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POEMAS DE NUNO JÚDICE

Traducción: Marco Antonio Campos (*)



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NOTICIA BIOGRÁFICA

Nuno Júdice nació en Mexilhoeira Grande, Algarve, el 29 de abril de 1949. Obtuvo su licenciatura en la Facultad de Letras de la Universidad de Lisboa y se doctoró en 1989 por la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Nova de Lisboa, con una tesis sobre literatura medieval titulada El espacio del cuento en el texto medieval. Se incorporó en 1976 al cuadro docente de esta institución universitaria, y se jubiló en 2015. Su primero libro, La noción de poema, sale de las prensas en 1972. En los cuarenta años de actividad que se han seguido, su poesía completa ha sido colegida en dos ocasiones: en 1991 bajo el título Obra poética (1972-1985); y en 2001, en esta oportunidad teniendo por título Poesía reunida. 1997-2000. Su obra, que suma ya treinta títulos de poesía, ha sido traducida a diferentes lenguas –el francés, el español, el italiano, el inglés, el alemán o el neerlandés, entre otras. Además de poeta, Nuno Júdice es también novelista y dramaturgo. Viene desarrollando una labor continuada como traductor. Ha publicado diferentes trabajos sobre teoría de la literatura y literatura portuguesa. Es el actual director de la revista literaria Colóquio/Letras, de la ‘Fundación Calouste Gulbenkian’, función que ejerce desde 2009.

Su obra poética ha sido ampliamente premiada. En 2013, por el conjunto de su obra, recibe el XXII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y en 2014 el Premio Poetas del Mundo Latino Victor Sandoval.

Nuno Júdice es tal vez el mejor poeta vivo en Portugal y uno de los mayores en Iberoamérica.

 

PARTIDA

Todo el espacio es una línea en el centro del átomo
a que se reduce cada hombre, en su canto de soledad. El horizonte,
que nos parece inmenso con su dibujo de la mañana,
cabe en el fondo de un vaso, cuando bebemos el primer
café, en que los sueños de noche se deshacen con un sabor
amargo a día de invierno. Y las nubes bajan al nivel de los ojos,
para que las metamos en el dedal de una costura de límites,
y su contorno sirva de encaje a la almohada del tedio. Entonces,
el ser se liberará de esta caja vacía. Llevará con él al
horizonte y las nubes; y sólo si nos aferramos a un hilo de niebla
podremos seguir su camino, hasta ese reborde de
acantilado que el cuerpo no transpone. Más allá de él, está el mar
de la esencia, con sus mareas de certeza y de
inquietud, y el abismo de duda que se abre cuando el
temporal nos amenaza. Hacia atrás quedó la existencia,
la vida, las cosas concretas, como los sentimientos y
las palabras que forman y transforman lo que somos. Sin embargo,
en esta frontera ¿qué hacer de los caminos que se abren?
¿Cómo avanzar, sin barco o rumbo, en dirección a qué
puerto? Y qué nos espera en el regreso al lugar de
donde nadie debe partir, si no tuviera en el bolsillo, la carta
de llamada, la dirección, la voz acogedora de un dios?

 

ECO DE VIAJE

Partir –¡oyendo la noche golpear
contra los vidrios de la memoria! Líneas
sucediendo líneas, en los grandes
continentes donde el hielo se derrite
en el curso de ríos dispersos en el mapa
de la vigilia. Dejar que el ruido
de los rieles empañe las frases murmuradas
en el corredor, mientras los viajantes
buscan un bar por entre
los carruajes. ¿Decorar nombres de ciudades
que la oscuridad oculta, y sólo se dejan
adivinar en el súbito brillo de estación
donde alguien duerme, en un banco
de madera, bajo el reloj parado
en otro siglo? Respirar el calor
tibio de los dormitorios improvisados,
conviviendo con sombras que
resuenan una resaca de alcoholes
baratos. Y ver la imagen
que nace en el súbito suavizar
de ruedas, cerca de la frontera,
arrojando sobre mí una mirada
que aún hoy no sé leer, como
si su lenguaje se hubiera
perdido en un alfabeto de viejas
emociones.

 

NAVEGACIÓN ERRANTE

¿Para donde me llevan estas barcas blancas, de
velas desplegadas como las nubes del ocaso, con
sus vientres de fuego y sus proas de
agua? Me dejo conducir en su rumbo
sin viento en el horizonte, en este mar
muerto de sentimientos a la deriva, donde
cuajaran los sargazos del equinoccio; y
desembarco en cada puerto, y oigo
la canción triste que los marineros
callan, cuando las mujeres los empujan
hacia el fondo de los cuartos sin luz.

Pero nunca permanezco donde me quieren; si
desembarco, los pies se entierran en el fango
del muelle; y me aferro a las cuerdas del combés,
hasta sentir que las manos sangran, mientras
la tierra se aleja y el temporal oscurece
las almas. “-¿Qué haces aquí?- pregunta
el piloto: -¿Qué camino me enseñaste,
que me aleja más y más de cada nuevo
destino?”. Me río de sus ojos ciegos,
y le quemo todos los mapas, como si
los pudiera haber leído.

Un día descenderé de las bóvedas
del sueño; reabriré la litera del camarote,
donde se esconden las mujeres
que me entregaron su cuerpo; las echaré
hacia fuera de la noche, lavándoles
los senos como la luz naciente. “¿Por
qué nos robaste la vida?”, me preguntan;
y se las cedo a los moradores del sótano,
oyendo una resaca de marea
en los gemidos del amor.

 

VERBO

Pongo palabras encima de la mesa, y dejo
que se sirvan de ellas, que las partan en rebanadas, sílaba a
sílaba, para llevarlas a la boca –donde las palabras se
dan vuelta para juntarse, para caer en la mesa.

Así, conversamos unos con los otros. Cambiamos
palabras; y robamos otras palabras, cuando no
las tenemos; y damos palabras, cuando sabemos que están
de más. En todas las pláticas sobran las palabras.

Pero hay las palabras que quedan sobre la mesa, cuando
nos vamos en buena hora. Quedan frías, con la noche; si una ventana
se abre, el viento las sopla hacia el suelo. Al día siguiente,
la sirvienta  habrá de barrerlas para la basura:

Por eso, cuando me voy en buena hora, verifico si quedaron
palabras sobre la mesa; y las meto en el bolsillo, sin que
nadie lo repare. Después, las guardo en la gaveta del poema. Algún
día, estas palabras han de servir para algo.

 

 

FOTOGRAFÍA BLANCA

Veo esta situación con la nitidez del fotógrafo:
posada la cabeza en la mano derecha, un cigarrillo
cautivo en los dedos, la mirada perdida en casi
nada. Invento la imagen que se forma
en tu cabeza, a partir de esa nada: una
nube; y por dentro de esa nube, todas
las formas del sueño. Contra todo, el cielo no
te perturba el pensamiento; tampoco los vientos
que traen y llevan las nubes, como
barcos, en el océano de tu memoria. Y
regreso a la situación inicial: tú, sentada a la
mesa, para que yo te pudiera fijar
con la nitidez del fotógrafo, me miras,
como si yo estuviera enfrente; y
tu mirada apaga el tiempo y la distancia,
desafocando la imagen, como si el humo
del cigarrillo te envolviera el rostro, y
te trajera de vuelta a mí, como
nube, o sueño, que el viento disipa.

 

 

¿LO QUE ES LA VIDA?

El poeta griego que comparó el hombre a las hojas que no duran,
cuando el invierno les robó la esperanza de vivir de acuerdo con
sus deseos, no salió esta tarde para el campo, ni vio el
el cuerpo que se interpuso entre el sol y los arbustos, oscureciendo
el cielo con su blancura de nieve primaveral. Preguntó,
mientras, de qué sirve la vida, y para qué sirve la alegría,
si no existe, más allá de ellas, el horizonte dorado del amor;
y alejó de su frente el crepúsculo, diciendo que prefería
la madrugada, luego que el gallo canta, para despertar con
el propio día. Ese poeta, que el polvo de los siglos sepultó,
y no llegó a encontrar, para sus dudas, ninguna
respuesta, aconsejó a los que lo leían que se divirtiesen,
antes de que la muerte los fuera a sorprender. Y me acuerdo, a
veces, de este pedido, al pensar que la memoria de alguien
se puede limitar a una pequeña frase, que puede ser
la más banal de las sentencias, que nos viene a la cabeza en una u otra
circunstancia. Entonces, el poeta griego continúa vivo; y esta
tarde, por detrás de los arbustos, oí su voz en el viento que
por instantes sopló, trayendo con su frescura el sentimiento
que sobrevive a todas las estaciones de una vida humana.

 

 

RELEYENDO A SHELLEY

En la “Oda al viento del este”, Shelley desearía ser
como una hoja humana, arrastrada por los aires, por entre
las aves y la lluvia que el otoño mezcla cuando
su gris invade los cielos, y nos recuerda que la naturaleza
se asemeja a nosotros en su destino mortal. Sin embargo,
tal como muere, renace; y esta diferencia nos alcanza
cuando, a la primavera siguiente, percibimos
de que el tiempo tiñó con su tristeza el ánimo
que debía cantar como el agua de las fuentes, o
reverdecer como los ramos secos. En vano miramos
para los campos, a nuestra vuelta, esperando que
su luz nos empuje hacia dentro de la vida. Pero la sequía
invernal se prolonga en el alma; y un frío continúa
a soplar del este, como ese viento antiguo que Shelley
cantó. Y veo estas cosas acontecer como
el resultado natural del tiempo. De un lado, nada cambia,
como las aguas del lago que ninguna ola agita,
y los ojos que reflejan el breve azul del mediodía;
de otro lado, los días y  las estaciones no cesan
el recorrido que hemos de seguir, subiendo
las escaleras que nos parecen sin término. Y suspendo
la respiración, oyendo un soplo que me acompaña:
¿poema, o murmullo de quién? Y como si me
acompañaras de nuevo, y no estuviera aún lejos
esa primavera de la que tu distancia me aísla.

 

 

_______________________
(*) En colaboración con el autor



 

 

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Traducción: Marco Antonio Campos