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La pandemia de Bellatín


Por Gonzalo León

 

 

Hace quince años el escritor mexicano Mario Bellatín publicaba “Salón de belleza”, libro que trata precisamente de un salón de belleza que, debido a una extraña enfermedad, va convirtiéndose en Moridero, o lugar donde van a morir los enfermos. En esa época muchos dijeron que Bellatín se refería al sida, pero la verdad es que no, pues podía y puede ser cualquier enfermedad que nos conduzca a la muerte, incluido el sida y, por qué no, hasta la gripe porcina. La intención del escritor era unir los conceptos de belleza y de muerte, de salón de belleza y de cementerio. Todo un romántico, como pueden ver.

Hoy, cuando los aeropuertos cuentan con sensores de temperatura para no transformar al mundo en Moridero, la idea de la novela cobra fuerza y se convierte a la vez en vaticinio. Aunque claro para eso deberíamos, tal como aparece en “Salón de belleza”, renunciar a los medicamentos y no agotar el stock de antivirales en las farmacias. En suma, esperar en nuestras casas a que ocurra lo inevitable, porque todos vamos a morir, ¿no? Así es que sea de una gripe o de un infarto, en buenas cuentas da lo mismo. “Yo me encargo de que no abriguen falsas esperanzas”, puntualiza el narrador y luego agrega: “Cuando creen que se van a recuperar, tengo que hacerles entender que la enfermedad es igual para todos”.

Al recordar el libro de Bellatín, el miedo me embarga o, para ser más precisos, la hipocondría que padezco desde hace un tiempo se apodera de mi mente y se traslada lentamente a mi cuerpo. Creo que pronto enfermaré, no importa de qué, pero lo haré, eso lo sé bien. Pero antes voy al diccionario para ver la definición de hipocondría: “Afección caracterizada por una gran sensibilidad del sistema nervioso con tristeza habitual y preocupación constante y angustiosa por la salud”. En el fondo, ser hipocondríaco es un miedo a enfermarse, y yo confieso que desde que la padezco he creído sufrir un ataque cardiaco (era un gas retenido), cáncer al estómago (había comido betarragas y eso explicaba el color de mis heces), parálisis facial (la mandíbula se me había desencajado por masticar mal).

Esta condición se agravó cuando un especialista afirmó que entre las personas que engrosan el grupo de riesgo de esta enfermedad están los asmáticos y, ojo, esto no es hipocondría: soy asmático desde antes de ser hipocondríaco, vale decir desde mi infancia. Recuerdo crisis asmáticas que literalmente me tiraron a la cama; incluso acostado tenía dificultad para respirar, así es que calculen lo que significó para mí estar en un grupo de riesgo por el hecho de ser un asmático hipocondríaco.

Cuando leí “Salón de belleza” creo que me enfermé también, no recuerdo de qué: a cada nuevo enfermo que aparecía en el libro yo sentía algún malestar. “Desde entonces y por las tristes historias que me contaban”, escribe Bellatín, “me nació la compasión de recoger a alguno que otro compañero herido que no tenía dónde recurrir. Tal vez de esa manera se fue formando este triste Moridero que tengo la desgracia de regentar”.

La otra vez pensaba a modo de broma la mejor manera de controlar esta enfermedad y pensé que sería bueno cerrar nuestras fronteras a México, tal como hizo desde un comienzo Argentina. Pero no sólo eso, sino además -y para estar del todo seguros- prohibir los canales de TV aztecas, la música ranchera, los tacos y el tequila, las pinturas de Frida Khalo, los pósters de Juan y Ana Gabriel, El Chavo del 8 y El Chapulín Colorado y desde luego todos los libros de Mario Bellatín y al mismo Bellatín que, por lo que tengo entendido, se fue a vivir a Buenos Aires. Porque ninguna medida es poca, ¿no?

Más calmado me pregunto por qué Bellatín escribió “Salón de belleza”, y la respuesta viene de manos de Susan Sontag, la escritora estadounidense: “La tarea ética del escritor moderno no es ser creador sino destructor: destructor de la introspección superficial, de la idea consoladora de lo universalmente humano”. En otras palabras, Mario Bellatín escribió lo que escribió porque quería actuar como “ese destructor”, tal como probablemente hará la gripe porcina, el sida o cualquier peste. Después de mi descubrimiento, aguardo con los brazos cruzados a que la hipocondría o la enfermedad desaparezcan.

 

 

 

 

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