1896. 8 de enero.
Nace Manuel Rojas Sepúlveda en Buenos Aires, hijo de padres
chilenos. 1900. Viene a Chile con sus padres, hasta
1903. 1901. Muere su padre. 1912. Atraviesa a pie la
cordillera y llega por segunda vez a Santiago. Vive en
conventillos. Estibador en Valparaíso. Envía articulos a un
periódico anarquista bonaerense. Pintor de brocha gorda. Amistad
con gente de teatro. En 1915 es tomado preso por razones
políticas. 1916. Publica en El Chileno: Canción de
otoño. 1918. Viaja al sur como apuntador de la
Compañía de Teatro de Alejandro Flores; llega a Ancud; en 1920,
hasta Punta Arenas, pero debe regresar a Santiago con pasajes de
la Beneficencia Pública. 1921. Va a Argentina y Uruguay con
una compañía de teatro. El cuento Laguna
obtiene el Segundo Premio en el concurso de un diario
bonaerense. 1926. Publica Hombres del Sur.
Obrero linotipista. 1928. Ingresa a la Biblioteca
Nacional. 1929. Muere su madre. Premios Atenea y Marcial
Martínez, por su colección de cuentos El
delincuente. 1931. Lanchas en la
bahía, obtiene el Premio La Nación. 1937. Con
Alberto Romero, organiza el Primer Congreso de Escritores
Nacionales. Durante 16 años venderá cartillas en el Hipódromo
Chile, además de sus otros trabajos. Redactor de Las Últimas
Noticias. 1951. Nascimento publica Hijo de
ladrón. Viaja invitado a dictar conferencias a
Colombia, Miami, Cuba, Panamá y Puerto Rico. 1952. Profesor
en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. 1957.
Premio Nacional de Literatura. Viaja a Estados Unidos, invitado
por el Departamento de Estado. 1959. Dicta conferencias en
Middlebury College. 1961. Enseña en universidades
norteamericanas. En 1962 viaja por México. Vuelve a Chile en
1964. 1966. Delegado a la Conferencia Tricontinental de La
Habana. Viaja por España, Portugal, Inglaterra , Francia, Unión
Soviética, Italia, Estados Unidos y México.
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ENTREVISTA CON MANUEL
ROJAS
por
Antonio Avaria
- Algún tema central,
casi obsesionante, sería la clave de su vasta obra
literaria?
No. La
experiencia me ha ido dando los temas. Escribo sobre lo que conozco, de
lo que la vida me ha hecho sentir. Soy un escritor que ha vivido en
numerosos ambientes y tuve la suerte de entrar en la literatura chilena
después de conocer mucho de Argentina y Chile.
- Esto explica la gran
variedad de sus escenarios y la calidad tan natural y nada libresca de
su obra; por ella circula un centenar de personajes populares, obreros a
misero jornal, vagabundos, delincuentes, analfabetos, humildes maestros
de toda clase de oficios. Estos hombres viven, convencen; sin embargo,
Ud. evita la reproducción fonética de su lenguaje, es decir, el
naturalismo lingüístico.
Soy enemigo de ese criollismo. No tiene ninguna ventaja. Lo que importa
no es cómo habla un personaje, sino lo que dice. Tanta entonación local
lleva a una literatura ininteligible para otras regiones o países. La
transcripción fonética me parece más bien cosa de filólogos.
-Con glosario y notas
en los pies. Pero si una palabra chilena es justa, ¿no merece
universalidad?
En este caso
preciso, sí. Pero vea Ud.: por los días de mi llegada a Chile, se
iniciaba aquí el criollismo fonético, con los Cuentos del Maule
de Mariano Latorre. Ni Lillo, ni Santiván, ni Barrios le cargaban
la mano a la imitación o transcripción fonética del lenguaje popular;
sólo lo habían practicado los costumbristas, y con moderación. Entre
Latorre y Durand se estableció una competencia de jerigonza y
apóstrofes. Se terminaba por no entenderlos.
-Gabriela Mistral hace
un reproche parecido a Marta Brunet. ¿Creé Ud. que la autora de Humo hacia el Sur incurre
igualmente en los vicios de Latorre y Luis Durand?
Mucho menos. Su lengua era más distinguida,
más sabrosa y más fina. Por eso su estilo resultaba más
natural.
- ¿Cuándo llegó Ud. a
Chile?
En 1912. No había
escrito una línea.
- ¿Qué traía
usted consigo, junto a su pasión de sobrevivir?
Las historias que mi madre me contaba. Ella
era viuda y yo el hijo único. Pasábamos mucho tiempo juntos.
- Más que otros niños.
¿Eran cuentos, invenciones?
Ella no inventaba. Eran relatos de los familiares, de su experiencia. Su
única distracción consistía en hablarme.
- En su formación de
escritor se ha dicho que predominó la lectura de Horacio
Quiroga.
No creo que se
trate propiamente de una influencia literaria, sino que -en un sentido
más fino- Quiroga inculcaba la pasión de hacer las cosas bien y de una
manera bella.
-¿Otros
hispanoamericanos? ¿Lugones?
No los conocía; sólo después pude leerlos,
aquí en Chile.
- A todos les cuelgan
trapos. A usted le han llamado el Gorki
chileno.
Yo he sentido una gran admiración por Máximo
Gorki. Pero tampoco era una lectura consciente, un aprendizaje
literario. Como yo mismo era algo vagabundo y me gustaba caminar; como
era un afuerino que estaba un mes aquí y otro allá, las narraciones de
Gorki me venían de perilla. Siempre admiré también la calidad moral del
gran escritor ruso.
- ¿Qué otros autores le
merecieron atención especial?
Bueno, en mi juventud leí mucho a Zola, a
Baroja, a Vargas Vila, a Victor Hugo; sin orden ni preferencias, pasaba
de lo romántico al realismo y a lo modernista. Vea usted: sin una
cultura literaria, mis cuentos se libraron de las influencias de
escuelas, del naturalismo u otras; yo contaba cosas que había visto y
vivido, de la manera más real y natural posible. Nunca me interesó
escribir de cierta manera. Hay gentes que se proponen eso y eso
los mata. Cuando empecé a escribir no sabía si iba a ser crítico o
carpintero. Escribí por una necesidad natural, sin proponerme nada. Me
son ajenas las reflexiones de los escritores más cultos y refinados:
"...cuando escribe, ¿en qué lector piensa?" Yo no pienso en ninguno. A
veces pienso que a un amigo le podría gustar lo que estoy escribiendo...
y al amigo no le gusta. Nada más.
- Uno de sus grandes
amigos ha sido José Santos González Vera.
Fuimos compañeros desde los 17 años de edad.
Eramos muy diferentes, pero nos unía la lucha por sobrevivir; nos
gustaba leer, vivíamos juntos, intercambiábamos anécdotas, miserias,
ilusiones. Nos formamos bajo el tutelaje de José Domingo Gómez Rojas.
Antes de escribir sus historias, González Vera las cuenta, con una
gracia insuperable. Las cosas que le ocurrieron cuando lustraba zapatos
en el Club de Septiembre, por ejemplo, las conocía yo antes de que
figuraran en Cuando era muchacho. Escritas, no me
encantaban tanto como contadas por González Vera. Siempre es así:
imposible transferir su mímica, sus entonaciones, su risa. Escritas,
están bien -están muy bien- pero les falta González Vera. Es un amigo
que siempre da alegría y gracia.
- Historias vividas,
lenguaje de tranco natural...; sin embargo, alguna vez cometió usted un
pecado puro de imaginación.
La Ciudad de los Césares, hace ya mucho
tiempo.
-Y ese picotón de
inquietud metafísica que se expresa en El Espíritu
Inquieto?
Ocurrió leyendo a Platón: me provocó inquietudes de esa índole.
Fue uno de mis primeros relatos, recogido en Hombres del
Sur.
- En sus cuentos con
animales, ¿hay huellas de Kipling, de Quiroga?
Provienen del folklore chileno, recopilado
por don Ramón Laval; especialmente El León y el Hombre
(incluido en El Bonete Maulino y Otros Cuentos,
Editorial Universitaria, libro Cormorán, 1968). A Lira, el hombre que
había amaestrado una cotorra, lo conocí personalmente.
-Una carabina y una
cotorra es uno de sus mejores
cuentos.
Así dicen, A mí
también me gusta.
- Dicen los
críticos..., a propósito, ¿se fastidió usted ante los reparos hechos a
su Historia de la Literatura
Chilena?
Me molestó
que opinara como crítico tanto divino grafómano. Además, Alone me tomó
ojeriza, no sé bien por qué. Fuera de los escritores, querían que yo
pusiera a unos tres mil semianalfabetos que escriben en Chile. A ese
libro debí ponerle un título invulnerable: "Ensayos sobre" o
"algo de literatura chilena".
RESPONSABILIDAD DEL ESCRITOR
1957: El Ministro de
Educación le hace entrega del Premio Nacional de Literatura.
- Un estilo simple,
robusto y natural parecería ser la condición de su literatura. Pero Hijo de Ladrón -una de las
grandes novelas americanas- presenta problemas complejos de elaboración
literaria: monólogos interiores, flujo de la conciencia, variedad de
planos narrativos, perspectivas, saltos temporales, etc. La observación
puede extenderse a Mejor que el
vino y Sombra contra el
muro.
Un escritor se
desarrolla. Llegué a esas novelas por un proceso natural de
perfeccionamiento. Una exigencia ética, si usted quiere. Creo que
Baldomero Lillo no alcanzó a desarrollarse. Muchos no lo hacen jamás,
están siempre igual, sin transformaciones.
- Lo tienen todo
resuelto. Nacen con un punto final entre las cejas: no buscan, no se
renuevan. Para decir más, usted se ha dado a sí mismo otra vuelta de
tuerca, a juzgar por el trabajo presentado en el Segundo Congreso
Latinoamericano de Escritores realizado en México. Considerando que el
escritor latinoamericano escribe para burgueses y aristócratas -a los
que aborrece- y alarmado ante el juego al escondite con el lector que
perpetra la nueva novela de nuestra América, pedía usted al escritor una
obra -por lo menos una- que el pueblo comprendiera: para ayudarlo,
protegerlo y dirigirlo hacia la conciencia de sus
derechos.
Es una
responsabilidad muy importante, me parece. En Chile -usted sabe-
publiqué este trabajo en Gaceta Literaria de La Nación (10 de
septiembre, 1967). También apareció en Cuba, en Casa de las Américas. No
he recibido comentarios.
- Usted recordaba una
sentencia muy esclarecedora de Ilya Ehremburg: "La obra maestra de la
literatura soviética es el lector soviético". Sus escritores son
convencionales, ignoran los recursos modernos de la novela, pero el
pueblo los devora y esto es un hecho culturalmente revolucionario. ¿No
es así?
Si así es en el
pueblo soviético, se ha cumplido el milagro que yo desearía para los
pueblos de nuestra América.
- ¿Una vuelta al
realismo socialista, una literatura por ende reaccionaria, una
condenación de Cortázar y Vargas Llosa como lo hace encarnizadamente
Manuel Pedro González?
No
le tengo miedo a ninguna vuelta, si es necesaria. Ya lo he dicho: como
escritor y lector tampoco tengo nada contra mis hermanos (Cortázar,
Carpentier, Vargas Llosa), pero también soy un hombre que piensa en un
pueblo a quien está negada la lectura de Rayuela:
nuestro deber es promoverlo al consumo de los bienes
culturales...
- ...que es sin duda el
primer deber político de la hora latinoamericana y debe hacerse carne en
todos los que poseen la responsabilidad del poder. Pues "hacer la
revolución" es hacer la cultura, como decía Sartre en el prólogo a Los
Condenados de la Tierra, de Franz Fanon. Pero veo dos riesgos a la
moción de usted: podría servir de trampa paternalista para mantener el
orden establecido (porque la experimentación formal es al fin y al cabo
una conjetura de mundos posibles, la elaboración de un lenguaje para una
nueva realidad), y la aparición de los comisarios, con la resabida
consigna de poner a raya la conciencia del escritor. La consecuencia
podría ser el acrecentamiento de nuestra insularidad cultural y el
retardo aún mayor en la incorporación de nuestra literatura a la gran
cultura del mundo.
Creo que
ambas direcciones, la ultraculta y la popular, pueden correr
paralelamente...
- ...¿y hacerse
préstamos?
Si cuidan su
verdadera razón, sí. Por lo demás, sólo he pedido que el escritor
escriba por lo menos una obra para el lector recién
alfabetizado. Y vea usted: en Cuba parecen haber evitado a los
comisarios que tanto mal han hecho en otras sociedades socialistas;
dentro de la Revolución, hay una insólita libertad intelectual; por
ejemplo, los jóvenes díscolos de la revista El Caimán
Barbudo acaban de criticar a la burocracia entronizada en la
UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba): Adhieren a Guillermo
Cabrera Infante. En cuanto a las ideas de Manuel Pedro González no me
parecen tan descabelladas, sobre todo en lo que se refieren a Carlos
Fuentes. Creo que por el lado de La Casa Verde (Vargas
Llosa) vamos a dar a la nada, a lo ininteligible; no he podido terminar
esta novela de Mario. ¿Para qué hace eso? Lo de Joyce me pareció bien:
ir más allá, no.
- ¡Pero usted ha leído
fervorosamente a Faulkner!
Yo adoraba a Faulkner. Pero en él, a pesar de su complejidad, hay
gracia. Cuando ésta desaparece, sólo hay confusión.
-¿Conoció usted a M. P.
González, el viejo niño terrible de la crítica, el iconoclasta que
califica a los novelistas latinoamericanos más en boga de remedos
inmaduros de Joyce y Faulkner?
Hace más de treinta años me escribió
pidiéndome permiso para traducir Lanchas en la Bahía al inglés. La
traducción se hizo pero no tuvo editor. Más tarde lo conocí durante unos
cursos de verano en la Universidad de California en Los
Angeles.
- ¿Cuándo residió usted
en USA?
El año 61 me
desempeñé como profesor de literatura hispanoamericana en una
universidad de Seattle, al año siguiente pasé por México y el 63 volví
al noroeste, esta vez a Eugéne, Oregón...
- ... en medio de
bosques, ríos y escarcha.
Los paisajes naturales de Oregón son muy hermosos, los reconocí en la
película "La Trampa", que acabo de ver.
- Usted estaba en USA
cuando ocurrió el asesinato del Presidente Kennedy; recuerdo un artículo
suyo relatando una experiencia que lo dejó estupefacto: la flema con que
fue recibida la noticia en el primer momento; yo también conté un
recuerdo parecido a Guillermo Atías en la revsita PLAN. Ahora bien, ¿le
sorprendió el asesinato de Robert Kennedy?
No. Eso se esperaba, dentro de esa educación
para la violencia. Ya ve usted que la "guerra contra la pobreza" ha
disminuido para atender otros gastos, y en cambio han adiestrado a
policías con armas espantosas para combatir la "guerrilla urbana". En
lugar de apaciguar a los pobres, se preparan para matarlos.
SITUACIÓN DEL INTELECTUAL; CUBA Y LA
REVOLUCIÓN
- Usted tiene una vida
literaria de más de medio siglo, ha asistido a los cambios de nuestra
historia, presidió el Primer Congreso de Escritores de
Chile...
el primero y el único...
-... en 1937, ha
contribuido con su testimonio de narrador y también como ensayista a la
desmitificación de la realidad social, ha vagado a pie por Chile entero
y conoce a su gente; usted viajó extensamente por el mundo y conoce la
realidad de otras sociedades: Estados Unidos, Unión Soviética, Cuba. En
fin, quién escribió De la Poesía a la Revolución. ¿qué dice de la
revolución por la vía armada y violenta que algunos preconizan para
nuestro país?
Alguien
debería escribir en Cuba, con toda objetividad, cuáles eran las
condiciones existentes en Cuba cuándo empezó la Revolución. Necesitamos
este estudio, para evitar espejismos. De partida, puedo indicar dos: en
Cuba había dictadura, y aquí no; había una tradición revolucionaria y
aquí no. Se olvida que los cubanos recién no más, hace setenta años,
tuvieron su lucha por la independencia política; Martí está presente.
Aquí olvidamos esas cosas de 1810; sólo hay una tradición de
"mediócratas" obsesionados por el reajuste.
- Tampoco somos un
prostíbulo norteamericano, para servirnos de la frase del senador
Fulbright sobre Saigón.
Cuba sí lo era, en todos los órdenes de la vida, abiertamente. Que le
cuenten los que conocieron el Batistado: el menos puritano se
escandaliza. ¿Ha leído usted las crónicas sobre el asalto del palacio de
Batista? Impensable en Chile.
- Usted siempre ha
mantenido una clara e independiente posición de izquierda. ¿Nunca le
interesaron los partidos políticos?
Jorge Jobet me llevó una vez al Partido
Socialista e integré una de sus células culturales. Renuncié a los pocos
meses, porque el partido apoyó la candidatura presidencial de Carlos
Ibañez.
- Desde 1912 -su
llegada a Chile- hasta hoy, ¿Ha cambiado la situación del
intelectual?
Hay mayor
venta de libros, pero no una mayor aceptación del escritor. Antes tenía
más, se presentaba más en público, era más festejado. Siempre sostuve
que en Chile el escritor nace admirado desde el momento que escribe. Los
programas escolares contemplan la lectura de libros recién publicados y
el autor joven es consultado por los estudiantes. En otros países no; en
Argentina los autores llegan a llorar: el público sólo conoce a
Sarmiento y José Hernández.
YO ME
CAIGO MUERTO, Y EL OFICIO
Mediodía en el Instituto
Nacional, con Mariano Latorre, Cesar Bunster, Ricardo Latcham, Clemente
Canales
Milton Rossel, Norberto Pinilla.
- También nuestras
universidades enseñan la literatura viva del país, y aceptan tesis de
licenciados sobre autores que aún no cumplen el requisito académico de
la muerte.
Cuando
Gerchunoff, el escritor de Los Gauchos Judíos y gran periodista
argentino, cayó muerto en las calles de Buenos Aires, nadie sabía quién
era. Yo me caigo muerto y entre diez chilenos que se agolpen a verme
siempre habrá uno que diga éste es Manuel Rojas. "Yo le hacía a usted en
USA, don Manuel", me dijo ayer el hombre del vestuario, en un hotel.
Esta característica de Chile ayuda mucho al escritor. Pero ahora hay
menos actos literarios, menos presentación del escritor ante el
público.
- Proliferan en cambio
las conferencias, tan diestramente descritas por González Vera y
Giaconi, a cargo de profesionales que el poeta Eduardo Molina llama "los
pedantes de turno". El público las pide, pero también querría conocer a
sus escritores.
En los
países socialistas, el hecho de ser escritor confiere un status. Tienen
sueldo del Estado, pero no perciben derechos de autor. En Cuba todos
dependen de la Dirección de Cultura; supongo que hay diferencias, según
la obra de cada cual. El problema de esas sociedades está en evitar
convertirse en burócrata. Ojalá el Estado chileno se preocupara de sus
artistas. Por otra parte, le confieso que escribí más cuando tenía m´s
obligaciones. Así Hijo de Ladrón, del cual hice
numerosas versiones antes de llegar a la última, publicada en 1951.
Lleva once ediciones en castellano. Me costó hacer ese libro.
- Cuando usted tiene
una historia, ¿la fija en seguida en notas y traza bosquejos de su
estructura, momentos climáticos, desenlace?
En verdad nunca necesité de esquemas, porque
poseo una gran memoria, que procuro mejorar al escribir. Tengo montones
de cuadernos con los originales de mis libros. Sí, a mano, en cuadernos
de escolar. Cuando tengo un buen número de páginas, las copio a máquina,
luego hago otra versión corregida a mano, y otra vez la máquina y de
nuevo al cuaderno. Cuando termino un cuaderno o vuelvo al revés y
continúo por el reverso, como escriben sus cartas las señoras antiguas.
La única vez que tomé notas, se pusieron amarillas, luego verdes; el
tema seguía rondándome; cuarenta años después me lo eché entre las cejas
y escribí Punta de Rieles. Todas mis narraciones me han
costado difíciles trabajos. Acabo de encontrar un cuento que dejé
inconcluso, aún no resuelvo su final; se llama El
choroy.
- ¿Qué influencias
podría señalar en su obra?
No tengo influencias directas, pero todos han intervenido en mi
formación. No sólo la literatura (Luis Durand sólo leía novelas); yo leí
mucho de ciencia. Me importaron Freud, Einstein: esa gente que atomizó
el pensamiento científico, filosófico y moral.
- ¿Qué escritores
curiosos ha encontrado en su vida?
No conocí a Baldomero Lillo; un personaje
extraordinario era Antonio Acevedo Hernández. Fue un obrero que nunca se
desarrolló como escritor, siempre escribió lo mismo; quería llevarme a
la montaña con González Vera, y que nos hiciéramos leñadores. Nos había
convencido pero la empresa fracasó porque no teníamos para comprar un
hacha. Rojas Jiménez era otro personaje.
- Creo que Acevedo
Hernández vivió y murió muy pobremente.
Nunca pudo ganar dinero. Ninguno de nosotros
ha podido hacerlo; sólo Inostroza, pero nadie lo toma en cuenta como
escritor.
- ¿Qué trae Manuel
Rojas a la literatura chilena?
Una mitad afuera de Chile; introdujo
experiencias y personajes de Argentina.
- Un hombre de dos
mundos, de muchos rumbos.
Silva Castro dice que soy un escritor "fronterizo", como
Sarmiento o Pérez Rosales.
- ¿Quiénes, a su
juicio, pertenecerían con usted a la Generación del
20?
González Vera, Neruda,
Marta Brunet.
- ¿Participó usted en
otros grupos literarios, antes de BABEL?
Primero formamos el "Grupo de los 7": era una
revista escrita a mano por González Vera. Pertenecí a Selva Lírica y
después al "Círculo de los cansados", siempre con González Vera; hay un
cuento de Sergio Atria sobre este círculo. Luego al grupo de BABEL, que
fue el que más duró y el que más frutos dejó.
- Esa revista de
ustedes, dirigida por Enrique espinoza, ha sido una de las mejores de
Chile. BABEL posee hoy enorme valor para la historiografía literaria.
Fué un árbol siempre verde.
Ah, Flaubert. Siempre recuerdo esa definición de la literatura. Para el
novelista francés, la prosa nunca está terminada. Yo creo lo
mismo.
- ¿Qué quiere decir,
precisamente?
Más
paciencia, más correcciones, mejor prosa.
- Ahora entiendo el
largo silencio que precedió a Hijo de Ladrón. Se entiende también como
gestación, diríamos, de un hombre nuevo: enderezaba usted hacia otras
formas narrativas, más amplias, hacia la posesión de un lenguaje más
castigado y más desnudo de metáforas que el anterior.
Así fue, hasta quellegué a un límite mental
(corregí incansablemente) y publiqué la novela.
- ¿Y la poesía? ¿Qué
significó para usted, qué relación tiene con su dominante obra
novelesca? Empezó escribiendo poemas y ha seguido cultivándolos,
intermitentemente. Recuerdo su Deshecha
Rosa.
Escribir poesía
significa buscar mucho en sí mismo. Me enseño la paciencia del trabajo
literario, la búsqueda de la palabra y el sonido exactos: cuesta
encontrarlos.
- ¿Qué busca usted
ahora?
Trabajo.
-¿Cómo ? Usted ya tiene
setenta años, es Premio Nacional de Literatura, Zig-Zag prepara una
duodécima edición de Hijo de
Ladrón, sus cuentos se reeditan y son recopilados
por antologías nacionales y extranjeras, su obra está en los programas
escolares, en librerías circula una decena de libros suyos, usted es
solicitado por la radio, la prensa, la televisión...
se me llama a comparecer y hacer mi
número, eso es todo. Ahí tiene usted, ando buscando trabajo.
- ¿Qué le gustaría
hacer?
Me atrae la
televisión. Quisiera hacer un taller literario, y otro sobre la
creación: cómo se escribe, y luego examinar un texto, un cuento o un
fragmento de novela o poema. También podría hacer un recordatorio de los
personajes que he conocido. También me ofrezco ante una editorial como
reliquia literaria.
- Sus obras son
reliquias a las que muchos chilenos, obreros y estudiantes, encienden
velas; siguen haciendo milagros, a juzgar por esta nueva selección de
cuentos de Editorial Universitaria. He sido informado que EUDEBA (Edit.
Universitaria de Buenos Aires) encargó a Enrique Espinoza la preparación
de Genio y Figura de Manuel Rojas. Quién lo diría, ese muchacho
vagamundos y huérfano que pasó a pie la cordillera y llegó a Chile con
dieciseía años, sin oficio ni escuela, llamado por las historias que una
madre chilena le había contado.
Si mi padre era alegre y su presencia era como estar junto a una
guitarra, decía su viuda, ella era una mujer dramática. La historia del
bonete maulino fue contada por ella.
- Usted conoce todas
las regiones de Chile y ha dicho que sus paisajes son los más hermosos,
¿cuál le viene de golpe a la memoria?
Es una maravilla viajar en tren de La Serena
a Vallenar; al caer la tarde, ve usted las minas, el desierto, los
cerros con una diversidad de colores muy hermosa.
- ¿En qué ciudad le
gustaría vivir?
En Arica.
El clima es mejor y presenta mucha vida curiosa; hasta hay piratas
norteamericanos.-
¿Qué obra está preparando?
Llevo setenta carillas tamaño oficio de una
extensa novela, la última de la serie de Hijo de Ladrón. Empieza con la
llegada de los trabajadores del salitre. He tenido que documentarme: leí
El Salitre, de don Roberto Hernández. Su título es La Oscura Vida Radiante, un verso del poema "Musa
traviesa" de José Martí.
- ¿Manuel Rojas es un
anarquista?
Tuve una juventud
difícil; fuí aprendiz de esto y estotro; estuve preso varias veces (me
acusaron en cierta ocasión de haberle echado ácido a unas puertas); leí
muchos libros anarquistas. Siempre he sido un tipo
disconforme.
Antonio
Avaria
Árbol de Letras
- abril de 1968. Editorial Universitaria