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          New York,  EE.UU.: Editorial Pen Press, 2009.          
        SATÉN:  COMENTARIO SOBRE EL TEXTO DE MARINA ARRATE
        Pilar Errázuriz Vidal (1)
Nomadías, No. 12 (2010)
            
        
        
         
         
          
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         Satén  de Marina Arrate nos desliza por pliegues paradójicos y abismos inquietantes.  Eros, coronado de mujer, se impone majestuoso bordeando el peligro. Tánatos, su  gemelo, se confunde en la sombra de la seda lustrosa. Sin embargo, “las huesas  de la Santona Vieja”  develan lo inesperado: “un jaguar blanco, un jaguar negro”, siameses en el  inconciente ignorante de contradicción. Lo ilusorio del deseo pinta horizontes  de carmín que se vuelven sangre; arrullan “aves del paraíso y suaves antílopes”  muestran zarpas; convoca la luz del Himalaya que atraviesa el espacio como la  hoja de un cuchillo mortal.            
        Así, la poeta nos relata  el viaje por los continentes del “otro” en tiempos en que “un ängel iluminaba  la atmósfera”, cuando la   Danzadora – nos cuenta – se aligeraba de ropas para cabalgar  por el desfiladero de su destino. Ay, las poetas, cuánto saben del destino.  Cómo nos muestran lo que escamotea el discurso embustero del convite al sarao.  El texto se confiesa, confiesa la sed por una “lumbre oculta” que todo lo  puede, incluso mirar a Tánatos de frente sin pudor. ¿Por qué habría de tener pudor  quien se viste de lentejuelas y tisú? 
        Sin embargo el el juego  de la ceguera, la mirada de ojos huecos, la sordina frente al silbido del puma  lo que abre la puerta a la farándula del encuentro. Las alfozas que despliegan  las páginas de Satén nos revelan  tránsitos extremos de quien apadrinó las bodas entre Eros y Tánatos. Bodas  inútiles pues son sólo una misma cosa, un mismo engendro, un mismo ser. La  poeta es, entonces, una malabarista. De ese engendro nos destila, línea a  línea, lo que es del Oriente y lo que es del Poniente. Deja volar imágenes  inefables, navegar nuestro pensamiento por ríoscristalinos, bajando por  quebradas a “un pozo azul milenario” que finalmente refleja lo siniestro de  quien espera agazapado: no es un torrente o una cascada, sino el rugido del  Eros con su rostro satánico, su doble: Tánatos. “Ruge y raja”, afirma la poeta.  “Sangre en el hocico”, dice, y agrega: “yo no sé del amor sino es por tajos”.
        No  digamos ya que no estamos advertidas. Son ellas, las poetas, quienes vienen  para mostrarnos el caleidoscopio claroscuro del goce. Duele el goce a quien se  aferra a la lumbre oculta, dicen. Pero, ¿qué sería del sujeto sin el espejismo  del otro? ¿Qué sería de nosotras sin desafiar al Maligno?
        Como  piedras preciosas, las líneas escritas desgranan imágenes, como piedras de  lumbre que encienden lo que va quedando en el brasero de lo vivido. Concurren  representaciones bucólicas, maléficas, infernales. Se suceden los ojos de la  cerradura que permiten vislumbrar lo que oculta el disimulo. La voz de la poeta  se vuelve rumor de Apocalipsis y sin necesidad de nombrarlos, lossite sellos  nos relatan lo que nos negamos a admitir: que las bocas son de alabastro, los  cuerpos “osamentas ataviadas”, y que existen “locos adoradores de la muerte”  que se convocan junto a las aguas de un espejo. El texto teje la paradoja para  advertirnos que son “de traicionero terciopelo el tejido de las figuras que  ahora llamean al sol como la luz de los cuchillos”. Las figuras volátiles de  aire y mercurio se perfuman con el azufre de Belcebú. “Arpa y arpía” se nos  informa, música enredosa que recorrerá todo el texto levando y trayendo el  aliento de quien lee la seducción de los paisajes desplegados. Ciervos y  serpientes, toros y felinos “se confunden en un verde firmamento”a voluntad de la pluma que escribe.  Cuánto nos enseña Marina Arrate, “mujer antigua”. Con qué donaire se mueve ella  entre los hilos de la “tapicería milenaria y radiante” de la psiquis. Cuerpo  que sabe que la “lanza de oro de la muerte nos atravesará atraída en nuestro  imán”, cuerpo que espera, desafiante, que el otro cometa el asesinato. Cuerpo  vivo que sabe de la muerte.
        A  la postre, no obstante, el triunfo. Vuelta al desvío luego del grandioso  espectáculo.; leemos que agrega mundo y cabalga vestida de brocado, la Danzadora, al otro lado  del abismo: “de todo rastro bebo, a todo sol me expongo”, dice. Del túnel  emerge para crear estirpe: “muchachos nuevos con ojos grandes”, afirma. ¡Sea  metáfora para retoñar y retornar sin ingenuidades a las selvas traicioneras!  Qué más da, si éste es el juego que impone Eros, tan insidioso. Germina la  tentación de volver a empezar. Sólo que ahora, con el beneplácito de la  advertencia: Tánatos, disimulado en la sombra, será bienvenido cuando “el Ángel”  otra vez “ilumine la atmósfera”. Alfa y omega del devenir de la pasión con la  regularidad de las mareas, con la persistencia del oleaje, con la traición del  terciopelo, co la suavidad del satén.
         
            Santiago  de Chile, Julio del 2010
         
         
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        Nota:
        1.-  Psicoanalista, Doctora en Estudios de Género, Directora del Centro de Estudios  de Género y Cultura de América Latina (CEGECAL) de la U. de Chile, Vicepresidenta de la Corporación de  Desarrollo de la Mujer La  Morada.