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LA NOCHE OSCURA DEL ALMA
La noche oscura del alma, Marco Aurelio Rodríguez. Calíope Ediciones, Santiago de Chile, 2012

Por Pablo Vásquez Donaire
(autor de La insoportable manía de pensar —cuentos—, Ed. Forja, 2008)

 

 

 

 

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Conocí a Marco Aurelio Rodríguez hace cuatro años.

Buscando nuevas y frescas lecturas para mi trabajo, di en Internet con su dirección de correo electrónico. No recuerdo el tono en que le hablé, debió ser algo como “estimado profesor, le pido muy humildemente que lea y comente el texto que adjunto...”, aunque sí recuerdo (y cómo recuerdo) que al poco rato me contestó con el texto leído, un comentario muy alentador (lleno de oxígeno), y una invitación.

Congeniamos en cuestión de días, y al poco tiempo ya nos había abierto la puerta de su casa y sumamos a tres nuevos y hermosos amigos: Claudia, Tomás y Valentín.

La primera vez que leí el trabajo de Marco, tuve la sensación de haber soñado despierto. Un cachuchazo de irrealidad que me llenó de vértigos y que no se parecía a nada que hubiese leído antes.

Todos los escritores, desde los grandes maestros de la prosa universal, a los bufones de la literatura chatarra, han sido influenciados por algo o por alguien, y han marcado esa influencia (algunos más, otros demasiado) en su trabajo, sin embargo la narrativa de Marco pareciera venir de otro planeta, de un horizonte remoto, lleno de espejismos, reverberante y fantástico.

Los encuentros y desencuentros (más desencuentros que encuentros; hay que decirlo) que han antecedido a este lanzamiento, parecieran demostrar que los textos de Marco tienen vida propia y que, aterrados ante la inminente salida a la luz, hacen un incansable complot contra su creador, como duendes mañosos y malgeniados que no quieren ser exhibidos, como sueños que se niegan a ser interpretados y lanzan patéticas amenazas de muerte.

En la introducción de este libro encontré una frase en la que Marco hace una inmejorable descripción de su obra y quizás de sí mismo.

“Los finales no existen. Si hubiese un final perfecto, el relato (o lo que fuere) no sería perfecto.”

Es cierto, la narrativa de Marco Aurelio es un revés a la literatura convencional, un escupitajo a la noción tonta, preconcebida o cinematográfica del escritor que (disculpen la redundancia) escribe algo como si estuviese siguiendo los pasos de una receta para hacer un pastel, a las figuras literarias planas y lineales, a la mediocridad. Concuerdo plenamente con Marco, la literatura es una representación (transgresión, en este caso), de la vida, y en la vida, por si no se han dado cuenta, no existen los finales, mucho menos los finales felices.

También menciona el término informático “loop”, o recurrencia, que es una iteración cíclica de una secuencia de eventos que se invocan a sí mismos literalmente hasta el infinito.

Me parece muy acertado.

Cuando uno lee a Marco Aurelio Rodríguez, pierde la noción de todo, la realidad se torna fantasiosa, y la fantasía se hace tan real que podemos palparla. Tengo el privilegio de haber conocido la génesis de estos relatos y de incluso (modestia aparte) haber intervenido en algunas de sus líneas.

Y cando leí esta frase: “...una anciana varios años mayor que él, y lo único que hacía todas las tardes era maquillarse recargadamente para que, según sus palabras, la muerte, cuando llegara a buscarla, la encontrara hermosa.” Aparte de recordarme al personaje interpretado brillantemente por Batte Davis, en la retorcidísima película What Ever Happened to Baby Jane?, sentí que me incomodaba. Le dije a Marco que la frase me resultaba empalagosa y quizá demasiado-poco-real; le sugerí cambiarla o sencillamente eliminarla. Entonces Marco, como si siempre hubiese estado esperando la oportunidad de decirlo, me aclaró que la frase era lo más literal del texto, que la anciana sí existía, que él la había conocido, y que efectivamente cada tarde se maquillaba como una muñeca, para esperar “linda” a la muerte.

Créanme que es difícil referenciar uno a uno los textos que componen a este volumen, los he leído varias veces y cada vez que lo hago descubro y siento algo nuevo, como si mutaran. No esperen mucha realidad en este libro, acá la realidad es apenas un concepto, un convencionalismo burdo que es violado y transgredido. Y no se extrañen de saber que las cosas que acá se narran también pueden ser reales.

Estos relatos, impecablemente bien escritos, delirantes, oníricos, asfixiantes, abstractos, demenciales, incoherentes a veces y cargados de intelectualidad, son un exquisito salto al vacío, una invitación a conocer una nueva y vertiginosa literatura, un estilo que nace con este autor y entrañable amigo, un ticket para sumergirnos en los más recónditos y retorcidos pasadizos de la imaginación, a otro mundo, otra cosa, una aventura mental que —les advierto— no acabará al momento de cerrar el libro, permanecerá y dejará la misma huella que dejan esos sueños que, al despertar, tratamos de reconstruir, como a un rompecabezas cerebral cuyas piezas inevitablemente y, por más que tratemos de aferrarnos a ellas, se desvanecen para siempre en el subconsciente.

 

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CUENTO SELECCIONADO:

LA BELLA DURMIENTE DE LOS BOSQUES ENCANTADOS

 

Tengo miedo de empezar a hablar de ella. Tal vez desaparezca, como se acaban los sueños o las aguas de un arroyo.

Mi infancia fue muy triste. A veces creía que no tenía a nadie y lloraba en otras casas y en lo oscuro de las calles. Allí conocí a todos mis amigos. Chicos huérfanos, bribones y niñitas callejeras.

Inventábamos juegos. Elevábamos abejas con un hilo delgado y corríamos tras las palomas para poder tomarlas; apostábamos las monedas más cercanas que arrojábamos a un muro. En fin, robábamos manzanas e incluso un duende que custodiaba la entrada de una casa.

Pero yo sí tenía a alguien. Había sido desahuciada por los médicos.

—Dormirá como la Bella Durmiente de los Bosques Encantados.

Era más hermosa que las princesas, porque ella era real. Mi casa era un bosque perdido en medio de la soledad. A veces caminaba días, años, tratando de llegar a verla. Él a veces estaba amándola y ella no decía nada, ella simplemente me miraba. Sus ojos eran del color de mis ojos, yo soñaba al verla.

Con mis amigos también forzábamos juegos. Desnudamos a una niña y la arrojamos al río. Cuando llegaron los bomberos, huimos como ratas en todas direcciones. Algunos fuimos a dar a internados. Allí me educaron y leí “La Bella Durmiente del Bosque”. Por eso me escapé.

Volví a verla. Él, que la amaba a veces, había envejecido notablemente. Ella me sonreía como si me hubiese ausentado sólo un par de horas a la cita.

Y volví a ver a mis amigos. Ahora usaban cuchillos y apostaban a cualquier cosa, a que un ave pasara o no pasara por los puentes, a si era capaz de besar a la misma chica que tiempo atrás arrojamos al agua. Tenía la cara llena de mugre y de miedo, pero su cuerpo estaba limpio. Escuchamos sirenas y nos dispersamos.

Yo no supe que ellos siguieron mis pasos. Querrían completar la apuesta, vengarla tal vez. Y me encontraron mirándola.

—Miren la Bella Durmiente, cambiaremos sus besos por monedas de oro.

Y se amontonaron como ratas a orillas de su lecho. Huían con ella como las aguas de un arroyo. Ella me miraba con tristeza, y ya no pude llorar más en mi vida.

Tomé una pistola que no quería recordar que llevaba, y disparé contra ellos que desaparecieron en medio de la sangre como jugando a un carnaval o a un atardecer.

Pasaron los años como se pierde una cajita de música en medio del silencio. Él, que creía haberla amado, murió. Mis amigos no me buscaron, ya no existía para ellos ni para nadie.

Yo dormía con ella, pero no me atreví a besarla. Solamente imaginaba sus sueños.

Ella era más bella que el reflejo de la luna sobre un río encantado.

Yo, no sé si lo dije, seguí siendo niño.



 

 

 

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LA NOCHE OSCURA DEL ALMA
La noche oscura del alma, Marco Aurelio Rodríguez.
Calíope Ediciones, Santiago de Chile, 2012.
Por Pablo Vásquez Donaire
(autor de La insoportable manía de pensar —cuentos—, Ed. Forja, 2008)