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RETORNAR A LA PATRIA

Marco Aurelio Rodríguez

 


Hay tres poemas del ciclo troyano que narran la vuelta al hogar de los héroes griegos. Componen el carácter de lo que se dio en llamar los nostoi, "literatura de regresos". La Odisea, el segundo de estas epopeyas, ha quedado como ejemplo inaugural del sufrimiento de añoranza por la patria perdida (mas, finalmente recuperada), y Ulises, su protagonista y mayor aventurero de todos los tiempos, al representar una jerarquía moral de los sentimientos -en palabras de Milan Kundera-, se ha coronado como el mayor nostálgico. Aunque no el único. El mismo Kundera, autor de La Ignorancia, repara en esta aventura de ir a la deriva, ser un proscrito de su patria, su Checoslovaquia perdida por cuarenta años (Odisea dos veces recorrida).

Pese a la ninfa Calipso -que durante siete años mantuvo cautivo a su preciado amante-, Ulises regresará a Penélope y a su Ítaca de infancia. Kundera, en cambio, se acostumbró a perder su patria o, lo que es peor, a desencantarse de su imagen deslavada.

En 1688, el médico suizo Johannes Hofer juntó por primera vez los términos griegos nóstos y algos para nombrar una enfermedad, la nostalgia, "una continua vibración de vitalidad a través de aquellas fibras de la mitad del cerebro en las cuales las huellas impresas de las ideas de la Patria aún persisten". A través del tiempo, nostalgia se ha revelado como una bellísima palabra para referir esa incomodidad del dolor o herida del regreso, ese sufrimiento producido por los recuerdos persistentes. RAE: "Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida, añoranza". El árbol del concepto disimula sugestivas raíces. Nóstos es la acción de llegar a un país y, al mismo tiempo, sobrelleva un significado relacionado con las fuentes nutricias. Algo parecido pasa con el adjetivo nóstimos, que por una parte designa a la persona que vuelve, el lugar del que se vuelve y, en suma, a todo aquello que implica el retorno, y, por otra parte, significa lo provechoso, fértil, agradable al gusto (el verbo nostóo es sazonar, dar sabor o gracia). La nostalgia, entonces, abarcaría el entorno total de cada uno. Conciencia que abre sus propias imágenes como una herida hermosa.

Según ciertas interpretaciones de la obra de Homero, a Ulises lo venció la nostalgia "…de los viajes y de las llegadas / matinales a los puertos donde, / con qué alegría, entras por primera vez" (Kavafis): Ítaca, así, no es la patria-hogar, sino el sentido inútil de la existencia humana, oquedad de la memoria. Sin embargo, el deseo de regreso obedece siempre a una voluntad. La posibilidad de volver tiene que ver, finalmente, no con el invento de una patria -como lo hace Kundera-, sino con una aceptación de mi ser como un espejo que me lleve a lo que llegaré a ser en la fractura. Aceptaré a Penélope en la tierra de mi infancia, pero Penélope será veinte años más vieja (igual que yo, que no me he dado cuenta) y obedecerá al simbolismo de mi tierra (fuente nutricia), de mi buena simiente fructificada y, por lo tanto, nuevamente airosa.

Kundera vadea diversas versiones idiomáticas, otras nostalgias. En cada lengua, en todo caso, estos arribos poseen un matiz semántico distinto. La inimitable "saudade" portuguesa, la "morriña" gallega, la "añoranza" de estepa catalana; "una de las frases de amor checas más conmovedoras es styska se mi po tobe: "te añoro; ya no puedo soportar el dolor de tu ausencia"…".

En español, el verbo "añorar" proviene del catalán enyorar, derivado del verbo latino ignorare. "A la luz de esta etimología -repara el autor de El Telón (2005), en un intento último por explicar una nueva patria inconmovible, la literaria-, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia", de una persona que definitivamente se ha ido, de un terruño que indefectiblemente falta. El autor checo -se ve- deslava el término nostalgia en la figura de añoranza, pues para él -para Irena, el personaje de su novela La Ignorancia- su patria se ha convertido en desconocida, el deseo de ella finalmente ha revocado. La palabra nostalgia -nuestra saudade- sirve para sobrellevar el vacío, que no es una falta (una merma), sino una necesidad de alteridad sobre la carencia de todos los mares. Cuando esa herida se cierra (cuando se cumple el rito de regresar a Ítaca, o sea, cuando la ignorancia se convierte -nuevamente- en deseo), la patria de la infancia viajará con nosotros a otros regresos más allá de las tierras habituales: "con qué alegría, entras por primera vez" debe leerse no como una equivocación de pasado, sino como una invocación de esperanza por el devenir (como una especie de "nostalgia de futuro"). Quizás contemplaremos nuestra vida como Ulises que despierta desorientado en las playas de Ítaca luego de ser arrojado -envuelto en sábanas- por los marineros de Feacia. El dolor por no estar (ignorancia es igual a no-ser), necesita la expurgación: la unción -ese nuevo nacimiento- a los pies de un olivo donde fue depositado (los "lejanos marineros" ahora representan la deriva de sus sueños). Ulises es lo otro que se reencuentra en lo uno, ese uno mismo. A veces tendemos a pensar -nosotros, seres disgregados- que su llegada fue tan solamente un sueño, una ilusión que le brindó Calipso para que el marinero tuviera esa felicidad que con ella no mostraba.

Caso aparte es la nostalgia de Argos, el viejo perro de Odiseo que, luego de contemplar el regreso de su amo, murió de la felicidad más perfecta que imaginarse pueda… Él también debió soñar que su amo regresaba.

 

 

 

 

 

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