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EL AUSCHWITZ DE PRIMO LEVI
Marco Antonio Campos
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INTROITO
El 31 de julio del 2019 fue el centenario del nacimiento de Primo Levi y el 27 de enero pasado se cumplieron setenta y cinco años de la liberación de Auschwitz por los rusos; igualmente, el 8 de mayo, se conmemorará el fin de la segunda guerra mundial. La experiencia de Levi en el campo de concentración (Arbeitslager o más comúnmente Lager en alemán) está testimoniado en Se questo é un uomo (Si esto es un hombre), escrito en 1946 y publicado en 1947, y la difícil experiencia de su regreso a la casa de Turín, en La Tregua (1963).
GENOCIDIO
Si hay algo que descorazona al límite, que nos sea totalmente incomprensible, es el genocidio de los pueblos, y puede ser, por citar sólo el siglo XX, el armenio y el judío, y más recientemente la demencia fratricida en Cambodia, Ruanda y Bosnia.
Dentro de las centenares de miles de monstruosidades que los nazis llevaron a cabo en casi toda Europa, hay una que es el símbolo más espantoso, una referencia inmediatamente entendible. Nombrar Auschwitz es decir trabajos forzados en condiciones infrahumanas, aniquilamiento de la personalidad, frío inmisericorde, hambre continua, fatiga sin fin, y en la inmensa mayoría de los casos, la cámara de gas y el horno crematorio. El hombre, si esto es un hombre, es un cero a la izquierda, significa convertirse en un número que queda tatuado para siempre en la piel del brazo izquierdo.
Estructuralmente Auschwitz estaba dividido en tres: uno, el Campo General, que al principio se utilizó como prisión para intelectuales y prisioneros rusos, de los cuales murieron 70,000, y sirvió después como el lugar administrativo para los alemanes; el segundo, Auschwitz-Birkenau, campo de concentración y de exterminio; y el tercero, Buna-Monowitz, campo de trabajos forzados. Añádanse cuarenta y cinco campos satélites. En Buna-Monowitz estuvo Levi. Aunque se sabía de Birkenau, los prisioneros de Buna no podían verlo; sólo se enteraban cuando veían el camino cubrirse de humo.
ANTECEDENTES
Sintiendo el estigma de la segregación racial en Italia, Primo Levi se incorpora en 1943 a la guerrilla antifascista, a “una banda partisana, afiliada a Justicia y Libertad”. Pero para la lucha contra los fascistas faltaban los contactos, las armas, el dinero. A causa de una traición, es aprehendido por las milicias del gobierno de la República Social Italiana, la República de Saló, que era el gobierno títere de los alemanes desde el 23 de septiembre de 1943, quienes en verdad mandaban, y fue enviado a fines de enero de 1944 a un campo de internamiento en Fossoli. Con la llegada de las temibles SS (Schutzstaffel) alemanas se procede al traslado. Todos los judíos del campo, sin importar edad ni sexo (había familias enteras), son deportados el 21 de febrero. Wieviel Stück?, “¿Cuántas cosas son?”, pregunta el mariscal alemán.
Hacinadas seiscientos cincuenta personas son transferidas en doce vagones de “mercancía”. Empieza un viaje al fondo y a la nada. Los prisioneros sabían por lo oído que los llevaban a Auschwitz, pero el nombre carecía para ellos de significado. En el vagón de Primo Levi van cuarenta y cinco personas, de los cuales sólo cuatro regresarían a sus casas. No beben nada en cuatro días.
Arriban. Se separan a los hombres de mujeres, ancianos y niños. Por lo regular, estos últimos, cuando llegaban a Auschwitz (todo lo que no servía de fuerza de trabajo) eran gaseados e incinerados. En la Auswahl o selezione que hacen los alemanes, la gran mayoría, que lo ignora, termina directamente en la cámara de gas. En veinte minutos, aquellos que han pasado la prueba de estar sanos, o lo parecen, se hallan frente a la puerta del Arbeitslager, donde se lee: ARBEIT MACHT FREI, el trabajo hace libre. Intuyen que es la puerta del infierno. Los campos de concentración europeos los coordinaba el Reichsführer-SS Heinrich Himmler.
Es el inicio de las humillaciones. Son obligados a desvestirse en la noche del invierno de Polonia. Se quedan sin ropa, sin zapatos y son rasurados y trasquilados. Es la “locura geométrica”, un “drama demencial”, un lugar modelado para “la lenta y segura demolición del hombre”. El objetivo es que el prisionero sea “un hombre vacío, reducido a sufrimiento y necesidad, ajeno a la dignidad y al discernimiento”. Primo Levi es tatuado con el número 174, 517 y lleva parchado en la ropa la estrella de David. En Buna-Monowitz hay 10,000 prisioneros. El campo de trabajos forzados de Buna es un cuadrado de seiscientos metros rodeado de dos grandes alambradas de púas y hay seiscientas barracas de madera y una plaza donde se pasa lista. En la plaza los reúnen y son contados minuciosamente en la mañana al levantarse, durante el trabajo, y otra vez en la tarde, al regresar a las barracas. Se trabaja para sacar carbón, cemento y hacer goma sintética, aunque en el caso de la goma, como comprueba después, nunca se produjo siquiera un kilo. El reglamento es complicadísimo y las prohibiciones son incontables, entre ellas muchas irrelevantes, como traer los uñas bien cortadas y no recargarse en la litera para comer. Hay tantos lenguajes en Buna que Levi lo compara a Babel.
En las barracas duermen dos en cada litera y muy ocasionalmente solos. La alimentación es pan y sopa. El pan está tan cotizado que se le sobrevalúa en los intercambios por cualquier cosa que resulte útil. El lavadero es sombrío, con corrientes de aire y el piso fangoso, como en el campo exterior. El agua no es potable, hace daño y falta por horas. Bañarse es casi inútil porque casi de inmediato el prisionero se ensuciará al trabajar el carbón. El robo es de lo más normal y no está penado. Borsa se llama al lugar donde mercadean los prisioneros. Como casi todos, Primo Levi hurta cuando resulta necesario. Todo el tiempo cada presidiario debe cuidarse del otro. Sin embargo hay algo de los presos que será siempre codiciado por las SS alemanas: las dentaduras de oro. Las cucharas, por ejemplo, las negocian muy bien los enfermeros.
A poco de entrar Levi se hiere en el pie y pasa veinte de sus “mejores” días en la enfermería Ka-Be (Krankenbau), donde se recupera el 10% de los cautivos del campo. Los que se van curando vuelven a las barracas y los que se agravan los envían a la cámara de gas. Según pasa el tiempo la disminución de los prisioneros es dramática, no importa si son profesionistas o comerciantes, campesinos u obreros. Cada tanto se hace la selezione. Se forman dos grupos: los más sanos, aún explotables, regresan a las barracas; débiles y/o enfermos son enviados a las cámaras de gas y enseguida a los crematorios de Auschwitz-Birkenau.
De lo más desconsolador para Levi es que en las horas a solas o en algunos sueños, vuelve la Heimweh, “il dolore di casa”, la nostalgia dolorida por la casa familiar. Los sueños habituales son en aquellos que se ve en el hogar, bañándose con agua caliente, sentado a la mesa para comer y hablando con la familia del trabajo bueno (pero en estos sueños se entremezclan pesadillas acerca del acontecer diario en el Lager, el hambre sin remisión, y se imagina para siempre allí, en Buna, “desesperada y esencialmente gris”, en esa inextricable “maraña de hierro, de cemento, de fango y humo”).
Hay proverbios dentro del Lager que sintetizan la situación diaria: “No buscar ni querer entender”; “Cuando aquí se cambia, siempre es para peor”; “No es esta tu casa”; “Aquí no hay ningún por qué”, “Come tu pan, y si puedes, el del vecino”…
EL TRABAJO
El trabajo es, en el caso específico de Auschwitz, el trabajo sin finalidad, el trabajo inútil. Desde el principio, Levi reitera que el objetivo de los alemanes es sacarles el jugo si pueden aún ser útiles o volverlos cenizas en el crematorio. A fin de cuentas, según las aproximaciones que se han hecho, en Auschwitz fueron borradas de la tierra 1,100,000 personas, de las cuales el 90% eran judíos. Mucho de ese trabajo para los prisioneros, en condiciones infrahumanas, consistía en “empujar vagones, cargar trabes, romper piedras, palear tierra, apretar con las manos desnudas el repulsivo hierro helado”; de eso Levi sólo se salvó algún tiempo cuando estuvo en la enfermería o al ser integrado a la sección química.
Los zapatos, en el trabajo, si a eso puede llamársele zapatos, pueden volverse un objeto de tortura. Se trabaja en Comandos de quince a ciento cincuenta hombres, el cual dirige un Kapo, que suele ser un criminal alemán sacado de las cárceles de su país, como casi todos los Kapos, y si es judío, suele ser aún más estricto y cruel con los de su raza. Hay doscientos Comandos. El horario invernal es de 8 a 12 hs. y de 12.30 a 16 hs.; el de verano de 6.30 a 12 hs. y 13 a 18 hs. En oscura monotonía cada día se iguala a otro. Cuando llega al fin una bella giornata es para ver por pocas horas que el mundo se ha vuelto menos despiadado. Pero es un espejismo. Luego de un cierto tiempo de estar en condiciones míseras se toca fondo. Los prisioneros se ven entre sí cada vez “más deformes, más escuálidos”. Soportan a diario golpes y fuetazos y escuchan toda suerte de blasfemias. En momentos crece el desánimo, y creen, sin estar del todo equivocados, que nunca saldrán de allí. Su pensamiento sobre el Lager irá variando mientras pasan los meses, pero siempre para peor, porque los que perviven se van volviendo más débiles. Por eso las palabras normales que se repiten son hambre, cansancio, miedo, dolor... Quizá algo que sostiene a Levi, amén del instinto de vivir, es la autopromesa que debe testimoniar –debe escribir- acerca de este atroz experimento de laboratorio alemán, de este actuar sin esperanza en el proscenio de un teatro lodoso y carcelario. No hay clima bueno. Al invierno gélido debe enfrentársele con escasísima ropa. El verano es igualmente atroz con las noches blancas larguísimas, las tolvaneras y su intenso calor húmedo, y en primavera pero sobre todo en otoño hay las lluvias continuas que enfangan todo, empapan todo, y si hay un viento helado… El único fúnebre consuelo es que “en cualquier momento, se puede ir y tocar la alambrada eléctrica o arrojarse bajo los trenes que maniobran”.
Ser comunista, prisionero aliado o gitano, es horrendo, pero lo es mucho más ser judío, quienes son en los campos “los esclavos de los esclavos”.
ESTILO
EL estilo de Levi en este libro es despojado, seco, pero a menudo hallamos frases que parecen esculpidas con cincel. Giacinto Spagnoletti habla de “la imborrable frescura de este libro testimonial” (Storia de la letteratura italiana del Novecento, p. 639). En La tregua, en cambio, el estilo se aligera, y aunque Levi aún vive aún por ocho meses momentos de zozobra antes de volver a Turín, se sienten en las páginas el aire y el vuelo que dan la avidez de la libertad y la urgencia del regreso.
UNA IMAGEN EMBLEMÁTICA
Cuando vi muy joven el documental Noche y niebla de Alain Resnais, al mirar los campos de concentración, lo que más me impresionaron fueron las alambradas de púas eléctricas. Me parecía que nadie podía cruzarlas o saltarlas sin ser electrocutado. La libertad era ciega, imposible. Cuando Philip Roth entrevista a Primo Levi en 1986, un fin de semana en su casa de Turín, encuentra que la única imagen de Primo Levi de Auschwitz es un dibujo donde hay tres imágenes de alambradas de púas (El oficio. Un escritor, sus colegas y sus obras, 1994).
PASAJES DE UN GRAN LIBRO TESTIMONIAL
Primo Levi cumplió su promesa de escribir su testimonio sobre Auschwitz y lo hizo lo más sincera y objetivamente posible. O como él dice en el apéndice del libro: buscó el lenguaje sosegado y sobrio del testigo, no el lamentoso de la víctima. Sin embargo, para Italo Calvino, Se questo è un uomo no es sólo un testimonio de gran eficacia, sino tiene páginas de verdadero poder narrativo. ¿Libro testimonial o novela? Tal vez, juntando ambos términos, podríamos llamarla narrativa testimonial. Por demás ¿cuántos críticos no han citado que Italo Calvino consideraba a Levi “un hermano gemelo y un alma gemela”?
¿Cuáles serían los pasajes de poder narrativo en sus páginas? Para mí son aquellos que nos dan descanso de los detalles atroces que se cuentan, como “Una buona giornata” o “Il canto di Ulisse”, o, por la esperanza, dentro de todo lo atroz, el último capítulo, contado en forma de Diario, cuando es inminente la llegada de los rusos. Sin embargo, hay dos pasajes –dos imágenes– angustiosas e impresionantes: una, es de octubre de 1944, cuando Primo Levi refiere: “el camino de Birkenau humea desde hace diez días”; la otra, cuando describe en el penúltimo capítulo el ahorcamiento de uno de los cien participantes de una revuelta que hizo saltar un crematorio de Auschwitz-Birkenau, y quien al instante de jalar la cuerda, grita: “Kameraden, ich bin der letzte”, “Compañeros, soy el último”, es decir, el último que moriría porque la liberación era inminente. Sin embargo, ninguno de los prisioneros fue capaz de murmurar algo, no hubo una sola señal de aquiescencia o disidencia. Estaban rotos.
PERSONAJES
Es desolador cómo Levi va describiendo, sobre todo en las páginas del capítulo “Los salvados y los hundidos”, todo tipo de personajes que pululan por Buna-Auschwitz: desde los Prominentes hasta la masa anónima. Las maneras que se tiene de salvarse o de sucumbir, por ejemplo, dentro de las últimas, cometer el error de no hacer nunca trampas o ser de carácter irremisiblemente débil. “Los Prominentes son el Director-Häftling, los Kapos, los cocineros, los enfermeros, los guardias nocturnos”, pero los peores son los repulsivos y despreciables “prominentes judíos”, quienes son los más crueles y tiránicos con los de su raza. Los otros prominentes, los más crueles y bestiales, son naturalmente los criminales alemanes convertidos en Kapos.
Entre los prominentes y la masa anónima hay prisioneros de múltiples países que hablan múltiples lenguas, y de esas decenas de miles, que luchan por no morir, sólo vivirán en proporción un mínimo número y en un estado físico de debilidad extrema. Serán más un despojo que un ser humano.
Fuera de él mismo, los personajes del libro son secundarios o incidentales. De cualquier manera, Primo Levi detalla breves retratos de algunos compañeros con quienes les tocó convivir en el Lager. Entre tanta mezquindad y miseria, entre tanta maldad y ferocidad gratuitas, vale recordar a los que dejaron una estela de desprendida generosidad. Resalta sin duda a Alberto, 22 años, el gran amigo, a quien lo consideraba “su indivisible”, con quien le gustaba trabajar, inteligente, instintivo, fuerte y suave, amigo de todos, pero que no ignora, como la gran mayoría, que es necesario resistir y para hacerlo es necesario robar y corromper, y quien desapareció luego de la primera evacuación del 18 de enero de 1945, nueve días antes de la liberación del campo; está Jean, el Pikolo, 17 años, francés de Alsacia, que labora de mensajero, dulce, amigable, que daba información a los químicos para salvarse de los castigos, y a quien Levi le enseña un poco de italiano, y a quien le repite entrecortadamente el canto de Ulises de La Comedia de Dante, que emociona tanto a ambos; está Lorenzo, el obrero italiano, que le llevó a diario, durante seis meses, un pedazo de pan y restos de su rancho, y le donó una maleta llena de parches que le fue muy útil, y quien, cuando llegó a Italia, mandó una tarjeta postal a su familia para decirles que vivía, en fin, alguien que sin su ayuda Levi no habría sobrevivido al campo; está el pobre Kraus, un húngaro fuerte y estólido, que tristemente morirá porque no entiende las reglas de la supervivencia y aplica a su conducta aquellas dictadas por los nazis; están, en La tregua, la vertiginosa Galina, “la traductora-bailarina-dactilógrafa de la Kommandantur” de 18 años, que alegró tanto la estancia en los meses inmóviles de Katowice, y la pobre Flora, la única mujer que había en Buna, la cual trabajaba en la limpieza de las bodegas, que se acostaba con quien le guiñara un ojo, y ya al salir, llevaba también una vida abyecta y triste con un personaje brutal, en un acontecer diario sin ilusiones, porque así debía de ser, porque así sería...
El personaje principal es uno, y es el autor mismo, quien reconoce que pudo salvarse por un gran motivo: la suerte. Esa suerte que tuvo para soportar dos inviernos, encontrarse amigos como Jean, Lorenzo, Alberto, Cesare, los franceses Henri, Michel y Arthur, y ya de vuelta, al principio de la liberación, al inolvidable doctor Gottlieb, y asimismo tuvo suerte por caer enfermo sólo cuando los rusos ya llegaban, y sobre todo, salvarse de no ser escogido en las temibles selezioni. En mi opinión el que crea que es sólo uno mismo quien se construye en la vida y no influye en nada la suerte –la buena o la mala en sus distintos grados– es porque nunca entendió su paso por la tierra.
CONCLUSIÓN
Libro duro, tenso, cargadísimo, Si esto es un hombre causa de manera constante angustia, horror, dolor, desasosiego. No hay ninguna magia; todo corresponde a una pesadilla que Kafka no habría podido escribir. No hay la “postergación infinita”, como diría Borges de la narrativa del checo, sino el minuto a minuto de una calculada y espantosa crueldad. Ni Poe, ni Hoffmann, ni Kafka, ni Lovecraft, podrían haber imaginado en sus narraciones de pesadilla lo que vivieron cientos de miles en los campos de concentración. Dijo Levi que la experiencia en el Lager barrió todo resto de la educación religiosa que tuvo. “Hay Auschwitz, por tanto, no puede haber Dios”, sentenció. Levi vivió allí un año, pero llevó Auschwitz tatuado toda la vida: en el brazo izquierdo y en el alma.