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La máquina territorial de Luis Retamales
"El puente", Luis Retamales Rozas. Economías de guerra. 103 páginas

Por Matías Ávalos
Publicado en LA PALABRA QUEBRADA, 23 de julio de 2022


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A diferencia de otros libros que empiezan en su primer poema —hay de los que empiezan al quinto o sexto y otros que no empiezan nunca—, El puente empieza en su dedicatoria: «A San Antonio».

Ese gesto tan sencillo me dejó afuera como Orfeo quedó fuera del infierno (es decir con el corazón adentro) porque soy de un lugar, porque tengo, quizá todos los que crecimos en una periferia tenemos, un San Antonio.

Había leído libros con nombre de ciudad en el título, o que la tienen como tema o escenario central. Pero al dedicárselo el autor marca una diferencia grande en la perspectiva, la relación y los procedimientos escriturales con que aborda la ciudad que protagonizará su obra, respecto de otras obras contemporáneas que la crítica decide llamar de esa ciudad, muchas veces por pereza. El puente es un libro de San Antonio de una manera que vale la pena pensar seriamente.

Luego de la dedicatoria se suceden siete capturas de pantalla de la película chilena Río Abajo, cada una de las cuales nos acercan como un zoom en papel a uno de sus personajes que está tocando una guitarra en la mesa de un bar. Cuando terminan las capturas viene la primera de trescientas cuarenta y cinco entradas consistentes en párrafos (prosa, sí, aunque definitivamente El puente es un poema), que comienza con palabras similares a la película que abre el libro, que a su vez son las palabras que abren el cuento de Mariano Latorre que inspiró la película: «Esta es la historia del río…» escribe Latorre, «Este poema es sobre un puente…», abre Retamales.

Ya metidos en el texto lo primero que notamos es que el poema anuncia de qué va el poema, expone sus intenciones, se sitúa, vuelve sobre sí mismo pero no con un gesto cínico, sino con la intención de traspasarse, de superarse. Y el objeto de esa superación es la realidad.

Este juego de poema-realidad, poema-ciudad, poema-puente, se explora de formas muy contundentes que van a contramano, y por lo tanto constituyen una crítica, del escepticismo o la distancia respecto del lenguaje, a estas alturas infecundo por metafísico, que demuestra buena parte de la poesía actual, tan celebrada por los medios y en las redes sociales, impregnada como está de cierta poesía que ya peina canas:


«39 Dudaron del poema incluso teniéndolo en las manos y cuando le preguntaron por él lo negaron todo, hermano, hermanito, lo negaron viéndome a la carita, hermano, como si no existiera, desde ahí que no me veo en el espejo y que no puedo hablar.

40 Qué más real que un pedazo de algo como esto, guachito. Qué más real que un pedazo de algo que pierdo ahora mismo, socito. Qué más real que un pedazo de algo escrito».


Como notaron, está escrito en segunda persona. Lo cual le imprime un ritmo conversacional que se mantendrá, salvo excepciones aisladas y deliberadas, durante las más de cien páginas que lo componen.

La segunda persona, la que recibe el poema, se alterna y es mencionada ora en femenino, ora en masculino: compañera, guachita, guachito, compañero, compa, socio, socito.

Pero me gustaría reparar en la persona que anuncia el poema.

No se trata de un sujeto que justifique su existencia en lo biográfico, sino que gracias a su situación (ser sanantonino, hijo de sanantoninos, hermano de sanantoninos y tío de sanantoninos) pone su conocimiento y todo su aparato sensible como herramienta a disposición del análisis de la ciudad en términos históricos, afectivos, sociales, políticos, culturales, económicos, medioambientales. Lo cual es diferente de escribir lo que se le ocurre a un sujeto biográfico sobre lo que cree conocer y también de cierta poesía documental que hace safari con problemas que no le pertenecen. Esta diferencia, que aparece explícita en entradas como la «257 ¿Qué pasaría si la lluvia no golpeara el cristal? pregunto desde el patio de comida del mall de San Antonio, dentro de él como si estuviera en su estómago, comiendo papas fritas untadas en la felicidad de mi sobrino», es propiciada por un método. Y acá me voy a detener más aún.

Luis Retamales Rozas tiene un método de escritura que mezcla nociones de la sociología, la economía, el turismo y la cultura (materias estas últimas de las que él es un estudiante) que sería difícil de resumir, pero les contaré someramente.

Luis va, física y mentalmente, al lugar con el que va a trabajar y se obliga a apuntar cuatro miradas que representan variables en un plano:

1) Reconoce el entorno y se ve en él: se para en San Antonio y anota cosas que van saliendo, usando su visión subjetiva como herramienta. En el transcurso se desprende de la imaginación metafísica que trabaja desde la nada y depende de la inspiración.

2) Identifica y experimenta la mirada, le pone un lugar: experimenta lo que vio, lo sitúa.

3) Se ve en el otro: elige uno o varios otros que habiten el lugar. Trata de entender el lugar poniendo la observación en ese otro, viendo cómo se mueve, qué hace, preguntando qué piensa, escuchándolo.

4) Hace interactuar las miradas. Las combina.

Una vez hecha esa primera etapa, agarra esos puntos todavía planos y los eleva preguntándose por relieves sociales del territorio. Los relieves serían problemas, características o situaciones que tienen una aparición alta, media y baja en el territorio.

En el caso de San Antonio está el mar que el mall y el puerto le robaron a la ciudad. No sé si lo recuerdan, pero el mall de San Antonio se puso en un lugar ilegal y para calmar los ánimos prometió ser de vidrio y no tapar la vista. En medio de la construcción se decidió por materiales más baratos así que terminó pintando de azul sus enormes paredes para simular el mar. El chiste no tiene remate.

Luego de darles relieves es posible abordar cuatro miradas más, que aborden otros cuatro puntos que no se percibieron en el comienzo, y que incluso pueden ser el reverso de las observadas al principio, vistos con la ayuda de estos relieves.

Al final se completa el esquema preguntándose por la institución relacional (lugares donde las personas se relacionan) y la realidad institucional (formas de ser que le son inherentes al territorio abordado). Lo que le permite anotar si existen problemas irresueltos (gracias a lo que escucha en las instituciones relacionales contrastadas con lo que ya observó) o soluciones que no son para el lugar que se piensa.

Mientras me explicaba su máquina de análisis cualitativo de proyectos artísticos, Luis me dio un ejemplo. Si yo quiero incentivar la cultura en San Antonio no puedo poner escuelas de danza contemporánea porque nadie las va a pescar. Esa solución no es posible: «Uno sólo puede aspirar a lo posible, lo demás no tiene sentido», me dijo.

Los relieves afinan la proyección del libro, que emerge sólido y con un norte colaborando con la escritura. El norte de un poema épico sin épica sobre San Antonio es el río Maipo, que atraviesa la ciudad y es testigo de situaciones diversas, de relieves, que aparecen fuertemente: la pesca chinchorra (patrimonial y prohibida a la vez), los terrenos donde se instaló la primera escuela de tortura (regimiento nº 2 de Tejas Verdes) o el puente que tiró abajo el terremoto del 85, como poema dispuesto en el plano real de la existencia que nos dice con sus puntas mudas: Chile no tiene consideración.

Otro de los puntos altos de El puente es su materialismo. Entre las historias que contiene este poema hay una obra de teatro en la que sus actores no dejan de preocuparse por cuánto salen las cosas y cómo hacer aportes trascendentes que incluyan aportes materiales concretos para el territorio que están interviniendo.

Preguntas como «¿cuánto cuesta este poema mensualmente?» u «Otro actor conduce un auto. Pero ¿de dónde salió un auto? ¿Quién pagó por él y cómo se consiguió?» ponen sobre el tapete preocupaciones materiales que nuestro medio casi nunca quiere poner en discusión. Otra cita:


«147 Mientras la obra funciona, el puente se repara. Uno de los actores construye con líquenes y sedimentos un objeto sólido y agranda el puente a un costado. Recordó el cerro Bellavista de San Antonio donde él vivía y quiso armar un camino a su casa».


En contraposición a esta preocupación recuerdo una expo de arte de un colectivo de artistas muy comprometidos que se suspendió porque la sala del espacio cultural se llovió entera.

La hegemonía ocupa disfraces seductores, incluido el de la disidencia, para pasar colada en las conciencias de las personas. El resultado en el plano intelectual es el mismo que si no usara disfraz y se mostrara impune y desnuda como una dictadura de derecha: pensar de verdad, y no como un jueguito consistente en satisfacer la opinión pública —sea esta un electorado, una clientela o unos cientos de seguidores—, queda reducido a pocas personas.

Esas pocas son quienes por desinterés, consecuencia, resentimiento u orgullo no se compran la promesa. O sospechan agudamente de la promesa. Y la promesa en Chile (permítaseme el exabrupto de migrante malagradecido) tiene que ver con la pertenencia.

Esas pocas personas, al pensar de verdad, suelen ser difíciles de entender. Tienen que trabajar muchísimo para fundamentar y explicarse a sí mismas la decisión de ignorar la promesa de pertenencia. Que en cualquier lado, por más íntegro que uno sea, por momentos duele. Sobre todo cuando se ve con rabia los espacios relevantes ocupados por lacayos sin más mérito o talento que ser cuicos.

Las personas en las que pienso suelen estar acompañadas de otras pocas personas que, como ellas mismas, pueden o no salir a la luz ocasionalmente, salidas que no les vuelve hegemonía porque cuando tenés alguien respirándote cerca es más difícil insistir en problemas post-materiales o, disculpándome el francés, hacerse el hueón con retórica.

Luis Retamales Rozas es una de esas pocas personas que puedes encontrar en la actualidad y se junta con personas que aparecen en los créditos del libro (Marcelo Mellado, Andrea Goic, Roberto Bescós). Un anti-metafísico en tiempos cada vez más metafísicos que salió a la luz por obtener con su libro El puente el premio Mejores Obras Literarias en su categoría inédita, que le otorgó poco más de ocho millones de merecidos pesos chilenos.


 

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