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PA´CALLA´O, ACTO FINAL DEL MAGO PALITO

Marco Aurelio Rodríguez


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Los personajes urbanos, hoy que el Mago Palito ha hecho desaparecer algo importante, me hacen recordar la fábula china de los seres verdaderos —referida por Bioy Casares y Borges— en que un hombre de letras desprecia a un mago de gran reputación: “Seguro de que éste procuraría vengarse, Wu pasó la noche levantado, leyendo a la luz de la lámpara el sagrado Libro de las transformaciones. De pronto se oyó un golpe de viento que rodeaba la casa, y apareció en la puerta un guerrero que lo amenazó con su lanza. Wu lo derribó con el libro. Al inclinarse para mirarlo, vio que no era más que una figura, recortada en papel”.  Lo cierto es que a media noche la mujer de Chang rescata a su esposo encerrado en el libro en forma de figura de cara negra, no así a sus dos hijos que han pasado por igual vicisitud, y que se extinguirán.

Finalmente se esfuman los hombres, como la vanidad, como el orgullo. Ni siquiera tenemos los datos completos de su nombre.

No resulta extraño que los medios recuerden no más que un par de anécdotas de René Álvarez. Que estuvo detenido en Concepción después del Golpe Militar de 1973, por una confusión de identidades, que unos años después fue llevado a animar con sus trucos una fiesta de un nieto del General Augusto Pinochet, quien incluso quedó tan encantado con su show que hasta se acercó a pedirle le contara un chiste, lo cual cumplió a expensas del Almirante José Toribio Merino: el de la paila Merino en vez de paila marina: “tres cabezas de pescado y un loco”. Una fotografía que se tomó en dicha ocasión con Pinochet y que llevaba siempre con él, la usará de salvoconducto para trabajar en la vía pública. Pero para extender la inmunidad, él y unos colegas tuvieron la hilarante ocurrencia de inventar una especie de cofradía imaginaria de fe llamada “Misioneros de Mi General Augusto Pinochet Ugarte”, con carné de militancia y todo, que partió con seis integrantes y llegó a tener unos seis mil a lo largo del país. Esta fingida hermandad pinochetista embaucó incluso a militares y admiradores que pidieron postular a los "Misioneros".

En 1992, y debido a su extenso trabajo como defensor del derecho a trabajar en las calles —pues igual que todo artista “informal”, él había pasado ya por “todas las comisarías de Santiago”— fue propuesto para Alcalde de Santiago, obteniendo unos 1.000 votos, aparte de la burlas de Ravinet, que sería el Alcalde electo, quien decía de él Quiere convertir Santiago en un circo.

Es decidor que sus dichos —los del Mago Palito por supuesto, no los de Jaime Ravinet se abran a otras semánticas más exasperantes que un acto de entretención propia de un mago y tengan más que ver con nuestros acusados modos sociales: “Pa’ calla’o, Pa’ calla’o”, “Lo deja loco, lo deja enfermo”, "¿Cómo está la mentira…?".

¿Cómo podemos traducir su “El dinero tiene microbios. No se enferme: Deposítelo aquí” en nuestros tiempos de prevaricación?

Hay cierta inocencia infantil —lo que resignamos en nostalgia— en esa entrega elegante y atorrante, experimentada y humilde, con donaire de corbata humita, chaqueta y a veces un sombrero bombín o uno de copa: un Charlot chileno enigmático a la par que divertido. Cómo no recordar sus “polvitos de Misiricoco: usted no los ve, entonces yo tampoco”, y, al ritmo de jazz-blue de The Herb Miller Orchestra, su acto central ejecutado con un palo de helado con tres perforaciones, en el que producía cierta ilusión de transposición mágica de uno o más fósforos que lo atravesaban.

Estoy seguro que es irrelevante que haya sido invitado a “Sábados Gigantes” y a uno que otro programa de gregarismo televisivo, o que el Sindicato de Artistas de Variedades de Chile (SINAV Chile) se encargara de informar por redes sociales su fallecimiento el martes 6 de marzo de 2018.

De 2012 data un cuento “Tumbas a cuerda”— donde seres desdibujados se entrometieron en mi libro La noche oscura del alma. Allá por 1980 en la aridez de mi infancia apareció en la Villa Dávila, comuna entonces de San Miguel, un hombre de unos cuarenta años, con una apostura muy especial —“cara de conjetura” escuché dentro de mi cráneo de niño— que siempre me ha acompañado y perturbado sanamente, y se embelesó en la contemplación del perfil de un compañero: “Su nombre era Muñoz. Han pasado tantos años que no recuerdo su nombre. Un día El Mago del Palito recortó la silueta de su rostro adolescente, que era muy especial, en una cartulina negra y se la regaló. A esa edad creo que la fascinación que me unía a mi compañero de curso era su rostro a lo Robert Mitchum, un chico duro”.

La vida: un acto de ilusión.



 

 

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