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Las insólitas normas de la Biblioteca Nacional

Por Marco Antonio Coloma
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Frente a un auditorio repleto de bibliotecarias y bibliotecarios de todo Chile, Geneviève Patte contó hace algunos días su experiencia como directora de la biblioteca de Clamart, un barrio a las afueras de París donde convivían obreros e inmigrantes a comienzos de los años sesenta. Cuando la biblioteca comenzó a funcionar, recordó, se dieron cuenta que a los niños les costaba mucho acercarse: la biblioteca les parecía distante, era algo que no les pertenecía, tal vez un buen invento para otros, pero no para ellos.

Geneviève y su equipo tomaron una decisión que cambiaría la trayectoria lectora de muchos vecinos en Clamart: pusieron los libros en canastos de pan, los sacaron de la biblioteca y los acercaron a los lugares de juego de los niños. En los días de sol los canastos cargados se colocaban en la entrada de los edificios; cuando llovía iban de puerta en puerta y piso por piso. Los niños tomaban el libro que les gustaba y se lo llevaban a su casa por varios días. Para registrar esos préstamos Geneviéve sólo tenía un cuaderno donde apuntaba el título y el nombre del niño que lo había tomado. Todos los libros siempre volvieron. Ninguno se perdió. Como resultado de esta relación de confianza, poco a poco los niños fueron acercándose a la biblioteca, se sacudieron el miedo que le tenían y la hicieron suya.

Cincuenta años después, Geneviève Patte cuenta esta historia frente a un auditorio chileno para insistir en algo en lo que todos parecen estar de acuerdo: la biblioteca debe ser un espacio abierto a la comunidad y que en lo posible evite cualquier obstáculo entre los libros y sus potenciales lectores.

Por esa razón resulta incomprensible que para el préstamo a domicilio nuestra Biblioteca Nacional exija requisitos similares a los que pediría un corredor de propiedades para arrendar una casa. Como lo lee. Es algo realmente insólito, pero así están diseñadas las normas: un estudiante que desee llevarse a su casa un ejemplar de El lobo estepario debe primero acreditar su condición de estudiante presentando un comprobante de matrícula, luego tiene que conseguir un aval e imprimir copia de la última liquidación de sueldo de ese aval, y además invitarlo a firmar hasta la misma biblioteca. Todo esto, según la Biblioteca Nacional, para «tener respaldo en caso de extravío o daño de algún libro». Yo imagino que mucho antes de terminar de leer el listado de requisitos el estudiante habrá desechado esa opción y buscará otra forma de procurarse la copia de El lobo estepario, si es que puede hacerlo. Y como a los niños de Clamart, la biblioteca le parecerá algo lejano, engorroso, tal vez un buen invento para otros, pero no para él.



 

 

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