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LAS METÁFORAS DE AMOR SON RIDÍCULAS

Marco Aurelio Rodríguez





 


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Cuando Novalis señala que la metáfora pretende conceder a lo cotidiano la dignidad de lo desconocido no sólo ratifica la utopía del arte —cuyas insinuaciones nos dan una sensación de libertad, de plenitud, de algo vano— sino que también alude a la penosa repulsa en la asignación de sus órganos. Y utilizo la metáfora vital (la del amor, la de la descomposición, la de los órganos) para confirmar la imposibilidad de los actos humanos que pretenden la categoría de símbolos, aun cuando éstos —los simulacros, las vanidades, la transparencia de las cosas— se vayan adueñando de nosotros por capricho casi mefistofélico. Twiteados, photoshopeados, clonados, escenificados en ausencia, La Pequeña Lulú es más real que la mujer que yo amo. ¿Debo entonces poseer a La Pequeña Lulú, la intrusa? ¿Cómo llegar a odiarla para traspasarle mi voluptuosidad, mis contravenciones, mis hartazgos?

Muchas veces pienso en Borges atrapado por los atardeceres, por el oro violento de los tigres, por la escritura de Dios y la caligrafía de su madre que le impuso el remate de alguno de sus cuentos (La intrusa). La metáfora es un error, es un engaño. Implica reprobación, censura. Cuando Borges se refiere al río que es tiempo y a la vida que es sueño, resta, distrae la inconmensurable soledad de vivir, nos deja solos, desvalidos frente a las cosas del mundo. Leer El Aleph; allí hay atisbos de la mujer que amó.

Si La Comedia del Dante es la metáfora final de la literatura, Beatriz es el reparo, la condena que anuló a su autor pero no al amor que —por eso y por otras pequeñeces—más de alguno confundió con redención. Virgilio es la Trotaconventos, la madre de Borges, la intrusa. Infinitamente existió Beatriz para Dante; Dante muy poco, tal vez nada, para Beatriz, advierte Borges como burlándose de sí mismo. Beatriz vivió, Dante creó su propia representación enfebrecida por los ojos de una niñita-mujer (algo parecido le pasará a Lewis Carroll y a nadie más, que yo sepa). La mujer, en general, es más feliz que el hombre, dicen, porque todavía es naturaleza. La mujer está mal hecha festeja una cumbia colombiana. La mujer en el futuro será capaz de engendrar sin varón. La capa de ozono, en todo caso, se romperá implacablemente y no quedará mujer ni mundo. ¿Los ojos de Dios nos escudriñarán como a tebeos? La metáfora del ciego que atisba como Borges, como Homero que —según dicen— jamás existió.

Sophie von Kühn, la prometida de Novalis, murió de tisis a la edad de quince años. El poeta alemán de prematura existencia y cuya poesía gira en torno a la (inútil) salvación de su amada, murió tres años luego, en 1801, aquejado igualmente de tisis: “Me aferraba con inmenso dolor a la vida que se me escapaba y se extinguía. He aquí que vino de las lejanías azules, de las cimas de mi antigua bienaventuranza, un tembloroso fulgor. Y súbitamente la atadura del nacimiento, la cadena de la Luz se rompió. Desapareció el resplandor terrestre y con él el dolor. La melancolía se fundió para crear un mundo nuevo e inefable” (Himnos a la noche). Edgar Allan Poe —más allá de que todas las mujeres a las que amó murieran prematuramente— entrevió un “amor que es más que amor”: “I was a child and she was a child, /In this kingdom by the sea; /But we loved with a love that was more than love- /I and my Annabel Lee”.

Las cartas de amor (ahora los mails) son ridículas porque sencillamente el amor es ridículo. Inefablemente humano. Quedan sólo metáforas. Beatriz (a la que Dante conoció cuando era una niña de nueve años y que no volvió a ver hasta nueve años después) es Virgen (en el sentido de “no tocada” por Dante) de algún Paraíso que es la literatura. Ulrica es el único relato de amor que publicó Borges (sic). La Pequeña Lulú sigue siendo virgen a pesar de Tobi.



 

 

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Las metáforas de amor son ridículas.
Por Marco Aurelio Rodríguez.