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La juventud de Marta Brunet


Chile quiere leer.
Revista de Libros de El Mercurio. Viernes 5 de Agosto de 2005

 

 

El centenario de Marta Brunet pasó inadvertido. Aunque nadie podrá decir que en Chile no sabemos celebrar a nuestras glorias literarias cuando cumplen cien años - a pesar de que estén muertos- , para ella no hubo homenajes. Sí se recordaron en la misma fecha, 1997, los treinta años de su muerte. ¿Por qué uno y no otro aniversario? No por desidia - al menos en este caso- , sino por errores de información. Porque en diccionarios, enciclopedias e incluso en las más recientes ediciones de sus libros se sitúa indistintamente en 1897 o en 1901 su nacimiento. Y eso no es todo. En su Historia Personal de la Literatura (Zig-Zag, 1954), Hernán Díaz Arrieta la hace nacer en 1904, e incluso en artículos anteriores a ese libro habla de 1903. ¿Vanidad femenina, tan común por lo demás en ese tiempo? Probablemente la misma Marta Brunet se habría encargado de aclarar, entre risas, el malentendido, tal como lo hizo a principios de los sesenta frente a Pedro Lastra. Con el fin de revisar algunos detalles de la Antología del cuento chileno (1963) que preparaba junto a Alfonso Calderón y Carlos Santander, para la Universidad de Chile, Lastra fue a visitarla a su departamento de la avenida Bulnes. Fue el momento en que ella puso el tema: "Pedro, ya es hora de aclarar las cosas, la verdad es que yo nací el 9 de agosto de 1897".

Curiosamente, no había sido Marta Brunet la responsable de este equívoco, según le contó al mismo Lastra, sino Alone. Porque una vez que el crítico la "descubrió", al leer los originales de Montaña adentro, consideró que la aparición de un libro de tal calidad sería aun más sorprendente si su autora recién se empinaba en los veinte años. Procedió entonces a quitarle seis y tiempo después, siete. Con el acuerdo de la escritora, por cierto. A pesar de que el error fue corregido desde entonces en todas las publicaciones de la Universidad de Chile - heredera de sus derechos- , sigue circulando hasta hoy.

Con la perspectiva de los años, la intención de Alone resulta conmovedoramente ingenua. ¿Qué significan a estas alturas seis años más o seis menos? Mucho más importante que la precocidad que quiso resaltar el influyente crítico es el talento que Marta Brunet mostró a largo plazo, construyendo sobre esa novela temprana una obra narrativa sólida, de reveladora humanidad, de fuerza ineludible. Y eso la mantiene joven, con la única juventud a la que deben aspirar los escritores, la de su obra.

 

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El niño que conoció a Marta Brunet

Por Germán Marín

En 1997, el autor de El palacio de la risa evocó en Revista de Libros un curioso encuentro. Publicamos parte de ese texto.


En el Buenos Aires de 1947, tuve la oportunidad de conocer a Marta Brunet por casualidad. Se celebraba una efemérides patriótica en la Escuela Juana Manuela Gorriti, ubicada en la avenida Triunvirato, cerca de donde yo vivía, a la cual llegué de pantalón corto y peinado a la gomina, invitado por una maestra del establecimiento, madre de cierta chica vecina con la que jugaba al balero e intercambiaba revistas tales como "Patoruzú". No me acuerdo bien de la fecha histórica que se rememoraba. Sin embargo, tengo presente de aquel día que la agregada cultural chilena, autora entre otros libros de la pequeña novela La mampara, editada entonces en la prestigiosa colección La Quimera, dirigida por Eduardo Mallea, charlaba animadamente en el patio de baldosas, ya casi vacío tras el acto, con el grupo de maestras de esa escuela pública. Yo seguía la conversación junto a mi amiguita Nilda, perdido entre las faldas tableadas de los guardapolvos blancos, orgullosamente almidonados, que servían de uniforme tanto a docentes como a alumnos en la educación primaria. Si bien tengo el vago recuerdo que se hablaba de Gabriela Mistral, acerca de quien había hecho una semblanza la escritora durante su intervención ante la escuela, conservo aún con nitidez la imagen que entreveía de esa señora de sombrero, cuyo rostro desnudo de la gasa que resbalaba de la copa de fieltro dejaba lucir un cutis albo como la leche, maquillado por el esbozo de unas sombras rosadas en las mejillas. Su sonrisa era generosa, bordeada por unos labios carnosos, pintados de un rojo vivo, que las damas de ayer llamaban de color guinda. En contraste con ese espíritu desahogado, unos lentes oscuros de marcos redondos volvían un poco adusto aquel rostro, convirtiéndolo por instantes, según mi sensibilidad treceañera, en el de una persona considerablemente mayor. Pero al fumar en público, lo cual para una mujer no dejaba de ser entonces una osadía, con el aditamento de una elegante y larga boquilla de marfil, recuperaba mediante ese mundano gesto de salón, observado a la vez por mí en las imágenes de la pantalla del cine, la atracción disonante, inquieta, que me provocaba el rostro de Marta Brunet.

El azar permitiría que, al terminar la conversación de Marta Brunet con las jóvenes maestras de la escuela situada en Villa Urquiza, la madre de mi amiguita Nilda se acordara de mí y, diciéndole a la novelista que yo era chileno, sorprendida me estrechara la mano cariñosamente. De algo hablamos y, al despedirse me agregó, cuando puedas, anda a verme a la embajada. Fue así como traté por vez primera sin arte ni parte, pues mis intereses juveniles iban por otro lado, en general a un potrero donde jugaba a la pelota, a una persona que escribía libros y no dejó de parecerme un extraño oficio, semejante, no sé por qué, a la labor que, a la vuelta de donde yo vivía, realizaba un anciano de ocular que, detrás de la ventana de su taller, arreglaba relojes pacientemente, lejos del tiempo a pesar de su trabajo.

 

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Marta Brunet 1897-1967

"A veces la soledad pesa. Es como un molde que se va ciñendo al propio cuerpo hasta oprimirlo. Hay algo que duele adentro y los músculos envarados no se atreven a un movimiento que delataría su torpeza. Son sensaciones que duran menos que un segundo, pero que dejan la horrible frialdad del vértigo en el pecho y en el corazón un aletear de pájaro caído. Entonces se busca alguien alrededor, alguien para alargarle la mano, temerosa de no lograr el movimiento y hallar en la otra palma una certeza de calor vital, una especie de cuenco en que acurrucarse. Esa soledad de pozo húmedo que nos despierta a media noche con el pavor de estar efectivamente en lo hondo de un pozo, desesperadamente mirando arriba el punto de salida inalcanzable. Esa soledad en que empiezan a caer las palabras dichas por una misma a media voz para espantar el intolerable silencio de las horas, que morosos relojes no terminan de enviar nunca al pasado. Ese deseo que asalta y empuja a no hacer siempre lo mismo, a no calcar hoy el gesto que se hizo ayer.

"Pesa la soledad en que un día cualquiera se filtra la miseria física. El que me duele, y no tengo quién me acompañe; el que padezco sed y que la sed de la fiebre me quema, y que nadie me da un vaso de agua, y que la soledad es buena para morir, y que podrida me encontrarán cuando el hedor salga por debajo de la puerta y el mayordomo avise a la policía. Y que nadie se afligirá mucho, y en lejanos pueblos los parientes dirán: "Murió en su ley". Y - ¡ay!- que cuándo amanecerá, y barra la luz la angustia que teje el desvelo, y que ya estoy mejor, pero que no puedo levantarme y que tendré que avisar a la oficina, y que si aviso yo misma, no creerán lo mal que estoy. ¿Quién podrá avisar entonces? Llamaré a la mujer del portero, y que no me atrevo a hacerlo, no le gusta que la molesten con recados, y si no la llamo, ¿a quién llamo? ¡Ay, Dios! ¡Vivir sola y en paz!".

De María Nadie, novela, Zig-Zag, 1957 / Pehuén, 1997.

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Miradas sobre la escritora


DIAMELA ELTIT

Construyó una obra literaria tensa, aguda, incesante. Con la publicación de su novela Montaña adentro en 1923 se materializó una escritura que a lo largo del tiempo iba a transitar por los espacios rurales para develar las rígidas codificaciones en las que se organizan los cuerpos. Amparándose en la ironía o bien organizando deslumbrantes poéticas del desastre, Brunet puso de manifiesto las relaciones de poder que transcurren en lugares signados por la carencia y el desamparo. Su cuento Aguas abajo constituye una pieza maestra que da cuenta de un agobio síquico de tal magnitud que hace estallar los roles. Los estalla hasta desestabilizar de manera paroxística el espacio familiar.

Pero también Marta Brunet se abocó a textualizar la mujer moderna (María Nadie) y, mediante inteligentes procedimientos literarios, evidenció la construcción de género como un vasto campo de dominación multidireccional. Pero, es necesario consignar que Brunet, en algunas de sus obras, se reía de estas convenciones, hacía de la parodia hilarante un arma que develaba el absurdo que gravita en toda férrea red de dominación. El cuento Doña Santitos o la novela María Rosa, Flor de Quillén ridiculizan sin tregua los presupuestos estereotipados donde se cursan las normativas oficiales en que se ancla lo femenino.

La poderosa obra de Marta Brunet hoy parece deslizarse por un injusto espacio lateral no exento de opacidad. Precisamente esta opacidad forma parte de las prácticas de dominación (en este caso del aparataje socioliterario) que la misma autora hubo de deconstruir. Sin embargo, su aporte es visible en autores tan destacados como José Donoso, cuya novela El lugar sin límites mantiene un estrecho diálogo con la novela Humo hacia el sur de Brunet. Pero, más allá de los nunca inocentes silencios que rodean los transcursos literarios, la obra de Brunet ilumina y deslumbra.


GUILLERMO BLANCO

Vivió en mi casa, de la forma en que viven los escritores, aunque no estén: desde sus libros. El suyo fue de los primeros nombres literarios que escuché. Para empezar, se lo oí a mis padres, que eran lectores activos y predicaban con el ejemplo. No tenían mucha plata, pero sí una pequeña y muy querida biblioteca. Ahí comencé a acercarme a Marta Brunet. La conocí, leyéndola, desde niño. Me sedujo su buena prosa, virtud más bien rara entre los chilenos. Recuerdo que me enorgulleció ver que una compatriota escribiera con esa riqueza de estilo y esa finura. Sus obras parecían importadas. Sin embargo tocaban temas y personajes tan nuestros. Hablaba con elocuencia sobre el campo, donde yo viví y disfruté por un tiempo.

Años después, en un foro o algo así, me encontré con ella en persona. No hubo desilusión: al revés. Yo era nadie y me trató con cordialidad. La encontré llana, como si ambicionara ser lo más común y corriente que su fama permitiera (la llevaba sin sentirla). En aquella época fue una presencia estimulante para quienes soñaban con escribir. Ayudó a enaltecer la vocación, y enseñó mucho indirectamente (para empezar, modestia, ese bien escaso). Hace mucho que no la releo, pero esta pregunta me echa a andar viejas nostalgias de un mundo que uno no se resigna a ver en pasado. Me preparo para caminar Montaña adentro y encontrarme de nuevo con María Rosa, Flor de Quillén y otros rostros que Marta Brunet parecía describir desde dentro.


MARJORIE AGOSIN

Llegó a mí tomada de la mano de María Luisa Bombal, las quise a ambas y las sentí mías. Mucho más poetas que narradoras. Me gustó el sentir de sus palabras, como se siente la fragancia de lo familiar y a la vez misterioso. La literatura de Marta Brunet, sus cuentos, sus novelas, su destreza en el misterio de la palabra son para mí los cimientos fundamentales de la literatura chilena. Literatura que mezcla lo familiar cotidiano, el paisaje de la nación con la interioridad del paisaje del alma. Brunet nos acerca al sentir de la mujer, al espacio regido por el sueño y la vigilia, pero a la vez nos lleva al interior de la violencia, como una fuerza avasalladora. Aún siento el dolor de la protagonista en Soledad de la sangre, su humillación, su deseo de ser, su búsqueda solitaria.

Con la sutileza de una escritora magistral, Marta Brunet nos acerca al secreto de lo innombrable, la violencia doméstica y el pavor que sienten las mujeres en la vida diaria. El secreto deja de ser, se hace escritura memorable.

En Wellesley College, una prestigiosa universidad de mujeres donde dicto cátedra por más de 24 años, enseño a Marta Brunet y el placer siempre es intenso y su lenguaje novedoso por su profundidad y su misterio. Las alumnas responden conmovidas ante su obra y la sienten también suya, posmoderna mujer del ahora, eterna y joven.


El juicio (y la bendición) de Alone

La literatura femenina empieza a existir seriamente en Chile, con iguales derechos que la masculina, el año 1923, cuando aparece Montaña Adentro, de Marta Brunet. La sorpresa de todos fue grande. Se esperaba una novelita de una señorita muy compuesta: se halló una recia obra, audaz, sólida, hecha de duros metales, inatacable en su brevedad; el dominio de la lengua, castiza y sabrosa, competía allí con el conocimiento de la vida. ¡Y qué mirada clara, recta, audaz para enfrentarla! Nada semejante se había visto hasta entonces en su género: se habló de Maupassant. Después, por espacio de treinta años, la autora ha producido reposadamente una serie de libros, apretadas novelas, una más voluminosa, Humo hacia el sur, donde influencias de americanos modernos la han desviado un poco, estilizándola, sin deformarla ni hacerle perder su carácter, que es: vigor concentrado, verdad tallada a cincel y colores fundamentales, sin penumbra, matiz, ni debilidad.

Historia Personal de la Literatura Chilena, Zig-Zag, 1954.


 

 

 

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Marta Brunet 1897-1967