De poetas de varias lenguas que he vertido al español, las versiones que menos me han dejado insatisfecho son las de los poetas italianos. No hablo de que sean buenas o muy buenas o excelentes, porque eso es decisión del lector avezado; hablo de satisfacción de lo que cree que se ha hecho bien hasta donde se ha podido. Algunos autores que he vertido al español, que han terminado en libro, son Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo y Cesare Pavese. Salvo Ungaretti (La alegría) y Pavese (La terra e la morte y Verrà la morte e avrà i tuoi occhi), los otros tres son antologías de diversos libros. Entre los poetas italianos los que más me han costado trabajo son Umberto Saba y Cesare Pavese. Con quien nunca me atreví por su complejidad fue con Eugenio Montale. Por fortuna tradujo muy bien la obra completa un poeta bilingüe como Fabio Morabito.
Dentro de las innumerables definiciones que hay de la poesía, al menos de la lírica, yo daría la mía: La historia del alma. En su ensayo sobre Fernando Pessoa, Octavio Paz, escribió que la verdadera biografía de un poeta está en sus versos; era el caso de Pessoa y lo son de los cinco poetas que vertía al español. Porque ¿qué hacen poetas como estos, sino hablar de lo más íntimo, o sea, en un diálogo musical contar su experiencia en la tierra al lector?
Las traducciones de poesía son meros acercamientos, muchas veces una pálida flor frente a la flor original, pero en los casos de los dudosos traductores francamente sólo vemos una flor marchita, algo que mal creció, o de plano creció mal.
Marco Antonio Campos, UNAM, 2004
¿Cuánto se pierde en una buena traducción de poesía de un buen poeta? Es muy difícil calcularlo, pero creo que entre el 25% y 35 % del original, y tal vez, hasta un 50% en las formas poéticas con metro y rima. Resulta otra cosa. Sin embargo, no es ético hacer una mala labor a un poeta o a un escritor que hizo poemas o versos admirables. Esto es muy habitual en los traductores profesionales europeos, quienes viven de la traducción, y que mientras más traducen más ganan para vivir con decoro, o al menos ha sido mi experiencia en los colegios de traducción.
Traduzco por deleite, por llevar de una lengua a otra a los poetas que admiro o me apasionan, pero, claro, hubiera querido traducir mucho más de lo que he hecho. Sin embargo, he vertido a lo largo de mi vida más de treinta libros de poesía. Para intentar al menos hacer la mejor tarea posible me he apoyado de poetas o escritores con sentido poético para la última revisión; de los poetas italianos me han sido invaluable la tarea de Guillermo Fernández, Stefano Strazzabosco y Emilio Coco. Como Guillermo Fernández del italiano al español, que vertió miles y miles de páginas, Emilio Coco lo ha hecho del español al italiano. Es incomparablemente mayor la labor de traducción de ambos que su obra poética personal. Los numerosísimos libros traducidos por Guillermo los define Stefano Strazzabosco muy bien como una “amorosa hazaña”. Salvo las debidas o fugaces excepciones, todos los demás reconocen -reconocemos- su imparangonable labor. De los poetas Mario Luzi y Valerio Magrelli (uno en Florencia y otro en Roma) me dijeron con toda honradez que no tenían sino reconocimiento por él. Guillermo Fernández vivía en italiano.
Paul Valéry dijo famosamente que un poema no se termina, simplemente se abandona; de igual manera pasa con la traducción de poemas oscuros o complejos. ¿Quién ha hecho, hablando concretamente de su caso, una plausible traducción o versión de “El cementerio marino”? Incluso el español Jorge Guillén, con el perdón de sus fervientes, lo acabó inventando en endecasílabos. Parece más una pieza poética de él, o si se quiere, una bella paráfrasis, que el gran poema de Valéry.
Cuando decidimos dar fin y abandonar, luego de una tarea peliaguda, la versión de un poema o de un libro esgrimimos una excusa: según nuestras capacidades es lo máximo que podíamos hacer en ese momento. Hay ya o una fatiga o algo que no nos permite ver más posibilidades. Por ejemplo, con La alegría de Ungaretti, que empecé a trabajarla a los veinte años, la he corregido en sucesivas ediciones; lo mismo poemas de Saba y Cardarelli, pero mucho menos.
El tipo de traducción que prefiero es la literal, es decir, la que en su forma y contenido se acerca lo máximo al original. La poesía es música, imágenes y metáforas. Si no hallamos música verbal no hay poesía, así haya imágenes y metáforas excelentes y a granel. Por ejemplo, en el siglo XX el poeta más musical en Italia casi no dudaría en decir que fue Dino Campana; en eso se parece a lo que fue Paul Verlaine en el siglo XIX francés. El título del libro de Dino Campana no puede ser más exacto: Cantos Órficos. El libro esencialmente es eso, cantos, y el canto es, como música verbal, lo más alto a lo que puede aspirar un poeta. No en balde Campana escogió para sus cantos al mítico Orfeo como modelo: un músico y poeta mitológico que anhelaba, menos revelar los misterios que mostrarlos. No en balde lo órfico fue algo muy atractivo para los poetas herméticos italianos del siglo pasado a quienes atraía el misterio en la poesía. Entre los notables basta pensar en Montale, Sereni y el primer Quasimodo.
Italia, desde la caída de Roma, y el inicio de la Edad Media, estuvo dividida por muchos siglos en regiones, y en las regiones se hablaba, como quiera llamársele, su idioma o dialecto propios, derivado la mayoría del latín, pero el que se impuso a la larga como lengua diaria y literaria es el toscano, y en algo o mucho se debe a Dante, Petrarca y Boccaccio. Al traducir nosotros del italiano -es obvio- lo hacemos directamente del toscano, y no del siciliano, napolitano, véneto o friulano, de los que hay también una tradición poética en sus dialectos. No sólo eso: en algunas de estas regiones tienen otros dialectos en su territorio, como en el Véneto. Cuando leo, o trato de leer, dialectos regionales italianos, abandono pronto la lectura porque entiendo poco. Desde luego para muchos de los habitantes de las regiones el suyo es idioma y no dialecto.
En una conversación con el poeta Guillermo Fernández, estábamos en algo de acuerdo: si existía una palabra en italiano poco usual al verterla al español, debía dejársele si estaba en el diccionario. Lo decíamos sobre el italiano, pero creo que en general cabe principalmente para los idiomas latinos. Por ejemplo, la palabra velario, que proviene del latín, es la misma en ambos idiomas, igual otra como grumo.
Las similitudes de palabras en italiano y español son abundantes, pero hay muchas otras que son engañosas, significan otra cosa, como truccare (maquillar, engañar, amañar), sorpasso (rebase), scontroso (áspero -carácter, ciudad-), sasso (piedra), pago (satisfacción, pero puede ser también pago), stupire (asombrarse), podere (granja o finca), grembo (vientre) spiritoso (bromista…
Asimismo hay que tener cuidado con las palabras que son masculinas en un idioma y femeninos en otra, como il nulla (la nada), o la uniforme (el uniforme), o lo sguardo (la mirada) …
En un famoso poema breve de mediados de los años veinte del siglo pasado, Eugenio Montale estampó que “a menudo encontró el mal de vivir”, “il male di vivere”, y en ese sufrimiento incluía aun elementos de la naturaleza. Sin buscarlo o imaginarlo Montale, la definición prosperó largamente y definió una larga línea de poetas del siglo XX, entre ellos los cinco poetas de los que hablamos (Saba, Cardarelli, Ungaretti, Quasimodo y Pavese). Buen número de críticos suelen definir a poetas según las horas del día; del alba, de la mañana, del mediodía, de la tarde calma, del lento crepúsculo, nocturnos; creo que los cinco se definirían más como crepusculares. En el caso de que se hablara de estaciones, tengo más certeza que titubeos, se les reconocería como hijos del otoño. En su lírica están condensados los parabienes o los paramales de su vida: sus tristezas y dolores, fracasos y humillaciones, dulzuras y afectos. En la mayoría de los libros de los cinco hay un tono intimista de quien se interroga y trata de conocerse a sí mismo para contar emotivamente momentos difíciles de sus vidas y buscan que esa emoción sea también de quienes los lea.
En otro precepto de Paul Valéry, quien tanto me enseñó desde muy joven, decía que en los versos o pasajes o poemas de ardua traducción, debía buscarse por otras vías fines semejantes. La cita no es literal, la idea sí. Del italiano esta proeza máxima la ha hecho recientemente el poeta catalán José María Micó, quien tradujo al español en endecasílabos blancos La Commedia. El resultado es asombroso. Se sacrificó la rima, pero en el metro, en las variadas músicas y en los complicados contenidos, a cada momento sentimos en sus estrofas la inmensa grandeza de los cien cantos del vasto poema. En esta tarea formidable se cumple, como pocas veces, la sentencia de Paul Valéry de por otras vías llegar a fines semejantes.
En cuanto a mí, de una manera infinitamente más modesta, con quien me vi más impelido a hacerlo fue con Umberto Saba. Debo a Maríapía Lamberti hacerme notar la difícil sintaxis y la ardua forma para rehacer los poemas de Saba por otras vías. En esa primera versión me hizo notar que los poemas no llegaban bien alespañol.
Umberto Saba hallaba a su natal Trieste como scontrosa, es decir, difícil o ásperamente tratable; él mismo tenía fama de scontroso y en su poesía, en no pocos momentos, hallamos esa aspereza, pero también por fortuna, sobre todo en los poemas a su esposa Lina y a su hija, surgen momentos de felicidad y ternura. Era un hombre agradecido y una muestra es su poema de una llegada a Florencia a saludar al poeta Eugenio Montale, quien lo escondió cuando en 1943 los alemanes se apropiaron de Italia (en Salò Mussolini se volvió desde entonces un pelele) y los fascistas italianos junto con los nazis sanguinarios siguieron cometiendo atrocidades, en especial contra los judíos, los partisanos y aun la población civil. Las películas italianas después de la segunda guerra mundial están llenas de estas historias. En su poema “Avevo” (“Tenía”), toma como ritornelo al final de las estrofas dos versos desgarradores: “Tutto mi portò via il fascista abbietto/ e il tedesco lurco”. “Todo me lo quitó el fascista abyecto/ y el alemán voraz”. La vida para él fue, lo dijo así, un “trago amargo”. Al final de su vida renegó de haber escrito poesía.
Hay que separar al poeta de la persona. Como D’Annunzio y Pirandello (no a tales grados), Vincenzo Cardarelli fue fascista y se benefició del fascismo. El lenguaje de Cardarelli es leve, terso, hondo. y sus versos a menudo caen al corazón, cuando toca el amor, la amistad, el otoño que le describe con su pluma ciudades de Italia como su natal Tarquinia, Roma, Venecia y en especial la región de la Liguria, ese amor “al que quiere cubrir de flores y de insultos”, esa muerte a la cual pide que se demore para poder despedirse sin prisas de la gente que le fue allegada.
En una conversación en Florencia con el gran poeta Mario Luzi, al tocar el tema de “il male di vivere”, le referí que, por ejemplo, recordara que a su primer libro completo Ungaretti lo tituló La alegría. Sí, repuso de inmediato, pero se trata de una alegría de náufragos. Cierto: salvo resplandores, el libro es parte de una vida de un poeta tardío, que se halla entre los 28 y 30 años, un combatiente de la primera gran guerra, que confiesa en sus poemas breves no tener orientación en la tierra, alguien que vive con el corazón desgarrado, uno a quien lo bueno se le entrega en raras ocasiones, en quien el sentimiento de pérdida se da de continuo, quien llega a sentirse como esquirlas de piedra en una honda, en fin, un italiano que no olvida su niñez en tierras de África. Apollinaire fue su maestro, lo influyó profundamente, pero Ungaretti en sus poemas breves de delgada estructura me conmueve más. Hay poemas brevísimosque tiene uno que darle un giro para no destruirlos. El primer poema del libro se llama “Eterno” y dice:”Tra un fiore colto e l’altro donato,/ l’inesprimibille nulla”. Si traducimos tal cual se crea un juego de rimas que destroza todo: “Entre una flor cortada y otra dada,/ la inexpresable nada”. Me permití recuperarlo así: “Entre una flor que cortas y otra que das,/ la inexpresable nada”. O el caso de su famosísimo “Mattino”, “Mañana”, que es como un súbito resplandor: “M’illumino d’immenso”, que se suele traducir como “Me ilumino/ de inmensidad”, verso que se alarga y pierde la musicalidad y el fulgor. Para tratar de hacer más próximos ambos, musicalidad y fulgor, utilicé el enclítico en el verbo: “Ilumínome/ de inmensidad”.
En el epílogo que Stefano Strazzabosco escribió a la reunión de poetas italianos que hice y traduje, habla de dos Quasimodo. Tomo unas líneas acerca del segundo, el Quasimodo que más me interesa, es decir, cuando se aleja del hermetismo y sus poemas se vuelven profundamente humanos. Reflexiona Strazzabosco: “La condición de desarraigo (abandonó su tierra, Sicilia, por razones económicas) y el dramatismo de la época lo llevaron a una poesía absoluta, una palabra pura, un fuerte sentido de vacío y ausencia que traducía en versos la desesperación del hombre solo. Este sentir del ’yo´ se irá abriendo, a través de los acontecimientos cada año más trágicos de la guerra, la Resistencia, la persecución nazista-fascista y los escombros psicológicos y materiales del fin de las hostilidades, hasta llegar a la conciencia del ‘nosotros’ y convertirla en poesía épica y coral. Ya las últimas secciones del libro Ed è subito sera (Y de repente la noche, 1942) dejaban ver un cambio importante en el estilo del poeta, pero en los siguientes poemarios, a partir de Giorno dopo giorno (Día tras día, 1947), la poesía de Quasimodo rompe definitivamente con la estética del hermetismo y se mueve hacia dos nuevos puntos focales: la importancia del mito y la finalidad civil de la literatura”. No creo que haya un libro de lírica en Italia sobre la segunda guerra mundial más doloroso que Día tras día, o si se quiere, un puñado de poemas, los cuales son heridas abiertas y nos dejan en su lectura el cuerpo desangrado, que hay algunos asimismo en La vita non è sogno y El falsso y verdadero verde. En ellos Quasimodo articula muy bien lo que vive en su interior y lo que observa fuera. No es fácil olvidar el primer poema del libro, titulado “En las frondas de los sauces”, donde encontramos imágenes desgarradoras y un final que es un anticlímax de honda tristeza:
“¿Y cómo podríamos cantar
con el pie extranjero en el corazón,
entre los muertos abandonados en las plazas
sobre la hierba dura de hielo, con el lamento
de cordero de los niños, con el aullido negro
de la madre que iba al encuentro del hijo
crucificado en el poste del telégrafo?
En las frondas de los sauces, por voto,
aun nuestras cítaras estaban colgadas,
oscilaban leves en el triste viento.
En Cardarelli y Pavese un tema central es el amor, pero el amor doloroso de quien ha sido abandonado, y en el caso de Pavese, enamorado, primero, de Bianca Garufi (La terra e la morte), y luego, de la actriz estadounidense Constance Dowling (Verrà la morte e avrà i tuoi occhi), a quien conoció en enero de 1950, y pudo ser un magnífico pretexto para un suicidio. En el caso de Constance, que ha partido en marzo, la tristeza va volviéndosele depresión mientras escribe el poemario en abril y mayo de 1950, y terminan con un poema en inglés, que es un claro envío-despedida a la bella estadounidense. Dije magnífico pretexto, porque la obsesión del suicidio venía en él desde los años veinte, como se lee en su Diario Il mestiere di vivere. No hay reproches ni reclamos a Bianca Garufi y Constance Dowling en los versos de ambos poemarios; hay un tono lírico de bellísima claridad y simultáneamente momentos de un dolor y una tristeza profundísimos, donde ya está anunciando su adiós categórico, que será el 27 de agosto de 1950, tres meses más tarde. Cada verso del famoso poema “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos” son, ya de una doliente belleza funesta. Nos tocan en especial estos dos versos: “Per tutti la morte ha uno sguardo/ verrà la morte e avrà i tuoi occhi”. “Para todos la muerte tiene una mirada/ Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. Es decir, él morirá, pero la muerte será como dejar un vicio, como ver en el espejo surgir de nuevo un rostro muerto, como oír un labio cerrado. Y dice como final: “Mudos, el remolino bajaremos”, como si ella también muriera. y ambos, como un solo cuerpo descendieran al tiempo ciego, o como diría Dante en un endecasílabo, donde hace hablar a Francesca de su relación con Paolo: “Amor condusse noi ad una morte”. Sin embargo el descenso será sólo de él porque el de ella será emblemático.
Los últimos versos del último libro de Pavese los escribió en inglés, es decir, dirigidos en el idioma de ella y para ella, y cierran desolada, lúgubremente el libro: “Some one has died/ long time ago-/ some one who tried/ but didn’t know”, “Alguien murió/ hace mucho tiempo-/ alguien que intentó/ pero no sabía”.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com TRADUCIR POETAS ITALIANOS DEL SIGLO XX
(Saba, Cardarelli, Ungaretti, Quasimodo, Pavese)
Por Marco Antonio Campos