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En el centenario del nacimiento de Adolfo Bioy Casares

EL SUEÑO DE LOS HÉROES

Por Marco Antonio Campos



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¿TRAMA O NOVELA PERFECTA?
En los años que Adolfo Bioy Casares escribía La invención de Morel una de las discusiones era si la novela  había declinado o muerto. Ciryl Connolly (La tumba sin sosiego)  decía que nunca había habido tantos poetas que simularan la inspiración y pisotearan “la flor de un idioma tan brutalmente como el político y el periodista”. Y añadía: “La misma dificultad se ofrece a los novelistas, que ya no saben desarrollar los caracteres, las situaciones ni la intriga. Flaubert, Henry James, Proust, Joyce y Virginia Woolf acabaron con la novela. Todo tendría que ser reinventado de pies a cabeza”.

Cuando en 1940 Bioy publica La invención de Morel, luego de una novela y varios libros de cuentos fallidos redactados entre los 15 y los 23 años, recibe, con un prólogo soberbio de Borges, un espaldarazo y un nuevo hálito. Entre los libros del pre Bioy se contaban: 17 disparos contra lo porvenir (1933), cuentos, Caos (1934), cuentos, La nueva tormenta o la vida múltiple de Juan Ruteno (1935), novela, La estatua casera (1936), libro misceláneo de “cuentos, de sueños, poemas, reflexiones”, y Luis Greve muerto (1937), cuentos. Esos libros, ironizaba Bioy en sus Memorias (1984), “desmentían el precepto de mi madre de que la voluntad todo lo puede”. Cuando ocurren esos hechos que avergüenzan, lo mejor para el autor es sonreír y tomar a la ligera los errores atroces y esperar la comprensión, o al menos la piedad, de los otros. Puede pensarse sin mala fe que algunas de esas malas ficciones sirvieron a Bioy de cimiento para la escritura de ulteriores narraciones.

Quizás en su idea central el prólogo de Borges a La invención de Morel es una respuesta, o más, una refutación a todos aquellos, principiando por Ortega y Gasset, que habían otorgado acta de defunción a la novela. Esgrimiendo ejemplos de tramas extraordinarias de novelas del siglo XX, (Otra vuelta de tuerca de Henry James, El Proceso de Kafka y El viajero en la tierra de Julien Green), Borges apreció que La invención de Morel representaba en el orbe de las narraciones uno de los raros casos de “obras de imaginación razonada”. Y concluía: “He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releído; no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta”.

En el ensayo de Octavio Paz sobre Carlos Fuentes, “La máscara y la transparencia”, que sirvió como prólogo a la antología Cuerpos y ofrendas, Paz consideraba en un pie de página que La invención de Morel y El sueño de los héroes “pueden llamarse sin exageración perfectas”, y censuraba a críticos hispanoamericanos que las desdeñaban, o peor, “las han leído mal y han visto en ellas únicamente dos afortunadas variaciones de la literatura fantástica”. Obsérvese: lo que Borges consideraba perfecta en La invención de Morel era la trama; en cambio para Paz era la novela, o más precisamente, las dos novelas. Detrás de ese dictamen, Borges quería decir que el estilo bioycasareano era eficaz,  pero no un fruto maduro. Bioy mismo en una página de su espléndido mosaico de apuntes (Descanso de caminantes (2001), que seleccionó Daniel Martino, hacía notar que Borges mostraba ante la novela “una clara reserva en cuanto al estilo”. ¿Cuál era esa reserva? Me atrevo a suponer que la escritura a base de frases secas y cortas, algo que Bioy hizo a sabiendas, porque tenía la convicción o intuía que una frase larga no es fácil de controlar para un joven sin mucha experiencia. Catorce años después, con El sueño de los héroes, el estilo de Bioy llegaría a una radiante perfección, o de otra forma, escribiría una novela como relojería mágica.

Cuando en noviembre de 1978 Borges vino por segunda vez a México, en una charla que tuve con él en la Capilla Alfonsina, en cierto momento surgió el prólogo que escribió para La invención de Morel y el calificativo que daba a la trama de perfecta. Sí, corrigió, pero a él le parecía mejor lograda, El sueño de los héroes. Cuando quince años después entrevisté a Bioy en su departamento de Posadas y en el restorán La Biela de La Recoleta, al comentar la preferencia de Borges, que yo hacía mía, repuso: “Yo también, pero he tratado de no pensar mucho en eso para no estar lamentando no poder inventar otro Sueño de los héroes. Debe uno creer que lo mejor está por escribirse” (Literatura en voz alta). No dejó de asombrarme un año más tarde, al leer sus deshilvanadas pero interesantes Memorias, que el Sueño de los héroes, su obra maestra, el joyel de su ficción, la mencionara sólo una vez junto a otros libros en el capítulo final que se titula paradójicamente “Historia de mis libros”, sin dar ninguna referencia ni opinión.

BORGES Y BIOY
La extraordinaria pareja literaria Borges-Bioy la unió una amistad ejemplar de 44 años, pero a diferencia de Borges, que fue muy desdichado, Bioy se consideró un hombre feliz. Curiosa o paradójicamente una de las cuatro causas de esa ventura (así lo ha declarado), fue su amistad con Borges; las otras fueron su pasión por las mujeres, los libros y su afición por el tenis. Pero también tengo la íntima convicción de que literariamente Borges sin Bioy hubiera sido de todas maneras Borges, pero Bioy no hubiera sido Bioy sin Borges.

Se conocieron en 1932. No sólo escribieron libros al alimón bajo los nombres de Bustos Domecq y Suárez Lynch, sino fundaron juntos en 1936 la revista Destiempo (duró tres números), dirigieron inolvidables colecciones de libros policiacas (El Séptimo Círculo), tradujeron cuentos y ficciones breves, prepararon antologías que son modelos del género y anotaron obras de autores clásicos. Compartían una gama de gustos y fervores: la literatura fantástica y la literatura policiaca, la filosofía y la lógica simbólica, el cine y la lectura de los sueños, las caminatas por los barrios de Buenos Aires y el amor (con clara suerte dispar) por las mujeres. Creían en el arte deliberado y descreían de las vanguardias.

¿Qué le enseñó Borges? Creemos que, en cierto momento, le evitó seguir redactando malos libros y lo hizo interesarse en libros mejores, en teorías e ideas, una de éstas clave, el eterno retorno, que en sus variaciones, es la pieza giratoria dentro del entramado de La invención de Morel (1940) y de El sueño de los héroes (1954). ¿Pero qué mayor estatua para el amigo que estas palabras pespunteadas en oro por Bioy en 1968 en las páginas de “Letras y amistad” (La otra aventura) y reiteradas en 1994 en el capítulo 15 de sus Memorias: “Por su mente despierta, que no cedía a las convenciones, ni a las costumbres, ni a la haraganería, ni al esnobismo, por el caudal de su memoria, por su aptitud para descubrir correspondencias recónditas, pero significativas y auténticas, por su imaginación, por la inagotable energía de la invención, Borges descollaba en la serie completa de tareas literarias”. ¿No es poco que Bioy haya dicho que Borges era para él “la literatura viviente” o que su amistad fue “un regalo de la suerte” que la vida le dio? ¿O despedirse diciendo una frase como ésta: “Ocurre que él veía la realidad como una expresión de la literatura y ése es el mejor homenaje que se puede hacer a la literatura”?

LA LITERATURA FANTÁSTICA Y LA IDEA DEL ETERNO RETORNO
¿Cuánto corrigió Borges La invención de Morel? ¿Cuántas y cuáles sugerencias se permitió? No sabemos y quizá nunca se sabrá. En un apunte de 1980 de su Descanso de caminantes, con indignación contenida, Bioy escribe: “Yo no estaba peleado con ella, o por lo menos así lo creía. Silvina Bullrich, en declaraciones a una revista, dijo que Borges me había dictado La invención de Morel". Quien conozca la conducta y la literatura de Borges, es evidente que esto no pudo jamás ocurrir, uno, por su ética puritana, y luego, porque un estilo así le era totalmente ajeno. Lo que Bioy está diciendo sin muchos dobleces es que una opinión tan envidiosa y de tan mala fe como la de Silvina Bullrich era para perder una amistad.

En otro apunte de su Descanso de caminantes, “Qué le vamos a hacer”, del 22 de marzo de 1977, Bioy comenta resignadamente otro gazapo: “Ghiano, profesor de literatura, declara en La Nación de hoy que la literatura fantástica en la Argentina empezó con Ficciones de Borges, en el 43 (¿o 45?) y que siguieron después Silvina Ocampo, Bioy, Cortázar... La invención de Morel, que empecé en el 37, se publicó en el 40”. Bioy tiene razón en cuanto a ser el iniciador en Argentina de la ficción fantástica, pero debe recordarse que la idea del eterno retorno, que sustenta Morel, Borges ya la había desarrollado en un ensayo de 1934, “La doctrina de los ciclos”, si bien como un juego filosófico, y que muy probablemente en su lectura de los libros de Borges, o en sus conversaciones con él, Bioy fue interesándose en dicha teoría, que se presta muy bien a recreaciones literarias y a la geometría del azar.

En el ensayo de 1934, valiéndose de la teoría de los conjuntos de George Cantor, Borges buscó probar la fragilidad de la idea del eterno retorno. En él trata de responderse por qué Nietzsche se creía en el Zaratustra el inventor de la idea, cuando la doctrina de los ciclos ya la disertaban en la Grecia antigua los pitagóricos y los estoicos y en el Nuevo Testamento se halla en versículos de los Hechos de los Apóstoles (3, 21), la cual ya la había rechazado San Agustín en el siglo V, y John Stuart Mill la tuvo en consideración al promediar el siglo XIX. El pasaje de los Hechos San Agustín lo rebatió arguyendo, o más bien, sentenciando, que “Jesús es la vía recta que nos permite huir del laberinto circular de tales engaños”; asimismo Borges recuerda el capítulo de la Lógica, donde Stuart Mill asegura “que es concebible pero no verdadera una repetición periódica de la historia”. Todavía en 1943, tres años después de la publicación de La invención de Morel, en su ensayo ”El tiempo circular”, Borges dice en una bella frase: “Yo suelo regresar eternamente al Eterno Retorno”, y siguió haciéndolo en el curso de los años, y quizá, ahora en la muerte, continúe haciéndolo. En el ensayo, Borges expone y desarrolla lo que a su parecer son los tres modos fundamentales de la idea: el imputado a Platón en el Timeo, el imputado a Nietzsche en Zaratustra y el imputado al anarquista Blanqui en De la naturaleza de los dioses.

El eterno retorno puede pensarse, entre otras posibilidades, o como la repetición cada ciertos periodos gigantescos de cada instante de la historia del universo, o como el regreso al infinito de los hechos en la historia del universo, o de sólo de algunos hechos de unas cuantas personas o de una persona, o las repeticiones de algunos hechos en la vida de unas cuantas personas o de una persona. En los dos últimos casos estarían La invención de Morel y El sueño de los héroes: en aquella, las escenas repetidas de unos cuantos días vividos en una isla por un grupo de personas a través de la filmación hecha con la máquina de Morel, y en la segunda, la repetición de la enigmática aventura de los lagos como algo que sucedió antes en la imaginación de Emilio Gauna para volverse una pesadilla espantosa en un presente de desafío y coraje. 

Todos los regresos en Borges a los juegos y fabulaciones sobre el eterno retorno coinciden en el tiempo con sus primeros años de amistad con Bioy.

NACIMIENTO DE LA IDEA DE MOREL
Hasta donde sé Bioy ha explicado cómo surgió en 1937 la idea de La invención de Morel y cuál era el motivo central de la novela(Memorias, 17, 92), pero no he encontrado donde lo haya dicho de El sueño de los héroes. De La invención de Morel precisa: “Yo creo que esa idea provino del deslumbramiento que me producía la visión del cuarto de vestir de mi madre, infinitamente repetido en las hondísimas perspectivas de las tres fases de su espejo veneciano (...) La posibilidad de una máquina que lograra la reproducción artificial de un hombre, para los cinco o más sentidos que tenemos con la nitidez con que el espejo reproduce las imágenes visuales, fue pues el tema esencial del libro”.

En Uno y el universo Ernesto Sabato aun se permite una bella posibilidad imaginativa sobre la bella posibilidad imaginativa del inventor bioycasareano: “Si Morel ha encontrado el procedimiento para crear un mundo que se repite sin cesar ¿no es posible que el propio Morel, sus fantasmas, el evadido, Bioy Casares y todos nosotros estemos repitiendo algún eternorretornograma de algún Gran Morel?” Es la variación de una variación del eterno retorno que hay en el libro: la vida diaria del mundo como una creación total repetida al infinito cada ciertos periodos por obra de un Gran Inventor, que incluye una creación parcial repetida al infinito cada ciertos días por un inventor.

EL TÍTULO
“Se encontró echado entre estatuas, que, después explicó el rengo, mientras mateaban: eran Jasón y los héroes que lo acompañaban en sus aventuras. Gauna trató de llamar la atención de los muchachos sobre el hecho de que hubiera soñado con estos héroes antes de saber que existían y antes de ver las estatuas”, escribe Bioy cerca del final de El sueño de los héroes. En un inteligente ensayo de 1972, publicado en el suplemento literario del diario El Heraldo de México y luego recogido en libro (Los dioses perdidos y otros ensayos, UNAM, 1979), Carlos Montemayor relaciona este sueño de las estatuas de Emilio Gauna con la aventura de las noches del carnaval de 1927 y de 1930, el cual daría sentido al título del libro: “La última noche sueña a hombres semidesnudos, pálidos como estatuas de yeso, disputando en un juego el lugar principal de los héroes. Aparecen en esa noche (en la literatura y el mito) con la historia prefigurada desde años atrás, cayendo suavemente sobre su frente como una unción. En el infierno Eneas contempló sus actos futuros. Gauna ve, sin saberlo, su fin; también sin saberlo ve a Jasón y los argonautas disputándose la gloria. Al abrir los ojos ve estatuas mutiladas, sucias, derrumbadas en la tierra de un corralón de materiales para construcción donde había dormido con sus compañeros de carnaval”.

REPETICIÓN DE UNA PEQUEÑA EPOPEYA
La novela es una versión muy libre del mito griego: Gauna es una suerte de Jasón que va acompañado del doctor Valerga y los jóvenes comparsas que toman al final de la década tercera del siglo XX la condición y  la forma de los héroes de un mito que nació en la raíz del tiempo. En vez del Argo, la nave que lleva a los argonautas por el Mediterráneo y del mar Negro, los compañeros de aventura hacen un periplo a través de barrios de Buenos Aires acompañando a Gauna, que busca el develamiento de “la secreta epopeya de su vida”, que será como apropiarse del vellocino de oro.

Buenos Aires fue siempre un mapa vivo para Bioy, la caminó numerosamente, pero en su novelística sólo apareció con viva intensidad hasta los cuarenta años, cuando en El sueño de los héroes la vuelve entrañablemente nuestra. El lector siente que los acontecimientos sólo pudieron ambientarse en Buenos Aires, y más en el Buenos Aires de los años veinte, esa década que a Bioy le obsesionó tanto. El Buenos Aires donde viven o por el que los protagonistas efectúan las travesías de 1927 y 1930 es una ciudad de talleres, de billares y mercerías, de la peluquería de la calle Conde, del parque Saavedra, de plazas como el Once y Juan Bautista Alberdi, Arenales y Díaz Vélez, de cafés como el Platense, donde Gauna se cita con los muchachos, y del emblemático Argonáutico, donde se cita con Clara, de teatros ínfimos de barriada y de teatros como el Argentino y el Cosmopolita, de proyecciones de películas en el cine Estrella y del prostíbulo de la calle Osvaldo Cruz, de clubs como Os Mininos y cabarets como el Signor y el ominoso Armenonville, del gusto de los personajes por el tango y por el futbol.  En vez de a Cólquide los jóvenes llegan a los bosques del barrio de Palermo después de numerosas vicisitudes y de visitas a numerosos sitios. En esa tarea es indispensable el rol de Clara, quien es una suerte de repetición de Medea; a diferencia del mito, Clara está en el primer día y en el último del viaje y la aventura. Gauna, luego de una serie de señales prodigiosas, descubre el misterio, pero al momento de revelársele en el resplandor de los cuchillos, Clara para él no cuenta nada, como Medea no contará para Jasón después del matrimonio. Tanto para Jasón y Gauna esa indiferencia por la mujer que los ha salvado será su condenación. Aquél, castigado por los dioses, debe vagar de ciudad en ciudad vilipendiado por los hombres, y ya de nuevo en Corinto, con una cuerda que cuelga de la proa del Argo, intenta suicidarse, pero aun en el último momento los dioses lo escarnecen: la proa de la nave se viene abajo y lo mata. Haber ido a dilapidar el dinero en la nueva aventura de los lagos en vez de darlo a la casa, haber faltado al amor por probarse en una pelea de coraje, significa para Gauna la muerte, pero al menos -increíblemente- una muerte feliz.

Una de las piedras angulares para la trama son hechos que dicta el azar, que en un principio parecen mostrar un perfil afortunado, pero que acaban por mostrar su rostro atroz. El hilo de oro para que Emilio Gauna gane las dos veces los pronósticos hípicos en 1927 y 1930, son los informes que obtiene sobre los nombres de los caballos ganadores en el establecimiento de dos peluqueros de nombre sorprendente: Massantonio y Pracánico.

El arte de la admonición no es menos inquietante. Hay varias frases, que Gauna, de haberlas tomado en serio, habrían evitado el drama, si es que él lo hubiera querido evitar. Una es del Gomina Maidana: “Las cosas malas no hay que saberlas”; otra es una respuesta del Brujo Taboada, sobre si era conveniente seguir dilucidando el misterio de la aventura de los lagos: “Ni siquiera creo que [Emilio] pueda olvidarlo; pienso, no más, que no le conviene...”; una tercera es la de Santiago, uno de los muchachos del embarcadero, que lo habían cuidado la última noche del carnaval de 1927: “Yo, si fuera vos, me olvidaba todo ese puro disparate y me dedicaba a vivir tranquilo”.

Se trataba, como quería Taboada, de que Gauna no fuera como “el guapo Valerga”. Y sin embargo.

LA GENTE MODESTA
En sus Memorias, en sus apuntes de Descanso de caminantes, en diversas entrevistas, Bioy ha insistido en su gusto y preferencia por la gente común como protagonistas de sus libros. En la página 68 de sus Memorias  (Tusquets, 1994), establece: “En mis relatos hay personajes y lugares por los que siento simpatía. Mis personajes son por lo regular gente modesta”.

¿Quiénes son a fin de cuentas los personajes de El sueño de los héroes? ¿Quién es a fin de cuentas Emilio Gauna sino un obrero mecánico que trabaja en un pequeño taller de autos a unas calles de Parque Saavedra, del cual será después socio, y que gusta hablar de coches como los Studebaker y los Hudson? ¿Quién es Clara, sino una actriz, y pronto, desde el casamiento, una ex actriz de barrio pobre y una amorosa ama de casa a quien le van apagando la luz de las ilusiones? ¿Quién es su padre, el Brujo Serafín Taboada, sino un honesto clarividente de barrio, querible, inteligente? ¿Quién es Sebastián Valerga, sino un doctor espurio, lleno de historias sospechosas, inútilmente cruel, fatuo, quien, sin embargo, es el maestro y modelo del grupo, “el terrible protector de todos ellos”, y quien tiene la virtud áurea en ese medio de ser hombre valiente? ¿Quién es el pelirrojo Larsen, sino la representación extrema de la lealtad, y que como amigo significa para Gauna, salvo en la última negación, lo que Clara en su amor fiel? ¿Quién es ese grupo que se reúne en torno a Valerga –el obeso y alegre Pegoraro, el medio cantor Antúnez, el Gomina Maidana— sino jóvenes destinados, menos a bogar, que a naufragar en el mar borrascoso de una vida con un horizonte precario, sin sueños ni luz, si no es que desde ya han naufragado? En ese mundo de pobreza violenta, en esa sociedad de barrio bravo donde una mirada fija es como un cable de alta tensión, el coraje a la hora del pleito es una moneda de oro que reluce: da nombre y crea leyenda.

UNA MUCHACHA INOLVIDABLE
Es curioso: quizá los más recordables personajes femeninos  de la novela argentina  después de la segunda mitad del siglo XX, son, a diferencia de los de la novela mexicana (Susana San Juan u Otilia Rauda), a excepción de la Alejandra de Sobre héroes y tumbas casos emotivos de compleja sencillez y de ternura conmovedora, los cuales, sin embargo, acaban orillando a la muerte o a la locura a quienes se enamoran de ellos: Talita de Rayuela y Clara de El sueño de los héroes. En el ensayo que escribió sobre Carlos Fuentes, Paz observaba: “El tema de Bioy Casares no es cósmico sino metafísico: el cuerpo es imaginario y obedecemos a la tiranía de un fantasma. El amor es una percepción privilegiada, la más total y lúcida, no sólo de la realidad del mundo sino de la nuestra: corremos tras las sombras pero nosotros también somos sombras“. En el caso de Bioy es una verdad parcial, o si se quiere, una realidad a medias. Correcta la observación en cuanto a la Faustine de La invención de Morel, Clara contradice de raíz esta opinión: no hay página donde Clara no sea conmovedoramente humana, y nunca su cuerpo es más verdadero y hermoso, como cuando en un paseo por el campo, en un instante inolvidable, hace con Emilio por primera vez el amor junto a las aguas de un arroyo, y al regresar a la casa campestre, Clara le da un jazmín. Para mí ese jazmín es lo más emblemáticamente puro y luminoso del amor de Clara por Emilio, o tal vez, del amor de Clara y Emilio. Cuando en la entrevista antedicha dije a Bioy sobre el encanto que dejan en el lector un buen número de sus personajes femeninos, repuso: “Según Vlady Kociancich, amiga muy querida, yo sólo he creado una mujer como personaje y es Clara”. En un acucioso trabajo de 1976, Adolfo Bioy Casares y sus temas fundamentales (ver Internet: http://www.riz.biz), Bernardo Ruiz escribe: “Clara será para Gauna la transparencia, la luz y la tranquilidad”. El nombre de la muchacha no puede ser más acertado y honra en la ficción su nombre.

Todo en la simplicidad ardiente de Clara tiene algo como de hechizo: su insinuación detrás de la máscara la tercera noche del carnaval del 1927, los celos feroces que provoca en Gauna cuando flirtea con un actorcillo de barriada creando un triángulo ficticio, el encuentro pleno de los cuerpos en la escapada al arroyo, la resignación triste ante las obsesiones de Gauna en los años de unión, el fracaso final de los cuidados. Clara es la primera luz oculta en la misteriosa noche del carnaval de 1927 que lo salva de la muerte y Clara es la luz inútil en la secreta repetición de lo acaecido en la terrible y mágica noche de carnaval de 1930. Ella es, ella será, como dice Bernardo Ruiz, “la mujer que buscará el protagonista desde el fondo de su inconsciencia”. Sólo tres cosas importantes parecen haber ocurrido en la vida de Emilio Gauna: la aventura misteriosa de los lagos, el conocimiento del amor y la duelo final a cuchillo; en todos, discreta o de manera manifiesta, está Clara.

ADIÓS MUCHACHOS
El título de un melancólico tango, “Adiós muchachos”, o la cita de líneas del mismo, aparecen como un motivo más o menos frecuente a lo largo de la novela y tienen una honda significación simbólica y admonitoria: “Adiós muchachos, compañeros de la vida,/ barra querida, de aquellos tiempos,/ me toca a mí hoy emprender la retirada,/ debo alejarme de mi buena muchachada./ Adiós muchachos, ya me voy y me resigno/ contra el destino nadie la talla”.

Figuradamente la letra es una despedida y la confirmación de un destino: el adiós definitivo a los muchachos, que eran eso, una barra, y no un grupo de amigos, y el encuentro con el destino que a cada quien le toca. Si para Clara su destino era el del sacrificio sin reciprocidad a través del amor, para Emilio era la confirmación íntima de la valentía. La novela puede leerse a la vez como una historia hermosísima de amor triste y como una pequeña epopeya de la afirmación del coraje.

Carlos Montemayor escribía que tal vez El sueño de los héroes fuera “el símbolo de la obra” de Bioy; yo añadiría que dentro de la obra narrativa de Bioy, por su radiante perfección y su aire de encantamiento, es el sol donde giran sus demás ficciones como planetas y satélites.



 



 

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EL SUEÑO DE LOS HÉROES
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