Gacela de negra y doliente raíz
I
Qué negra es la raíz
y qué amarga
y qué doliente
es la raíz del sueño
en donde tú, gacela,
de pie sobresalías
con una flor abierta entre los dedos.
II
Qué negra
he dicho
pero la verdad
es preferible
decir
qué oscura la memoria
y qué hueca
mi voz.
III
Qué oscura la memoria
y qué hueca
mi voz
en aquel sueño
en donde tú, gacela,
de pie sobresalías
con una flor abierta entre los dedos.
IV
Qué negra la memoria
y qué oscura raíz
y qué amarga
y qué doliente.
V
Con una flor
abierta entre los dedos
sobresalías
de pie
y había un abismo
entre tu vientre fértil de gacela
y la caricia ansiosa de mis manos.
Naufragio en Gláphyras
I
Si tu mano delgada, copo de nieve ardiendo
entrara por mi ropa, desenlazara urgente todo artificio y nuevo
fruto fuera mi carne para tu mano y flecha
tu lengua en mi costado
Si tan sólo tus ojos
dijeran barco, anuncio
nube al borde del cielo, sargazo en la marea
volvería en caracol para sonar las playas
que no ves
volvería
como espuma en la orilla
alimento de nácar que se oye sin hablar
Si tu mano, tus ojos
el agua que golpea en el muelle lejano
me tomara mirando como a un tierno molusco
y ya lejos la concha
su pulpa amedrentada en tus dientes saciando
su litigio de espera
Si tus ojos
tu mano
racimo de ciruelos
tensada la correa de mi barca en la dársena
al vaivén de tus horas
para subir a bordo
Si yo fuera tu pulso
la vista que aguzada coloca el horizonte
a tus pies, si yo fuera
en la serena gavia
el de la voz en cuello:
“¡Tierra a la vista, tierra! Hemos llegado, al fin.”
II
Entro en tu cuerpo, acoso de hierba maldecida
lamo previo el deseo, de saberte intocada
de predecir ansioso el néctar de tu cuello.
Soy yo el que te persigue en la profunda fronda
sin ojos y sin manos.
El que se sabe bestia de hirsuta pelambrera
que ácida orina marca su territorio infecto.
Quisiera darte flores y te doy un bramido.
Y tú la delicada
la imperceptible sombra
la esbelta flor de flores que perfuma a su paso
el aire descuidado
¡Qué peligro mis dedos para tu tallo dulce!
Voy abriendo veredas en el boscoso espino
que ha tundido mi cuerpo.
Deja señas mi sangre en las enhiestas púas
mi costado conserva estigmas de su ardor.
Yo soy el que penetra
el que excava, el que muerde
y cómo lo lamento.
III
Así como después
de andar en círculos
cortando el aire
el pelícano
se resuelve sobre el agua
He venido hasta ti
sin conseguirte
Incrustado el pico
en el denso mar
de tus dudas
Apenas si he rozado
tu escama fulgurante
Y tú que habías nacido
para ser devorada
te das al pez más grande
al más cercano
Sin sorpresa
casi otorgando la aleta a la mandíbula
Yo vuelvo a alzar el vuelo
y mis ojos se pierden
en la rizada superficie
donde tú ya no estás
¿A qué lamentar mareas secas
si el tumbo de las olas
arrojará en su borde
tu esqueleto limpio?