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Fijación de la autoconciencia poética en Marco Antonio Campos

Por Víctor Coral



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La Previa

El fenómeno de la autoconciencia, aunque tiene en la edad antigua ilustres antecedentes en Aristóteles, ciertos estoicos, algunos escolásticos y en Descartes, no obtiene claramente su formulación más diáfana y duradera sino hasta la edad moderna, cuando –según argumenta George Gadamer[1]-- la filosofía de la época erige su propia definición filosófica en base a este concepto, impulsado por el desarrollo de las entonces llamadas ciencias naturales.

Recuérdese, a este punto, que los griegos simplemente carecían de expresiones específicas para términos como sujeto, subjetividad, conciencia, yo y, por supuesto, autoconciencia. Michel Foucault dejó establecido para siempre, en su Tecnologías del Yo, ese pasó algo extraño del “cuídate a ti mismo” de la Grecia oscura, al “conócete a ti mismo” de la ya bien entrada cultura helénica.

Siendo, pues, la autoconciencia, la conciencia de nosotros mismos, de nuestro devenir y de nuestra acción histórica un requisito de la modernidad, era cuestión de tiempo que esta nueva visión llegara a las aguas aparentemente tranquilas de la poesía. El poeta como partícipe de su época; más aún: protagonista consciente de su vida y de su obra. Demiurgo mortal de una obra acaso inmortal.


El registro de una acción poética

“Quiero insistir en el hecho de que en el estoicismo no se trata
de descifrar el yo, ni de los medios de revelar un secreto que
sea importante; se trata de la memoria de lo que uno ha hecho
y de lo que debería haber hecho”.
Michel Foucault [2]

Una vez bien instalada la modernidad, queda meridianamente claro que no solo es importante que el ser humano se conozca a sí mismo (aunque sea de esa manera superficial exigida en los centros de trabajo: conocer tus errores y tus potencialidades), pero también que, en la medida de lo posible, sea capaz de hacer un recuento de su propia vida, de lo que pudo ser, de lo que fue y de lo que no fue. Mas no con nostalgia, tristeza o soberbia, sino con la modulación que te da el saberte un humano más, pero uno al que le fue entregado el don de cantar y trató de ejercerlo de la mejor manera. Tal el caso del poeta Marco Antonio Campos.

Para aplicar lo antes propuesto, he escogido un breve pero señero libro elaborado por el propio autor en 1989: La experiencia de la tierra. En su prólogo, rico en detalles significativos para nuestra propuesta, podemos encontrar estas palabras:

Pese a lo que se diga, nadie conoce mejor nuestros poemas que nosotros mismos; sé la idea que hay detrás, más o menos el curso de su desarrollo, cuándo decidí cerrarlos. Lo que el autor no debe es juzgar sus textos: puede decir los que prefiere; estos son los poemas que prefiero. (subrayado mío)

Estamos, pues, frente a un hombre que se considera testigo de excepción y conocedor el mejor de su propia obra, y eso solo puede pensarse de sí mismo desde una profunda autoconciencia, y específicamente desde lo que llamaré una autoconciencia poética; es decir, el conocimiento profundo y racional (hasta cierto punto) no solo del propio quehacer poético, sino también del desarrollo histórico de ese trabajo, de los detalles, matices, bemoles y acaso de su trascendencia.


Huellas, indicios, pruebas

En el poema “Declaración de inicio” percibimos un aroma claro a descreimiento político. La poesía no sirve como instrumento de cambio (algo largamente demostrado). Lo interesante es la certeza de sus últimos versos: “La poesía no hace nada./ Y yo escribo estas páginas sabiéndolo”. Esa certeza surge de una fuente interior muy severamente asumida.

Sin duda la conquista de una autoconciencia poética lleva hacia una posición ético-poética. Esto se puede registrar en el poema “Principia”. El final es elocuente: “Pero yo trabajo mi vida, mis palabras, / para el arrepentimiento de los otros”. Lo sugerido ya rebasa el autoconocimiento; se adentra en el imperativo categórico kantiano con un rasgo levemente cristiano.

“Contradictio (2)” acaso no sea de los más logrados de la serie –al menos dentro de nuestra lectura—pero de todas maneras tiene mucho que decirnos. “Fui dios y perro”, afirma el poeta, descarnado, y un poco más abajo agrega: “Y escribí meditando, meditándome”. ¿Quién puede escribir de esa forma? Solo alguien muy consciente de su trabajo y de sus límites. Alguien que ha pensado lo que hace y lo ha hecho concienzudamente.

En “Mi odio”, se hace un breve listado de cosas y personajes que el poeta detesta por diversas razones; pero lo más interesante son los versos finales:

Día a día, Marco Antonio Campos,
vigilé tus actos.

¡Aquí tenemos la positiva confesión de parte! El poeta MAC vigiló siempre a Marco Antonio Campos. ¿Se puede pedir mayor prueba de la moderna autoconciencia poética de la que hablamos? La poesía occidental, contenida, mexicanísima, universal, del autor de Muertos y disfraces siempre estuvo bajo el signo de la autoconsciencia, aunque otro tipo de composiciones sirven para despistar –y matizar, dar variedad—al lego en la gran poesía del autor.


“Soy el infierno de mi cielo ético”

La asunción de la autoconciencia poética al nivel en que lo logra el poeta Marco Antonio Campos suele derivar naturalmente en una suerte de ética laica que muchas veces termina impregnando el texto. Dicho ello ni como reproche ni como celebración. La ética es la mayor de las veces inalcanzable a plenitud. Y en estos tiempos de intolerancia y superficialidad intelectual, que no profundidad intelectual, las indicaciones y hasta las sugerencias lamentablemente no son tomadas muy en cuenta. La poesía, por fortuna, sigue allí, sobre la página, intacta y eterna, porque:

La poesía toca todo; para mí la poesía toca todo; el mundo lo veo desde un fondo y una perspectiva poéticos. La poesía no solo se halla en los versos, y yo no escribo versos todos los días; quisiera creer o soñar que en toda página que he escrito la poesía toca raíz. La poesía es del mundo la ventana del alma para ver más allá del mundo. [3]

Así es, poeta. Sea más allá hacia fuera, o más allá hacia lo interior, la poesía siempre será aquello que excede el mundanal ruido y la pueril visión dominante; pero nos eleva y nos hace mejores. Siempre.

 

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NOTAS

[1] Hans, George Gadamer. EL INICIO DE LA SABIDURÍA. Paidós, 2001.
[2] Michel Foucault. TECNOLOGÍAS DEL YO. Paidós, 2008.
[3] Marco Antonio Campos. LA EXPERIENCIA EN LA TIERRA. Nota introductoria. 1989.



 

 

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