Germán Marín
espera sentado en un restorán de Providencia tomando café y fumando
unos Kent largos mientras lee "Días de Ocio en la Patagonia",
del escritor William Henry Hudson. Su afabilidad desmiente cierta fama
de arisco y combativo que le precede; un prestigio alimentado por
entrevistas y semblanzas donde se lo caracteriza como a un sujeto "maldito", "duro",
"incorregible" o "insolente"; como si en lugar de un escritor o de un
editor se tratara de un boxeador de peso completo o una especie de
personaje de película de acción, de esos que puede encarnar alguien
como Bruce Willis. A lo anterior, debe sumarse que recurrentemente se
lo defina como un escritor de culto, categoría bastante dudosa que
inaugurara Alberto Fuguet a finales del siglo pasado, para referirse a
escritores que sólo habían de leer unos pocos elegidos. Este espejismo
tal vez se deba a que a Marín se le suela confundir con la voz del
narrador de sus libros, y que sus opiniones y juicios sobre los
acontecimientos, o sobre la literatura chilena resuenen demasiado en
un medio excesivamente proclive a los eufemismos.
Viene llegando de
Buenos Aires donde pudo ver con satisfacción que su libro "Un
animal mudo levanta la vista", la trilogía que conforman las
novelas breves "El palacio de la risa", "Ídola" y
"Cartago", estaba siendo bien recibido por la crítica local. Al
mismo tiempo, el escritor aprovecha de refrescar los recuerdos de su
juventud, que constituyen parte importante del libro que prepara, la
tercera parte de la trilogía que, a su vez conformarán finalmente los
títulos "Circulo vicioso" (1994) y "Las cien águilas" (1997). Germán
Marín puede contar una cantidad asombrosa de anécdotas propias y
ajenas con su voz cavernosa y sus gestos enfáticos, que recuerdan su
ascendencia italiana. Son pocos los que pueden contar, como él, que
las vueltas de la vida le han puesto en el camino a Pinochet como
superior en la Escuela Militar y luego como Presidente de la República
y a Jorge Luis Borges como profesor de literatura inglesa y
norteamericana. Sin embargo, al parecer, a Germán Marín la vida se le
volvió trajinada a su pesar. Los problemas familiares y el exilio
fueron retorciendo el destino de un escritor que reconoce una fuerte
inclinación a la claustrofilia.
- ¿Cómo fue que
un estudiante de la Escuela Militar se fue iniciando en la
literatura?
"Empecé a leer llevado por el ocio y la falta de dinero, de
puro aburrido. Una vez que salí del colegio después de haber pasado
por la Escuela Militar entré a estudiar arquitectura sin tener ninguna
condición. Lo hice sólo para complacer a mi padre que era constructor.
Cuando tuve que salirme al cabo de un
año de fracasos, mi padre me impuso un castigo chino: un año sin hacer
absolutamente nada y como no tenía dinero pasaba las mañanas en la
Biblioteca Nacional, que por lo demás era calefaccionada. En las
tardes iba a matar el tiempo a los billares".
"Llevado por la
más absoluta libertad que da la ignorancia, me propuse leer todo lo
que estaba en las tarjetas de la sección de lectura a domicilio,
empezando por la letra A hasta llegar a la Z. Por supuesto que no
continué con mi plan. A estas alturas probablemente iría terminando la
letra A, la más larga de todas".
"Luego esas
lecturas indiscriminadas se fueron refinando especialmente con los
estudios universitarios, hasta que volvieron a desordenarse de nuevo.
Pero entonces no tenía el menor propósito de convertirme en un
escritor, ni tampoco había en mis lecturas alguna clase de estrategia
literaria. Yo no quería convertirme en nada, no sabía ni quién era.
Tenía entonces el más completo desinterés de ser
alguien".
Disc jockey
Después de su
interrumpida formación militar y de sus fallidos intentos de seguir
una carrera en Chile, Germán Marín viajó a Buenos Aires con
intenciones de seguir un viaje en barco con destino a Europa. El viaje
sólo alcanzó hasta Buenos Aires, donde, después de algún tiempo
dedicado a la vagancia entró a estudiar Filosofía y Letras. Fue
entonces cuando tuvo la oportunidad de ser alumno de figuras como
María Rosa Lida, Raúl H. Castagnino, Ángel Vasallo, Ana María
Barrenechea, Jaime Rest y el propio Jorge Luis Borges.
Estos estudios los
alternó con el trabajo de disc jockey que hacía por las tardes en la
discoteca "Rendes Vouz" de Buenos Aires, poniendo discos en lo que se
llamaba el "Té Danzante", que funcionaba de cinco a nueve y
controlando la iluminación. Más tarde, a finales de los cincuenta
entró en el que sería el primero de todos sus trabajos editoriales en
las publicaciones "Abril", un trabajo de media jornada que recuerda
como muy modesto. "Abril" editaba revistas y libros de quiosco que
venían de Italia, y su trabajo consistía era limpiarlas de cualquier
alusión erótica que podían tener y en adaptar un folletín, que según
indicaciones de su editor tenía que ser algo sencillo, que estuviera
en medio de Faulkner y Borges.
En 1961 volvió a
Chile y se casó con Juana Suárez. Ese mismo año conoció a Neruda,
durante su luna de miel. Se hospedaban con su señora en la Hostería
Santa Elena y un día mientras pescaba en una roca se le acercó Neruda,
quien lo tomó por argentino. Mantuvieron por años una amistad, que
según Marín fue bastante aliteraria. Juntos emprendieron el proyecto
de las ediciones Isla Negra. Paralelamente hizo trabajos de periodismo
y dio algunas clases de castellano.
- Usted ha
trabajado por años rodeado de libros. Se cuenta que incluso trabajó
como editor en China y que tuvo una librería.
"Entre 1967 y 1968 trabajé
junto a mi señora, en la "Editorial en Lenguas extranjeras" de Pekín
invitados por el gobierno. Llegué justo cuando comenzaba la revolución
cultural y todos los chilenos del Partido Comunista que estaban en
China se habían ido. El trabajo consistía en hacer traducciones del
inglés al castellano. Mi mujer traducía y yo corregía. También junto a
mi mujer tuvimos la librería "Letras", que funcionaba en el octavo
piso de un edificio y que luego se trasladó a un local en una galería
en San Antonio. Cerró para el 11 de septiembre. Era pequeñísima, pero
muy selectiva en su criterio de selección literaria. Por ejemplo, en
esos años era grito y plata la venta de "Palomita Blanca", de
Enrique Lafourcade, y en nuestra librería no se vendía".
"Más tarde en el
exilio trabajé como editor en México en la editorial siglo XXI y en el
departamento de ediciones del diario Excelsior. Después de un año y
medio en México y en vista de que el exilio iba para largo y que el
lugar no era el más adecuado para que crecieran nuestros hijos nos
fuimos a Barcelona. En España trabajé en "Labor", un consorcio de
editoriales que fue vendida al Opus Dei, cuando esto sucedió el
primero en salir cagando fui yo. Calculé que entre desahucios e
indemnizaciones me daba para vivir dos años sin trabajar y me dediqué
a escribir. No escribía desde que había salido de Chile. Pero desde
entonces le venía dando vuelta a la idea de una novela. Terminé con un
mamotreto de más de 1.700 páginas que nadie iba a estar dispuesto a
publicar y menos aún a leer. Las dos primeras partes dieron lugar a
"Círculo vicioso" y "Cien águilas". El tercer tomo fue a parar a la
basura. Sin embargo veía entonces que ya tenía una trilogía
montada".
- ¿Qué estaba
usted haciendo para el 11 de septiembre?
"Me quedé todo el día
en casa, sin saber qué hacer. Lo tengo todo muy fresco. ¿Dónde iba a
ir? El testimonio de lo que hacía ese día se encuentra publicado en el
libro que editaron Matías Rivas y Roberto Merino" (Editorial Lom
1997)".
Allí puede leerse
lo que sigue: "A mitad de la tarde, pudimos ver a través de la
pantalla de televisión como si fuera otra realidad, el nombramiento
formal de esa junta de gobierno en el edificio de la Escuela Militar.
Al ratificar la presencia del general Augusto Pinochet en ese
cuatorvirato, enmascarado en unos lentes oscuros, mi desolación fue
mayor ya que volvía a tenerlo encima, luego de tantos años, después de
haber sido cadetito suyo. Odié en la pesadilla de mi mala suerte. Me
parecía mentira que las ironías de la historia me hicieran otra vez
víctima de aquel personaje gris, irascible, morlón, a quien tenía
arrinconado en la memoria".
Antiguallas y amigos
- Es curioso
que un editor (Marín es editor de Random House Mondadori) sea escritor
al mismo tiempo y que más encima publique en la misma editorial donde
trabaja.
"Es un cocktail difícil".
- ¿Qué
dificultades ha tenido?
"Bueno, haber criticado
publicamente a algunos escritores publicados por la editorial, como me
sucedió con Volodia Teitelboim e Isabel Allende, de los que dije cosas
de las que no me arrepiento pero que produjeron implicaciones
internas. Pero, pasa lo siguiente: hace dos años me estaba retirando
de la editorial, quería dejar de ser autor precisamente para evitar
esa dualidad. Pero finalmente se resolvió que me quedara. De cualquier
manera, cada vez que he publicado fuera de la editorial lo he
considerado como un pequeño acto de traición".
- ¿Tiene alguna
relación con la poesía?
"Es una antigua relación,
como lector. Entre mis lecturas juveniles estaba la poesía de Neruda,
y luego en Buenos Aires me impresionó mucho la lectura de Carlos
Mastronardi".
- Porque usted
ha sido amigo de muchos poetas.
"Desde mis tiempos de
escuela militar tuve relación con la familia Lihn, a través de Edgar
Lihn y luego con Enrique. Hice amistad también con Neruda y
Teillier".
- Pero,
Teillier y Lihn no eran muy amigos.
"Cuando Jorge y Enrique se
iban a batir a duelo por Beatriz Ortiz de Zárate, me vi en la
obligación moral de acompañar a Jorge a la Quinta Normal, donde se
suponía se batirían. Al final no hubo tal duelo, los dos grupos no
llegaron a encontrarse. A medida que se oscurecía cada grupo se
extravió caminando entre la bruma. Finalmente yo le dije a Jorge,
vámonos que o si no nos van a cogotear. La escena fue muy ridícula,
entre la caballerosidad romántica del duelo y la degradación chilena
del cogoteo".
- En su trabajo
como editor, usted ha reeditado la obras de muchos de sus amigos
muertos.
"En el caso de Lihn y Teillier jugué al empate como editor. En
el primer caso reuniendo sus trabajos en el Circo en Llamas y
editando el trabajo de selección de Prosas de Teillier que hizo Ana
Traverso. Hubo entonces un gesto de amistad que puede asimilarse a lo
que se hizo con Mauricio Wacquez".
- Usted además
es un editor busquilla; ha publicado títulos raros o a escritores
chilenos olvidados.
"Claro, creo que ése tiene
que ser un poco el trabajo del editor. Además de que siento cierta
desconfianza por lo que se está haciendo en narrativa a nivel
nacional. Pero hay que correr riesgos, no se trata de irse a la segura
con autores del pasado. Ahora publico a José María Arguedas, ("El
Zorro de arriba y el zorro de abajo") pero al mismo tiempo me tiro
un carril con Milton Puga ("Amanecer"), que es un autor joven.
Pienso que ha ido bajando el nivel de la narrativa en Chile. Por eso
mismo duele la muerte de Roberto Bolaño, más allá de los cultos
necrofílicos, muy chilenos por lo demás, porque quierase o no, Roberto
Bolaño abrió una puerta propia, con una retórica, un tema".
- Parte de su
trabajo literario podría caer en la categoría de la no ficción, pero
hay también otros donde la cosa es más ambigua.
"Es el cruce entre la
ficción y el documento. Es que la memoria es una puta muy engañosa.
¿Cómo saber cuánto es memoria y cuánto es creación propia? La memoria
te recrea realidades. No te digo que escribí convencido de que en el
techo de la facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires había una
cúpula y que la describí con detalles en una crónica publicada
recientemente. Bueno, en este último viaje me di cuenta que la cúpula
no existía. Puro invento".
"Los dos polos de
la realidad y la ficción para mí siempre han sido conceptos relativos
desde el punto de vista del ejercicio literario. Luego, también
resulta otro híbrido al conjugar un lenguaje conceptual y académico
con un lenguaje lumpen. Eso es lo mismo llevado a otro
plano".
- Y, entonces,
entre mentiras y verdades ¿es cierto que bailó con Ava
Gardner?
"Eso es cierto, pero como nadie me lo creía tuve que
convertirlo en mentira. Es una verdad que tuve que
convertir en mentira para que finalmente pudiera creerse".
- Siguiendo con
la mitología: ¿Es cierto que trabajó como negro para García
Márquez?
"Nunca lo hablé por lealtad, pero es verdad. Lo conocí en
México en circunstancias especiales. Gabo necesitaba un hombre de
confianza para algunos trabajos periodísticos y literarios y Hortensia
Bussi me recomendó a mí. Hice varios trabajos para él, entre prólogos
y presentaciones que finalmente firmaba él con muy pocas correcciones.
Se hizo una gran exposición en México: "Chile Vive", organizada por el
Museo de la Solidaridad Salvador Allende, y la presentación se la
encomendaron a García Márquez. La escribí yo. Era una persona muy
agradable que pagaba muy bien. Cada trabajo tenía distinto precio. "Tú
pones la letra y yo pongo la música" - me decía, riéndose".
- Volviendo con
la no ficción. Usted ha demostrado tener un interés especial por la
historia y en sus obras hay bastante trabajo de documentación - que se
apareja con cierta atmósfera de novela negra que tienen algunos de sus
libros. En ocasiones, incluso, se acerca al
ensayo.
"Se trata de llevar el discurso literario hacia otros terrenos.
Hay que ir cambiando lentamente el dial hacia otra cosa y de convertir
en novelescos los procedimientos que uno emplea, recursos que son
aparentemente retóricos y que pueden convertirse en recursos de
ficción. Ese desplazamiento que podría ser una zona neutra no hay que
desaprovecharlo sino que incorporarlo al mundo de la narración, hay
que lograr que el mismo proceso de cambio sea algo en sí mismo
novelesco y que empiece a teñir lo que sigue. De manera que una
ficción cabalgue sobre otra, como el tema de las famosas cajitas
chinas".
- ¿Tiene cierta
debilidad por las notas de pie de página?
"Alguna vez propuse al pie
de página como un género literario. La idea de hacer un libro en
blanco dónde los pies de página relaten la invisibilidad de un texto
que nunca aparece".
- Le parece que
en sus novelas particularmente en "Ídola" se dé una especie de falsa
clave.
"Eso puede provocarse porque los personajes son aparentemente
reales, son falsos personajes en clave, que fijan el relato en un
marco aparentemente real y que dan cierta legitimidad para describir
lo que se da sobre los planos falsos. Hablo de personajes reales,
identificables, para así legitimar la ficción. El problema es que,
como se dice en chileno, algunos se sienten. Hay algunos elementos
verdaderos, pero también muchos cazabobos que son absolutamente
falsos. Lo divertido es hacer la anticlave en la novela, introducir el
lugar establecido, actualizar el lugar común y luego darle una nueva
significación a la clave declarada. Todo esto se puede resumir en la
sospecha que tengo del arte narrativo como tal. Hay que estrujarlo
todavía más. Por la misma razón introduzco dudas dentro de la
narración o, asumiendo las normas gramaticales de la sintaxis, darle
una vuelta al orden gramatical fundiendo las voces de los narradores,
haciendo que la primera y la segunda persona confluyan en una sola. La
literatura tiene que ser de todo: venganza, recreación,
alegría".
- A partir de
Ídola, y particularmente en "Cartago", hay un giro hacia lo grotesco.
¿Qué le parece esto? Al menos en la literatura chilena reciente hay
una vertiente esperpéntica notoria.
"Puede ser, en la medida
que cada vez me provoca más desconfianza la realidad. Pero en el
tercer tomo eso no continúa. Es que al narrador tenía que darle una
proyección, vuelve a Chile con un lirio en la mano, pero se va
penetrando de la historia de la ciudad. Se empieza a degradar y el
contexto socava su lenguaje. El personaje va siendo dominado por una
fuerza lumpenizadora de la calle".
- Ha dicho que
termina de escribir, ¿es verdad que finalizando esta trilogía se acaba
la escritura para usted?
"Sí, se acaba de verdad.
Dejar de escribir es fácil, basta con meterse la mano en el bolsillo.
Se termina todo esto, ya está bueno, ya. No le veo más sentido. ¿Cómo
decirlo sin patetismo? Quiero terminar esas páginas siendo dueño de mí
mismo y morir con dignidad. No hay que exponerse mucho en la vejez.
Tengo ganas de quedarme en mi casa desde donde uno nunca debió haber
salido. Tengo algo de claustrofilia, que es una de las claves
importantes de mis novelas".
Germán Marín
"Un
animal mudo levanta la vista"
Editorial Sudaméricana. 394
páginas. 2003
"Carne de
perro"
Ediciones B. 126 páginas.
2003