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¿LE CREEMOS AL RATÓN MICKEY...?

Por Marco Aurelio Rodríguez

 

 

 


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Mickey Mouse, pequeño y oscuro, dado a los discursos pueriles, hipnotizador, vestido de hechicero con su capirote de cincuenta estrellas, dominador de masas, recuerda a personajes amargos como las mismas ratas.

El Ratón Mickey es el resultado de una cultura en crisis, autorreferente y abusiva y que — pasado el tiempo del éxtasis o la pasión— queda en el inconsciente del pueblo como una sombra de círculos vulgares rodando por la orilla de un mundo tenebroso que, apenas se abren los focos, replantea su papel comediante y se pone esa máscara de infancia azucaradamente ilusa como Blancanieves.

Atrás quedaron los clásicos bastardos. La Caperucita —cuya primera menstruación fue dedicada a Sigmund— se casó con el lobo y se quedó a vivir en el bosque de nuestra primera patria que, pasados los años del miedo, del ocultamiento feroz, nos hace desdeñarla; somos grandes. Para evitar la obscenidad de retomarla, la convertimos en chiste. Porque si no, nos pasa igual que El Lobo que llega con dolor de panza pues comió Caperucitas Verdes.

En el país de Disneylandia la felicidad es una broma. Allí Cenicienta es obligada a trabajar para las dinastías de cartón-piedra. (El Rey Dinero también tiene su dibujo animado.)

Disney se apropió de la imagen de Ub Iwerks, ese Ratón inicial —como una Caperucita a punto de ingresar a los bosques— como una mancha traviesa enfundada en guantes blancos y que —pasado el tiempo de la iniciación—, cuando se acompañe de una trompeta en solitario jazz, o se acomode a una banda de fox-trot, recordará a los posesos músicos negros exorcizando la debacle de los años veinte. Yo siempre creí que Betty Boop sería su amante secreta y que, luego de generaciones de engaños, finalmente sería absuelta —ella, no él— sobre los archivos abiertos al enjuiciamiento público.

Los dibujantes que participaron en la creación de otras figuras animadas, como el terco Pato Donald, tuvieron que donar sus derechos a Disney para contribuir a ese mundo imaginario que es Norteamérica.

La primera versión del ratón Mickey data de 1920. El 18 de noviembre de 1928, Mickey Mouse protagonizó su primer cortometraje animado, titulado Steamboat Willie, con la voz de Walt Disney (caso de sombra que busca a su dueño), que consiguió colocar la cinta en pantalla grande, en cinemascope de impresionante imagen y sonido. El remozado personaje no sólo sería protagonista de series y películas —al estilo del mejor actor de Holywood que nunca envejece—, sino que además fue objeto de una estudiada operación de marketing que se tradujo en ventas masivas de trastos con la imagen del inocente monigote de orejas redondas como dos centavos de dólar cubiertos del terciopelo real que enloquece a los plebeyos.

Son los años en que la naciente Empresa Disney atraviesa una crisis protagonizada por sus empleados, hartos de aguantar la tiranía de su jefe. Parte de ellos lo dejan y fundan la United Productions of America. Mientras tanto desde Disney —con su ternura habitual— trabajan hasta perfeccionar otro de los personajes que pasaría a la historia del dibujo animado, Bambi.

Micky Boy es un buen chico. Su juventud está avalada por el pacto mefistofélico de un copyright que, por artilugios legales, se vivifica en la medida que más tiempo pasa, y se acomoda hacia un fin último: que la cultura esté controlada y que el dinero quede en casa. Cito una impugnación que fija nuestro tema: "el monopolio de las corporaciones internacionales que en un mundo globalizado como el actual pueden ejercer su poder político a través de los tratados de libre comercio para impedir que los países en desarrollo desarrollen sus propias industrias...", etc., etc.

En 1998, en Estados Unidos se aprobó el Acta de Extensión del Copyright de 50 a 70 años. Esta enmienda es conocida como la Mickey Mouse Copyright Extensión Act, promovida por los Estudios Walt Disney, AOL y Time Warner, que de no aprobarse ese año habrían perdido sus derechos sobre películas clásicas como "Casablanca", "El mago de Oz" y "Lo que el viento se llevó". El principal interesado en la ampliación del plazo era, lógicamente, Walt Disney Co., pues los derechos autorales sobre el personaje Mickey Mouse hubieran caído al dominio público en 2004. Su potestad se alzará solamente en el año 2024... Tiempo suficiente para que, los que hacen las maquetas laberínticas de los tratados internacionales, inventen queso nuevo que arrastre otra vez al Travieso Ratoncito al Reino de Mini, la chica de vestido de lunares crápulas y zapatos estruendosos como las hermanastras de Cenicienta.

¿Quién se atreve a sugerir otra distracción, otros reinos menos envasados que los de Mortimer y su ratonera tramposa?

Lo lógico es que pasados varios años, los archivos secretos se hagan públicos, los monopolios cedan y —como en el tradicional cuento El Gato con Botas— los beneficios se repartan. Algo así como que la infancia nos pertenece a todos cuando llegamos a nuestra madurez. Pero no más seguimos acostumbrados a ver que las cosas pasan como películas animadas —¡y somos tan felices!—... Monsters Inc., Fantasía, El Emperador y Sus Locuras.

¡Cuándo dejaremos de ser lauchas...!



 

 

 

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