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Notas personales sobre «Elegías», de Malena D’ Mili

Por Joaquín Mancilla León



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La primera vez que leí algunos poemas de Malena, casi por azar, la sensación inicial fue de sorpresa, mejor dicho de grata sorpresa, puesto que hasta entonces creía vivir en un mundo acorde al «signo de los tiempos» de esta época, con horizontes que parecen estar cada vez más alejados de aquellas vivencias espirituales que creíamos del pasado, estudiadas pero no vividas, admiradas como tesoros perdidos y tal vez ajenas para nuestras generaciones. Pero de pronto, con los primeros versos leídos, el pesimismo inicial se despejó barrido por la fuerza poética de Elegías de Malena D’Mili.

Cada verso refleja a su creadora, como normalmente ocurre en la poesía de alto vuelo. Malena emerge de las palabras, de modo que deseado o no, ella siempre está presente. Cada palabra empleada está en función estética de la idea, a veces estremecedora, ya sea para elevarnos a un mundo de ensueños, de musas y hadas, o  al contrario, empleando palabras intencionalmente concretas, a veces duras, sin ambages ni contemplaciones, y sin embargo logrando extraer la más pura belleza de entre el dolor que las motiva, haciéndonos partícipes del cruel acontecimiento que interiormente la atormenta: «... una garra fría y cruel / hundiéndose en mi vientre / el acero despiadado de las tenazas / revolviendo mis entrañas...», son versos que se presentan como la más implacable metáfora sobre el dolor, cada palabra por separado armoniza con la siguiente y todas con un concepto concreto generador del dolor interior.

En Elegías fluye una riqueza de símbolos propia de los grandes poetas. Sin embargo en esta obra son símbolos interiores, íntimos, cuyas claves son sólo de su autora. Así, por ejemplo, la primavera, estación comúnmente asociada con la vida, con la luz, acá la podemos ver como estación de dolor, de crueldad, símbolo de  soledad.

Al comenzar, en el poema «En el rincón» el mundo de las Elegías se nos anticipa oscuro y doloroso. El título nos introduce en la penumbra, en la soledad y en un mundo ajeno a la personal vivencia del dolor: «Con tu partida se apagó la luz del mundo / y yo me quedé a tientas en la oscuridad», palabras precisas de indestructibles consecuencias, no hay consuelo. Luego nos sumergimos nuevamente en las lágrimas, en lágrimas de sangre, lágrimas in crescendo, sólo llanto y nada más, ya que «... a los dolores absolutos / no les basta con lágrimas aguadas. / Hoy he llorado con lágrimas de sangre». En estos poemas la autora se entrega al dolor renunciando irreversiblemente a todo aquello que la pueda apartar no sólo del amor ausente, sino que incluso de sus recuerdos, configurando esta idea la médula de la más pura poesía admirablemente lograda y que estremece cuando en el poema «Duelo» se escucha, casi como un desafiante gemido: «... bienvenido dolor, / deléitate conmigo, / no escatimes en recursos, / besaré las llagas que me infliges / igual como otrora besaba sus besos». Ya no hay vuelta atrás, el desafío está planteado y acepta plenamente la ecuación amor-pérdida-dolor.

Debo detenerme brevemente en «Delirio», cuyo título nos conduce a un mundo interior conmocionado por el dolor, mundo magníficamente resumido en dos versos de la más alta composición poética, alcanzando niveles casi místicos: «... ni de los vivos enteramente / ni al mundo de los muertos perteneciente...», lograda composición cuya profundidad y sonoridad del verso inevitablemente nos trae recuerdos de Sor Juana Inés de la Cruz.

A esta grandiosidad final nos aproximamos paso a paso, anunciada en «Ajuste de cuentas», donde la autora deja atrás la primavera, objeto de feroz reproche, y conjura a la vida y a la muerte con versos que suenan furiosos, llenos de pasión: «... Yo habría renunciado hasta a mí misma / y habría renunciado a tenerla, / con tal de salvarla de la muerte y de preservar su existencia». Luego, viene el juramento donde el furor da paso al desdén, la vida y la muerte no intimidan por ser inútiles y no haber logrado matar el amor: «... A ti, Muerte, te perdí el miedo. / Vida, a ti te perdí el respeto». Furiosa y a la vez vibrante aliteración.
Resulta imposible abarcar en este breve comentario toda la riqueza poética de Elegías. He dejado ex profeso aparte algunas reflexiones sobre el poema elegíaco «Por la ribera del Estigia» porque fue lo primero que leí de la obra de Malena, quedando gratamente subyugado por sus versos. Lo primero que llama la atención de este poema es el viaje metafórico hacia las profundidades inalcanzables donde está ahora el ser amado ¿metafórico?  Así lo creemos al iniciar el viaje a las profundidades, pero la magia del poema nos envuelve paso a paso, y sin darnos cuenta la metáfora ya no existe, de pronto sentimos que el canto narra una realidad tan vívida como nosotros mismos. Malena logra crear un mundo no de papel y tinta, sino real, convincente, que nos mueve a acompañarla en su viaje. Bello poema que nos sumerge en las profundidades de la laguna Estigia, rodeada de dolor y lamentaciones, y sobre ese clamor que imaginamos, de las sombras emerge una voz: «Oye, mi amor / soy yo / es por ti este canto».  

En fin, lo cierto es que Elegías es mucho más de lo que estas personales notas expresan, y con estos comentarios sólo he logrado rasguñar la superficie quedando un profundo mundo poético por explorar. Lo cierto es que en esta obra se destaca la belleza de la composición producto de la riqueza de los versos y la profundidad de las emociones de la autora.



 



 

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Por Joaquín Mancilla León