir que lento y pesado vuela la muerte en el amor».
Su tercer libro, Hábitat, mira de cerca los objetos que componen la atmósfera del libro/mundo, los exprimen. Tarkovskianamente moscas, cactus, espinos, palomas, el clima y los resbalines son recorridos hasta que susurran su verdad. Esto, a los efectos del libro, es una especie de reconciliación, de elevar a lo que nos rodea a la categoría de condición, es decir, de necesariedad: esto es así porque sí, como los poemas. Un tipo de aceptación, que luego de la conciencia expuesta por los hablantes en los anteriores libros, uno intuye que no tiene que ver con renuncia o resignación. Vuelvo al monje.
En un meta-tiempo su contemplación es interrumpida, la pasividad que ostentaba se tensiona en su mirada, una voz le susurra al oído un dogma de resistencia y apertura: «Florece / y al florecer recuérdales algo a los que te escuchan».
Cinco poemas de Milagros Abalo
El albergue
Y de repente todo desaparece ahí
donde había una pequeña casa a orillas
de lo que fue tiempo atrás un río cristalino
lleno de piedras y peces y árboles al viento
antes del desierto, del avance del desierto
que nos está comiendo vivos bajo el sol
de su absoluta sequedad, del agua que no
volverá, aunque un día solo un día volvió
a correr como el Mapocho llevándoselo todo
los sacos de arena en cada puerta
las casas, los autos, las flores, las
los muertos en el cementerio de barro
y más barro hasta las rodillas
y el olor a mierda de los días venideros
en el albergue donde fuimos a parar.
Todo vuelve a desaparecer ahí, como la vida
desaparece en doscientos segundos
donde hicieron un edificio de veinte pisos color pastel
con áreas verdes recreativas y gimnasio, y sueños
sobre todo sueños hechos realidad
el gran sueño de Chile en su casa propia
justo cuando se movió la tierra, se movió
y las ventanas reventaron, las murallas,
los postes se doblaron en una oscuridad
y un grito de llanto allá fue lo último que se escuchó.
Cuando todo desaparece amaneciendo al final
en un ay ahí donde el fuego incitado por el viento
y por el sol, como se queman los recuerdos
todo quemó y una página en blanco ahora somos
en el tiempo detenido una vez más.
El baile de los estorninos
Apareció de la nada como nos parece
que aparece todo lo que viene del cielo
o todo lo que termina ahí.
Poco antes de la puesta de sol, una bandada
de negros estorninos abriéndose con su brillo
salpicado en un ir y venir alrededor en silencio
acaso la sombra del viento que no se rompe
sino delicadamente
se alejan los pájaros retrocediendo
en todo el espesor de su encuentro
y vuelta, vuelta y vuela, cambiando de forma
como nube en puntillismo corriendo, yéndose
a perder al final, en la cola ensombrecida
de una novia que descubre el cielo al mirar.
Familias decorosas
La nana les lleva el desayuno
en las lozas como nieve
de los domingos perfectos en la Casa de campo
una foto de las vacaciones en el lago
al canto del gallo vehemente
a primera hora de la mañana
y a fin de mes le mezquinan un par de chauchas
y debe callárselo todo.
Hombres correctos del club social
mujeres de extraordinaria vanidad
que no entablan relaciones con sus hijos
encerrados en hielo sus malditos corazones
mientras menos se dice mejor.
Les ponen María para frenar súbitas fiebres
nocturnas (ya no hay conventos)
y al crepúsculo persiste la culpa
del despertar, creen que la homosexualidad
es una enfermedad y el menor de los hermanos
nadie hace preguntas
se pega cabezazos en ese callejón.
En el futuro serán los protagonistas de la historia
de la debilidad o la idéntica copia de ellos
Los Privilegiados
que abren el diario oficial de Santiago de Chile
y de las páginas sociales dicen no conocer
a nadie, se ríen de los apellidos impronunciables
que se meten en sus colegios católicos
y llevándose las manos a los ojos con agitación
sueltan la perorata que silenciosamente
debemos tolerar
Aspiran a tener nuestras tierras
por eso nos reventaron con la Reforma
envenenados por el resentimiento
que les calcifica los huesos.
¡Y vomitamos el caviar de los siúticos!
Pero les advierto
jamás los dejaremos ser socios del club
y aunque tenemos los ojos cafés de todo el mundo
nuestro pelaje rechina al sol vespertino
que se encoge para vernos salir de la Iglesia
porque mi luz es el autocontrol de la sangre.
Como si nada, después de almuerzo
se acuestan a dormir su siesta sin sueños
las familias decorosas de falsas mortificaciones
que a living cerrado
donde cuelgan retratos mortuorios, tulipanes para decorar
se consuela con mensajes bíblicos
cuando en casas de puta la Negra Pati
inicia a los niños y en menos de una hora
les calcina la idea que tenían del amor.
Se han perdido esas tradiciones
la de llevar flores a las tumbas que han quedado
como rocas por donde alguna vez pasó el mar.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . (Del libro La normalidad de una familia)
Las flores del reino Una nueva palabra que después recordará
u olvidará este día breve
aparece girando en la boca de quien no dice
aún no aprende a decir en la tierra de su infancia
manos hundidas antes que palabras.
Hundirá su sexo en otro sexo cuando esa tierra
amanezca puntualmente endurecida de preguntas
¿serán mis palabras las de un perro
que escarba como el niño la tierra
o de una paloma que pasa a nuestro lado en su arrullo?
nunca he conocido el poder de la palabra*,
escrita en un muro
tantas veces
en un libro pude ver
es casa, es fuego, es piedra
a piedra, es calle, es árbol
es tiempo arriba de ese árbol
o las flores de un reino sobre la mesa
donde sentados tocan sus manos
se apagan las luces y bailan borrachos.
Ahí, en ese borde
todo vuelve a girar
y salen del cuerpo las palabras
cayendo como polvo, ceniza
o semilla
en las raíces de una tierra
que en otras palabras se cierra muda.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com La poesía orgánica de Milagros Abalo
Por Matías Ávalos
Publicado en LA PALABRA QUEBRADA, 26 de agosto 2021