Lima: Ediciones El
Nocedal, 2006.
Miguel Ángel Zapata
Un pino me habla de la
lluvia
Por Carlos López Degregori
En Literal: Latin American Voices, volumen 8 , spring, 2007
En uno de sus ensayos,
Ezra Pound explica que
la poesía, más allá de
los significados que es capaz de transmitir o
sugerir, puede ser impulsada de tres maneras.
La primera de ella es la melopeia que destaca
los componentes sonoros, musicales y rítmico-
fonéticos del texto; la logopeia, en
cambio, resalta las capacidades reflexivas del
lenguaje poético y concibe a la poesía como
instrumento de conocimiento; por último,
está la fanopeia que privilegia la fuerza de las
imágenes visuales. Estos tres impulsos coexisten
en cualquier poema, por supuesto, articulados
en un complejo sistema de gradaciones
y jerarquías; pero es cierto, igualmente, que
cada poeta —o texto, si ustedes prefieren una
concepción más despersonalizada de la actividad
literaria— privilegia alguno de ellos. Creo
que la fanopeia ha estado presente en casi
toda la poesía de Miguel Angel Zapata, desde
su libro Imágenes los juegos (es elocuente
que este poemario refuerce en su título la
relevancia de la imagen) y cobra una fuerza
considerable en este su último libro, Un pino
me habla de la lluvia.
Estamos, sin embargo, ante una fanopeia que supera el valor compositivo de la
imagen en la estructura poética, y que privilegia,
en cambio, su esencia más inquietante
y reveladora: la visión. La poesía es para
Miguel Angel Zapata mirar, y el poema es el
resultado feliz de ese acto perceptivo: la
huella en palabras de otra huella más profunda,
los trazos indelebles de lo que vimos.
Hay, por supuesto, muchas formas de visión.
Con nuestros ojos podemos ordenar, tergiversar,
oscurecer; podemos proporcionar
revelaciones y tornar elocuente lo escondido;
o podemos empañar bajo apariencias y
ropajes los elementos de nuestra contemplación.
La mirada de Zapata es limpia y su
fuerza está en la capacidad de evidencia que
posee. Creo que el primer texto del libro lo
dice con toda claridad:
UN PINO ME HABLA DE LA LLUVIA
.. .. .. .. .. .. .. ..Para mi hijo Christian Miguel
La bicicleta de mi hijo rueda con el universo.
Es sábado y paseamos por la calle llena de
pinos y enebros delgados que se despliegan
por toda la ciudad.
El sol cae en nuestros ojos por la cuesta mientras
volamos con el aire seco del desierto y los
piñones ruedan por las calles con el viento. El
sol baja a las seis de la tarde en el invierno, y
se va escondiendo por los cerros que se enrojecen
con su sombra.
Los ojos de mi hijo brillan como perlas y me
dicen algo inexplicable. Las ruedas de la bicicleta
mueven el mundo, muestran su agilidad
y la gravedad del aire.
El timbre se escucha como la buena nueva de
la mañana: sus anillos de metal alegran la
cuadra y forman ondas que trepan con los
pinos hasta el cielo.
El poema llama la atención por su plasticidad
y, con la excepción del timbre que se escucha
en la mañana y que es una referencia
sonora, todos sus elementos son colores,
formas, contornos, luces, reverberaciones,
desplazamientos. Hay una sentencia que es
la clave del texto y tal vez del todo el libro: “Los ojos de mi hijo brillan como perlas y me
dicen algo inexplicable”. La referencia al
vidente infantil nos remite a la inocencia;
estado que, en las coordenadas del libro, es
la entrega a la contemplación sin mediaciones
culturales ni reservas. Es el ojo limpio
fascinado ante el desfile de las cosas y brillando
en un instante de euforia al descubrirse
en su propia fascinación. En una época en
que casi toda la poesía es elegíaca y recorre
vacíos, desmoronamientos, ausencias; la
escritura de Zapata quiere ser una contraparte
jubilosa de asentimiento y celebración
del descubrir.
Hay otro aspecto que puede destacarse y
que se conecta con el ejercicio de una forma
textual. Desde hace varios años es constante
en Miguel Ángel Zapata la insistencia en el
poema en prosa y este libro no es la excepción.
Quizá el poema en prosa con su flexibilidad
y libertad ante los patrones rítmicos
puede ser el mejor vehiculo para la fanopeia,
y el autor alcanza en esta oportunidad un
manejo cada vez más pictórico —si cabe la
palabra— y ajustado de esta forma literaria.
Son estampas o “iluminaciones” en un sentido
diferente del de Rimbaud, pues sólo
quieren recoger la vertiginosa presencia del
mundo. Incluso los poemas en verso atenúan
los elementos sonoros para así privilegiar la
fuerza descriptiva. Termino con un fragmento
del poema “Una puerta”:
El domingo pasado leía con esmero a Francis
Ponge. Callado me decía: abraza una puerta,
siente el umbral de sus arcos, atraviesa su
temor hacia el aire nuevo de su aldaba. Ahí
está la poesía.
Mira los pinos cómo vuelan con el viento del
norte, cómo se balancean con la luna desteñida.
Mira las aves, siente su vuelo, y después ve
a casa y escribe sin parar.
No te canses de mirar el florero de cristal que
corta la luz de la persiana y la desvía hacia tus
dedos. Aquella piedra cadmea y las altivas
señoras de Vikus fermentándose en la chicha
con su sabor a pescado fresco.
Zapata ha atendido las palabras de Ponge y
ha cruzado la puerta para entrar y quedarse
en este libro de buena poesía.