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La Nueva Novela de
Juan Luis Martínez y la cultura oriental |
por Marcela Labraña
¿Quién dice
que la pintura debe parecerse a la realidad? El que lo dice
la mira con ojos sin entendimiento. ¿Quién dice que el poema
debe tener un tema? El que lo dice pierde la poesía del
poema. Pintura y poesía tienen el mismo fin: Frescura
límpida, arte más allá del arte. Los gorriones de Bian Lun
pían en el papel, Las flores de Zhao Chang palpitan y
huelen, ¿Pero que son al lado de estos rollos,
Pensamientos-líneas, manchas-espíritus? ¡Quién hubiera
pensado que un puntito rojo Provocaría el estallido de una
primavera!
Su Dongpo, Su Shi
(1036-1101) (Paz,
156).
Este
poema chino del medioevo interpreta, con inquietante don profético, el
pensamiento de Juan Luis Martínez y de muchos otros escritores de
occidente ligados a las vanguardias de este siglo. La postura de Su
Dongpo frente al binomio arte-realidad es, en esencia, la misma de un
Picasso o de algún discípulo de Mallarmé que haya vagado por las
calles del París mitológico de los años 20, en busca del barco ebrio
que extraviara Rimbaud.
Juan Luis
Martínez, parte de la porción del mundo que nunca escribe la historia,
leyó en el canto de los pájaros, al igual que Su Dongpo, el hálito de
la transparencia, el lenguaje que dice sin decir, a través de un ser
olvidado de si mismo que inventa un libro que no es un poema ni una
pintura, sino más bien una falsa novela que desarregla los sentidos,
que enreda toda la sistemática clasificación por géneros.
En "Señales de Ruta de Juan Luis Martínez"
de Enrique Lihn y Pedro Lastra encontramos una referencia explícita al
vínculo que puede establecerse entre Martínez y el mundo oriental.
Para estos autores, Oriente constituye, más aún que la obvia impronta
de las vanguardias de este siglo, el núcleo de influencias más
gravitante en la obra de Juan Luis Martínez: "Esto en lo que se
refiere a los autores de Occidente [Dante, Lewis Carroll, Jean
Tardieu, Nicanor Parra, Julio Cortázar, los surrealistas, los
filósofos del lenguaje, etc.], que aportan sus índices de
familiaridad; pero parece obvio que el norte de Martínez es el
Oriente, no sólo por las paráfrasis y citas falsas o verdaderas de
budismo Zen, sino por la aplicación de lo que Fenollosa consideraba el
método científico de la poesía y del sistema ideográfico de los
chinos, por oposición a las abstracciones del pensamiento occidental."
(Lihn, 199).
Ahora bien, ¿En qué
medida Martínez es un chino del siglo XI?, ¿En qué medida "Su Dongpo"
no es otro de sus nombres extraviados en el tiempo y el espacio? Más
que confirmar categóricamente mis intuiciones acerca del puente que
conecta a Martínez con la China del Tao y del Budismo Zen, me interesa
sugerir vias de acceso al universo del poeta que de manera espontánea
parece entroncarse con algunos de los fundamentos medulares del
concepto de arte que se maneja en Oriente. A este respecto, cabe
indicar que, como Umberto Eco señala, la cultura occidental al
oponerse a muchos de sus propios postulados termina coincidiendo con
el espíritu oriental aún cuando no haya sido ésta su intención
expresa.
La nueva
novela no presenta las características propias de un libro de
poemas. Ya el título descoloca al lector, pues parece identificar una
antología de novelistas (micronovela) o cuentistas (cuentos largos)
jóvenes, cualquier cosa menos un texto poético de un solo autor. Creo
que Martínez elige la novela, dentro del espectro que ofrece la
clasificación genérica, porque ella, gracias al cambio que ha
experimentado en este siglo, evoca diversidad. En efecto, muchos
narradores contemporáneos se han esforzado en transformar y ampliar
los límites de la novela. Es por eso que hoy en día podemos visualizar
junto a la novela de corte tradicional un tipo de novela que funciona
como un cajón de sastre donde es posible encontrar textos tan
distintos como un poema, un ensayo, una carta, o un párrafo que
responde a lo que conocemos como fluido de conciencia.
Martínez imprime su sello a esta diversidad
connatural a la novela, a través de formulaciones lógicas de diversa
índole y de una marcada predilección por lo icónico: fotografías,
dibujos propios y ajenos, imágenes populares de personajes célebres
(Marx, Rimbaud), guías didácticas, avisos publicitarios, proliferan en
La nueva novela. Es claro que en la obra de Martínez
lo lingüístico no opera por sí solo, que necesita un correlato
icónico. Se trata de una asociación que lleva lo gráfico más allá del
papel decorativo o ilustrativo que comúnmente representa en la
literatura. En este sentido, La nueva novela es y no
es un libro para niños. Lo icónico funciona muchas veces como gancho
en literatura infantil. Los niños, cada vez más esclavos de la
estimulación visual, necesitan de imágenes atractivas para ingresar en
lectura. Martínez parece emular dicho recurso apelando al lector a
través de la imagen, siguiendo además la misma línea de ciertas
publicaciones infantiles que otorgan al lector un rol como coautor. En
efecto, esta clase de libros pide al lector que complete ciertas
tareas: tocar, mover, colorear, unir números, contestar preguntas, en
otras palabras, lo motiva a ejercer activamente como decodificador del
mensaje. Así, La nueva novela apela didácticamente al
lector involucrado, coartífice de la obra, capaz de entender el
chiste, de ir más allá del humor que este juego pedagógico
propone.
Vemos cómo Martínez
desarticula la clasificación genérica de la literatura, proponiendo
una especie de nuevo engendro literario que aúne lo lingüístico y lo
icónico, la poesía y la pintura. Para los chinos esta vinculación es
obvia desde hace siglos. Por consiguiente, no debe extrañarnos la
opinión de Su Dongpo respecto de la obra Wang Wei (c. 700 - 761): "En
cada poema de Wang Wei, hay una pintura; y, en cada una de sus
pinturas, hay un poema" (Ryckmans 133). Esta observación de Su Dongpo,
sintetiza a modo de consigna uno de los fundamentos del arte chino
tradicional, esto es que: "Los principios estéticos y los
procedimientos de la poesía son de orden pictórico; los principios
estéticos y los procedimientos de la pintura son de orden poético"
(Idem).
La poesía en general,
debido a su naturaleza lingüística, se desarrolla en el tiempo, se
expresa sucesivamente. La poesía china, en cambio, dispone palabras en
el espacio. Las estrofas paralelas de la poesía regular (lüshi)
posibilitan, entre otras cosas, esta disposición espacial de las
palabras. Estas estrofas se componen de dos versos simétricos, y cada
palabra del primero tiene la misma función gramatical que la
correspondiente en el segundo; el sentido además, debe ser similar o
opuesto. Un perfecto par de versos paralelos permite una doble
lectura: horizontal y vertical a la vez. Juntos, ambos versos
presentan un sincronismo perceptual, que dificulta e invalida una
lectura de tipo lógico-secuencial. En un plano más general, el poema
entero se convierte en pura yuxtaposición de imágenes, lo que se logra
en gran medida gracias a la fluidez morfológica del chino clásico (una
palabra, dependiendo del contexto, puede ser sustantivo, adjetivo o
verbo) y a la flexibilidad de su sintaxis (las frases pueden no tener
verbo, los verbos no requieren necesariamente de un sujeto). No
podemos dejar de asociar este tipo de uso del lenguaje poético con
juegos lingüísticos propios de occidente como los palíndromos, los
acrósticos y sobre todo con los caligramas, utilizados por poetas como
Apollinaire y Vicente Huidobro. Es así como Juan Luis Martínez aparece
como un poeta consciente de las limitaciones de nuestro sistema
lingüístico. Su compleja visión de la realidad y su utópica propuesta
poética no encuentran en el signo lingüístico de occidente ni voz ni
voto. Limites, trampas, máscaras que en resumen sólo enturbian la
transparencia de un verdadero lenguaje que va más allá del
significado. Es por esto que debe acudir a otro tipo de signos,
capaces de subsanar la precariedad de la palabra escrita.
Otro aspecto inquietante de La nueva
novela es la constante aparición y desaparición del sujeto
poético, personificado en el nombre del autor, que está presente y
ausente en la portada de la obra. Pareciera que han existido tres
momentos en este estar y no estar: El autor escribe su nombre (sus
nombres), para luego ponerlo entre paréntesis y tacharlo finalmente.
Así, el yo se manifiesta, se promulga, para luego desdecirse.
Se trata además de dos nombres, Juan Luis
Martínez y Juan de Dios Martínez, cuestión que por un lado refuerza la
idea de sujeto cero y por otro añade una nueva característica: la
transindividualidad. Juan Luis se desdobla en Juan de Dios y en otras
múltiples facetas, una misma corriente que se presenta bajo distintos
nombres. Martínez utiliza continuamente la intertextualidad occidental
para negar la existencia de individualidades en la literatura, la
propia y la de todos los escritores, jugando con multiples referencias
que se repiten durante el texto. Resulta ineludible recordar el
planteamiento de Borges en "La flor de Coleridge", acerca de la
historia de la literatura. Concordando con Paul Valéry, Borges señala
que esta historia no debería ser la de los autores, sino la del
Espíritu como productor o consumidor de literatura. Así, los autores
no inventan nada, más bien interpretan una misma historia. En este
mismo sentido, para Martínez y Borges, Su Dongpo tendría razón al
restar importancia al tema en poesía, ya que éste sería esencialmente
un solo tema. Ésta es una idea que cruza toda la producción del
medioevo en occidente (con la escolástica) y en oriente y que se
fundamenta en una concepción moral de la literatura. Para los
intelectuales chinos el arte de escribir conllevaba una profunda
significación ética. Así, en un primer estadio, muchos escritores se
limitaron a copiar modelos antiguos, moralmente aprobados, escribiendo
a la manera de los clásicos. El concepto de propiedad intelectual no
existía en la práctica y el autor muchas veces le pedía a personajes
reconocidos que estamparan en la obra recién terminada su sello o unos
versos que a su vez reinterpretaran el tema de la misma. Debido a
estas prácticas el verdadero autor muchas veces se pierde en la maraña
de nombres que sellan una misma obra: el sueño de Martínez hecho
realidad.
Apropiado resulta acudir
al planteamiento de Ryckmans en cuanto a que la estética china es una
estética de interpretación, más que de invención, idea que puede
aplicarse sin problemas a la estética de Martínez. Ryckmans entiende
"interpretación" en el sentido musical de la palabra, que considera
como creación la labor del intérprete, y no sólo la del compositor. De
este modo, podría afirmarse que la poesía china es un tejido compuesto
por un número limitado de temas convencionales recombinados (es lo que
sucedía, por ejemplo, en la Inglaterra barroca cuando el músico debía
realizar ciertas divisions upon a ground, o sea, variaciones
sobre un bajo continuo fijo y popular, como también sucede en el jazz,
con las improvisaciones sobre los standards). Es claro que la gracia
de un poema chino no reside en la creación de signos nuevos, sino en
la originalidad con que el poeta utiliza los cánones o estereotipos,
con lo cual, hay manifiesta una mayor preocupación por la parte formal
de la obra. Nuevamente, el tema ocupa un segundo plano, porque la
interpretación subjetiva no busca inventar temas nuevos, sino
manipular los ya existentes.
Juan
Luis Martínez comparte, en gran medida, el proceso creativo de estos
poetas chinos, al ocupar como material fundamental numerosas citas de
diversas fuentes. Esta poca preocupación por la originalidad y por la
"propiedad intelectual" lo lleva a desarrollar casi al límite uno de
los principales modos de creación del siglo XX: la reutilización de
elementos desechados, en forma de collage. Otros autores ocupan las
citas y los epígrafes para validar sus textos ante los demás; Martínez
los utiliza para desligitimar la autoría personal de una obra, y para
dejar en evidencia la distancia que lo separa de sus escritos, en los
que no se reconoce, porque todo ha sido robado, (como dice el título
del último libro de Oscar Hahn: Versos robados). Pero aquí
aparece la paradoja: al renunciar de plano a la originalidad y acudir
a distintos registros en busca de citas, logra un nuevo tipo de
creación, que revitaliza la labor del poeta. Así, La nueva
novela es, en discordancia con el proceso que le dio origen, una
obra extremadamente singular y personal. La virtud de Martínez como
creador radica en la nueva utilización que hace de temas e imágenes or
todos reconocibles. En gran medida este autor sigue los preceptos del
taoísmo en cuanto huye de sí mismo para alcanzar el buen entendimiento
de las cosas, que bien sintetiza el concepto de la simultaneidad de
los opuestos. En el Tao, la verdad y la mentira, el esto y el aquello,
el ser y el no-ser confluyen en todas las cosas. Es necesario que el
yo renuncie al "si mismo", a la percepción ilusoria y limitada que
éste proporciona, para poder acceder al "no sí mismo", como forma
privilegiada de captar el entorno. La existencia de los contrarios en
el Tao permite la aparición y desaparición de todas las entidades,
incluso de las más concretas. Lo que creemos absolutamente real no es
más que el producto ilusorio de la vigilancia a que se someten la
forma y el fondo de un ser, el gato y su porcelana. Así, lo real queda
reducido a un mero constructo, frágil y efímero en esencia. Para
Martínez, como cita en las solapas de La nueva novela, "todo es real"
y "nada es real" al mismo tiempo.
Este sujeto que aparece y desaparece en su obra elabora una poética
basada en un decir que busca no decir. Se trata de una propuesta más
bien utópica de alcanzar la pureza con el lenguaje, elemento de por sí
oscuro, altamente particulado. Martínez aspira a la transparencia del
lenguaje de los pájaros, al significante puro: "A través de su canto
los pájaros / comunican una comunicación / en la que dicen que no
dicen nada." (89). Se trata de llegar a un lenguaje vacío, a un signo
que es puro anverso (significante) carente de reverso (significado).
Este tipo de lenguaje configura una red, una malla transparente que en
gran medida se articula a través del silencio, del vacío: "Para la
naturaleza no es el canto de los pájaros / ni su equivalente, la
palabra humana, sino el silencio, / el que convertido en mensaje tiene
por objeto / establecer, prolongar o interrumpir la comunicación"
(idem).
Para los chinos, desde Xie
He y Zong Bing (siglo IV), el Vacío constituye un tema vital dentro de
su concepción estética. Así, cualquier obra artística es una red
coherente de asociaciones que funciona gracias a un factor implícito:
el Vacío, que interviene en todos los niveles de creación,
convirtiéndose en "signo de signos" (Cheng, 64), garantizando la
eficacia y cohesión del sistema. Se trata de la misma concepción que
plantea el poema de Martínez anteriormente citado.
El propio Cheng, en su análisis de la
pintura china, constata la presencia en los cuadros de una especie de
"Quinta Dimensión", más allá del tiempo y del espacio, que representa
el Vacío en su grado máximo. Martínez también anhela esta dimensión
desprovista de tiempo y espacio, este Vacío, este lenguaje del
silencio. Tal vez La nueva novela sea una excusa para intentar
silenciar el lenguaje o traducir lo innombrable: el silencio, el
vacío, la nada desprovista de tiempo y espacio.
Bibliografía:
1.- Borges, Jorge Luis. "Otras inquisiciones". Madrid:
Alianza, 1985. 2.- Cheng, Francois. "El vacío y la plenitud" en
El Paseante Nº 20-22. Madrid: Siruela S.A., 1993. 3.-
Eco, Humberto. Obra abierta (1962). Barcelona: Planeta-Agostini,
1992. 4.- Gatón, Enrique P. e Imelda Hwang, editores,
traductores y autores del apéndice. Cuentos de la China
milenaria, tomo II. Madrid: Anaya S.A., 1987. 5.- Lihn,
Enrique y Pedro Lastra. "Señales de ruta de Juan Luis Martínez" en
El circo en llamas, de Enrique Lihn, ediciones de Germán
Marín. Santiago: LOM Ediciones, 1996. 6.- Martínez, Juan Luis.
La nueva novela. 2ª edición. Santiago: Ediciones Archivo,
1985. 7.- Paz, Octavio (traductor). "Poemas chinos traducidos
por Octavio Paz" en El Paseante, Nº 20-22. Madrid: Ediciones
Siruela S.A., 1993. 8.- Ryckmans, Pierre. "Poesía y Pintura:
aspectos de la estética china clásica" en El Paseante Nº 20-22.
Madrid: Ediciones Siruela S.A.
1993.
En VERTEBRA Nº 4
Septiembre de 1999
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