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LA PIEL COMO BANDERA
“Caja de Cambio” de Marcelo Arce Garín
Por Emilia Pequeño Roessler
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¿Cómo rearmar un cuerpo fracturado, sabiendo, de antemano, que ya nunca volverá a ser el de antes? ¿No es la costra solo un parche para suplir la epidermis destrozada de la llaga? Donde hubo fractura habrá llaga, donde hubo llaga, habrá costra, donde hubo costra habrá cicatriz. La piel nunca será ya la misma. No queda más que volver a inventarla, conocerla, aprenderla.
En el libro Caja de cambio de Marcelo Arce Garín, nos enfrentamos a un doble movimiento, dos líneas paralelas y, a la vez, concomitantes: el sujeto reconstruye su cuerpo en la medida en que reconstruye la cartografía de su provincia, en clave cotidiana e íntima, a partir del habla, del lenguaje de la memoria. El proceso de cicatrización funciona como alegoría de este proceso. La fractura, las llagas, las costras son las etapas de un viaje por cada bache del mapa, la virtualidad del terreno y su aprehensión, su apropiación. No deja de llamar la atención el que haya algo de cinematográfico en todo esto: la movilidad, la persecución del significar, del establecerse en un punto, el recorrido, la fragmentariedad del yo disuelto en las voces de la calle, las canciones, los carteles que aparecen frente a nuestros ojos, como escombros, ruinas que se desentierran desde la palabra hablada. Este viaje es la marca del tiempo unidireccional, lo que no puede volver atrás, el imperio del estropicio en un presente que lleva en sí la acumulación de todos los presentes anteriores encadenados, como los fotogramas de las películas, que solo tienen sentido en tanto secuencia. Del mismo modo, nos es imposible tomar Caja de cambio sin tomar al mismo tiempo el devenir y el contexto desde los que se levanta. El sujeto lírico ante el que nos encontramos es aquel que vive en el espacio mestizo, la frontera entre la civilización y la barbarie que se levanta en cada urbe latinoamericana, desde la colonización hasta el día de hoy. Esta piel que se usa como bandera no es más que la marca indeleble de la identidad tercermundista, morena, imposible de depurar hacia lo caucásico del hiperdesarrollo del hemisferio norte y, sin embargo, anhelante de este. Aquí, donde la cultura del imperio se agarra para resignificar en nuestras idiosincrasias, aquí, donde la metrópolis es provincia fracturada cuyas llagas cicatrizan por los bordes de las fosas de los nuevos edificios, aquí, donde no queda más opción que el sincretismo, que las barras bravas compartan páginas con las letras de The Smiths, es donde nos sitúa Caja de Cambio. Así es como se constituye una reconstrucción de la identidad del sujeto: desde la insignificancia de una colectividad silenciada y marginalizada en su propio territorio, en las enciclopedias mínimas, como dirá uno de los versos. De ahí la importancia del uso de un lenguaje prosaico, de ahí la importancia de los referentes populares, de ahí la primacía de la calle. El recorrido por el que Arce nos lleva es el relato de la identidad no oficial, lejos de las academias y la institucionalización de la cultura, es la vivencia misma de la provincia disfrazada de urbe. Y por qué no. Arce ha llegado con su libro a recopilar todas estas formas y reinventarlas en un recorrido desde lo cotidiano para llegar a lo más profundo de la identidad provincial y periférica que a todos aquí nos toca, aunque lo intentemos borronear con el codo.
