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Marta Brunet:
Premio Nacional de Literatura

Por Ángel Rama
Publicado en Marcha, N°1096, 16 de febrero de 1962
En: La querella de realidad y realismo. Ensayos sobre literatura chilena
Editor Hugo Herrera Pardo. (Mímesis, 2018)





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Por primera vez en la historia de Chile, el Premio Nacional de Literatura, adjudicado en 1961 a Marta Brunet, no provocó protestas ni polémicas. La unanimidad con que lo discernió un jurado integrado por Juan Gómez Millas (rector de la Universidad de Chile), Eduardo Barrios, Manuel Rojas, Pedro Lira Urquieta y Hernán del Solar, fue acompañada por la aquiescencia unánime de los escritores y críticos chilenos. Cuando Marta Brunet regresó a su país —estaba en Europa donde fue operada y recobró la vista después de siete años de ceguera— la esperaban los homenajes cálidos, entusiastas, no solo de colegas y admiradores, sino del pueblo de su país natal que la rodeó como acostumbra con su grandes figuras, y le testimonió espontánea gratitud.

Estamos conversando los dos en una soleada sala de la Universidad Técnica Federico Santa María, en Valparaíso. Muy difícil explicar el encanto peculiarísimo de esta mujer, de sesenta años, alta, canosa, de cara ancha, los ojos enfermos tras sus lentes oscuros; explicar su espontánea simpatía, su chilenísima cordialidad; sobre todo esa sutil armonía entre una cultura elaborada, una refinada sensibilidad estética y la sencillez sabrosa y popular de su conversación y sus gestos.

El origen de su literatura puede buscarse en la infancia y adolescencia pasadas en el campo; allí se educó, vagó de un pueblo a otro con su familia trashumante hasta establecerse en Chillán; allí adquirió esa sensibilidad precisa para la naturaleza y, en particular, para la mujer auténtica de campo, que no la abandonaría. Pero ya en esos años juveniles está la lectura suculenta de la colección de clásicos españoles de Rivadeneyra —“pero si yo me he amamantado con esos tomos”—; está también el descubrimiento de Proust y con él toda la literatura francesa. Son las dos líneas que confluyen a establecer su personalidad humana: porque ella supo conservar el sabor de las cosas propias de su tierra y jerarquizarlas en la acuidad de una visión estética que ha ido depurándose progresivamente.

Hablamos de su premio, de la recepción clamorosa que se le brindó a su regreso, el gran homenaje universitario, la participación popular:

“Mira, te aseguro que me daba miedo. Me venían a mirar o a tocar; alguno me traía una flor; una madre me pedía que le firmara un libro para su hija pequeña —fíjate, un libro mío, nada menos—. Te hace sentir difunta. En el sur, en la inauguración de una biblioteca a la que dieron mi nombre, un sacerdote hizo el elogio de mis virtudes aconsejando a las jovencitas presentes que las tuvieran como guía; no sé que quiso decirles, como no fuera que se dedicaran todas a escritoras, pero a mi me hizo un efecto tremendo, como si estuviera muerta y me echaran el responso. ¿Sabes qué pasa? Que nuestro pueblo tiene necesidad del mito, y ahora, a la falta de Gabriela, lo han pasado a Marta Brunet. Yo te aseguro que me defiendo contra eso. Pero al mismo tiempo es conmovedor. En la Feria de Artistas Plásticos (se hace todos los años en el Parque Forestal: los escritores firman sus obras y los editores les aseguran el 40% de los libros que venden) era una fila permanente de gente muy humilde que venía a comprar mis libros, a mirarme un rato, a felicitarme, a alegrarse de que hubiera recuperado mis ojitos”.

Nos enhebramos apaciblemente en una evocación de su vida literaria, empezando por su orígenes, cuando a los veinte años en Chillán, participaba de una rueda de jóvenes amigos escritores —Tomás Lago, Gualterio Millar, Armando Lira, Alfonso Lagos Villar, más tarde Pablo Neruda, Joaquín Cifuentes Sepúlveda, Alberto Rojas Jiménez. Allí publicaban su revista, titulada Ratos ilustrados (horror), hacían recitales, y hasta editaban algunos libros porque habían conseguido un Mecenas. “Se reunían en casa —yo era la única mujer del grupo— y apenas llegaban, mi madre aparecía con un carrito lleno de cosas de comer. No te imaginas mi vergüenza. ¡Era tan poco intelectual! Pasados los años se lo conté a Tomás, quien me dijo: ‘No te preocupes, íbamos un poco por ti y un mucho por el carrito’”.

A los 23 años publica su primer libro, Montaña adentro, breve relato que le gana una posición en la literatura chilena dominada entonces por el criollismo y por Mariano Latorre. Fue así: “Habíamos publicado un libro de poemas de uno del grupo: yo me encargaba de la distribución. Le mandé un ejemplar a Alone con una larga carta pidiendo que se ocupara de la obra y explicándole nuestros fervores pueblerinos. Me contestó diciéndome que el libro era muy malo pero que la carta era muy buena, y que quería conocer algo mío. Le mandé una colección de versos. Me contestó que los versos eran tan malos como los del poeta anterior, pero que le seguía interesando la carta y me preguntaba si no tenía algo en prosa. Entonces le mandé los originales de Montaña adentro, y entre Alone y Pedro Prado decidieron publicarlos. Me acuerdo cómo se enojó mi padre cuando supo que unos desconocidos me iban a publicar un libro: “‘Si usted quiere publicar algo me lo dice y yo le doy en dinero’ —me dijo—“. La verdad que yo sabía menos que él de esos asuntos, porque cuando fui a Santiago, donde me esperaban Alone, Eduardo Barrios y Pedro Prado, y fuimos a los de Carlos George Nascimento, para estudiar la edición, yo le pedí que me editara tres libros distintos para luego elegir el que me gustara más”.

Aquí comienza, exitosamente, una carrera de escritora que tendrá altibajos y que, arrancando de un criollismo fresco donde se percibía un habla verídica y conocida, una mayor captación de la psicología de los personajes, un sabor auténtico de realidad, se llegaría a una literatura realista y psicológica en sus últimos libros.

Los momentos de esta vida son contados por Marta Brunet con sencillez, sin apoyar el pedal dramático ni tampoco el egotista. La familia se arruina. Es necesario trabajar. Para ello viaja a Santiago, comenzando su actividad de periodista, una tortura que se prolonga por siete años en los cuales la literatura queda abandonada. Hace notas de actualidad, dirige una publicación, lucha con la máquina de escribir; cuando el golpe de Ibáñez abandona La Nación y pasa a Zig-Zag, donde también dirige una revista de la editorial.

Vuelve a la literatura con su ingreso al cuerpo diplomático, nombrada en Buenos Aires, donde ha de residir catorce años. Allí descubre a los autores norteamericanos e ingleses que han de influirla, y se reintegra a la narrativa con Aguas abajo (1943), a la que sigue la novela Humo hacia el sur (1946), La mampara (1946), Raíz de sueño (1949). “Me viene como una borrachera de metáforas, me siento como un nuevo rico del idioma. Pero eso no me dura mucho. Vuelvo pronto a mi estilo sobrio de antes, cada vez más apretado, con mucho dramatismo. La tónica de mis nuevos cuentos y novelas será un creciente horror de la soledad en los personajes femeninos que son las que siempre he pintado”.

Este periodo de nueva plenitud y de holgura es también el que inicia la irradiación continental de su nombre a través de sus colaboraciones en La Nación de Buenos Aires, de sus libros en la editorial Losada, de la convivencia con el grupo de escritores argentinos que luchan contra el peronismo. Es en esos años que conoce Montevideo, que, desde luego, veranea en Punta del Este. Lee, escribe, mira al mundo, quiere a sus amigos y es querida por ellos. Pero Ibáñez vuelve al poder y la destituye. No sólo se ha quedado sin recursos, —y ella se niega a aceptar las gestiones de los escritores para reclamar por su destitución—, sino que comienza el periodo de su ceguera que ha de extenderse por siete años, acrecentándose. Es Amanda Labarca quien acude a proponerle una nueva actividad: profesora de literatura, mejor dicho, expositora de la historia literaria de su país en las escuelas de temporada.

Ayudada de una secretaria que le lee y escribe al dictado, que la acompaña, Marta Brunet, comienza, a los 53 años, este nuevo periodo de su vida, que la lleva a través de todo su país dando clases y conferencias en las ciudades más apartadas de esta larga costa brava. Ella dice no ser profesora y quizás sea cierto, porque el ángulo desde el cual mira las letras es mucho más personal y rico: el de una escritora que opina desde adentro, cordial, atentamente, sobre la obra de otros escritores. Le he oído alguna de estas clases con admiración: sé de muy pocos escritores, entre los nuestros, que tengan conocimiento tan cabal de la literatura de su país, y sean capaces de una curiosidad tan dispuesta e informada acerca de las más jóvenes corrientes y autores. Hace dos años encuestamos aquí a la generación literaria del centenario y preguntamos su opinión sobre los escritores nuevos; uno solo de los interrogados demostró conocerlos y fue capaz de mencionar el nombre de un autor de nuestra generación.[1] A Marta Brunet, en cambio, le oí explicar ordenadamente la generación chilena del 50, aplaudir obras, discrepar con otras, interesarse por autores y demostrar siempre admiración por el proceso evolutivo de las letras de su patria.

Cuando se dialoga con un escritor, hay una pregunta, tan íntima como aquella que formulara Dante a Francisca en el Infierno, igualmente precisa e iluminante: ¿cuándo concibe una obra? ¿de qué modo brota en él y cómo la realiza? En el caso de esta escritora criollista, por cuyos libros pasa la vida dramática de algunas mujeres de los campos y pueblos chilenos, se pintan algunos ambientes sórdidos, y acuden las sensaciones de la realidad —alguna vez se dijo que sus paisajes no eran vistos sino olfateados—, no hay sin embargo, ninguna actitud naturalista de acopio de datos y sistematización de experiencias. Por el contrario, responde al más pleno reino de la inspiración.

—Yo soy una escritora que obedece al automatismo, eso que nuestras abuelas llamaban la inspiración. Escribo rigurosamente en trance, y solo así puedo escribir. No sé absolutamente nada de lo que va a suceder o de lo que voy a escribir. El primer síntoma es una sensación de angustia, dolorosa, de algo que se va acercando. Es como vivir una pesadilla pero despierta. Cuando me viene esa desazón me pongo frente a la máquina de escribir a esperar que surja, sola, la primera frase. La angustia que padezco es provocada por la atención en que entro para no equivocarme, porque se trata de un fenómeno casi auditivo, y lo que temo es no ser capaz de oír bien la primera frase. Recién cuando me aparece la primera frase empiezo a tranquilizarme: en adelante la obra surge sola. Yo no sé, previamente, de qué voy a escribir, y ni siquiera si se tratará de un cuento o de una novela. Es la primera frase la que desencadena la obra, que luego voy escribiendo sin detenerme. Jamás he puesto más de quince días para escribir una novela. Y además, una vez escrita, no puedo cambiarle nada. Es decir, corrijo hasta el cansancio el estilo y mi pobre secretaria debe recopiar una y otra vez los originales llenos de tachaduras, pero nada fundamental de la obra es tocado. Yo explico todo esto con el ejemplo de los Seis personajes en busca de un autor de Pirandello: son seres que se han estado armando en mi conciencia solos, sin ninguna relación conmigo y quieren salir. Incluso vienen con sus nombres. Recuerdo uno que salió con el nombre de Batilde. Yo corregí, convencida de que era un pequeño error y puse Matilde; pero con ese nombre no avanzaba, tuve que volver al anterior para que siguiera viviendo. ¿Sabes qué digo yo de mis personajes una vez que termino de escribir las obras? Y ahora, revienten: quisieron salir, ¿no?, pues arréglense. No, no me mires así, ya sé que no es muy normal. Te digo que yo misma he estado muy intranquila en una época en que me hago psicoanalizar. Pero, la verdad, empecé a escribir así, y así he seguido siempre. He intentado ponerme, elaborar un tema, componer, y no me ha salido nada”.

— Pero explícame qué relación encuentras luego entre lo que has escrito y tus experiencias.
— Reconozco seres que he conocido, y situaciones concretas, que he vivido, desde luego. Pero tú conoces mis libros, los personajes que uso y los lugares en que viven. Pues bien, yo nunca me he emborrachado, ni he entrado nunca en una casa de prostitución. Sin embargo los críticos dicen que son personajes y sitios reales. Es cierto que trabajo con preferencia los elementos que conozco: el campo, la lluvia, pero yo no te podría decir si la “Doña Santitos” de mi cuento más famoso es verdadera. Ahí tienes un ejemplo de la vida extraña que hacen los personajes. En el homenaje que me hicieron en la Universidad leyeron ese cuento: se venía abajo, la gente reía y aplaudía.

Este sistema de creación espontánea puede explicar la tensión viviente de muchas de sus páginas y la intensidad de bocetado de sus personajes; pero también explica las irregularidades en la estructuración de sus relatos. Su última novela, María Nadie (1957), donde hay mucho de ella misma, es un buen ejemplo de esta alternancia de virtudes y defectos: la excelente presentación de las distintas madres, de sus historias conyugales y de sus respectivos ambientes pintados con sabroso ingenio populista, es abandonada posteriormente al entrar los niños y la historia de María Nadie. Los personajes del comienzo no son aprovechados eficazmente en la economía general del relato a pesar de tratarse de las mejores invenciones narrativas del volumen. La autora, a lo largo de su creación, se diría ha derivado hacia un tema nuevo que no estaba previsto en las páginas iniciales y que descompagina la materia narrativa. Es también ese modo de creación espontánea, sin reglas, lo que explica esa sensación de devenir permanente que producen los relatos largos de Marta Brunet: en ellos la vida sigue siempre acumulando nuevas peripecias hasta que de pronto una cuaja dramáticamente y depara el cierre del ciclo narrativo. Y este contar, levemente “gauche”, alcanza una seducción de cosa muy viviente y verdadera.

Sin querer contribuir al mito, le pregunto por esa vinculación que algunos críticos han establecido entre ella y Gabriela Mistral. “No sé —contesta—. Quizás yo tenga algo de esa tremenda fuerza para manejar las pasiones que mostraba Gabriela. Pero esas aproximaciones me inquietan. Cuando estoy cansada, esta caída de las comisuras me hace la misma boca de Gabriela”.

Salvo su última novela, María Nadie, en tercera edición, no hay posibilidad de encontrar en librerías sus libros. Zig Zag, casa a la que está vinculada desde hace años, va a largar en estos días una Antología de sus cuentos, compuesta y prologada por Nicomedes Guzmán.[2] Simultáneamente se anuncia la recopilación de un libro de los diversos cuentos de Solita, la niña de Humo hacia el sur que llamó la atención más que los personajes centrales, no solo en el público lector, sino también en la propia Marta Brunet que le escribió varios cuentos, circunstancias de su vida infantil. Publicados en el suplemento literario de La Nación de Buenos Aires, ahora aparecerán en un volumen titulado Solita sola. Y de inmediato una novela, ya escrita, Amasijo, que plantea un tema enteramente nuevo en su narrativa: la vida de un homosexual.

Pero el mayor trabajo de Marta Brunet es ahora la preparación de sus Obras completas que publicará Zig-Zag en su gran colección de lujosos tomos donde ya apareció Manuel Rojas y se anuncia a Eduardo Barrios. “He descubierto obras de las que ni sabía que existían. Con decirte que me encontré una novela policial. Lo difícil es respetar los libros como fueron escritos y vencer las tentaciones de corregir. Porque si empezara a corregir terminaría escribiéndolos de nuevo, probablemente”.

Diversos rasgos humanos, aparte de sus méritos literarios, han hecho de Marta Brunet una de esas personalidades que en un país se reconocen íntegramente. Su presencia en cualquier acto es celebrada con un aplauso cerrado, he visto como se la detiene en la calle para preguntarle por su salud, para darle un apretón de manos, un testimonio cualquiera de admiración y gratitud. Su afable sencillez, su buen humor, siempre dispuesto, su apacible ingenio, manejan con habilidad su devoción popular. Es una escritora, pero en ella también puede encontrarse una representación, muy justa y verdadera, de la mujer chilena.

 


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Notas

[1] Hace referencia al texto “Una encuesta de Ángel Rama/¿Qué leen los uruguayos?”, aparecido en Marcha 1038, el 9 de diciembre de 1960.
[2] Antología de cuentos [de] Marta Brunet. Selección, Prólogo, Notas y Bibliografía de Nicomedes Guzmán (Santiago: Zig-Zag, 1962. Con 2ª edición en 1970 y una 3ª edición en 1971).

 

 

 

 



 

 

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Marta Brunet:
Premio Nacional de Literatura
Por Ángel Rama
Publicado en Marcha, N°1096, 16 de febrero de 1962
En: La querella de realidad y realismo. Ensayos sobre literatura chilena
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