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CUANDO UNA ESTRELLA (QUE NUNCA VEMOS CUANDO PASA)
SE VA, LA INVENTAMOS. O, ACASO, HUMBERTO MATURANA

Por Marco Aurelio Rodríguez




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Nos volvemos fans o eruditos con respecto a alguien importante, por ser Premio de algo o por haber usufructuado un premio que no importa. Por haberle puesto nombre a una estrella o por haber hecho explotar un asteroide.

Y, al amarlo (al venerarlo), lo convertimos de inmediato en referente, lo rescatamos del tedio. Todo lo demás, incluidos nosotros mismos, será ―para siempre y en todo el universo― olvidado. Incluso la estrella que iluminó el cielo de un modo diferente (que nos hizo tal vez oscurecer) se llevará las ansias.

Muchos no habían escuchado a Humberto Maturana. Pero ahora todos lo veneran como a un pozo de deseos al cual arrojan monedas.

Quisiera a veces que existieran hombres que no pidan deseos a una estrella, que brillen por luz propia.

Cuando joven ―cuando La guerra de los mundos de Orson Welles y la Segunda Guerra competían―, un universitario iluso se embelesó con una estrella roja del comunismo chino que rechazaba tener gobierno, pues “optaban preservar la reflexión”.

Los tiempos cambian, quisiéramos que las personas no. El deseo de vivir en el mutuo respeto, en la honestidad, en la reflexión, tiene que ver con ser colaboradores, copartícipes de esta conciencia “biológica” de ayuda relacional de Humberto Maturana y los suyos (que somos también nosotros).

¿Por qué llevamos tanto dolor? ¿Por qué estamos tan solos…?

El mercantilismo nos ha degradado (es hasta vulgar decir que la soledad se/nos ha convertido en objeto de uso y de desuso) y de ahí la buena estrella del pensador chileno que nos advierte que la competencia nos lleva a la negación de la dignidad, al obscurecimiento del nosotros en el pozo del yo.

En un tiempo nuestros referentes fueron idealistas (¿todavía sirve el mundo?). Decía Humberto Maturana que cuando él egresó e incluso fue a estudiar postgrado al extranjero, quiso devolverle a Chile la responsabilidad de su trabajo, y se quedó muchas veces por acá. En los años ochenta, a todo esto, un estudiante superior sopesaba el mercado para atreverse a estudiar una carrera. Hoy día el mercado nos degrada, convertidos en mercancía somos una estrella apagada que todavía gira.

Lo importante, nos enseña Humberto Maturana, es “dejar aparecer” (tenemos el lenguaje todavía). Dejarnos aparecer.

Pareciera que ahora que se fue, H.M. apareciera como un asteroide de esos que trasladaron a El Principito hasta el desierto de los hombres, hasta esta casa vacía.

No hagamos aparecer a Humberto Maturana como un fantasma más.


 



 

 

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SE VA, LA INVENTAMOS. O, ACASO, HUMBERTO MATURANA
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