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HAN ENCENDIDO EN TI LA PIEL LOS GIRASOLES

Por Marco Aurelio Rodríguez



Este incierto septiembre se cumplen diez años de la muerte del poeta MANUEL RODRÍGUEZ BUSTOS (1977-2012).
Acá lo recordamos y lo despedimos. Esperamos con él la Primavera.

 


.. .. .. .. ..

NAVEGACIONES

Decidme, ¿dónde está
la rosa de los vientos…?
―Se la llevó el marino;
la sembrará en la mar.

¿Y la estrella polar…?
―Se la llevó de ancla
el mismo marinero;
le ató cadenas de algas
y un broche de cemento.

¿Y dónde va su nave?
―Siguiendo la polar
y la rosa en los vientos.

 

I

Diez años que se fue (¿qué fue del tiempo que se ha ido y que regresa?) y diez años tendría desde que nació y yo no estaba con él, me fui (quizás antes, quizás desde que yo nací) por diez años más seguramente. Y el tiempo se acumula como un espejo a cuerda estropeado.

Nunca supe de él. Nunca se logra hablar de lo que se ama y, más allá de Roland Barthes y los susurros o silencios, menos se logra hablar de quien no estás seguro si alguna vez ha sido.

Yo le escribí un poema, porque era niño y quería que él jugara y pudiéramos coincidir. Pasó mucho tiempo así, siendo desconocidos, el uno y el otro. Recordarlo con un disfraz de cowboy en su primer año de escuela, con sus pedazos de traje falso, cuero sobre su camisita a cuadritos hipnóticamente encendidos, y su bigotito en punta dibujado a carbón, es perderlo en una fiesta escolar hecha para foto en blanco y negro.

Debes tener diez años…, ¿juegas?

Para disfrazarnos juntos (que eso es conocer al otro) lo invité, luego de años (cuando se habla del tiempo, pienso en Harol Lloyd enganchado a relojes de carey y a émbolos de moldura etrusca, colgando en el vacío) a ver la película Danza con Lobos y luego nos despedimos y nos dejamos de ver por varios años más.

Hasta que regresó (un desconocido) semanas antes de perderse en su propia habitación. Previamente yo intentaba contactarlo con palabras (disfraces dibujados a carbón sobre el agobio). Por ejemplo. Sé que sufría y le escribí un correo electrónico de una página dándole ánimo y me contestó con siete letras (“gracias”) y nada más, y nada más.

Y compareció, “paradójica espectralidad y presencia”, un día en mi casa de Las Condes. Simulacro en pleno tiempo de familia. Yo era casado, un solitario. Y vi sus cabellos henchidos de cansancio (con tachas de depresión), vi su cristalidad (En caso de emergencia/ Rompa/ el vidrio). Con Claudia le subimos el ánimo. Mis niños, muy pequeños le preguntaban ¿Quién eres tú?, por tal, lo conocieron.

Yo le respondí con un libro infinito. Mientras el castor roe estuvo en el sistema de mi computador hasta que mi hijo Tomy, como a la edad que siempre tuvo Manolo para mí (diez años) lo borró, y luego supe por qué. Me iría para siempre de ese hogar, mas, previamente, fuimos con mi hermano a jugar tenis.

Siempre que hablaba (le costaba comunicarse; él mismo era un poema lleno de angustia y de sarcasmo) lo hacía compitiendo física y estrambóticamente.

“Entrecerrar los ojos, ponerlos blancos, como en trance u orgasmo y hacer temblar apretadamente las manos, con intensidad y presión, y sobre todo envolver ese discurso con ternura, seriedad y mucha ironía”. No veía muy bien, era desarmónico de movimientos. Perdía en el pingpong, de movimiento de caballo en ajedrez, era arquero solo para los amigos, y, pensando que me ganaba, se enredó estrepitosamente en las raquetas.

Años después mi madre me diría que estudió Letras siguiendo un poco mi ejemplo y eso no está bien. Ese día, luego del juego, empecé a conocerlo y supe que me amó y que lo amé. No quería irse. Tarde ya, lo fui a dejar a una estación del metro y luego nos soñé

...sujetos de la barra de un edificio muy iluminado y cordial ―y no sé por qué uso este término―, en una hondonada ante mis ojos. Pues bien, cuando llegué estabas ya con una actitud serena, ni siquiera resignada. Fui muy nervioso a ocupar mi lugar al lado tuyo pero tu postura me anestesió, me caló el alma, que lógicamente es de lo que carecen los que viven la vida así. Otra noche, tal vez el mismo sueño, estuve allí de nuevo y ya te pude hablar. No puedes creer que el silencio te pueda sostener, te dije. No te puedes morir, porque llegaste a conversar conmigo y con eso alcanza.

 

II

Mi madre lo soñó también, días antes que llenáramos ese vacío enganchados a relojes de carey y a émbolos como espectros de casas. Pero el sueño de ella fue mucho más real, duró días (tal vez todos los años que mi hermano vivió). Le hablaba que me había visto, estaba muy feliz. Decía que me había conocido. La besaba, bromeaba con ella y pasaba hasta su habitación.

―¿No te irás a tu departamento…? ―le preguntaba divertida, ella― ¿Para eso te lo compraste y, por lo que me dijiste, ya lo tienes amoblado?
―¡Me gusta estar contigo, fea!

Y se dormía y los días pasaban. Y ella ―mi madre― soñaba que no despertaba y él se burlaba de ella. Realismo sarcástico. Le haría creer que no podía despertar.

―Ya… ¡Deja de bromear! ¡No ves que me asustas…!

Y el remedo de broma se cumplió.

Luego llegaron las certezas. No solo para mi madre; también para mi padre. Lo vieron allegarse, abrir, atravesar ―jardín de estío― más allá de la ventana, mientras ellos tomaban el té o callaban, y seguir de largo hacia donde tampoco era su habitación, un limonero muerto que renacía desde una yema en tronco seco, un ciruelo encendido y ausente, y de ramas ni siquiera estrellas. Mi madre y mi padre se acostumbraron a eso y cuando llegaba ellos seguían su vida conversando sin apenas escucharse.

Un día, justamente, mi padre iba saliendo y se topó con él que en ese momento entraba.

Jardín de estío.

Hace poco, los acompañé al cementerio y, pasos adelante de nosotros, sonaba el estridor de mi padre como el de un cervatillo ―lloraba en secreto.

¿Y si todo esto fuera un sueño (mi abuelo me llamaba desde el ciruelo ―¿habéis visto las luces del estío cuando es de noche?― cuando desapareció), y los hijos y los nietos hubiesen quedado en una hondonada ante sus ojos?

―El otro día soñé con X, lo mismo que con tu hermano.

Silencio.

―Cuando yo me muera, y tú sueñes con eso ―le dije―, ¡me tienes que avisar!
―¡¡Estás loco!! ―me dijo, y se rio.

 

III

Cuando mi madre fue a reconocer a mi abuelo muerto yo era muy pequeño y mi hermano no había nacido aún. Pero mi madre dijo que no era él. Siempre me quedó la duda ―algunos niños juegan con espejos; yo jugaba con eso― de si nuestra prole había sido alguna vez. Íbamos en una micro ―eso creo, o tal vez imagino― de las de antaño, áspera placenta, y mi madre tuvo una merma, pero meses después volvió a quedar embarazada.

Para mí las familias son especie de moldes donde, o logras una forma que te acompañará hasta la estima o transformas sucesivamente tus yos por hartazgo. Cronopios o famas. Hace poco vi la película Triangle y sentí un déjà vu de haber estado allí:

y de pronto apareció una ventana en el aire, mi dormitorio asomó atiborrado de ropas inútiles, desbordado de cosas viejas que eran lo único que impedía que el techo cayera, la casa instantáneamente iba sufriendo mutaciones, parece que se movía, ya no era la casa de mis padres sino una casa pasillo, una mezcla de lugares donde he estado, me levanté y puse algo en la lavadora, me acosté, hacía mucho frío, llegó mi exmujer, todavía con el niño que la seguía a todas partes, y comentó Debe estar durmiendo, tomó las prendas mojadas que puse a lavar y las arrojó sobre mi lecho.

Recuerdo en días de frío haber despertado con toda la ropa que tenía sobre mi cama. Una noche sorprendí una gran rata y la arrojé al vacío.

La casa era verde por fuera y blanca o de un color claro por dentro. Tenía un sillón doble y una mesa con televisor y un florero con claveles. Camas en las habitaciones, e incluso había ventanas de vidrio y unas cortinas rosa pálido. El techo era café, a dos aguas, y me emocionaba pensar que ese era mi hogar.

Por las noches, lo confieso, mi casa era otra, la imaginaba de dos pisos muy altos ―un pequeño castillo―, pero no terminaba nunca de habitarla, porque me quedaba dormido pensando qué haría yo cuando llegara el cambio de milenio y tuviera treintaitantos años y las casas que quería ya no sirvieran. ¡Qué viejo sería! ¡No podía ser! Y sufría.

Cuando sentía ruidos en la noche, espantaba las ratas de mi cama o le gritaba a mi abuelo ¡Mierda, deja de roncar! ¡Mierda, duérmete! y seguía durmiendo y soñaba que yo vivía en una de las dos casas, pero era más viejo que mi abuelo, pues tenía treintaitantos años. Boby estaba conmigo. Boby ladraba afuera.

Era de madrugaba y no podía dormir. Iba a la cocina, que era una especie de mediagua de fonolas que goteaban en invierno y que se movían con el viento como si estuvieran siempre de viaje, y donde acomodaban ―en uno de sus rincones― todo lo que sobraba, que era mucho. Mi padre acumulaba diarios viejos en cajas cerradas o abiertas y revistas ―la mayoría de ellas en blanco y negro― que nunca facilitaba para leer, había cachureos y suciedad, y allí guardé mi maqueta, mi residencia maravillosa a mínima escala.

Y allí mismo se pusieron a vivir unas ratitas grises de no más de cinco centímetros. Son felices, me dije, son una familia.

 

 

 

 

IV

Cuando mi hermano falleció yo me quedé con algunos de sus libros, además de una memoria portátil (¡qué fastidio hablar de órganos cuando queremos callar!).

Un día de lluvia donde tal vez los muertos mostraban su furia y lloraba (como de costumbre) un perro de mi vecino cuando lo dejaban solo, abrí un libro y encontré unas notas con lápiz grafito al margen, que no supe si eran de mi hermano o eran mías. Nunca he sabido escribir bien a mano. Cuando pequeño mi madre me castigaba (con los castigos de entonces, ¡ay!) para mejorar mi caligrafía y nunca lo logré. Tomo mal el lápiz. Mi primer libro, Nubes para rellenar paisajes que en verdad resulten, era una historia que le escribí a Mariela en un cuaderno de colegio y no me creyó. Tiempo después, como si no fuera yo, tuve que reescribirla de memoria sobre una máquina, pues ni yo mismo me entendía la letra.

Mi otro hermano tenía miedo que lo declararan muerto para aprovechar sus órganos.

Cuando fuimos a verlo, y con el cráneo rasurado, me di cuenta que éramos idénticos (como de una misma estirpe), como ver a mi otro hermano o, más precisamente, como verme a mí en sus formas. Mi hermano y mi hermana le dieron un beso y le dijeron te amo. Yo no supe qué hacer.

He venido como siempre, como todos los días,
hermano, a despedirme de ti.

Mi madre, cada vez que la visito, me confía cosas de él. Los últimos dos años vivió con una muchacha cuyo hijo se encariñó con Manolo como si fueran familia. Mi madre tuvo una relación con su hijo que relegó su tristeza de que sus otros tres hijos nos hubiéramos marchado; tuvo una felicidad predestinada con su madre muy especial, una burbuja encantada.

Todavía lo ve. Manuel prefiere los días de lluvia o las noches apagadas. Se aparece por el jardín y pasa de largo hacia su habitación.

En la memoria computacional que tenía de él ―no me pregunten por qué―, había un video de mi hermano menor haciendo clases, y yo lo borré.

 

V

CARTA DE SU HERMANO MAURICIO

Hace diez años alzaste tus hojas en conquista de sueños sin umbrales, auroras con refalines, laberintos borgianos o quizás renacimientos sin conquista. En tal escenario, te veo majestuoso, con tu pluma y tus papeles en blanco en un saco a tu espalda, como únicas y necesarias provisiones autoinfiriéndote huellas disonantes al compás de una sonrisa reflejada en tu propia lluvia, que dirige, comanda un firmamento de nunca acabar, que lo vas desvelando sin cesar, cada vez con más alientos, cada vez con más campanas.

Hace más de treinta años (antes de estos diez años que han sido) despertaste entre un umbral deshojado, donde te recibieron los truenos en un sueño consonantemente frágil con muchas plumas desperdigadas. En aquel escenario, te recuerdo habilidoso y asombrado, alzando tus manos para alcanzar una de estas…, con tan sólo una bastaba…, para proseguir el hilo del encanto y ovillarlo mediante el desposorio del aire y la presencia.

Hace demasiados siglos el oráculo me empapó la mejilla con tus huellas sin inscripción, a modo de un encanto furtivo, pues me lograste encontrar y hasta mover las piedras más pesadas que rodeaban mi horizonte y así poder partir y seguirte.

Sin embargo, el tiempo me disolvió en niebla, me afiebró en tabernas y me dormí sin descifrarte, sin percatar tu seña de fogón, tu asomo dorado, tu tela araña de mundos innecesarios a soluciones o a olores terrenales. Por lo mismo, me quedo a la deriva, como la ropa colgada, asoleada por siempre a tu presencia, hermano mío, hasta que se seque o se la lleve sin retorno el viento.

 

VI

SELECCIÓN DE POEMAS DE MANUEL FRANCISCO RODRÍGUEZ BUSTOS
(tomados de  Antología Genetrix)

ECO DE LA MUERTE
Revolvía automática. Calibre 24.
Municiones como arañas enloquecidas atadas a las manos.
Suicida nocturna.
Vértigo a la vida, mil agonías.
Suicida apuntando.
Gatillando sobre occipital.
Sienes provocativas. Sesos descontrolados.
Acción centrífuga.

Suicida hiperrealista.

En volutas convulsiones. Suicida terminal.
Trompo ebrio en la mano al viento. Niña moribunda.
Corazón de brisa, senos maliciosos, nalgas nacaradas.
Suicida sensual.

Sobre
......... dosis de vida, chica coqueta,
destino o puesto por el vértice balística balas se suceden
articulaciones ia i nalámbricas
hija de la huida
amante del sueño mina hecha tirizas,
deshecha en tiza carmín.

Se rompe la camisa de la noche.
Post-luna, mitad de la cornisa.

 

 

CRIST
Al otro lado del ojo,
en la última gota del cristal
dentro de una copa de vino
entreamantes un mundo entrecrujen cadenciosa
cuerpo movimientos al empañar la cerradura.

De acuerdo con dicho mundo, el de los Cristales,
la vitrina estaría conformada
por la siguiente trilogía de cristalidades.

Las Cristinas que se presentan
como lágrimas estilizadas en rocío,
sensibles a los cambios del tiempo
y amantes de las teleseries.

Los Cristianes que se presentan
como rayos solares desolados ante la luna,
sensibles a los nubarrones
y amantes de los partidos de fútbol.

Ambas fuerzas se hallan en disputa
por la repartición del reflejo
en una misma lágrima.

Los cristianos se presentan
como intermediarios en luciérnagas empañadas,
elevándose en canciones religiosas del Cristofué
y amantes de las procesiones.

Ahora solo frente al espejo.
En caso de emergencia
........ Rompa
........el vidrio.

 

 

MAL EN TENDIDO
Ella me dijo: haremos el amor cuando nos casemos.
Yo escuché: haremos el amor hasta cuando nos cansemos.

 

SENSACIONALISMO
( OF THE mosT caREFULL )

Los violines atentamente comunican
la caída de una mosca suicida
-alas postizas y sueños de araña-
desde cuatro medianoches de altura
sobre uno de esos semáforos
que aún marcan la hora en blanco y negro.
Los restos del semáforo
serán entregados a la posteridad.
Por otra parte, la mosca posará desnuda
en la portada del próximo número
de la revista "Play Boy"

 

CRECIENTE
Al otro lado de la línea mitad blanca, mitad negra
un cuerpo detrás de una muchacha se extravía en sus bolsillos,
sobre una página en blanco, las líneas de su mano.
La luna se resume en las raíces de los árboles
desenreda el cabello de los vientos y deshoja los relojes.
Unos senos de arena flamean desde el tendido estelar
crecen los pechos y crecen más allá de los astros,
ellos sentados en los parques aplauden ramas encendidas
la niña cree que el paraíso es una aduana o un peaje
y desea arrojar grillos contra los cristales.

 

MENGUANTE
O la noche es hallada detrás de una colina
y las escaleras se extienden por su zapato izquierdo
o salió corriendo a la luz de los semáforos y soltó los peldaños
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . de su cartera.
Por los bordes de encendidas giralunas el gallo nocturno
siente un cometa que abandona su garganta.
Voy girando...Voy girando
los cuatro vagabundos cardinales, carcajada riendo a carcajadas,
la muchacha brinca desde un sombrero de copa
con una bandera negra juguetea.
La ciudad gravita en torno a sus pechos capitales.

 

LLENA
Un pájaro con un árbol de humo sobre sus hombros
desciende por la terraza del escote
la miel de la niña rubia es la luna y todas las lunas
-niña de los rincones- amamantando las giralunas,
refugio de pájaros tricolores, árbol sagrado de las ciudades.
En un grillo de rocío el reflejo de la luna
es amparado por los bolsillos de un vagabundo,
a mediados de la medianoche
estacas balas de plata pasan
como gotas de rocío por el ojo de una aguja

 

 

VI

UN POEMA INÉDITO

CARRETERA OLVIDADA

Cara cortada por los silbidos de los ancianos
luz enmascarada de músicas extrañas
serpenteas a velocidades en las que arrojas tus ojos
Como conchas vacías en la berma de huesos.
Planetario, que esconde todas las coordenadas,
y los ruidos rompen la fuente de la noche;
y atraen a los viajeros incapaces de enamorarse;
pero que se encuentran encadenados al zumbido
que taladra los cuerpos de los que sueñan con otro camino
en la rompiente más lejana de la noche.

 

VII

Hermano, ahora te dejo (te dejamos). Quiero que estés contigo.

 

 

 

 

 

 

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REFERENCIAS:


Nuestro Manuel Rodríguez. Por Francisco Leal http://www.letras.mysite.com/fle090912.html
Antología Genetrix (Endecaedro, 1999) http://www.letras.mysite.com/fl0301062.htm

 




 



 

 

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