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¿LEYÓ LAS OBRAS DE HOMERO?

Por Marco Aurelio Rodríguez

La Ilíada, atribuida a Homero, se gesta alrededor del 800 a.C. (“edad oscura de la Grecia antigua”) producto de una larga tradición oral. La referencia a la guerra de Troya nos acerca al esplendor de la civilización micénica (ocurrida 1400 años antes de nuestra era), la que, junto a la cretense (la otra gran civilización prehelénica), fue absorbida por la Grecia Clásica. Este libro primario de la literatura occidental era tan importante en la Antigüedad, que lo aprendían de memoria grandes filósofos y conquistadores, como Platón, Pericles, Aristóteles o Alejandro Magno. Las historias homéricas, incorporadas a un contexto narrativo y rítmico, resultan auténticas enciclopedias en las que se recogían las costumbres de la gente griega y de su mundo.

Es sabido que el lenguaje más válido para el proceso rítmico memorístico es el de los actos y sucesos concretos, ensartados en episodios o relatos. “La Grecia oral ―según Bruno Snell― no sabía lo que era un objeto de pensamiento (idea), solo lo particular y la acción”. “Encargado de ir forzando el lenguaje para dar cabida a la expresión de los sentimientos y la abstracción”, Homero llegará a concluir la muerte absoluta para el hombre y el contrapunto de la trascendencia por mérito heroico, contraviniendo la idea clásica animista de los muertos, habitantes de submundos. Con Homero los niños se ejercitaban para la sintaxis y estudiaban gramática con La Ilíada. En Roma, si un niño romano moría, le destacaban sus logros intelectuales escribiendo en su lápida Opera legit homerii (Leyó las obras de Homero). Platón, que criticaba el carácter fabulador del autor que remarcaba hitos impropios, como el adulterio de los dioses o la promiscuidad del mismo Zeus, terminó defendiéndolo y aceptándolo como el educador de La Hélade.

Todas las obras griegas conocidas por nosotros provienen de la legendaria Biblioteca de Alejandría. Muchos de los poemas homéricos que hoy disponemos, proceden de Egipto y se conservaron en rollos de papiro mal copiados que nos han llegado mediante manuscritos medievales y renacentistas que, a su vez, son copia de antiguos manuscritos ya desaparecidos. El primer reflejo de esta escritura, en el tiempo en que no existía separación entre palabras, signos de puntuación o acentos, fue el de registrar la oralidad misma en su propio ambiente. Lo que ahora se estima como reputado valor literario ―que ha sobrellevado el consecuente proceso de estandarización y refinamiento― se implantó, pues, disimuladamente a partir de ecos acústicos rítmicos y musicales. Como legado de este fundamento oral, durante toda la Antigüedad y el Medioevo y hasta bien entrado el Renacimiento, se siguió leyendo en voz alta, así como lo hicieron antiguamente muchos cantantes-poetas conocidos genéricamente por aoidoi (aedos), los encargados de enhebrar y pautar el transcurrir (el ritmo) del Universo y de la Naturaleza.

Estos antiguos poemas eran cantados por los aedos al son de una forminge, un instrumento de 3 ó 4 cuerdas parecido a una lira, ante un público que conocía La Ilíada perfectamente bien, y que mostraba siempre interés en escuchar la historia una y otra vez. Estos artistas, de alguna manera, debían empatizar con lo relatado y con la voz de sus protagonistas. Aquiles, pues, parlamentaba con los gestos del furor del bardo.

Homero, en el antiguo dialecto eolio, significa el ciego, “el que no ve”. En griego, su nombre escrito Hómēros quiere decir ‘rehén’, voz que procedería de Homēridai, ‘hijos de rehenes’, referencia a una sociedad de poetas descendientes de prisioneros de guerra, hombres que al no ser enviados a la guerra al dudarse de su lealtad en el campo de batalla, se les confiaba el trabajo de recordar la poesía épica local, perpetuar los sucesos de tiempos anteriores a la llegada de la literatura escrita. Tales vacilaciones genéticas motivarán impugnaciones conocidas con el nombre de “cuestión homérica”: la de los unitarios, partidarios de la existencia de un único autor, y la de los analistas, que propugnaban una creación compleja, llevada a cabo a través de los siglos con la contribución de sucesivos poetas.

 

 

 

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